...Allí te reuniste con los miembros de la expedición: Tyronne Williamson, Anthony Baldwin y los cuatro estudiantes. Los primeros días de exploración fueron los más amenos, pues la emoción del equipo era más que patente, y el entusiasmo con el que se acometía cada jornada solamente era mermado por el malestar generado por la infinidad de picaduras de mosquito que no había manera de evitar. Pero todo estaba saliendo a pedir de boca. Todo era perfecto, una expedición como otra cualquiera, con los cuatro novatos entusiasmados ante el alarde de conocimientos de los profesores y expertos que los guiaban en su primera incursión en una auténtica investigación de campo.
y de pronto, os visteis sumergidos en la más profunda oscuridad. Estaba oscuro como la boca del lobo. Corrías como si te fuera la vida en ello, tropezando con los árboles y las plantas, y sin saber qué había sido del resto. De pronto, tropezaste con una rama y caíste al suelo. Y la oscuridad se apoderó de ti.
Te despertaste gritando como un loco. No recordabas muy bien qué demonios habías soñado, pero sí recordabas que estabas de expedición y que de pronto te sentiste en peligro.
Encendiste la luz. En la mesilla aún descansaba el periódico del día, en el que se hablaba de la expedición estadounidense que había desaparecido en la jungla de la América Central. Cogiste el periódico y releíste la noticia. Estaba claro que tu pesadilla se había visto influenciada por el artículo que habías leído en tu cama justo antes de acostarte.
Williamson... Tyrone Williamson era un gran hombre. Lo habías conocido en una excavación, en Egipto, algunos años atrás. Era un tipo bastante insignificante en cuanto a su aspecto, pero que se hacía querer con facilidad. Tenías conocimiento de que sus alumnos solían idolatrarlo, principalmente por ser asequible a todo el mundo, por huir de la verborrea grandilocuente de todo gran erudito, siempre dispuesto a compartir sus conocimientos con los menos avezados, y de hacerlo con pasión y sencillez. Además, tenía algo de erudito despistado que lo hacía parecer entrañable a ojos de otros eruditos. Un hombre sencillo, muy culto pero campechano como pocos.
Releer la noticia te supuso de nuevo un malestar en el estómago. La expedición del gran hombre se había perdido en la jungla. ¿Caníbales? ¿Ladrones de antigüedades? Había gente sin escrúpulos capaces de cualquier cosa por obtener objetos con que comerciar en el mercado negro, y las antigüedades se pagaban muy bien.
La foto del periódico mostraba las caritas sonrientes de los estudiantes. Siempre era un dolor perder a una mente brillante como la de Williamson o la de Baldwin, pero a fin de cuentas, ambos ya tenían sus años, ya habían vivido. Pensar que quizás aquellos cuatro entusiasmados muchachos hubiese podido perder la vida... No era justo.
Apagaste la luz. Ya no hacía falta. Estaba amaneciendo, y parecía que iba a hacer una buena mañana, pues se veía el cielo despejado. Te levantaste para proceder a tu aseo diario, seguido de un copioso desayuno.
Mientras te tomabas un delicioso desayuno, entró un sirviente con una carta. Procedía de Arkham, en Estados Unidos, y venía lacrada con el sello oficial de la Universidad de Miskatonic. Parecía una misiva importante.
¡Menudo sueñecito!
Me desperté un poco nervioso. Había tenido una pesadilla horrible aunque no podía recordarla del todo.
Mientras desayunaba pensaba en esa pobre gente del periódico. Compañeros de profesión, muchachos jóvenes, desaparecidos sin más. A veces la vida es injusta. Muchos compañeros sufren accidentes y desaparecen en las expediciones, y es que aunque no lo parezca, la nuestra es una labor que conlleva ciertos riesgos.
Desayunaba tranquilamente cuando un chico se me acercó con una carta. Al ojear el sobre vi que el sello procedía de la Universidad de Miskatonic. Nada más verlo, me enderecé en la silla. Abría la carta rápidamente y me puse a leer. ¿Qué podrían querer de mí?
