Llevaba días soñando lo mismo, aunque más que un sueño era una terrible pesadilla. Una sensación de vacío y desasosiego le embargaba cada vez que despertaba bañada en sudor pese a que en aquella caverna donde se hallaba reinaba un gélido y cortante frío. La primera vez no le dio importancia. Las pesadillas y los sueños no siempre tienen porqué ser premonitorios. De hecho, los premonitorios son los menos habituales de todos, eso todo el mundo lo sabe. Pasadas unas semanas se repitió aquella pesadilla y a partir de ese día, regresó cada vez de forma más habitual hasta que finalmente aquel terrible sueño recurrente, se hizo casi diario y en ocasiones se repetía dos y hasta tres veces en una sola noche.
El sueño era confuso, pero si algo tenía claro era que ella se encontraba en el Palació de Hielo del antiguo reino de Jhotûne. Breyze, su guardaespaldas elemental de hielo, estaba con ella, así como otros seres de hielo y demás moradores de las profundiades heladas. También se encontraba a su lado el Flurris, el devoto chamán del hielo que le ayudó a reorganizar al reino y convertirla así en su reina. Él era siempre el primero en morir. Desmembrado en ocasiones, terriblemente ampollado tras ser expuesto a una extraña radiación, desangrado o simplemente estallando desde dentro y tiñendo con sus entrañas todo en derredor. Luego moría el resto y ella, Lissandra, sobrevivía simplemente para contemplar el mayor erial vacío y sin vida que su mente nunca pudo imaginar.
Era el fin de Abeir-Toril, de Faerûn y por ende de Jhotûne. El fin de todo en resumidas cuentas, pues poco después ella misma era destruida. Era brutalmente asesinada, luego quemada y las cenizas esparcidas, hasta que convertirse en la más absoluta nada. El alma de Lissandra era igualmente destruida e incluso el pasado era borrado de la mente colectiva, pues los mismos hilos de existencia eran destrozados y no existía ya nadie para recordar que alguna vez existió la propia existencia.
El causante de todo aquello era una gran esfera de vacío sin forma propia, amorfa, de color negro y su sola presencia era sinónimo de destrucción. Una enorme figura negra incorpórea sin rostro ni aspecto alguno, con el solo propósito de la destrucción del todo incluso del tiempo. Quizás se tratara de un dios primigenio o simplemente de la condenación de un mundo que había perdido cualquier tipo de moralidad. Un castigo divino, místico e inevitable. El fin de los tiempos en definitiva. Pues aquella bola oscura y terrorífica cargada de maldad y de energía negativa, tan solo buscaba la destrucción, la eterna oscuridad, la entropía, la decadencia y la ruina como también la locura y del caos.
- ¿Estáis bien, mi señora? - Preguntó la gélida voz del elemental de hielo que cuidaba de que nadie franqueara las puertas de los aposentos de su señora durante su descanso. - ¿Habéis vuelto a soñar con ese extraño orbe?
Se notaba que Glacis, que así se llamaba aquel elemental, estaba asustado, todo lo que un elemental de hielo puede llegar a estarlo al menos. Las historias que había escuchado acerca del contenido de aquellas terribles pesadillas le provocaba pavor. La idea de la nada, del olvido, de la ruina total de Faerûn era simplemente devastadora.
- ¿Quiere que mande llamar a Flrurris? - Le preguntó. Flurries era un chamán de la total confianza de la reina de hielo. Había acudido a aquel reino al escuchar sobre el mismo y cautivado por lo que podía ofrecerle. Fue él quien ayudó a Lissandra a construir todo lo que habían alzado desde que se convirtiera en la soberana de Johtûn.
El problema era que Lissandra no sabía que era lo que necesitaba y aún sabiéndolo, aquel estúpido elemental de hielo, difícilmente podría entender siquiera que era lo que su Señora de Hielo, aquella Doncella Helada y bruja de Auril requería para apaciguar aquellas condenadas pesadillas.
-Supongo que te referirás a Flurris -corrigió la hechicera a su secuaz, mientras se levantaba de la cama.
Caminaba descalza y desnuda por el palacio de hielo, desde que se había convertido en la reina de Jhotûn las bajas temperaturas apenas la afectaban. Estaba más cómoda así que con varias pieles gruesas encima, que a veces pesaban demasiado. Lo único que vestía era el amuleto que llevaba en la garganta, un cristal de hielo, el símbolo de Auril, de color azul brillante. Cogió una bata para ponérsela por encima, no le apetecía presentarse ante sus súbditos sin nada encima, no era correcto.
-Sí, mándalo llamar. Hoy quiero desayunar caliente, dile a Louisa que lo disponga todo. He vuelto a soñar con ese orbe y con la extinción total y no me agrada. No pretendo consentir que alguien ajeno a mí destruya este reino que tanto me ha costado conseguir, de modo que espero que alguien pueda arrojar luz sobre este asunto.
