Llevaba días soñando lo mismo, aunque más que un sueño era una terrible pesadilla. Una sensación de vacío y desasosiego le embargaba cada vez que despertaba bañado en sudor pese a que aquellas noches primaverales eran más bien frescas. La primera vez no le dio importancia. Las pesadillas y los sueños no siempre tienen porqué ser premonitorios. De hecho, los premonitorios son los menos habituales de todos, eso todo el mundo lo sabe. Pasadas unas semanas se repitió aquella pesadilla y a partir de ese día, regresó cada vez de forma más habitual hasta que finalmente aquel terrible sueño recurrente, se hizo casi diario y en ocasiones se repetía dos y hasta tres veces en una sola noche.
El sueño era confuso, pero si algo tenía claro era que él se encontraba en el medio del Bosque Nudoso. El Príncipe Vernial rodeado de fatas, las cuales saciaban sus egoístas deseos. Allí se encontraban grilios que Glÿnmaer conocía. Se encontraban tocando sus violines para el Príncipe, pues una buena sinfonía amenizaba su velada. También había pixis luciendo ropas brillantes, sombreros picudos y zapatos de retorcidas puntas. Estaban bromeando o más bien gastando bromas pesadas a otros que entretenían al Príncipe. Incluso había algún que otro nixi cerca de un estanque. Nadaban y daban brincos alegremente. Todo iba bien, pues el Príncipe no estaba enfadado y eso siempre eran buenas noticias.
En aquellos sueños, el Príncipe Verdinal era siempre el primero en morir. Desmembrado en ocasiones, terriblemente ampollado tras ser expuesto a una extraña radiación, desangrado o simplemente estallando desde dentro y tiñendo con sus entrañas todo en derredor , incluso la charca de los nixis y bañando en sus interioridades a grilios violinistas y bromistas pixis. Luego moría el resto y él, Glÿnmaer, sobrevivía simplemente para contemplar el mayor erial vacío y sin vida que su mente nunca pudo imaginar.
Era el fin de Abeir-Toril y por ende de Faerûn, el fin de todo, pues poco después el mismo era destruida. Era brutalmente asesinado, luego quemado y sus cenizas esparcidas, hasta convertirse en la más absoluta nada. El alma de Glÿnmaer era igualmente destruida e incluso su pasado era borrado de la mente colectiva, pues los mismos hilos de existencia eran destrozados y no existía ya nadie para recordar que alguna vez existió la propia existencia.
El causante de todo aquello era una gran esfera de vacío sin forma propia, amorfa, de color negro y su sola presencia era sinónimo de destrucción. Una enorme figura negra incorpórea sin rostro ni aspecto alguno, con el solo propósito de la destrucción del todo incluso del tiempo. Quizás se tratara de un dios primigenio o simplemente de la condenación de un mundo que había perdido cualquier tipo de moralidad. Un castigo divino, místico e inevitable. El fin de los tiempos en definitiva. Pues aquella bola oscura y terrorífica cargada de maldad y de energía negativa, tan solo buscaba la destrucción, la eterna oscuridad, la entropía, la decadencia y la ruina como también la locura y del caos.
Un leve aleteo se acercó hasta la rama donde Glÿnmaer descansaba. Si es que sudar y tener terribles pesadillas podía considerarse descansar. Cuando Branwen se posó sobre aquella rama, Glÿnmaer todavía estaba respirando de forma agitada. No le solía molestar la compañía de aquella fata. Era un ser alegre y no demasiado traicionero. No es que se pudiera confiar en ella, pero al menos no hacía el mal porque sí, aunque lo haría en caso de necesidad, no había duda de ello. No obstante, en ese momento, tras el desasosiego que le habían causado sus pesadillas, no deseaba compañía.
- Zumbas muy alto cuando sueñas, ¿eh? - Le preguntó con recochineo y entonces soltó una risita traviesa. - ¡Ji, ji, ji! - Se sentó sobre la rama y pasó uno de sus bracitos alrededor del cuello del pixi oscuro. - ¿Qué es lo que perturba tu descanso, amigo? - Le preguntó. - Y la pregunta no es mía, no. - Se puso en pie sobre la rama de un aleteo. - Es el Príncipe quien lo pregunta. - Confesó muy seria.
