La breve travesía marítima trae a mi memoria recuerdos de mi viaje cruzando el estrecho del Bósforo cien años atrás. Carecíamos de organización y disciplina pero estábamos llenos de fe. Y también de necesidades. El emperador de Bizancio, que tan fervorosamente había suplicado nuestro auxilio, no nos quería en su ciudad. No quería alimentarnos, ni permitir que tomáramos por la fuerza lo que por derecho era nuestro de modo que nos envió en pleno mes de agosto hasta el campo de Civetot.
Algo más de dos meses aguantamos allí, antes de que las mentiras de los turcos selyúcidas nos destruyeran. Los cruzados franceses habían realizado provechosas incursiones de saqueo en torno a la ciudad de Nicea. Los alemanes, decididos a demostrar que aunque éramos menos en número no lo éramos en osadía, asediamos el fuerte turco de Xerigordos para establecer una base permanente que nos permitiera tomar Nicea más adelante.
Con la ayuda de Dios lo conquistamos en una gloriosa batalla, pero tres días después las tornas se volvieron contra nosotros. No estábamos preparados para un contraataque tan veloz por parte de los infieles y nos encontramos cercados por un ejército muy superior al nuestro. Atrapados en una fortaleza sin agua, resistimos durante ocho días la sed y la lluvia de flechas y humo de los turcos.
Estábamos tan angustiados por la sed que desangramos nuestros caballos y asnos y bebimos su sangre; algunos miccionaban en las manos ahuecadas de sus camaradas y estos bebían sus orines; y había incluso quienes excavaban la tierra húmeda y se tumbaban de espaldas en ella, extendiéndola después sobre sus pechos para aliviar el tormento de la deshidratación.
Ocho días. Nos rendimos. Los cruzados que prometieron convertirse al Islam fueron entonces tomados como esclavos; los que no abjuraron de la fe verdadera, ejecutados allí mismo. Yo permanecí escondido hasta la caída de la noche y el buen Dios quiso que escapase en solitario, dejando tras de mí dos turcos malheridos y otro asesinado. A este último le robé las provisiones e intenté regresar con ellas al campamento de Civetot para informar a mis hermanos en Cristo de lo sucedido.
Logré llegar, pero demasiado tarde...
Cierro los ojos como si así pudiera huir de los espantosos recuerdos, pero es imposible; están grabados a fuego en mi memoria. Por fortuna, nuestro viaje toca a su fin antes de que las imágenes que me acosan me hagan perder la razón.
Mis manos se aferran con fuerza a la escala de cuerda, con la desesperación de un hombre que está siendo tragado por las arenas movedizas, y escalo por ella tratando de alcanzar la cubierta.
—Vive Cristo en la fe de nuestros corazones —replico al impertinente que osa importunarme con su pregunta, al tiempo que redoblo mis esfuerzos por llegar al fin de la escala. Mi humor solo ha ido empeorando por momentos—. Por todos los Santos que arrojaré al mar a cualquiera que se atreva a ponerme una mano encima.
A Andra no la gustaban los barcos, la traían malos recuerdos de como llegó a estas tierras impías. No podía culparla, puesto que no creo que yo hubiese sobrevivido a su infierno personal. Me soprendía que no se hubiera vuelto loca después de vivir todo aquello. Mientras nos balanceábamos en aquella barca, me venían a mi cabeza sus palabras, contándome el horror vivido en aquel barco que la sacó de la cilivización y la trajo a la Tierra Santa, hogar de los infieles.
Las violaciones se sucedían día tras día. Los hombres que se encargaban de protegerlas y de que llegasen sanas y salvas, eran los mismos que, aburridos por la travesía, hacían uso de su cuerpo una y otra vez, llegando incluso a cobrarle a los marineros por yacer con ella en la cama.
Miré hacia el horizonte, tratando de olvidar aquellos relatos observando el cielo y las estrellas. Andra estaba disgustada y dolida. Guardaba silencio, quizás demasiado incluso para ser ella. Un gemido me hizo mirar al cruzado y luego al barquero, dándome cuenta de que ambos estaban en silencio. Eran Andra quien lloraba. - Todo eso pasó, ahora estás a salvo. - La susurré, tratando de aliviarla, pero no me contestó y se refugió en el lugar más hondo que pudo.
Las fuertes sacudidas del oleaje sobre la barca, me asustaron en algunas ocasiones. Sabía que no podía morir ahogado, pero no sabía nadar ni la profundidad de esas aguas... ni hasta donde llegaría la luz del sol, lo que más temía. Pero ver el barco a nuestro frente me hizo pensar en que pronto estaríamos abordo y olvidé la profundidad del mar.
La urca se alzaba ya a nuestro lado y pude escuchar como una cuerda golpeaba la estructura de madera y como el pago caía en la barca. El cruzado no se lo pensó dos veces y se encaramó a la escalera de cuerda. Mi instinto de ratero me hizo pensarme durante unos segundos el tratar de buscar la bolsa antes de huir por aquella escalera, pero cuando vi al cruzado ascender tan deprisa y con tanta soltura, me encaramé a la misma siguiendo sus pasos. Escuchar aquella voz me hizo comenzar a temblar, pero el cruzado parece no conocer el miedo y le sigo en silencio, esperando llegar a lo alto y tener sombras donde esfumarme de los ojos de los mortales.