La carta decía lo siguiente:
Estimado Sr Heket,
Le escribo esta misiva de mi puño y letra para comentar una propuesta que estimo será de su agrado. Hace años que se conoce su interés por participar en alguna expedición en busca de ruinas Mayas o Aztecas, sin que por el momento haya sido posible.
Desde la Universidad de Miskatonic yo, Henry Armitage, tengo potestad para informarle de que en breve se pretende enviar una nueva expedición a la jungla del América Central. Es una mera expedición de rescate, pues supongo que ya habrá oído hablar de la que desapareció hace escasos quince días. No obstante, también le indico que una vez finalizada ésta, pretendemos proseguir con nuestras investigaciones desde el punto en que habían quedado antes de que desapareciera dicha expedición.
Su reputación como arqueólogo está fuera de toda duda, pero aún lo está más su fama mundial como egiptólogo de inconmensurable categoría. Conociendo su creciente interés en especializarse en otras culturas, confiamos en que esta propuesta procedente de la Universidad de Miskatonic sea de su agrado.
Todos los gastos de su trayecto y estancia hasta partir a Honduras correrían a cargo de la Universidad. Sus honorarios, aunque distarán de los que recibe ahora mismo, considero que serán de su agrado, pues de su mano vendrá la oportunidad que lleva tantos años aguardando.
Sería para la Universidad de Miskatonic un auténtico honor y un placer contar con usted entre nuestros máximos representantes de la Arqueología. Aguardo su respuesta con impaciencia, y con la satisfacción de prever un futuro trabajo en equipo entre una de las más prestigiosas universidades del mundo y el mejor egiptólogo del momento.
Suyo atentamente
Henry Armitage
Henry Armitage era el mandamás dentro de la Universidad de Miskatonic. Era un auténtico erudito, una figura respetable y respetada tanto por profesores como por estudiantes. Gracias a él se había impulsado el trabajo de campo constante entre el estudiantado, lo cual proporcionaba una experiencia y unos conocimientos a los alumnos que colocaban a dicha universidad entre la élite académica. Desde luego, muchas figuras de la arqueología, tanto emergentes como consolidadas, habían unido sus caminos a la de dicha univesidad por el prestigio que ello conllevaba. Además, el centro académico poseía unos fondos sublimes capaces de colmar los deseos de todo investigador de campo.
Y llevabas tiempo buscando esa posibilidad, el poder abandonar por un tiempo Egipto y centrarte en otros campos arqueológicos. Los mayas y aztecas siempre te habían parecido dos de las posibilidades más apetecibles para cualquier investigador con un mínimo de sentido común. Cierto era que el tener que cumplir con una expedición de rescate como trámite para obtener dicha plaza era algo bien poco fascinante, pero también era cierto que se trataba de la desaparición de un hombre a quien habías tratado y con quien habías congeniado, el bueno de Williamson.
Leí la carta con mucha atención. No era el trabajo que estaba esperando, pero era un comienzo. Cogí una hoja en blanco, mi pluma y comencé a escribir una breve respuesta.
Estimado señor Armitage:
Es un honor que haya pensado en mí para esta expedición y será un placer participar en este viaje. Es una gran oportunidad y espero esta a la altura de las espectativas que hayan depositado en mi trabajo.
Partiré hacia Miskatonic de inmediato para unirme al resto del grupo.
Atentamente,
Omar Heket
Llamé al chico que me había traído la carta y le di el sobre con la respuesta. Le dije que debía enviarla de inmediato. Cuando se marchó, me dispuse a hacer la maleta. Poca cosa iba a llevar. Dos pantalones, dos o tres camisas, ropa interior, mi neceser, mis herramientas de arqueología... Una única maleta que resultase lo más ligera posible. Aunque no era exactamente el trabajo que yo andaba buscando, estaba bastante emocionado. Era un cambio radical en mi rutina y mi trabajo y estaba deseando empezar.