Partida Rol por web

Con tus esforzados entrenamientos en el ludus consigues mejorar notablemente con tu manejo de las dos espadas y de tu aguante en general. Por otro lado, tu domine se halla visiblemente contento con su buena gestión para con los pasados juegos y no te pasa desapercibido que ha debido ganar una buena suma gracias a tu participación y la de los demás.

No obstante, teniendo en cuenta que en tu situación de esclavo no debes preocuparte por el dinero, no le das más importancia, y tener a tu señor contento tiene muchas ventajas, pues gozas de más tiempo libre y mejores atenciones en el ludus.

Ni rastro queda ya de la maldición del condenado, ahora sólo queda prepararse para sobrevivir ante el siguiente envite...

Tras acomodarse el brazal del escudo, mucho más cómodo que antes, Arbiskar observa con renovada confianza cómo uno de los desertores se le encara y reclama con un silbido a su compañero. Le ordena que se rinda, pero apenas hace un rato ya le habían sentenciado a muerte, por lo que no pecará de ingenuo esta vez.

Sin pensar en nada más que apenas tiene unos minutos antes de que las cosas se compliquen, aprovechando la inercia del legionario acomete también contra él buscando el choque directo de los escudos, confiando en que su tamaño le hará imponerse inicialmente y... si los dioses quieren, vencer a su enemigo en los próximos dos o tres envites.

El tipo quizás confiado al ver tu vestimenta de esclavo y tu anterior huída quizás pensó que ibas a tirarte al suelo a suplicar por tu vida, por lo que la sorpresa en sus ojos te llena de regocijo cuando desvías hábilmente su arma con tu escudo y le das una patada que lo deja en el suelo y sin aliento. El desertor apenas consigue pronunciar unas palabras pues se halla sin apenas respiración por el rápido combate, pero logra decir:

-Pie... piedad... me... rindo... -te dice apelando a tu bondad como última esperanza para mantener su vida.

Tu por tu parte tienes el filo de tu hacha dispuesto a dar el golpe final o darle con la parte contraria y dejarlo inconsciente de un brutal golpe. No obstante, teniendo en cuenta que el otro luchado pronto volverá, si el tipo recupera la consciencia puede ser un severo problema...

Observando al romano desde arriba después de haberle pateado el estómago, el ibero carga el arma al hombro. No tiene mucho margen de maniobra antes de que el hombre se recupere. Apenas piensa unos segundos, si fuese por él le dejaría vivo y se largaría, pero se debe a Publio y a su misión.

Su fracaso al esconderse ha traído consecuencias que no desearía, pero tiene claro que de dejar vivir al romano seguramente le traiga problemas cuando trate de huir con los caballos, especialmente si su aliado se reincorpora.

Así pues, mientras el otro pide piedad dando grandes bocanadas, sin mayores miramientos decide ejecutar al romano, descargando un poderoso golpe con el filo del arma contra su cráneo.

[...]

Asumiendo que si abandona el lugar el otro romano no tardaría en darle alcance o en pedir refuerzos, Arbiskar decide ahorrar fuerzas y quedarse exactamente donde está, empujando levemente el cadáver para que ruede colina abajo. No podría jugársela a una emboscada mientras reconduce los caballos, mucho menos a tener algún incidente con los mismos.

Agenciándose el gladius del romano y escondiendo el segundo escudo manteniéndolo a buen recaudo - para negárselo al romano - el ibero espera pacientemente a la vuelta de su adversario, sin ocultarse, y en una posición cómoda mientras observa su entorno. Una vez logre eliminar al romano, podrá largarse de allí y acudir al punto de encuentro con Publio y Aulo.

Aunque la repentina llegada del desertor restante no te pilla por sorpresa, sí que te encuentras bastante cansado de la pelea anterior, en la que mostraste a tu enemigo la misma piedad que habrías recibido tú... ninguna.

Así pues, cuando el compañero del fallecido se da cuenta de la circunstancia sufre una mezcla de rabia y miedo, pues ahora no se siente muy seguro de poder ganar el combate. No obstante, tú por tu parte te hayas resoplando, y sin duda tu ataque es bastante pobre, pero lo más llamativo, es que ya sea por el miedo o por los nervios, tu contrincante es aún más torpe que tu, y se le cae el gladius ante un simple golpe en su hoja y sufre un severo corte en su antebrazo.

Si un instructor os hubiera visto desde fuera, seguramente os habría dado una cantidad nada desdeñable de palazos, pues la técnica de lucha no podía ser más pobre, pero como suele decirse, en situaciones desesperadas, medidas desesperadas. Y es por ello, que pese a tu falta de velocidad en el ataque, la de tu enemigo era aún peor, por lo que por pura suerte conseguiste desarmarlo y herirlo; el susodicho viéndose superado no dudó en pedir clemencia, alzando las palmas de las manos hacia ti, aún no estaba derrotado, pero por el rostro de terror que tenía estaba claro que no quería correr la suerte de su compañero, por muy probable que ésto fuera lo que iba a ocurrir...

Y sin mayores miramientos después de haberlo desarmado, con la tensión del combate, el ibero observa brevemente al romano mientras el hacha termina su recorrido tras el golpe. Observa su rostro de pavor. En otras circunstancias empatizaría con él, pero sin pensarlo más de lo debido, advierte prácticamente en un gruñido... - Lo siento, pero tú no tendrías piedad conmigo. - ... con el arma ya dirigiéndose hacia el romano.

