Partida Rol por web

Despiertas tras un terrible sueño.

Cuando abres los ojos y miras a tu alrededor vuelves a recordar dónde estás.

Pasaste la noche a orillas de un camino, al abrigo de un pequeño bosque de altos árboles que no supiste identificar. Ignoras hacia dónde se dirige ese camino pero es el mismo que seguíais tu compañero y tú antes de que éste desapareciese sin dejar rastro, hace ya dos días.

Al levantarte compruebas que tanto tú como tu equipo estáis cubiertos de una fina capa de rocío y, aunque no hace especialmente frío, sí que te produce una desagradable sensación de humedad.

A tu alrededor se extiende una fina niebla que no deja ver más allá de unos cincuenta metros. No sabes qué hora es aunque calculas que no debe hacer más de dos horas que haya amanecido.

Mientras la luz transforma la penumbra de la mañana en vigilia Mey abre por fin los ojos. Todavía escucha, aún sumida en medio de esa extraña somnolencia la funesta llamada. ¿Quién hablaba? ¿Era acaso Toer? ¿Necesitaba su ayuda?

Desconcertada, trataba de atrapar las últimas sílabas de aquellas palabras, algo había errado. Le necesitaban y ella se sentía bien entregando sus dotes y sanando a quien precisase. Vivía de ello, pero lo habría hecho gratis. Mey mezclaba la piedad con la medicina y tenía en el fondo, el temor de poder errar por implicarse emocionalmente. Bieloth era capaz de observar el dolor y el sufrimiento en los pacientes sin alterarse. Lo llamaba "distancia profesional" pero ella no podía evitar implicarse emocionalmente.

La Rasha ai se levantó sacudiéndose el rocío de su rostro y su pelo, casi como lo hacen los animales, con vigorosos movimientos. Alrededor, el bosque, todavía en penumbra asemejaba en cierto modo el de sus sueños y antes de aclarar la vista parece incluso que los árboles se muestran marchitos y retorcidos.

Un escalofrío le recorre la espalda pero cuando vuelve a abrirlos sólo ve el bosque normal, verde y que poco a poco despierta con el amanecer. No, hace tiempo que ha debido amanecer. Suspira. Dos días. Hace dos días que Toer no está y ella sigue caminando por allí, a veces cree que en medio de un sueño. ¿Sería su llamada lo que escuchó en el sueño? Peor aún. ¿Podría ser una trampa de ... ella?

Toer es aprendiz de shaman, aunque diestro, ¿sería capaz de alcanzarle en sueños? ¿De llamarle? Su padre lo sería sin duda, pero ella también es capaz. Se siente sola y vulnerable por primera vez en mucho tiempo.

Mey recolecta algunas hierbas para el desayuno. Tiene suerte de que su sistema digestivo no requiera carne lo que hace que alimentarse sea menos problemático.

En cuantos se siente algo reconfortada busca como siempre el rastro de su compañero, aunque no ha recibido entrenamiento formal y no sabe distinguir los diferentes tipos de huellas.

Tengo que seguir caminando. Perderme en el bosque no ayuda a nadie. Toer tiene que estar más adelante. ¿Qué le habrá pasado?

Mey continúa camino, observando con cuidado a los lados. La niebla hace que sea un lugar propenso a las emboscadas. Toer, ya voy. Susurra.

Tras levantarte y recoger tu equipo caminas entre los árboles con la mirada fija en el suelo. Tus ojos, entrenados tras numerosos paseos por diversos bosques, escudriñan las plantas descartando algunas casi inmediatamente por sus flores o la forma y color de sus hojas.

Hasta que tu mirada se posa sobre unas pequeñas plantas que crecen al borde del camino. Tras arrodillarte y excavar un poco te haces con algunas raíces que conoces bien. Se trata de selos, una planta que, bien cocinada, puede proporcionarte un nutritivo desayuno. Incluso las puedes comer crudas si las lavas un poco.