La primera vez que soñé con el Sueño Negro sonreí al despertar. Como aquel sueño vino a mí tras una azotaina particularmente cruel pensé que no era más que el deseo inconsciente de mi mente torturada. El Príncipe convertido en un viscoso puré carmesí pringando todo el Bosque Nudoso y a sus habitantes con su putrefacta influencia. ¡Qué metáfora tan maravillosa de la realidad!
Las siguientes veces que el Sueño Negro me visitó, empecé a pensar que eran visiones enviadas por el Príncipe para castigarme por algún delito que no era consciente de haber cometido. Quería hacerme sufrir en sueños como me hacía sufrir a capricho en la vigilia. Sí, tenía que ser eso...
Pero la pesadilla se ha repetido con tanta frecuencia que excede en mucho el carácter voluble de mi amo. Además, ¿por qué me haría soñar con su propia destrucción? ¿Para ver si me regocijo con ella? ¿Y quién de aquí no lo haría? Todos lo celebraríamos antes de suicidarnos, seguramente. Yo, al menos, no sabría vivir sin mi Príncipe. No, es otra cosa lo que me envía el Sueño Negro; algo que tal vez no me lo envíe como una amenaza sino como una advertencia. Un amigo, quizá, uno desconocido, insistente y con un humor muy macabro.
Esta noche las visiones han vuelto a mí una vez más, lucho contra ellas como puedo hasta que una garra de pura sombra se agarra a mi pecho y me arranca el alma. Chillo como un ratoncillo asustado y abro los ojos de manera desmesurada.
La garra en realidad resulta ser la manita diminuta de Branwen, agitándome para que me despierte. Me llevo un susto de muerte al verla allí, con sus grandes ojos de duende tan cerca de mi cara y su sonrisa siniéstramente despreocupada.
—¿Sueños? ¿Qué sueños? ¡No sé de qué me hablas! —protesto con voz chillona en un nada convincente intento de parecer inocente—. ¡Quítate de encima, hada chiflada y entrometida!
Sin embargo, al escuchar mencionar al Príncipe, palidezco aterrado. Al menos, tanto como puede palidecer mi cuerpecillo negro. No sé qué he hecho mal esta vez pero seguro que algo para que él haya decidido que merezco su atención.
—Yo no tengo secretos para su Alteza Real... No... Ninguno, todo el mundo lo sabe —balbuceo, acobardado. Cuando siento miedo no puedo evitar hablar de mí en tercera persona, como si hablase de otro—. En ocasiones Glÿnmaer ha visto cosas cuando cierra los ojos, puede ser, pero sabe que no es digno de importunar al gran señor con sus pequeñas preocupaciones. Aunque si el Príncipe quiere saber, Glÿnmaer se lo contará todo, por supuesto, como siempre. Sí, Glÿnmaer vive para servir al Príncipe Verdinal, su único y auténtico señor. Todo el mundo lo sabe... —insisto—. Puedes preguntarle a cualquiera.
- ¿Me lo dices o me lo cuentas? - Le preguntó muy seria aquel hadita entrometida. Durante unos segundos, se mantuvo el silencio y el cruce de miradas. Un silencio perturbador que se podía cortar como mantequilla con un cuchillo. Entonces el hadita cambió su expresión a una mucho menos funesta. - ¡Ji, ji, ji! - Rio de forma burlona.
Dio un salto bajando de aquella rama y se posó sobre el suelo. No solía caminar, prefería revolotear con sus preciosas hadas de mariposa. No obstante, en ese momento prefería alejarse de espaldas al pixi oscuro y contoneando sensualmente sus caderas.
- No hagas esperar más al Príncipe... - Giró la cabeza y le guiñó un ojo a aquel pequeño humanoide con aspecto de insecto. - Hace ya más de veinte minutos que me mandó llamarte y sabes que no le gusta que le hagan esperar. - Una sonrisa colmó su rostro. - ¡Ji, ji, ji!
Glÿnmaer abrió sus ojos de par en par. Tenía razón aquella hada malintencionada en que al Príncipe no le gustaba que le hicieran esperar, Glÿnmaer lo sabía bien y también lo sabían sus propias carnes, que en más de una ocasión habían sufrido las consecuencias de su tardanza. Tenía que correr pues y eso hizo, o más bien voló, literalmente, al final era un pixi oscuro.
