Y allí se hallaban los seis, plantados al final de las escaleras, intentando atisbar la perspectiva de lo que se les venía en ciernes. ¡Vaya, vaya!… Pensó, tanteando el espacio adyacente mentalmente. ¿Qué diantres guardarían las arpías bajo la torre? ¿Estarían protegiendo algo? ¿O encontrárselas arriba había sido simplemente una coincidencia motivada por la variedad de la fauna autóctona del enclave?
Tanto silencio le pone a uno los pelos de punta… murmuró intrigada, mientras asomaba la cabeza con cuidado a un lado del pasillo y al otro. Aquel ambiente opresivo se asemejaba en exceso a esa calma densa, exenta de ruido alguno, que solía preceder a la tempestad. Apretó los labios con firmeza y echó un vistazo lento al panorama. A un lado el pasillo terminaba en una curva y al otro se abría ante ellos una sala que parecía albergar dimensiones considerables.
¿Derecha o izquierda? Según el elfo a la izquierda había unos capullos. ¿De qué serían? ¡A ver si iba a resultar que se trataba de la más grande despensa de arañas jamás vista! De hecho, a ella la habían rescatado los allí presentes de ser el almuerzo de uno de esos monstruos. Sí, sí… se podía afirmar que había formado parte de una siniestra despensa. ¡Puaj!… Un gesto de asco curvó su boca.
¿Comprobamos primero qué son esos capullos?... Susurró al fin sin aguantarse más. La verdad era que le daba igual por donde tirar, pero justamente aquella zona a la que Arianne estaba haciendo referencia tenía las puertas abiertas, de manera que no existía barrera alguna que al menos momentáneamente les guardase del peligro, ya fuera un peligro de ocho patas, cuatro brazos o lo que se terciase. Además, ciertamente no se sentía muy cómoda dejando campo abierto a sus espaldas. Se dedicó entonces a repasar los rostros de sus compañeros durante unos instantes y por último se encogió de hombros. Quizás aquel hecho concreto fuera lo de menos.