¿Es así la manera que tiene de presentarse un buen cristiano? Más que cristiano parecéis sarraceno. ¡Rápido, subir! Tras subir por la escalera de cuerda os encontráis en cubierta con un grupo de caballeros hospitalarios todos ellos ataviados con sus armaduras y sus armas. No sois Tulio ni Nicodemo. ¿Qué ha pasado? ¿Quiénes sois?
Podéis dirigiros a mí como Caballero Gauthier De Dapipiere.
La grave ofensa del Hospitalario me espolea y me da nuevos bríos para trepar por la escala de cuerda hasta la cubierta. Una vez allí, fuera de mí, agarro al deslenguado Gauthier y lo levanto por encima de mi cabeza con facilidad incluso con el peso añadido de su armadura. Mis manos, las mismas manos que han doblado rastrillos de las fortalezas infieles y derribado sus puertas, lo aplastan, haciendo que el acero que debería proteger su cuerpo se clave dolorosamente en su carne. Si quisiera, podría quebrarlo con facilidad y arrojar sus despojos al mar, donde su hundiría como una piedra.
—Si volvéis a llamarme sarraceno, francés —en mis labios esta palabra suena más a insulto que a gentilicio—, no viviréis para hacerlo una tercera. Sabed todos que nuestros hermanos Tulio y Nicodemo han sido asesinados por un demonio infiel, a que mi compañero y yo hemos puesto en fuga. Sabed también que he combatido por la liberación de los Santos Lugares durante más tiempo del que ninguno de vosotros podría imaginar y luchado en la última Cruzada junto al Corazón de León, de modo que no toleraré que mi devoción por la causa sea puesta en entredicho. Os exijo, Gauthier De Dapipiere, que os retractéis públicamente de vuestras palabras u os atengáis a las consecuencias de vuestro ultraje.
La madera con la que estaba construido el barco, crugía con cada ola que lo movía. Yo no me atrevía a mirar hacia abajo, hacia el mar y su oleaje y el único camino que me quedaba era el de subida. Camino que seguí tras el cruzado y su respuesta. Una vez en lo alto del barco, antes si quiera de pisar la cubierta y buscar una sombra donde cobijarme, aquel hombre decidió responder al cruzado de una manera demasiado... grosera. El cruzado no tardó en sentirse insultado y así se lo hizo saber al caballero que se dio cuenta al vernos, que no éramos los pasajeros que esperaban.
Doy un paso atrás cuando veo con que extraordinaria facilidad el cruzado recién despertado, eleva a aquel caballero del suelo usando simplemente sus manos y observo como su armadura se dobla y clava sobre su cuerpo. Andra también lo ve y sale de su escondite para disfrutar de aquello. - Acércate más, no lo veo bien. ¿Ya le hizo sangrar? Que sangre... que pague por lo que otros me hicieron. - Dijo con cierto sadismo en su voz. Pero lo cierto era que el cruzado me daba el miedo suficiente como para no atreverme a ponerme a su lado en aquel momento.
Pero tampoco podía permitir que le matase. Se nos echaría toda la tripulación encima. - Mi señor, por favor. Estoy seguro de que el caballero... - Miré a los ojos del hombre unos segundos, puesto que no recordaba su nombre. - ... ha entendido perfectamente el mensaje. Sin duda no sabe con quien está hablando. - No tu tampoco. - Me recriminó Andra.- Pero sabrá de la importancia de nuestra misión y de la urgencia de salir de estas tierras... - ¿Te estás escuchando? ¿Sabes lo que estás diciendo? - Me preguntó Andra tras oirme hablar, pero no la respondí, no quería preocuparla más diciéndola que realmente no sabía ni de lo que hablaba en ese momento.
La crispación era patente en Gauthier, que bajo la mano apoyándola sobre el pomo de su espada. Este mínimo gesto cotidiano fue mal interpretado por uno de los cruzados que desenvaino su espada. Lo que continúo fue un baño de sangre, los humanos que atestaban el barco no eran rivales para los dos condenados. En menos de media hora todas las cubiertas del barco estaban cubiertos por dos dedos de sangre, y el preciado líquido rojo se precipitaba al mar por los imbornales de la borda.
Lejos de haber conseguido una victoria, los dos vampiros se habían condenado. Ninguno de los dos tenía conocimientos de marinería, y a pesar de sus cualidades sobrenaturales, dos personas eran una tripulación ínfima para manejar una embarcación de dichas envergaduras. El barco permaneció a la deriva hasta que la tormenta que se avecinaba lo hundió. Los dos condenados se hundieron como piedras en las aguas del mar mediterráneo quedando enterrados en sus nuevas tumbas marinas por los siglos.
-Fin-