El Príncipe se hallaba en el centro del bosque Nudoso, él no estaba lejos, pues solía descansar y morar en las inmediaciones del gran roble corrupto donde moraba el líder verdinal. Un enorme y retorcido árbol imbuido de magia oscura para ser la morada del más déspota de los reyes. Una árbol alterado por las aptitudes sortílegas de las fatas para convertirse en un cómodo hogar que no carecía de una sola de las comodidades que un Príncipe Verdinal requería.
Y entorno a él, como si se tratara de hormigas rodeando un hormiguero, se hallaba su pueblo. Guardianes, recolectores, adoradores del propio Príncipe. Todos ellos estaban allí para cumplir la voluntad de aquel ser de inmenso poder dentro del bosque, aunque no estaban por devoción, sino por miedo. El miedo que imprimía aquel ser en toda la maldita población feérica del bosque.
Y así fue como Glÿnmaer alcanzo el palacio-roble y pudo sortear a los impositivos guardianes del Príncipe únicamente porque sabían que el propio Príncipe requería que aquel insignificante pixi oscuro, acudiera ante él. Poco después, tan solo cinco minutos más tarde de que Branwen les desvelara que tenía que presentarse ante su líder, Glÿnmaer llegó al salón del trono. Una estancia enorme, más grande de lo que pudiera aparentar desde fuera, de paredes nudosas y mobiliario de madera integrado en su mayoría en el propio roble-palacio.
El Príncipe se hallaba en su trono, un ensortijado y oscuro sillón, mucho más grande que el propio Príncipe y de apariencia no demasiado cómoda, pero que sin duda le resultaba confortable a aquel ser al que gustaba que llamasen "su Majestad", pues de lo contrario, los arquitectos del trono ya estarían bajo tierra y el trono ya no estaría allí y sería otro...
- Glÿnmaer... - Se escuchó reverberar por todas las paredes de la sala, el nombre de aquel pixi oscuro. - Mi querido Glÿnmaer... - Añadió. - ¿Tienes algo que contarme, insecto?
Entro revoloteando en el salón del trono y no olvido hacerme visible tan pronto como cruzo las puertas dobles, pues sé cuánto le enfurece al Príncipe que me materialice directamente frente a él y de qué maneras terribles le gusta demostrar su enojo.
Su voz, engañosamente amigable, me hace temblar cuando levanta ecos en la descomunal sala de audiencias. Cada sombra parece ocultar un innombrable peligro pero yo sé que el mayor de todos ellos es el monarca del Bosque Nudoso.
—Me habéis hecho llamar y aquí estoy, Majestad, ansioso por serviros —me presento ante él, haciendo una reverencia tan pronunciada que llego a tocarme las rodillas con la cabeza—. Sois el más sabio y clarividente soberano de cuantos habitan los Planos de existencia. En efecto, he tenido un sueño revelador y acudía presuroso a contároslo cuando me han dicho que desabais verme.
»Una visión horrible en la que vuestra corte era asolada por una informe masa de oscuridad viviente que nos consumía a todos en una nada nigérrima. A vos no, mi Príncipe, por supuesto —me apresuro a puntualizar—. Vos sois demasiado poderoso como para temer nada, pero vuestros dominios y vuestros súbditos... todos desintegrados como el polvo y desaparecidos en el olvido. Y cuando todos hayamos sido devorados por esa negrura infinita e insaciable, no quedará nadie para cantar vuestra grandeza, mi señor. ¿No es sería eso espantoso?
»Solo vos podéis salvarnos a todos de semejante destino. Vivo para serviros, solo decidme qué deseáis que haga, dónde debo ir, con quién debo hablar... y haré realidad vuestros más nimios deseos. Hasta los nenúfares saben que la única dicha de Glÿnmaer es la que encuentra al acatar vuestra regia voluntad.
