A la noche aún le restaba algo de tiempo, antes de que el fulgor del sol que empezase a filtrar por encima del horizonte escarpado de las montañas. Cualquier otra noche me habría retirado ya a mis aposentos, donde disfrutaría de algo de sanguinolenta intimidad junto a mi esposa antes de abandonarnos ambos al letargo diurno. Aquella noche, sin embargo, mi dama de cabello escarlata tendría que aguardar un poco más.
Caminé por encima de las murallas del castillo con aire ausente, pensativo. La reunión con el Amo se había postergado demasiado, y su decisión final, si bien me satisfacía, no dejaba de resultar peligrosa. De entre sus chiquillos, me había elegido precisamente a mí para aquella misión, y eso traería consecuencias. Todo las tenía, y la competencia por su favor era feroz. Ser el elegido me ponía en ventaja, pero también me alejaba de su lado, un lugar junto a su trono que otro ocuparía para susurrarle en mi contra. ¿Qué encontraría a mi regreso? Era difícil preverlo. Lo que sí sabía era que acometer aquella tarea me brindaría una posición de privilegio que tendría que saber administrar. Porque me otorgaba ventaja, pero también me convertía en objetivo. Poder y enemigos, ambas cosas siempre iban de la mano.
Iba a ser una larga temporada lejos de las tierras del voivodato. Debía viajar hasta la lejana Venecia, una tierra en exceso refinada donde los puñales traicioneros mataban más que las hachas y las pesadas espadas. Allí se decidía el destino de una nueva Cruzada, convocada por el máximo representante de los siervos de Cristo. El Amo desconocía los planes de tal empresa, pues las noticias tardaban demasiado en llegar hasta nuestras tierras y, cuando lo hacían, era de forma incompleta. Pero ninguno de nosotros deseaba ver a un ejército cristiano cruzando las salvajes tierras de Transilvania en dirección a Tierra Santa. Lo más probable era que se buscase otra ruta más directa, pero no faltaban los voivodas que iban a enviar representantes para tratar de decantar los planes de la Cruzada a sus intereses personales. Mi misión era acudir en representación de mi Amo y evitar que propuesta alguna de enviar las tropas por tierra a través del Reino de Hungría pudiera prosperar. ¿Por qué había sido yo el elegido para tal tarea? Contaba con hermanos que disponían de mayor labia y capacidad política. Sin embargo, el Amo confiaba más en mi capacidad para anticiparme a los planes de otros que en la de mis hermanos para contrarrestarlos. Yo, sin embargo, me sentía ligeramente fuera del agua, en una situación así. Pero era una gran oportunidad, y las buenas oportunidades no se dejaban escapar.
A la noche siguiente Slotan Bratovich quería tener otro encuentro con su hijo. La reunión de la noche anterior había sido rápida y directa, igual que una puñalada, no había dejado tiempo de pensar. Pero ahora, tras un día de reflexión, el voivoda del castillo quería tratar más calmadamente los pormenores de la misión.
El voivoda esperaba sentado en su trono de hueso y cuero, hueso y cuero arrebatado a sus antiguos enemigos. Hijo mío, veo duda en tu alma. Sus ojos azules leían tu mente y la diseccionaban para buscar tus más oscuros secretos. Un lobo nunca duda, la duda lleva a la muerte. ¡No te crees digno de esta misión! Estallo en uno de sus múltiples brotes de ira.
Ser convocado de nuevo a la sala del trono no era ni mucho menos frecuente. Dos veces en dos noches seguidas... Los Chiquillos de Slogan estábamos acostumbrados a competir por sus atenciones, sabedores de que sentarse a su diestra representaba una inimaginable posición de poder en el interior de su voivodato. Estaba seguro de que, si bien el encargo que me había encomendado la noche anterior ya me había granjeado enemistades entre la prole de nuestro Sire, aquella segunda entrevista representaba un aún mayor foco de envidia entre los míos. Como una diana en mi espalda, para la traición.
Una diana protegida por un resistente escudo, por otra parte.
