12 de diciembre de 1923 - 18:15
Había pasado el último mes disfrutando de la visión. Veía, veía, veía mucho. Los médicos se sorprendieron mucho de su repentina recuperación (su enfermedad no tenía curación, o eso le habían dicho cuando empezó a perder visión rápidamente) y su tío estuvo muy contento de que su querida sobrina estuviese mucho mejor. El episodio del loco entrando en su casa fue olvidado rápidamente y Mina disfrutó de una vida normal. Volvió a leer, volvió a salir a pasear ella sola y a disfrutar de los amaneceres y de los atardeceres en compañía de Veronica. Su condición, que lentamente le había explicado, no parecía peligrosa. Con ella, todo era sencillo y maravilloso.
Pero aquel día de diciembre, mientras leía en el salón de su casa (estaba empezando a leer de corrido otra vez), notó que su vista se emborronaba. Llevaba unos días sintiéndose intranquila. Le dolía el estómago y estaba nerviosa. Necesitaba algo, aunque no sabía el qué. Aquel emborronamiento podría deberse a ese malestar, pero la velocidad con la que dejaba de ver era motivo de pánico. ¡Iba a volver a quedarse ciega!
Mina llamó a un taxi y se dirigió hacia la casa de Veronica nada más empezar a notar el inicio de un ataque de pánico en sus entrañas. Antes de partir no se había olvidado de subir a su habitación a por el bastó, y en el taxi estuvo a punto de llorar cuando lo tanteó en sus manos, mirándolo entre tinieblas. Aquel objeto era reflejo de su pasado, de una oscura época a la que no quería volver. Al llegar pagó al taxista y se dirigió a la entrada de la casa no sin tropezar antes con un transeunte al no haberle visto venir por su derecha.
El recepcionista la condujo al ascensor y el ascensorista hasta el piso de Veronica. Cada vez veía menos, como si sus ojos se fuesen cubriendo de una tela opaca y densa. Cuando llegó hasta la puerta apenas podía ver a dos pasos.
La condujeron hasta Veronica, que se acercó a ella rápidamente. Podía olerla, sentirla, tocarla... pero apenas la distinguía.
-¡Mina! ¿Qué te ocurre? ¿Por qué estás tan sofocada?
Mina se sostuvo agarrándose al hombro y al brazo de Veronica hasta que recuperó el aliento
-No veo, Veronica. ¡No veo! -exclamó aterrada y comenzó a sollozar.
La joven se abrazó a su protectora y escondió la cara entre los pliegues de su chaqueta. Pese a los nervios, su agradable perfume no le pasó desapercibido.
Notó que Veronica la sujetaba por la barbilla, probablemente para mirar a sus ojos vacíos. Le temblaban las manos como a ella misma. Estaba hambrienta, rabiosa, asustada y llena de ansiedad. Durante unos instantes que parecieron horas, sin poder ver el rostro de Veronica más que en una nebulosa, Mina no supo qué esperar. Pero luego, Veronica le soltó la barbilla y la sentó en un sillón, en medio del salón que antes podía ver y ahora no.
-Ha pasado un mes. Eso es lo que ocurre... Tengo que darte más. -Mina notó que una gota caía sobre sus labios. Era denso y cálido, y sabía bien. Ya lo había probado con anterioridad y sabía qué estaba bebiendo... Pero justamente lo necesitaba.
Después de beber largamente, su vista comenzó a aclararse otra vez. Veronica la recibió en el mundo del color con un gesto preocupado. Algo comenzó a vibrar dentro de Mina. ¡Cómo adoraba ese rostro, ese ceño fruncido, esos ojos, el cabello, la mujer! Si antes de venir había sentido cierta dependencia y euforia al estar junto a Veronica, ahora que volvía a verla lo comprendía: era amor. Un amor profundo y sincero como nunca había sentido por otra persona. Su corazón pertenecía a Veronica, como su vista y todo lo demás.
Para siempre.