El 21 de Marzo de 1309 el Papa Clemente decidió abandonar Roma por Francia (digamos que era un pelotilla del Rey Francés Felipe el Hermoso, de quien recibía un privilegiado trato). Se estableció en Avignon, y allí se quedó él, así como sus sucesores.
Sin embargo, 66 años más tarde Gregorio XI decidía abandonar la sede pontificia de Francia y regresar a Roma.
El problema es que dos meses más tarde de su regreso, Gregorio XI murió. Los romanos, tanto por sentimentalismo como por intereses religiosos, querían que el nuevo Papa fuera romano, o al menos italiano, para tener una mayor certeza de que no abandonaría la ciudad. Sin embargo, la presión francesa para que el Papa que saliese volviera a Avignon era tremenda.
Durante la elección del Papa hubo un asalto del populacho romano a la sede pontificia en la que estaban reunidos para proceder a la elección, por lo que se vieron obligados a nombrar Papa al arzobispo de Bari, Bartolomé Prignano, quien adoptó el nombre de Urbano VI.
Tras la designción, los cardenales huyeron a Fondi, anunciando que la elección no era legitima, ya que había sido forzada por presiones externas. Así pues, proclamaron Papa a Robert de Ginebra, quien tomó el nombre de Clemente VII, instalándose en Avignon.
Así pues, había dos Papas, cada uno con distintos apoyos. Al de Roma lo apoyaban los alemanes, los escandinavos, Polonia, Hungría, Flandes, Portugal, Irlanda e Inglaterra. Al de Avignon lo apoyaban Francia, Castilla, Aragón y Navarra.
Cabe decir que ambos papas excomulgaron a su rival, al que denunciaron como el antipapa del Apocalipsis.
Urbano VI murió en 1389, loco de atar. Le sucedió Bonifacio IX.
Cuando murió Clemente VII, en 1394, en Avignon proclamaron Papa a Pedro de Luna, cardenal de Aragón, que llevará la mitra con el nombre de Benedicto XIII, conocido también como el Papa Luna, o Papa de Peñíscola.
En 1398, Francia decide finalizar con el cisma, por lo que envía tropas contra Avignon. El Papa acaba siendo prisionero en su propio palacio. Tiempo después protagonizará una legendaria fuga que le llevará a ponerse bajo la protección de Luis de Anjou y a instalarse en Marsella.
Poco tiempo después muere Bonifacio IX, siendo elegido Inocencio IX como nuevo Papa de Roma. Tras su muerte, en 1406, es elegido Gregorio XII.
Cuando Luis de Anjou muere asesinado, Benedicto XIII debe huir de nuevo, protegiéndose esta vez en Perpignan, en la Corona de Aragón.
En Marzo de 1409, se produce el Concilio de Pisa, en que se declara herejes a los dos Papas y se nombra único Papa a Juan XXIII. Cabe decir que ni Gregorio XII ni Benedicto XIII abdican. Otro concilio más tardío, el de Constanza (1415) convoca a los tres papas para intentar que abdiquen por la fuerza. Gregorio XII acepta bajo amenazas. Juan XXIII, una joyita de la corona, es encerrado en un calabozo (en el que moriría 4 años después). Benedicto XIII, a sus 89 años, se olía lo que iba a pasar en el concilio, por lo que se negó a ir. Se niega a abdicar. Navarra le retira su apoyo. El Papa Luna solamente gobierna en la Corona de Aragón.
Por seguridad acaba abandonando Perpignan por la antigua fortaleza templaria de Peñíscola, una ciudadela inexpugnable. Poco después, en 1417, la Corona de Aragón le retira su apoyo.
En Noviembre, en Colonna, es elegido nuevo Papa, Martin V.
Olvidado por todos, Pedro de Luna, el Papa de Peñíscola seguirá en sus trece negándose a abdicar. Morirá asistido únicamente por cuatro cardenales fieles en 1422, a los 94 años. Sus cuatro seguidores mantuvieron su muerte en secreto, con el fin de repartirse el apoteósico tesoro papal que, según cuenta la leyenda, el Papa Luna escondía en las profundidades de su fortaleza.
La partida tiene lugar en Septiembre de 1422, tiempo antes de la muerte de Benedicto XIII.