El hecho de sentir que tienes a tu rival a tu merced sin duda no te hace ningún bien, pues viéndolo desarmado y sin posibilidades te confías en exceso, por lo que te dispones a darle el golpe de gracia con tu hacha, pero el desertor lo preveyó con destreza y se agacha en el momento justo haciendo que tu arma impacte en un árbol detrás de él, quedando encajada en el mismo y viendo como tu enemigo contraataca, no te queda otra que abandonarla en la madera.

No obstante, aunque estuviste rápido abandonando tu arma, el romano aprovecha para agarrar tu escudo con ambas manos, haciéndolo girar y obligándote a soltarlo por temor a que te partiera la muñeca, equipándoselo él en el acto...

En un instante has pasado de estar bien armado y con la vida de tu enemigo en tus manos, a estar justo al revés. Sin duda aquel tipo debía ser el superior del que mataste antes, pues su maestría es mucho mayor. Lo único que te da fuerzas en estos momentos es pensar que si él ha podido hacerlo tu también puedes...

Un quejido reprimido mana de la boca del ibero cuando, al perder el escudo, se escucha un extraño crujir proveniente de su muñeca. Con un dolor punzante sacudiéndole el brazo entero, que no solo la muñeca, apenas puede mover los dedos... pero sin pensárselo dos veces, puede que fruto de la adrenalina, se estampa contra el romano con todo el cuerpo con intención de despojarle del escudo, la vida, o incluso la ropa según se tercie.

Se ve más joven y más fuerte, y alentado por la reciente victoria sobre el otro romano, parece saberse superior que aquel hombre ya entrado en años. Aunque sea una lucha por la supervivencia, justo inmediatamente después de por su propia vida, lucha por cumplir con Publio y Aulo.

Ambos os enzarzáis a base de puñetazos y empujes intentando derribar al rival para así poder imponeros, pero la lucha está demasiado igualada, tú tienes más fuerza que tu enemigo, pero éste sin duda sabe hacer un uso bastante adecuado de su arma defensiva y aunque se ve obligado a defenderse constantemente, no logras hacerle ningún agarre eficiente...

Finalmente, en un brillante movimiento por tu parte, quizás debido a tu desesperación o al sentir el frío aliento de la muerte en tu nuca, tu cuerpo responde con una brutalidad inusitada, por lo que de un tremendo golpe consiques apartar el escudo de tu enemigo, tirarlo al suelo, y antes de que pueda pestañear, se encuentra con el mango de tu hacha asfixiando su garganta, ahora su vida está en tus manos, pues el desdichado solo puede patalear y palmearte los hombros, a la vez que va perdiendo fuerza poco a poco...

Solo queda el silencio cuando el ibero deja de sentir el palmeo del romano. Un silencio que no evita que siga sujetando el mango con firmeza con una mano y cargando el peso de todo su cuerpo sobre el antebrazo. Es innecesario, no hay oposición, pero la adrenalina hace que el tiempo transcurra de forma diferente para el superviviente. Todo va rápido, demasiado rápido mientras observa aquellos ojos abiertos sin vida y ese rostro con expresión de pánico y agonía.

Finalmente, por obra de los dioses, el cansancio o de un atisbo de cordura, comprende cuál es la situación y se deja rodar a un lado, acabando tendido boca arriba. Observa el cielo con el corazón desbocado, realmente cansado y temblando. El dolor de la muñeca volverá a hacer acto de presencia cuando le llegue la calma y con esta el bajón.

Consciente de que no puede permitirse un respiro pues el resto de romanos rebeldes están demasiado cerca de su posición, se levanta por inercia y se dirige a recoger los restos de la escaramuza solo con la mano buena. Un scutum va a parar al brazo maltrecho, el otro sobre un caballo. Un gladius guardado en su montura y el otro el un tahalí mientras el hacha va a parar al otro rapiñado de los muertos. No se molesta en enterrarlos u ocultarlos. No hay tiempo.

Sin más dilación procede a coger a las monturas como buenamente puede con una mano y en un acto de lucidez, tirar con suavidad de ellas para dirigirse hacia la zona más o menos acordada con Publio y Aulo.

Todo lo que podía salir mal, ha salido mal. Pero al menos él había salido con vida y, si los dioses quieren, su domine y su amigo también lo harían.

Cuando al fin pasó todo aquella terrible situación, sin duda el cuerpo se te vino abajo por completo, habías acabado por primera vez con la vida de un hombre y eso es algo que marca a cualquiera.

Es por ello, que cuando por fin regresan Publio y Aulo apenas te enteras de su llegada hasta que casi te tienen que zamarrear para que vuelvas en ti. Acto seguido y tras unos comentarios jocosos de tu domine les relatas todo lo acaecido y sin duda no dan crédito a todo. Ellos por su parte te cuentan que el plan fue perfectamente, pudieron crear la distracción necesaria y el resto de legionarios los rodearon y lso redujeron en apenas unos minutos.

No obstante a tu domine le preocupa el estado de tu mano, por lo que regresáis rápidamente al centro de operaciones y allí el bueno de Publio paga a un médico para que te eche un vistazo y aunque te tiene que entablillar el antebrazo, te encuentras bastante mejor.

Por otro lado, aunque tienes que guardar algo de reposo, vas ayudando en aquello que puedes, en los meses siguientes la labor del ejército de Lúculo parece centrarse en reagrupar a todos los legionarios de la región, por lo que los desplazamientos son constantes. Ello unido a tu deseo, visto lo visto, de aprender a defenderte te lleva la mayor parte del día y aunque te encuentras mejor, a menudo vuelve a tu mente el momento de la pelea y el estrés sufrido en aquella situación...