- ¿Y porqué crees que estás soñando algo tan desolador, Glÿnmaer? - Le preguntó. - No importa que respondas. - Interrumpió cualquier intención de hablar que pudiera tener el pixi oscuro. - Se trata de una profecía. Un sueño fabricado por una mente superior. Un mensaje. Una misión. - Le desveló. - ¿Por qué te han elegido a ti, un insecto despreciable como tú? - De nuevo una pregunta de aquellas que no requerían respuesta. - No puedo alcanzar a saberlo. - Pues al final si que era una pregunta, aunque el Príncipe Verdinal tampoco quería que fuera respondida. - ¿Qué piensas hacer Glÿnmaer? Te lo diré. - Aquello era un maldito monólogo. Al parecer la opinión que pudiera tener el pixi valía más bien poco. Algo que por otra parte, ya sabía. - Vas a perseguir esos sueños. Esa negrura... - Se mantuvo pensativo. - ...esa nada de la que hablas... - Asintió. - ¿Un orbe oscuro es el responsable? - En esa ocasión, el Príncipe si que le dio tiempo a responder, pues al fin y al cabo, bastó con ver la sorpresa y el pánico reflejado en el rostro del pixi para deducir que no se equivocaba. - He leído que se construyó un templo en una zona fronteriza. - Y entones volvió a pasar la lengua por el pulgar. - Un templo se alzó tiempo atrás entre las fronteras del Ducado de Ulek, el reino de Veluna y el de Celene. - Desveló. - Lo que buscas está allí. Partiras de inmediato. ¿Entendido?
—Haré lo que gustéis, Majestad —le aseguro al señor del Bosque Nudoso, aliviado de poder retirarme de su presencia—. Recorreré cada región, puerta a puerta si es precioso, y hallaré para vos ese templo perdido. Sus tesoros serán vuestros y aquellos que conspiran contra vuestra corte, aniquilados.
Es mucho más fácil hacer promesas que llevarlas a la práctica, pero estoy dispuesto a hacer cuantas sea necesario para que me permita marchar. Si llego a saber que así obtendría su permiso apra abandonar el bosque, me hubiera inventado lo de las pesadillas mucho antes.
—Vivo para serviros —afirmo, mientras retrocedo hacia la salida sin darle la espalda ni dejar de hacer reverencias—. Soy vuestro más leal vasallo... Guardaos de los otros en mi ausencia, amo, todos buscan medrar a vuestra costa y crecer a la sombra de vuestro poder... Oh, majestuoso, oh, sapientísimo...
Menudo fastidio eso de tener que encontrar un templo abandonado para hacer frente a la malignidad que habita en él. Una tan innombrable que podría reducirnos a todos a la nada. Tal vez un príncipe de los demonios, o una deidad incluso. ¿Dónde puedo encontrar unos incautos que hagan ese trabajo tan ingrato por mí?
—Sin duda vos sabréis decirme, antes de partir, quién puede ofrecerme su consejo y su guía para que esta empresa que me encomendáis se resuelva de la forma más rápida y satisfactoria para vuestros intereses, para que yo pueda regresar junto a vuestra majestad lo antes posible.
- Tienes hasta el inicio del verano para traer respuestas. - Le dijo el Príncipe Verdinal. - Si en ese tiempo no has vuelto y con satisfactorios resultados, te buscaré y te encontraré y desearás que sólo la muerte haya podido impedir el éxito en la empresa que lo que te ha propuesto tu Príncipe. - Le dijo muy seriamente y levantando el mentón del pixi oscuro con una afilada uña para establecer contacto visual. - ¿Lo has entendido?
El Príncipe Verdinal parecía estar disfrutando con aquello. Era un ser de inmenso poder que podía fácilmente cumplir lo que prometía. De hecho, rara era la vez que no cumplía sus promesas y difícilmente escaparía de su ira en el caso de no llevar a cabo a misión con la diligencia debida. Aquel ser, amo y señor del bosque Nudoso en cuanto a la comunidad feérica se refería, le había puesto en un severo aprieto, pues depositando su confianza en él, podía romperla y eso sería peor que no haberla depositado nunca. Al fin y al cabo Glÿnmaer no la necesitaba para nada.
- Habla con Baba Unga si quieres. - Le dijo el Príncipe dándose la vuelta y dándole a entender que la reunión había concluido.