Y es que mi recién adquirida posición me protegía hasta cierto punto de los ardides de mis hermanos, amparado bajo el ala membranosa de nuestro Sire. Era la posibilidad de que éste retirase ese ala lo que representaba el verdadero peligro. No cabía dudar de que, si perdía su favor, renacería la vieja rivalidad.
Por ello, precisamente, el repentino brote de ira de mi Sire representaba un peligro tan grande. No por lo que él pudiera hacer, sino por lo que harían los demás. Contaba con el favor de mi esposa, pero no sería suficiente.
El lobo no duda porque no piensa, Padre. -Repliqué a mi maestro, tratando de reconducir la situación- Pero tú me enseñaste la importancia de meditar cada paso. Sin embargo, no es de mi propia valía de lo que dudo. Soy digno de la tarea, pero... -Me detuve un instante antes de proseguir- ...todos lo somos, ¿no es así? Slotan Bratovich no abraza a necios ni inútiles. Por lo tanto, has elegido en función de nuestros puntos fuertes y débiles, porque cada uno de nosotros afrontaríamos tu encargo a nuestra particular manera. -Le miré fijamente a sus ojos azules, una mirada sin vida tras la que se ocultaba lo que yo ya sabía una intensa inteligencia que no lograba escrutar- Tal como describiste la misión, pareciera que sería importante hablar en público y convencer a otros con ello. Sin embargo, otros hablan mejor que yo, con lenguas viperinas y sagaces, afiladas como puñales traicioneros. Yo he sido elegido en lugar de ellos, y eso hace que me pregunté... si hay algo que sepas de lo que se cuece en esa ciudad inundada, algo que no hayas compartido aún y que explique tu decisión.
Muy bien muy chiquillo, te he ensañado bien. Mis palabras no han caído en saco roto. Dice con tono correcto antes de que uno de sus comunes exabruptos destruya todo rastro de conversación normal. ¡Calla insolente! Era un rasgo común en Slotan sus múltiples salidas de tono, incluso muchos de sus hijos habían heredado ese rasgos. Este defecto inhabilitaba a Slotan en las cortes de Europa occidental, cortes con protocolos donde las palabras valía más que la fuerza y sus salidas de tono y amenazas lo descalificarían por completo. Pero en las cortes de Europa oriental era otra cosa, la fuerza y las amenazas aun podían más que la simple palabra. Esos insolentes caballeros occidentales están decididos en conquistar de nuevo Jerusalén. ¿Y sabes qué? Una de sus rutas pasa por nuestras tierras, por las tierras de nuestros antepasados, regada por la sangre de nuestra familia. ¡No permitiere que sus botas mancillen nuestras tierras! Parte a Venecia e infórmate de que tratan de hacer esos comeflores, y si es posible, impide que pasen por nuestro reino. Infórmame de todo lo que esa caterva de paletos quiere hacer.
Puedes seguir charlando con tu queridísimo sire, o empezar a realizar los preparativos para el viaje.
A pesar de que no reaccioné en manera alguna a los halagos de mi Sire, mis ojos se entrecerraron ligeramente ante el exabrupto de mi maestro. Aún no dominaba completamente el arte de ocultar mis propios pensamientos y percepciones, aunque mi esposa afirmaba que mis progresos en dicha materia estaban resultando prometedores, y eso era algo que a ella se le daba realmente bien.
Se hará como dices, Padre. -Indiqué inclinando mi cabeza en señal de sumisión en cuanto explicó sus designios, a pesar de ser consciente de que, realmente, no había aportado mayores explicaciones que las que había compartido conmigo anteriormente, a pesar de mis palabras. Pero sabía perfectamente lo contraproducente que resultaba insistir a Slotan el Diseccionador- Con tu permiso, me llevaré a un miembro de los Szantovich conmigo. Es un camino largo hasta Venecia, me serán necesarios sus servicios. Me llevaría a Jensi, si te parece bien. -Indiqué, aguardando su permiso antes de retirarme.
Haz conforme a tu voluntad, porque tus logros serán solo tuyos al igual que tus fracasos serán solo tuyos. Con el eco de la frase lapidaria de tu sire saliste al patio donde encontraste a Jensi Szantovich entretenido en tareas menores.