Tras un cuarto de hora consigues los suficientes como para aguantar satisfacer tu apetito dejando cuatro más para una comida posterior. Después de guardarlas en tu mochila prosigues la marcha. Ignoras hacia dónde se dirige el camino pero también desconoces la región y no tienes mejor destino.

Así que continuas por el camino, lo que hace que avances más deprisa que si lo hicieras a través del bosque. Tras dos horas de marcha observas que el bosque se va aclarando progresivamente, ampliándose el espacio entre los árboles. Una hora más tarde ya sólo hay algunos árboles dispersos y la vegetación ha sido sustituida por matorrales sueltos que salpican una gran llanura cubierta de hierba. Lejos, en el horizonte, ves una cordillera de montañas que, sin ser extremadamente altas, supondrían una dura marcha. Pero lo que te llama la atención es que, a medio camino, distingues el inconfundible contorno de la costa. Inmediatamente aspiras un olor a mar, muy tenue, y tus ojos se acaban posando en una ciudad. Una ciudad bastante grande. De hecho puede ser la ciudad más grande que has visto en tu vida.

A su alrededor hay grandes zonas de cultivo adornadas por granjas aquí y allá que se extienden hasta varios kilómetros alrededor. Calculas que podrías estar allí al anochecer si te das prisa.

Y tras otro par de horas ves a unos cien metros un carro tirado por una vieja mula que avanza hacia ti. En él ves a un anciano guiando el carro y una niña de unos diez años sentada a su lado.

Mientras camina el bosque se va alejando de ella, o ella lo abandona. La melancolía se escapa y vuelve definitivamente al mundo real. Es bueno comer Selos. Cocinados están mejor pero algunos niños entre los suyos los llevan en las excursiones como aperitivo.

Mey sigue caminando. Tres horas después ya no hay bosque a su alrededor. Toer tal vez se haya perdido allí o se haya marchado sin tener tiempo de dejarle ninguna indicación. Trata de guardar en su memoria el lugar por si en un futuro puede volver y buscarle de nuevo. Se siente sola.

Al fondo ve una ciudad. Es muy grande. ¡Mas que Kroburgo! Allí la gente se apiña como animales pero una vez vives en ella te acostumbras. Eso tal vez sea lo peor.

Pero se acerca una carreta. Un anciano y una niña no deberían ser una amenaza de modo que Mey sigue andando y aprovecha para entablar conversación. Habla con fluidez y con algo del acento de Kroburgo, donde aprendió la mayor parte del idioma de la zona.

Saludos viajeros. Que el camino termine con un fuego y un buen almuerzo.

Después de los acostumbrados saludos Mey trata de llevar el tema de conversación hacia Toer.

Perdonen. ¿Se han cruzado hace unas horas con un varón de mi raza?

El anciano hizo una inclinación de cabeza a modo de saludo. Quizás había viajado mucho en su juventud y había visto de todo pero salvo por un breve destello¹ en sus ojos no mostró ninguna sorpresa al verte.

- Buena mañana, joven Rasha Ai - saludó. Sin embargo negó con la cabeza ante tu pregunta mientras intentaba tranquilizar a la niña que iba a su lado, quien no paraba de tirarle de la manga como si el viejo no se diera cuenta de que tenían enfrente a una mujer de color verde como el bosque. - Lo lamento pero no he visto a nadie de los tuyos. Aunque he visto mucha gente últimamente. Se me ha podido pasar - responde con un tono de disculpa. Tras unos segundos de pausa en los que parece vacilar acaba preguntando. - ¿Vais a Emer?

Tal vez. Lo cierto es que no lo sé.

Y Mey se dio cuenta de que lo era. No lo sabía. Sin Toer había perdido la orientación precisa. ¿Cómo iba a ser ella capaz de encontrar a la bruja? De repente todos sus planes parecían un castillo de naipes construidos en una nube.