Baba Unga, la bruja... ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Podía ir a verla, si ella no sabía nada, es que nadie sabría nada en todo el bosque Nudoso. No obstante, Baba Unga era una mujer - ¿por qué era mujer, no? - un tanto arisca, huraña y sobre todo, a quien no le gustaban las visitas. ¿Qué era ella? Nadie lo sabía, pero algunos especulaban que se trataba de una enana loca, otros que era un trasgo y había la vertiente que hablaba sobre que se trataba de un espíritu de la naturaleza.
Y es que Baba se llevaba bien con plantas y animales. Entorno a su cabaña había sembrado flores que endulzaban el ambiente con su aroma y árboles que la protegían del sol. Además, un sinfín de animales solían frecuentar su cabaña y ella parecía poder hablar con ellos. En cambio, los seres pensantes no le gustaban y sólo se dignaba a hablar con ellos si éstos le traían algún objeto en forma de ofrenda.
Para cuando Glÿnmaer llegó a las inmediaciones de su cabaña, en el claro del bosque y junto al arroyo y pudo localizar la jorobada figura de la bruja, Baba Unga ya le estaba contemplando con su único ojo sano y con expresión de hastío. Portaba un buco rebosante de agua, por lo que era evidente que iba a regar, ya que lavarse a ella misma o sus ropas, lo que se dice lavar... no lo hacía demasiado.
Tan pronto como el Príncipe me da la espalda, retorno a mi invisibilidad natural y escapo del salón del trono tan deprisa como me lo permiten mis alitas, pasando entre los guardias a toda velocidad y sin ningún ánimo de entretenerme con ellos. Ahora tengo una misión que cumplir y mi amo es de los que castigan severamente la ociosidad ajena.
Con lo tranquila que prometía ser la jornada de hoy...
Dar con la vieja bruja me cuesta más de lo que en un primer momento había sospechado. No la encuetro sentada en su cocina removiendo su escalofriante caldero de hierro, más alta que ella misma y con capacidad para cocinar a docenas de los míos. Tampoco en el corral de las gallinas, ni en el húmedo sótano donde esconde toda suerte de ingredientes para sus pócimas y filtros. Pero finalmente la hallo semioculta en su huerto, acuclillada entre los altos tallos de plantas cuyos nombres ni siquiera yo conozco. Claro que tampoco me he preocupado mucho por aprenderme el nombre de nada, ni de nadie.
—¡Venerable Baba Unga! ¡Qué joven y encantadora te veo esta mañana!—saludo a la anciana con una sonrisa forzada, disimulando la inquietud que me provoca la mirada de su único ojo que es capaz de verme incluso cuando nadie más puede hacerlo— Estás de enhorabuena, te traigo una alegre noticia. La oportunidad de servir a nuestro Príncipe a través del más leal, humilde e importante de sus vasallos: yo mismo.
»Me encantaría ayudarte a regar y a arrancar las malas hierbas de tu huerto pero tengo un poco de prisa. Su Majestad desea que me cuentes cuanto sepas de un viejo templo que existió entre las fronteras de... no sé, como se llamen los reinos ceranos de los no-fata que viven cerca de aquí. Según el Príncipe eso guarda relación una fabulosa visión que él mismo ha tenido de una bola de negrura que nos devoraba a todos, empezando por ti, y convertía el bosque en una nada yerma en la que jamás volvían a crecer plantas para pócimas.
»Si me hablas de ese lugar y cómo llegar hasta él, tal vez pueda salvarte de ese destino tan espantoso que su Alteza a previsto. Y me aseguraré de que todo el mundo sepa si pueden seguir cantando, saltando y retozando es gracias a tu incomparable sabiduría, por supuesto.
Baba Unga arrugó la nariz y apretó la mandíbula. Resopló y avanzó como un buey hacia Glÿnmaer, quien tuvo que apartarse para no ser arrollado. El pixi oscuro se había colocado entre la bruja y su cabaña e interponerse en su camino con pamplinas no era algo que le gustara demasiado a Baba.
- ¡No me vengas con paparruchas y falos elogios! - Le dijo irritada. - ¿Te manda ese estirado cornudo a que te hable del Templo del Mal? - Fulminó con su mirada ciclópea al pixi. - ¿Y eres tú, un insecto cobardica el que tiene que salvarnos de la destrucción? - Escupió al suelo. - ¡Jaaa! - Carraspeó. - ¡Es lo que me faltaba por oír!