Se sentó en una silla a esperar a que la troll que cocinaba para ella le llevase las viandas. Lo bueno de vivir en un glaciar era que podía conservar gran parte de las provisiones. Lo malo que solian enfriarse rápido. Toda su habitación estaba decorada con motivos de hielo, azul eléctrico, intenso. Una constante brisa ululaba entre las paredes a causa del viento helado.
Llevo un cristal de soportar elementos
- Perrdone, mi reirna... - Dijo el elemental bajando la cabeza. - Sabe que las errrres me cuestan un poco. - Se esforzó en hacer una correcta pronunciación, pero no lo consiguió, sino más bien todo lo contrario.
Y es que al final, un elemental de hielo, con un cerebro de hielo, no era un ser especialmente inteligente y Glacis en particular era uno especialmente tonto. No obstante era muy fiel y servicial y eso lo apreciaba cualquier gobernante y Lissandra no era una excepción a aquella regla.
- Enseguida regrerso. - Se despidió saliendo de los aposentos de la reina con dos misiones: hacer venir a Flurris a los aposentos de su reina y hacer que Louise hiciera lo mismo.
No habían pasado más que unos minutos cuando la bruja de hielo y Reina de aquel lugar, empezó a escuchar unas poderosas pisadas que retumbaban contra el suelo, las cuales iban acompañadas de quejas y maldiciones que surgían de la bocaza de la troll de hielo a la que Lissandra había hecho llamar.
No tocó a la puerta. Los modales de la cocinera no eran demasiado refinados. Como todo el mundo sabe, la cocinera de una corte, abadía o castillo, suele ser una mujer estresada, con poca paciencia y con una clara tendencia homicida. ¡Y si no que se lo cuenten al buen abad de Puente Galeon! Ese era el caso también de Louise, aunque en aquel caso, la troll de hielo respetaba bastante a la reina, pues desde su llegada, todo había ido, bajo su punto de vista, a mejor.
- ¿MANDÓ LLAMAR LA SEÑORA? - Preguntó aquella troll con una voz atronadora.
Era fea como el culo de un mono. De hecho, los únicos rasgos que diferenciaban a Louisa de su hermano Louise, eran dos enormes pechos vacíos y en forma de pimiento pocho. Después de amamantar a catorce feísimos retoños... ¿Qué menos que eso? Alzó la cabeza y miró a la Reina mientras se rascaba la cabeza y decenas de piojos saltaban de un lado para otro. ¿Cómo sobrevivían aquellos piojos en la cabeza de un troll de hielo? Evidentemente, eran piojos de hielo.
Entonces tocaron a la puerta, pese a que estaba abierta. Galcis ocupaba todo el espacio del marco y miraba a Lissandra expectante y a la espera de que le dejaran entrar. Obediente y educado era aquel elemental de hielo, todo lo contrario que Louisa, aunque Louisa si entendía el funcionamiento de la letra "erre".
- Mi serñorra, Flurrirs está aquí... - Ancunció.
Algo trató de colarse entre las patas del elemental de hielo, el cual no se movía de su sitio. Se trataba del chamán. Se veía a través del cuerpo de hielo del elemental, que era semitransparente, como aquel humano de tez pálida y carámbanos en la barba, golpeaba con saña contra Glacis y le hablaba sin demasiado éxito, pues el elemental sólo obedecía órdenes de su señora. Así se lo había dicho ella y así seguiría por el momento.
Y fue por eso que tuvo que colarse por un espacio imposible y sin bien el hielo ayudó a que resbalara entre las piernas del elemental, cuando pasó al otro lado, Flurris estaba rojo como un tomate por el esfuerzo y su sombrero estaba tristemente chafado. Y que un hombre de su edad hiciera esfuerzo tal, para acabar colorado en un lugar con temperaturas tan heladas, era como para que pasara una semana descansando después.
- Mi señora... - Miró de reojo a Glacis con odio mientras se colocaba la túnica. - ¿Mandó llamarme?
Y entonces vio a la cocinera y tuvo un sobresalto. Su corazón se paró de golpe cuando Louise le gruñó y le hubiera pegado un bocado de no ser porque estaban todos ante su Reina. Por suerte, tras un par de golpes en el pecho, el corazón de Flurris volvió a latir y ahora si, pudo estar atento a la Reina de Hielo.
La maga de hielo ni se inmutó ante el despliegue de estupidez de sus súbditos. Se sabía más inteligente que todos los que habitaban el norte, de modo que no le dio importancia. Esperó con paciencia a que dejasen de hacer el imbécil, mientras probaba el almuerzo. La troll podía ser muy ruidosa, pero sabía cocinar, de lo contrario no le habría permitido que preparase su comida. Cuando Flurris se presentó por fin, Lissandra lo invitó a sentarse junto a ella en la mesa de hielo, sobre un taburete cincelado en un bloque de hielo. Los platos y los cubiertos eran de acero pulido tan brillante como el azul helado que los rodeaba.