¿Es esa ciudad? ¿Qué me puede decir de ella?

Mey escucha lo que tenga que decir el anciano. Por deformación profesional no puede evitar examinar la respiración del hombre, mirar su rostro en busca de arañas vasculares que impliquen consumo excesivo de alcohol, inflamación en sus nudillos que puedan significar problemas inflamatorios en sus articulaciones, mal aliento que indique mala higiene oral o lesiones coloreadas en su epidermis que pueda indicar alteraciones anormales de los pigmentos de melanina que podría llevar a degeneraciones de la piel entre otras cosas menores.

- Sí - respondió el viejo dándose la vuelta para mirar a la ciudad que se hallaba a su espalda, - aquello es Emerisia.

El rostro del anciano no mostraba ninguna enfermedad apreciable. Incluso parecía bastante saludable. De hecho te parece que si no fuera por la edad podría ser uno de los hombres más sanos que has visto.

- Debes venir de muy lejos para no conocer la región - comentó el hombre echándote una escrutadora mirada, como si te estuviera leyendo de arriba a abajo. - No encontrarás nada más grande en muchas millas a la redonda. ¿Qué buscas allí, muchacha?

¿Porqué coge tantos elfos como ayudantes, maestro?

Bieloth paró un segundo a mirar a la niña. Preguntaba y preguntaba y se daba cuenta de bastantes cosas, incluso de aquella.

Bueno Comenzó. Son indisciplinados y presuntuosos. Viven tanto tiempo que no suelen terminar su formación o la retoman pasados muchos años. Pero, sí, cuando alguno quiere estudiar con nosotros trato de aceptarle. Tienen una gran ventaja. Una ventaja injusta, pero ventaja a fin de cuentas.

Mey frunció el ceño, no le gustaba dónde iba aquella conversación.

Son terriblemente resistentes a las dolencias. Eso les permite tratar las enfermedades más contagiosas con un alto grado de posibilidades de sobrevivir. Muchas veces he visto morir a grandes profesionales ante una pandemia que devastaba una zona. Uno de los peligros de nuestra profesión es convertirse en cliente de un compañero. Y ellos difícilmente lo serán por una enfermedad.

Pero ...

Cuando debes preocuparte es cuando veas alguien totalmente sano. Eso no existe. Nadie tiene una salud perfecta. Quien no tiene un diente torcido o digestiones pesadas tiene una deficiencia de absorción de algunos alimentos o se le cae el pelo. Todos convivimos con alguna dolencia en mayor o menor medida. Los elfos no y por eso son mejores para este trabajo ... a largo plazo, los que terminan su instrucción.

La Rasha Ai volvió a mirar al señor de la carreta.

Cuando debes preocuparte es cuando veas alguien totalmente sano.

Pensó recordando las palabras de su maestro. Tardó por ello unos segundos en responder.

Soy sanadora. Aunque busco a una persona y he perdido a otra. Imagino que lo que quiero hacer me llevará bastante tiempo. Sí, vengo de lejos. Tendré que trabajar algún tiempo, ahorrar para poder seguir con mi viaje y mi tarea. De repente me parece más difícil.

Hizo una pausa. Se dio cuenta.

Pero soy una maleducada. Me llamo Mey'lle. Decidme si no os es molestia, ¿quién gobierna Emerisia? ¿Tiene grandes sanadores o una escuela de ellos?

- Vaya, sí que vienes de lejos - murmura el anciano con una sonrisa. - Pues Arlyn es el señor de la ciudad, duque de Emerisia. En cuanto a sanadores, tienes suerte de que haya un templo zalino allí. Supongo que con eso te debe valer, ¿no?

El hombre le hace una nueva seña a la niña que va con él para que se calme, ya que parece impaciente.

- Espero que encuentres lo que buscas, Rasha Ai. Siempre es una bendición cruzarme con un sanador - comenta haciéndote al final una leve reverencia inclinando la cabeza.