Negó varias veces con la cabeza mientras iba regando su huerto. Murmuraba furibunda palabras ininteligibles para Glÿnmaer. El pixi oscuro sabía que Baba Unga era un ser con mal humor, pero se enfadaba más todavía cuando le mentían. Eso era algo que le cabreaba de verdad y aunque Glÿnmaer pensaba haber sonado bastante convincente, era evidente que aquella bruja fea como un pecado, le había calado a la primera.
- Una secta de dementes clérigos que venera a un Ojo Elemental Arcano. La religión del Mal Elemental. - Desveló mientras miraba de reojo al pixi. - Tienen un símbolo. Un ojo dorado en llamas. Pero no es el único que utilizan. Su clero viste de ocre, pero no todos. - Volvió a escupir al suelo. - Erigieron su templo en una zona fronteriza en las fronteras del Ducado de Ulek, el reino de Veluna y el de Celene. - Miró entonces a su molesto visitante. - Un asunto muy turbio. - Carraspeó y escupió un esputo lleno de moco negruzco. - Y ahora vete. Tienes camino por delante, salvador del mundo...
Me divierte hacer que la vieja bruja se enfurruñe. ¿Qué podría hacerme que sea más horrible que las cosas que ya me han hecho en el pasado?
Lo que cuenta es extremadamente preocupante y, de ser cierto, nada esperanzador.
—¿A qué vienen esas prisas, venerable anciana? ¿Es que acaso mi compañía no te agrada tanto como a los demás? Bueno, eso no es importante. Lo importante es salvar Bosque Nudoso y tú puedes ayudarme a conseguirlo. No sé dónde queda ese Ducado de Nosequé, ni el Reino de Berruga. ¿No tendrás por ahí un mapa que puedas prestarme? O al menos alguna indicación de cómo llegar, consejo o profecía pitónica de esas que tanto os gustan a las hechiceras. Vamos, seguro que puedes hacer algo por tu buen amigo Glÿn además de asustarle hablándole de ojos en llamas.
»Si dejas que me vaya sin haberme servido de ayuda, tal vez te arrepientas cuando veas tu pozo seco, tu huerto convertido en un erial y columnas de fuego tragándose tu cabaña. Si no lo quieres hacer por mí, hazlo por ti al menos. Tienes por delante una larga y próspera vida, ¿de verdad quieres arriesgarlo todo por no haberme dedicado unos minutos de tu tiempo y haberme echado de aquí con las manos vacías? Seguro que no, porque eres una mujer muy sabia. Todo el mundo lo sabe.
- ¿Un mapa? - Escupió de nuevo al suelo mientras ponía los brazos en jarra y miraba con odio tuerto a aquel insecto que empezaba a molestarle más de la cuenta. - ¿Por qué crees que Baba Unga necesitaría un maldito mapa? ¡No salgo nunca de mi zona, ni mucho menos de éste bosque! - Se dio media vuelta dejando atrás a Glÿnmaer y se dedicó a sus plantas.
Glÿnmaer entendió que poco más podía rascar de Baba Unga. Si ya le había dicho todo lo que sabía, no tenía sentido seguir importunándola, salvo quizás por mera diversión y si no lo había dicho todo y aún tenía más datos almacenados en aquella cabeza simesca, no iba a soltarlo si no quería hacerlo. Era muy, pero que muy cabezota.
- Ves a Hommlet. - Le dijo cuando Glÿnmaer empezaba a alejarse. - Viaja hacia el suroeste... - Y volvió a escupir un esputo negruzco.
Ni un mapa, ni una triste espada vorpalina azote de elementales siquiera... Más vale que encuentre a algún aliado en condiciones fuera de este condenado bosque si quiero salvarlo, aunque bien saben los dioses que todos en esta corte se merecen la condenación que les aguarda.
Rezongando para mis adentros y preguntándome qué demonios será un Hommlet, echo a volar dando la espalda a la salida del sol. Con un poco de suerte conseguiré encontrarme lo suficientemente lejos como para evitar la siniestra profecía, aunque me temo que no haya ningún lugar en el que esconderse si no consigo frustrarla.
Creo que con ésto podemos dar por finalizado el prólogo. No crees?