En ese momento, Jensi estaba dando instrucciones a los sirvientes para el acopio de provisiones para la temporada. Acompañaba sus órdenes con golpes de fusta. Vagos, trabajar. Entonces la fusta silbaba en el aire. El simple silbido del instrumento de madera y cuero servía para azuzar a los sirvientes que en múltiples ocasiones ya habían sentido el cuero en sus carnes.
Al ver que te acercabas al patio, el escudero dejo sus quehaceres y se acercó. ¿Mi señor, nuevas órdenes de nuestro Voivoda?
Comenta si quieres hacer algo más antes de iniciar el viaje, o también, como planeas el viaje. También puedes seguir hablando con gente del castillo. Lo que consideres más oportuno, tampoco te alargues demasiado.
Tomé buena nota de la advertencia de mi Sire. El éxito en aquella empresa me ensalzaría, pero un fracaso me haría caer. Sin duda, era la mía una jugada arriesgada, pero no la había elegido yo, de modo que no tenía sentido meditar acerca de ello.
Inclinándome ante mi Señor, abandoné la sala del trono para comenzar los preparativos. Lo primero que hice fue acudir en busca del Aparecido al que tenía intención de reclutar para la tarea. No era que confiase ciegamente en él ni le considerase infalible, pero de entre aquellos sirvientes que había llegado a conocer en el voivodato de Padre, era sin duda la elección que consideraba más sensata. Un joven hábil y con proyección, deseoso de ganar puntos para trascender a una no vida inmortal.
Nuevas órdenes, en efecto. –Indiqué con seriedad, aguardando a que los sirvientes se alejasen cumpliendo las indicaciones recibidas para hablar con mayor intimidad. Después de todo, se trataba de asuntos trascendentes y no me faltaban rivales entre aquellos muros- Debo partir lejos de nuestro hogar, a Venecia. Vendrás conmigo, serás mi asistente y escudero, mis ojos y mis oídos cuando no esté, y mi custodio durante los días. Es una gran oportunidad para ambos. –Le dije, con mayor firmeza que empatía por sus necesidades o deseos- Encárgate de los preparativos. Transporte, provisiones, un alojamiento adecuado… También te haré entrega de varias sacas que deberás custodiar y mantener a buen recaudo, tierra sagrada que debo llevar conmigo. Las protegerás con tu vida. –Por supuesto, nada le dije de que las sacas que le entregaría no serían las únicas. Un inmortal con la sangre de los demonios nunca era demasiado previsor en lo referente a las necesidades de su letargo diurno. Pero era importante contar con un plan de contingencia, y dejar que mi siervo se creyera más importante de lo que realmente era.
El viaje por los destartalados caminos de montaña se hizo largo, estos caminos estrechos estaban pensados para el paso de mulas o caballos no para el paso de los grandes carruajes de viaje. Una vez en las llanuras fluviales de Hungría el viaje se hizo mucho más rápido y cómodo, los caminos estaban debidamente acondicionados, muchos de ellos databan de tiempo de los romanos, y abundaban las posadas y los pueblos donde hospedarse.
El viaje transcurrió sin ningún incidente reseñable, un par de salteadores de caminos y algún intento de timo en un par de posadas. Tras varias semanas de viaje llegasteis a la orilla del lago de Venecia donde se encontraban los embarcaderos.
Envuelta en la niebla, en mitad de la laguna, una amalgama de islas naturales artificiales y naturales forman la serenísima ciudad de Venecia. Una pequeña barca negra se encontraba atracada en el embarcadero, en ella había solo un hombre que hacía las veces de remero y de timonel. El hombre grito en una mezcla de latín, italiano y romance. ¿Alguien quiere ser llevado a la città? Le ponte está cerrado por la notte.
Deja indicado en la ficha, el número de sacos de tierra que lleva y su distribución. Cuantos llevas tú, y cuantos lleva tu sirviente.