-He vuelto a tener ese sueño, Flurris; y no me gusta nada. De nada me sirve que el mundo sea destruído, gobierno este reino y no puedo perderlo por causas de fuerza mayor. ¿Qué puedes decirme sobre todo lo que te he contado? ¿Has averiguado algo, qué puede ser esa esfera maligna, qué es lo que está a punto de acabar con Faerûn? Porque estoy empezando a enfadarme.
Y que Reina de Hielo Lissandra, a quien otros conocían como "la Bruja de Hielo" se enfadase, no era algo bueno. No lo era para nadie y mucho menos para los habitantes de Jhotûn, pues las represalias de un enfado de la máxima exponente de poder dentro de aquel reino subterráneo, podían ser devastadoras.
- He estado investigando como me pidió. Existió una secta que veneraba a un ser retorcido que adoptaba la forma de un ojo envuelto en llamas doradas. La religión del Mal Elemental se le llamó y veneraban al Ojo Elemantal Arcano. - Empezó a narrar Flurris. - He descubierto que se construyó un templo en una zona fronteriza. Concretamente se hallaba entre las fronteras del Ducado de Ulek, el reino de Veluna y el de Celene. - Miró entonces a su señora. - Un asunto muy turbio. No se nada más.
Lissandra escuchó con impaciencia la explicación de Flurris.
-Buen trabajo -le dijo al chamán-. Lo que cuentas está bastante lejos de aquí. No sé por qué estoy soñando esto, pero seguro que no hay un grupo de aventureros dedicándose a salvar el mundo, ¿me equivoco? De lo contrario, ese ojo no estaría en mis sueños todas la noches. No sé qué hacer. ¿Qué crees que debería hacer, Flurris? Tengo un reino que gobernar.
Comenzó a tamborilear en la mesa con las puntiagudas uñas, picando un pocon el hielo de la superficie.
- ¿Por qué cree que tiene esos sueños, mi Reina? - Le preguntó Flurris. - Me dice que son cada vez más frecuentes y también más intensos, ¿verdad? - Se llevó la mano a su larga barba blanca y la acarició. - Hummmm... - Asintió varias veces con la cabeza. - ¿No será que Auril le está enviando un mensaje, mi Señora? Puede que quiera algo de usted, puede que quiera... - Inspiró profundamente. - ...que persiga esos sueños. ¿Lo ve posible?
Lissandra se puso en pie y miró por la ventana de su habitación, las llanuras heladas del glaciar, de Jhotûn.
-Sí, esta claro que si no hago algo, seguiré soñando esas estupideces. No creo que Auril quiera que abandone este reino que necesita para sus súbditos, si ese mal elemental fuese tan poderoso, ella misma podría destruirlo. A fin de cuentas, nosotros somos simples mortales. Podría enviar a todo nuestro ejército al sur y que arreglen ellos el asunto.
Flurris tragó saliva. Aquello se estaba poniendo feo. Conocía lo suficiente a su Reina como para saber que hablaba en serio cuando decía de recurrir a sus ejércitos para afrontar aquella encrucijada. No se opondría a su decisión, pero le habían pedido la opinión y la daría.
- Muchos son los enemigos del reino, mi Reina. - Le recordó. - En los niveles subterráneos del subsuelo, tenemos poderosos enemigos, ilícidos, duergar, drow y muchs otras criaturas amenazan a diario la integridad del reino que con tan laboriosa paciencia y sacrificio a conseguido alzar. - Negó con la cabeza. - Además está el tema de que estamos entrando en la primavera. Nuestras tropas sufrirán con las temperaturas de esta época. Deberíamos esperar hasta octubre para iniciar la invasión y luego está el tema de... - Guardó silencio unos momentos, arrepentido de haber abierto boca. Al fin y al cabo, no era él quien debía interpretar sus sueños. Lissandra esperaba que prosiguiera y mentir, no podía mentir. - No soy yo quien debe interpretar sus sueños, mi Señora, pero creo que Audril le ha elegido a usted. Es usted, si me permite decirlo, quien debe averiguar lo que está sucediendo y ponerle... solución.
-Bien -sentenció Lissandra-. En ese caso, iré a ver qué esta pasando en ese lugar. Quedas al mando de este reino, Flurris, hasta mi regreso.
Con un gesto de la mano, convocó un pergamino y una pluma, donde estaba escrito que otorgaba el mando del reino a su súbidito, pero que en caso de rebelión, sería asesinado sin piedad. Si por cualquier motivo, el reino no estaba como lo había dejado a su vuelta, también sería ajusticiado. Lissandra firmó en el pergamino y luego invitó a Flurris a que hiciera lo mismo.
-Me prepararé para viajar en un par de horas.