Partida Rol por web

El bárbaro, contra su costumbre intentó atacar a distancia. Tenía fuerza, tenía el arma, pero evidentemente no lo que no tenía era práctica, así que no pudo asestar el golpe que hubiera querido.

El oso lechuza, mientras tanto, con sus ojitos rojos iba eligiendo a quien destripar primero.

Menzo también había oido historias terribles contadas por los más ancianos y ante la visión de una de ellas a tan poca distancia le hizo estremecerse. Quizás Gliriel tuviera toda la razón y la opción más inteligente hubiera sido salir corriendo sin echar la vista atrás, pero la suerte estaba echada.
El mediano comenzó a girar su honda. La honda produjo un sonido suave y unas luces verdes cual luciernagas, bailaban en torno al cuero que giraba en torno a su cabeza.Mientras, en la otra mano, Menzo tenía la otra bala para realizar su doble disparo de la manera más rápida y certera posible.

El elfo se busca una buena situación para lanzar su flecha, pero parece que el "respeto" que le produce la criatura no le permitió apuntar adecuadamente.

¡Ecthelion has quedado muy al descubierto! ¡Qué alguien le cubra!

Los dos rápidos balazos de, mediano impactaron con fuerza en el monstruo dejando a su paso algunas plumas congeladas por efecto de la magia que la honda inbuía en sus proyectiles. COn todo el bicho siguió rugiendo y prepararándose para destripar al primero que se pusiera a tiro.

El elfo intentó ayidar con su arco pero su disparo no fue tan preciso como hubiera querido.

Kuznak se mueve por la espesura a gran velocidad y se acerca a Ecthelion, mientras Gliriel apunta y dispara a la criatura. El disparo impactó en el cuerpo del ser, pero parece que el mismo solo sintió un rasguño.
Ecthelion, alejate, parece que estás lejos de él, pero es veloz, y te va a alcanzar.

Parecía que los honderos, poco a poco, iban ajustando su puntería. Sin embargo el oso - lechuza, seguía sin dar muestras de fatiga. Sus rugidos resonaban en el claro, mientras la bestia seguía analizando cual sería el objetivo de su ataque.

Las advertencias de sus compañeros, Gliriel y Rakas, han hecho mella en el clérigo que se ve superado por la situación, aún no siendo consciente del peligro que acechan sus vidas.

Hay algo raro en esto.

Por un lado estaba el druida. Gliadel había oído algo sobre los druidas en el monasterio. Le habían dicho que nadie sabe más sobre el bosque y sus misterios que ellos.
Tampoco sabía hasta que punto era esto cierto, apenas conocía a Gliriel desde hace unas horas, pero conocía lo suficiente de él para saber que su emotividad no se correspondía a veces con la realidad.

Además, él no vio como Rakas acabó con ese engendro peludo al que llamaban Osgo. Le está desestimando.

Sin embargo, el fugaz miedo que vio en la cara de su amigo al comprender con que tipo de criatura se iban a enfrentar le caló hondo. Aún con eso se le veía muy dispuesto para la lucha a Rakas.

Si, no hay mejor combatiente que él. Si el piensa que podemos es que podemos.

Para su desgracia, de lo que no tiene pleno conocimiento el chico es de la magnitud y temeridad del bárbaro a la hora de la lucha. Si sobreviven, ya tendrá tiempo de aprenderlo, y quizás, de admirarlo más por ello.

Si tenemos alguna oportunidad de salvar a esos hombres tenemos que hacerlo, por muy feo que sea este bicho. Punto.

Resuelto para la batalla, el joven separa y dobla levemente las piernas como le había enseñado su instructor de lucha Galezas. Su poca experiencia fuera de la vida de los impenetrables muros de piedra del monasterio le sobrecoge, y le lleva a dejar la iniciativa del combate a los más experimentados.
Lo que no sabe, es que él y sus compañeros se disponen a parar una locomotora en marcha con las manos desnudas. Que Pelor les ayude.

Que Pelor nos ayude.

Finalmente el oso lechuza pasó a la acción. COn un sonoro rugido cargo contra el pícaro que se había adelantado para disparar con su ballesta.

El golpe de sus garras fue tremendo, causando un enorme tajo en el pecho de Arza que le atravesó, incluso, la armadura. Sin embargo eso no fue todo, aprovechando su tamaño y sus enormes brazos intentó retener al semielfo, apretando con fuerza sus brazos e impidiendole moverse.

¡ATACA KUZNAK!-la orden le salió involuntariamente mientras miraba sufrir a Arza. El mordisco penetró en la pierna del oso-lechuza dejando brotar sangre. ¡Muy bien!

Luego vuelve a mirar al picaro.
¡Os dije que es veloz! ¡maldición!