Nada de cuanto aconteció durante la larga marcha que suponía aquel viaje supuso un verdadero reto. Muy al contrario, resultaba extremadamente tedioso. Los salteadores de caminos eran gentes de escasa voluntad y menor habilidad, que apenas merecían el esfuerzo de extinguir sus vidas personalmente. Uno de aquellos asaltos lo dirimió Jensi personalmente, mientras yo observaba analizando minuciosamente a mi sirviente y sus facultades. En el segundo asalto, sin embargo, sentí prontamente que sería demasiado para él, y decidí intervenir antes de que la cosa se descontrolase. Aquella noche me alimenté bien.
El pobre intento de timarnos en una posada en mitad del camino fue incluso más tedioso, pero me obligué a verlo como una nueva oportunidad de comprobar el valor de mi siervo. Adopté, como era en mí costumbre, la silenciosa actitud de quien aguarda en un segundo plano, dejando que los demás hablen. Observando, escuchando, desvelando los misterios de quienes dejan ver más de lo que desean. Con un par de susurros, permití que Jensi se encargase de la situación con el poder del conocimiento. Era como disponer las piezas sobre el tablero, adelantándose a los movimientos del contrario. Era una de las cosas que compartía con Padre, su gusto por aquel juego que había llegado a nuestras tierras a través de los intercambios con el Imperio Otomano, el ajedrez. No era el único de sus chiquillos al que gustaba jugar con él, pero sí aquel que más complicado se lo ponía, pues ambos convertíamos aquel juego en un choque de voluntades y astucia, más allá de simples jugadas.
Finalmente, habíamos llegado a nuestro destino. Ante nosotros, oculta por la niebla, se encontraba la ciudad de Venecia, y para mi desagrado pronto descubrimos que el puente se encontraba cerrado al tráfico por la noche, por lo que atravesar esas aguas mediante una embarcación se hacía indispensable.
Jensi... -Indiqué a mi escudero, haciéndole un gesto para que se acercase, y de ese modo poder hablarle sin tener que alzar demasiado la voz- ...dispón que lleven nuestras cosas durante el día a la morada que habrás reservado. -Le ordené, asumiendo premeditadamente que se habría ocupado de tales cuestiones previamente, tal como le había dado indicaciones- Nosotros iremos a la ciudad ahora, en barca.
Claro, prego. Indico el hombre mientras acomodaba la barca para partir. ¿Palazzo Ducal? Pregunto una vez te encontraste asentado en el fondo de la estrecha embarcación. Con mano hábil el marinero comenzó a maniobrar la barca hacia la ciudad mientras silbaba y tarareaba una pequeña copla.
La góndola, que era como se llamaba aquella curiosa embarcación, se encamino por uno de los dos canales principales de la ciudad, el canal de San Marco. El canal estaba atestado de barcas de muy diversos tamaños y boato. Había pequeñas embarcaciones de pescadores junto a grandes galeras con acabados repujados en pan de oro, o sobrios navíos mercantes junto a góndolas con doseles de seda. Los edificios que bordeaban el canal eran lujosos palacios de mármol sujetos sobre pilares de madera con sus propios embarcaderos.
El gondolero se acercó a uno de los embarcaderos, este no daba ninguno de los Palazzo si no a una gran plaza repleta de gente. Tras pagar al barquero, este se alejó dejándote libre para pasear por la Piazza de San Marcos donde se encontraba la Basílica de San Marcos y el Palacio Ducal.
Comienzas a caminar por la plaza cuando de repente una pequeña niña choca contra ti y cae al suelo. Parece haberse hecho daño pero presta se levanta y recoge las flores que se le han caído. Rápidamente, con ojos consumidos por el hambre y la falta de sueño, te ofrece una flor que coloca en tu abrigo y te tiende la mano en espera de una limosna. Prego...
Aquel lugar resultaba muy extraño. No estaba acostumbrado a emplear embarcaciones sino principalmente para vadear alguno de los ríos que cruzaban mis tierras natales, y esporádicamente para remontarlos evitando así caminos demasiado escarpados. Pero Venecia parecía una ciudad construida para ser recorrida a bordo de una de aquellas embarcaciones, que por allí se hacían llamar "góndolas". Eso creaba una ciudad de canales, más que calles, en que todo el mundo viajaba por agua.
