Una herida sanaba para Mina. Era, en efecto, posible. Lo notaba. Podía utilizar su voluntad para curarse, pero el efecto no era el esperado. La mejilla le cosquilleaba, pero también al fondo de sus ojos. Y lo inesperado.
Luz. Después de tantos años, luz.
Al principio todo estaba borroso y delante de su cara sólo vio una mancha rosada y rubia. Cuando extendió las manos para tocarla se las vio por primera vez. Le habían crecido mucho.
Su vista fue enfocándose y toda la estancia se recolocó. La pared, de un tono verde suave con unas cenefas marrones. El suelo de madera. La lámpara del techo. El fonógrafo detenido al fondo. Y Veronica.
-Déjame ver -dijo ella quitándole la gasa de la cara una vez más.
Veronica tenía un rostro hermoso, los ojos verdes y el pelo rubio y corto. Sus facciones armoniosas contrastaban con su semblante, un ceño fruncido y preocupado, y con la sangre que le chorreaba por la barbilla. Su propia sangre.
Mina en un principio pensó que estaba alucinando debido al estrés de las últimas horas, pero cambió de parecer cuando su vista empezó a enfocarse y a dibujar figuras concretas, muy diferentes a las que solía ver en la oscuridad de su mente. No sabía como, pero volvía a ver. La pianista miró sus manos durante un instante y no las reconoció: la sensación era extraña, y no solo porque le habían crecido, sino porque era incapaz de asociar aquella imagen que veía a sus manos; casi era más confuso que andar a oscuras... Y entonces vio a Verónica, quien aparentemente nos e había dado cuenta de aquel milagro. Mina abrió la boca pero no supo que decir, así que dijo lo primero que se le vino a la cabeza:
-Tienes un pelo rizado precioso... -murmuró. La herida le daba igual.
-No ha cerrado bien... -Se lamentó Veronica-. Quizá si...
Entonces Mina dijo aquello acerca de su pelo. Veronica levantó la vista y la fijó en sus ojos, que le devolvieron la mirada.
-¿Puedes ver?
Al hablar, a Veronica le sobresalían las puntas de los colmillos bajo el labio superior. Estaban ligeramente tintados de rojo.
-¿Puedes ver, Mina? ¿Has... has recuperado la vista?
Mina estaba en tal estado de asombro que aunque vio los colmillos de Veronica no sospechó de ellos, de hecho era como si no los hubiera visto. Tampoco le importó la sangre que resbalaba por su barbilla, en este caso más que nada porque no sabía lo que era.
-¡Puedo ver! -se rió y se movió en el asiento para mirar a su alrededor. Aquello la mareó, pues no comprendía las distancias y todo le parecía extraño y amenazante. Sin embargo aquella no era razón para temer el milagro-. ¿Qué has hecho, Veronica? ¿Es que eres un ángel?
Mina fue a coger las manos de su extraña amiga pero, incapaz de calcular las distancias y la direción de sus movimientos, solo consiguió dar con ellas tras mover las manos erráticamente a su alrededor.
-Pero si te has curado los ojos, ¿por qué no...? -Veronica dilató sus fosas nasales, entre molesta y preocupada-. Mina, espera. -La retuvo sobre la cama-. Intenta concentrarte en curar tu cara, por favor.
-Está bien.
Mina cerró los ojos volviendo a la oscuridad y se concentró en la herida. Si con eso y la ayuda de Veronica había conseguido volver a ver, curar el corte tenía que ser pan comido. Nunca se había sentido tan bien ni tan feliz. ¿Que diría Bruno cuando la viera?
El cosquilleo se multiplicó. La mirada ansiosa de Veronica se tranquilizó cuando la carne volvió a cerrarse. La mujer pasó un dedo por la mejilla para cerciorarse. Mina no sintió nada más que una caricia.
Después de aquello, Veronica se echó a reír, aliviada.
-¡Ven! Tenemos que limpiarte la cara. ¡Y tienes que ver lo preciosa que eres!
La mujer la tomó de la mano y la guió, como solía, a través de la casa. La llevó hasta un aseo (Mina había estado allí algunas veces) y la colocó frente al espejo. La pianista pudo contemplarse por primera vez en una década.
Una vez Veronica mojó una toalla y empezó a retirarle la sangre y el yodo de la mejilla, limpió sus labios de sangre seca y su cuello de los restos de los mordiscos, Mina se encontró a sí misma. Se descubrió en el reflejo otra vez, como una niña. Veronica la contemplaba con interés desde su espalda, limpiándola dulcemente. Parecía una madre amante.
Mina se quedó paralizada frente al espejo. En él podía ver a la mujer en la que se había convertido: una total extraña para ella, quizás la hermana mayor de aquella niña que conoció de vista más de una década atrás. La joven no sabía si sentir gozo o tristeza ante aquella visión, y a su mente solo acudía un pensamiento, uno sobre todas las cosas que se había perdido hasta ahora. ¿Cómo habría cambiado la ciudad? ¿Los edificios serían más altos? ¿De qué color sería ahora la puerta del vecino? Mina recordaba que tres años atrás olía a pintura, pero siempre se le olvidaba preguntar cual era el nuevo color.
Mina levantó una mano y se tocó el cabello, el cual le caía por los hombros. Al parecer se le había soltado el moño y no se había dado cuenta.
-¿Qué está sucediendo, Veronica? Los médicos dijeron que jamás iba a volver a recuperar la vista...
-Ni siquiera yo sabía que fueras a recuperarla -admitió Veronica. La mujer la miraba con una mezcla de curiosidad y... ¿qué era eso?-. Yo quería curarte la cara. Ah, ahí está.
Sus dedos rozaron de nuevo la mejilla de Mina. Estaban helados.
-Ni una marca. Hermosa como siempre.
Veronica tomó el rostro de Mina con la mano y lo giró para mirarla a los ojos. Eran verdes, oscuros y profundos.
-Lo que ha pasado no debes contárselo a nadie, Mina. A nadie. Mi sangre... mi sangre puede curar. Por eso te la he dado. Yo... soy diferente.
Mina la miró, pero seguía sin saber muy bien como interpretar las formas y las distancias, por lo que sus ojos se movían erráticos a lo largo del rostro de Veronica.
-Lo prometo -dijo con suavidad y encontrando su mirada.
-Buena chica -contestó Veronica dándole un beso en la frente-. Ahora quiero que veas una cosa.
La llevó consigo hasta otra sala, un estudio. Mina nunca había entrado en esa habitación. Lo que vio era algo que no podía imaginar. Se trataba de ella. Veronica la había pintado una y otra vez en sus lienzos. Tocando el piano, mirando al frente en su ceguera. Veronica bien podía haberla retratado sin que ella se diese cuenta. Y los cuadros eran hermosos. Muy hermosos. Pero más hermoso era poder verlos con sus ojos.
Mina miró a su alrededor, deteniéndose en cada cuadro, en cada réplica suya, preguntándose cuanto tiempo habría tenido que haber estado observándola en las sombras para poder pintar todos esos cuadros... Y cuando tiempo habría empleado también en pintarlos. Veronica la conocía mejor que ella misma.
-Son hermoso... -dijo adentrándose más en la sala. La pianista ni siquiera se planteó pensar que aquello podía llegr a ser inquietante.