El hechicero ve como el oso-lechuza golpea a Arza
Joder tengo que protegerme
Sigue mis pasos y te ayudare
Vale
Con una sucesión de movimientos se toca en el cuerpo
Soth-arna
Una especie de velo cubre sus ropajes fortaleciéndolos y a continuación se aleja un poco del enemigo.

La enorme bestia avanzó con paso firme y más rápido de lo que podían haber imaginado, el ataque que sufrió Arza fue terrible, haciendo que la sangre salpicara a los compañeros que estaban a su alrededor.

Rakas vio la única salida que les quedaba, dejó liberarse a la bestia, las cadenas que ataban su rabia comenzaron a soltarse. Su entendimiento se nubló con rapidez, en ese punto debía centrarse en su enemigo, canalizar toda su furia. Algunos de tribu decían ver una niebla roja que envolvía todo, para él el cambio era distinto, era como si su dios le imbuyera de demasiada energía, tanta que no tenía otra alternativa que expulsarla y canalizarla a través de las armas. En esos instantes su ser se retiraba a las profundidades, se refugiaba de las fuerzas que recorrían su cuerpo para evitar volverse loco. Antes de estar demasiado encerrado en su mente articuló las últimas palabras con una voz gutural y ronca.

-Gliadel agrandame y tratemos....- Las voz se fue volviendo más ronca hasta que se convirtió en un fuerte grito dirijido hacia el Oso Lechuza.

El niño clérigo observa con profunda rabia.

El oso lechuza no contento con dañar severamente a su colega, el semielfo, le atrapa después entre su titánica mole corporal y sus férreas zarpas. No hace falta ser un experto para entender que el destino de los huesos de Arza-El, es el de partirse como ramitas secas si no los sacan pronto de ahí. El clérigo se dispone a descargar toda la rabia contenida contra el objeto de su ira, la bestia, y salvar a su amigo, cuando una voz familiar pero desconocida irrumpe en su cabeza.

Cita:

Gliadel no sabe realmente si estas palabras salen de la boca del bárbaro, Rakas, al acabar convirtiéndose estas en un rugido gutural. Bien podría ser su imaginación la que había interpretado a partir del rugido esa frase inacabada, o bien podría haber sido su Dios, Pelor, guiándole en el camino. De lo que si esta completamente seguro en su interior es de lo que tiene que hacer.

Si. Él puede hacerlo. Y yo se como ayudar.

La fuerza divina que sentía antes pequeña en su interior, comienza a concentrarse, enorme, en un gigantesco y único punto. De cada poro y de cada célula de su cuerpo brotan pequeñas chispas de luz radiante que se dirigen, espontáneas, al cuerpo de su amigo el bárbaro, que comienza a crecer inexorablemente. Nunca, hasta ese momento, había surgido el poder de su dios de una manera tan natural en el cuerpo del chico. Normalmente siempre necesitaba de una oración para conseguir la concentración necesaria para manifestar el poder de Pelor a través de él. Esperemos que sea la gracia de su Dios, que tiene los ojos puestos en ellos, y no la pura necesidad, el artífice de este inusual hecho.

¡AAAAAAAAA!

El clérigo avanza hacia la batalla.

El intento del oso lechuza de apresar al pícaro fue tan brutal como efectivo. Mientras Arza intentaba, en un principio sin exito evitar que las enormes zarpas lo aprisionasen, todos pudieron ver como los soldados seguian empeorando más y mas.

Gliriel quedó estupefacto al ver que el tamaño de Rakas ahora se asimilaba al del oso-lechuza. Estaba paralizado del asombro. De todos modos no olvidó que la vida de Arza-El estaba en peligro, por lo que él y su compañero estaban preparados para un nuevo ataque.

Arza se removía entre los brazos del oso lechuza, pero no conseguía librarse. Mientras los brazos seguían presionándole, Arza pensaba en lo que le había motivado a atacar al oso lechuza; un recuerdo de la infancia.
Con la edad de 8 años, Arza estaba escapando de haber robado una manzana. Conocía bien las calles, y al ser pequeño podía esquivar con facilidad a las personas. Saltó un tonel que estaba en el suelo y se metió por un pequeño callejón. Una vez allí se ocultó en una pequeña grieta que había en un edificio y esperó. Vió pasar al tendero que no le había visto meterse en el callejón, y de repente oyó una voz. Una voz de moribundo que pedía ayuda; se giró y vió como un hombre muy grande le estaba dando una paliza a otro. Arza no se lo pensó dos veces y huyó sin pedir ayuda a nadie, dejando a su suerte a quien estuvieran pegando. Nunca se pudo olvidar de ello, pues aunque no hubiese podido con el hombre podía haber pedido ayuda.
Al parecer, el intentar ayudar a aquellos caballeros iba a ser su perdición.

El picaro lo intentó con todas sus fuerzas, pero no pudo liberarse del abrazo de oso (nunca mejor dicho) que lo aprisionaba.

El animal, seguía rugiendo tratando de que la que el consideraba su comida dejara de respirar.