Duele más de lo normal, preparar en mi lengua la respuesta ya mil veces dicha: “no, no tengo novio”… Hoy, que no tengo ni novio ni mejor amiga, duele más que nunca. Por eso, y por la sensación de su barba en la sensible piel de mi cuello, en vez de contestar con palabras lo hago con un sonido inespecífico que escapa de mi garganta.
Es como un embrujo, muy efectivo a todo esto. La cercanía de su rostro separa mis labios a tiempo de encajarse con los suyos, consiguiendo que me derrita en su promesa de hacer sólo lo que yo quiera. Sé que puedo hacer mucho sin necesidad de acabar totalmente desnuda.
Los tíos exigen mucho de las chicas, a menudo sin nada a cambio. Sus palabras, su beso, todavía comedido y adecuado al público, me anima a arriesgarme y dejarle una caricia más evidente sobre el pantalón antes de separarme.
— Nunca he estado en una habitación del Empire… —insinúo, volviendo a mi copa para apurarla un poco.