Mey asintió. No era su forma de curar. Ella tenía una aproximación diferente a la sanación de la sacerdotal pero un sanador era un sanador a fin de cuentas y seguro que tendrían puntos de encuentro. Aunque solo fuesen como orientación le serviría.

Seguro que me sirve.

Respondió.

El anciano elogió su profesión y Mey ofreció sus servicios aunque pensase que no iban a ser necesarios.

Si hay alguna dolencia que tengas y requiera tratamiento sólo debes mencionarlo, aunque pareces en buenas condiciones.

La niña no paraba de moverse, por lo visto todas aquellas formalidades le aburrían.

Y tú. Preguntó a la niña. ¿Qué ambiciones tienes? ¿Ayudarás con la carreta también cuando seas mayor?

Los niños se sienten importantes cuando son incluidos en las conversaciones de los adultos y por ello esperaba ganarse la simpatía de la niña.

La chica estaba a punto de contestarte cuando escuchaste un ruido a tu espalda. Al darte la vuelta observas a un hombre que se acerca por el camino. Al llegar junto a ti se echa la capucha hacia atrás revelando un rostro joven y apuesto y se atusa un poco el pelo, dibujando una sonrisa que pretende ser encantadora.

Quitando ese burdo intento de coqueteo, el desconocido va bastante demacrado y desaseado. Su ropa, sucia por el polvo del camino, tiene algunos rotos y parece haber vivido tiempos mejores. Tu ojo clínico te indica que no hace mucho que ha sufrido varias heridas aunque éstas ya están casi curadas.

- Hola - saluda. - Disculpa, ¿vas a la ciudad? Podemos hacer juntos el trayecto, si no te molesta.

Mientras tanto, el viejo y la niña permanecen en silencio observando la escena.

A Mey no le gustaba aquel hombre. Demasiada pinta de delincuente para que la impresión fuese errónea y sin Toer para protegerla se encontraba desvalida.

Instintivamente dio un paso atrás. No esperaba encontrar nadie más y se había sorprendido con el recién llegado y no le inspiraba confianza.

¿Quién sois vos? ¿Qué asuntos le llevan a Emerisia? Preguntó. Esperaba poder mantener las distancias con el extraño aunque sólo fuese al tratarle de usted. Trató sin embargo de no ser descortés. Buscaba en las ropas y atuendos del extraño alguna marca que le indicase origen o pertenencia, una insignia, un blasón, cualquier cosa que le diese una orientación sobre el extraño.

Mientras observas al extraño te das cuenta de que sí que va armado. Parece llevar una estilizada espada debajo de su capa así como un arco y un carcaj con flechas. Va cargado con una mochila bastante llena y un saco. Su ropa parece haber visto tiempos mejores y, como ya viste, tiene multitud de heridas antiguas.

- Estooo... disculpen - murmuró el extraño sintiéndose algo incómodo, - seguro que he sido un grosero. No quería molestarles - añadió haciendo una breve pausa. - Me llaman Sombragrís. Voy a la ciudad y... y me he entusiasmado al pensar que había reconocido a alguien. Pero, me he equivocado y les he molestado. No les importunaré más. Adios. 

Avergonzado, se cubrió con la capucha y se dispuso a seguir su camino.

Mey se sintió repentinamente culpable. Probablemente era una equivocación pero ver que se disponía a irse le hizo recordar que viajar sola era peligroso.

Señor... Sombragris. dijo Tal vez pueda usar la compañía. Me dirijo a Emerisia a falta de otro destino mejor. No soy una combatiente y el camino bien puede recorrerse acompañado. Si conocéis la zona tal vez me podáis decir algo de la ciudad a la que nos dirigimos... Si es que todavía buscáis compañía para el viaje.

Hizo una pausa

Tal vez me he comportado de un modo algo brusco.

Era lo más cercano a una disculpa que podía verbalizar en aquella situación.