No sólo era extranjero, sino que me sentía procedente de un mundo extraordinariamente diferente.
El gondolero nos dejó en lo que parecía una gran plaza, por la que comencé a caminar con mi escudero tras de mí. Había mucha gente, demasiada para mi gusto, especialmente porque las aglomeraciones me recordaban a la guerra, a la cruel y dolorosa batalla en que me había granjeado las atenciones de Padre. Una batalla en que la sangre y el barro se fundían mientras los hombres nos agolpábamos tan fuerte que apenas había espacio para respirar. Aún así, había logrado sobrevivir a ello, saliendo victorioso.
De pronto, algo o alguien chocó conmigo. Una niña, a quien se le caen unas flores al suelo. Fruncí el ceño, observándola, y tan sólo enarqué una ceja cuando se alzó para poner una de aquellas flores sobre mi ropa. Aquella muestra de color no iba conmigo, como tampoco con la tierra y el voivodato al que representaba. Sin embargo, el gesto de la mortal no me resultó indiferente. Me quité la flor y se la tendí a Jensi.
Encárgate. -Le indiqué con seriedad, haciéndole un gesto para que se ocupase de entregar algo de limosna a la pequeña, antes de proseguir.
Jensi intercambio un par de palabras con la campesina, le dio una limosna y le prometió otra si encontraba un alojamiento discreto. A lo que la niña contesto con un movimiento de cabeza y comenzó a andar.
Alumbrados por antorchas de pez y resina, que la humedad rodeaba de halos de luz difusa, la campesina comenzó su deambular. Después de cruzar la Piazza de San Marcos la chiquilla torció a la derecha, tomando una de las calles por las que mayor multitud deambulaba. Seguías a la niña que viva como un hurón: tres pasos por delante, sorteaba a la gente y empinándose en ocasiones sobre las puntas de sus desgastados zapatos para distinguirlo a lo lejos el rumbo. La calle hervía de gente como piojos en cabeza de soldado, era pasmoso el bullicio y la intensa vida que lo llenaban todo, la gente a pie y la extraña ausencia de coches, carrozas y caballerías.
La chica recorrió varias calles y puentes hasta llegar a la calle que los venecianos llaman de la Mandola, muy larga y animada; y antes de llegar al campo de San Ángelo, en un cruce de calles más estrechas, sumiéndose en las sombras que allí eran espesas la niña continuo su camino cruzando un estrecho puente y desaparecer al otro lado, bajo un soportal que cubría toda la calle, y en cuya embocadura una luz rojiza iluminaba, sobre una puerta en forma de arco.
La campesina insistió en que entrarais en el interior de la posada unas pocas sombras inmóviles en el contraluz de las velas: negras siluetas masculinas y femeninas sentadas en mesas y reservado. Sonaban susurros, risas contenidas, murmullos de conversación.
Analicé el comportamiento de Jensi en silencio, sin hacer el menor gesto. De hecho, me guardé mi desagrado para mí, para mejor ocasión en que compartirlo, cuando estuviéramos a solas y pudiera aleccionarle. Esperaba, sinceramente, que nuestro alojamiento estuviera cerrado junto al resto de preparativos de nuestro viaje, y no que quedase a merced de la improvisación en el último instante. Aún así, la improvisación había sido correcta, de modo que el balance permanecía en un cierto equilibrio. Uno que debería ocuparme de gestionar y alzar hacia la grandeza que se esperaba de alguien que podría compartir la sangre de los demonios.
Fuimos guiados por aquella campesina a través de las calles atestadas. Acababa de llegar a Venecia y ya añoraba mi Transilvania natal, con sus campos despoblados, sus aldeas recónditas y sus frías fortalezas. Afortunadamente, la campesina nos guió hasta un lugar más discreto, de acceso sinuoso, a lo que parecía ser una posada no demasiado frecuentada.
Parece un lugar adecuado... -Comenté a Jensi, mostrándole mi conformidad con el lugar.
Si. Contesta desinteresadamente tu sirviente mientras mira el ambiente de la sala, Jensi nunca había estado en una posada como esa.
Cierro escena