Las pupilas de Arja se afilaron con las palabras de Ronan, era como si le hubieran encomendado una nueva tarea, una nueva oportunidad de prestar sus servicios a la causa. Te vamos a sacar de ahí. Realmente su cabeza se estaba llenando de miedos, por momentos pensaba que Soledad dejaría allí atrapado a Ronan para siempre. No podía cargar con el peso de aquella decisión, se focalizó en moverse cuanto antes.
Las palabras de Ulfura le dieron el empujón que necesitaba. Malakar siento decirte que sigo sin fiarme un pelo de esta cabeza parlante. Había cierta admiración en sus palabras, de no ser por el hechicero, dudaba que hubieran obtenido tanta información de aquel ser infernal, desde luego ella no hubiese tenido su paciencia. Se giró hacia Ronan para tomar su brazo y pasarlo por sus hombros, agarró su mano y su cintura de manera que pudiera apoyarse en ella para caminar. Ni siquiera recordaba la última vez que estuvo tan cerca de alguien sin intenciones de matarlo. Creo que deberíamos dirigirnos hacia la aldea y salir de aquí. No soy la única a la que la Espira le está dando pesadillas. Hizo un gesto con la cabeza hacia donde estaba Ronan y donde no verían nada. ¿Qué hacemos con el don nadie y la cabeza? Dijo al tiempo que pateaba los pies del carroñero. Paso de cargar con esta escoria.
Finalmente habían decidido... La Villa de las Flores, el poblado de comedores de lotos, según el mapa, al noroeste, pero antes de poner rumbo, había un pequeño cabo suelto...
Tras esposar y amordazar al último bandido vivo (Nunca insultaríamos a la vida hablando de Glouc en esos términos, por mucho que hablase y esputase), usando armas rotas y ramas robustas, habían creado un artilugio rudimentario que amarraron a su cinturón y su espalda, una suerte de pértiga de la que colgaron la cabeza del no-muerto, a medio metro por delante del pobre bandido sudoroso. De una patada lo pusieron en ruta, de vuelta hacia los supuestos cuarteles de los carroñeros en el Barco Seco. Aquellos peculiares peregrinos tropezaban el uno con el otro, uno jadeaba, el otro insultaba al primero, y todo volvía a empezar en una suerte de ridícula danza macabra que lentamente se alejó de la vista del grupo de aventureros amnésicos.
Pudieron, pues, rumbo a su nuevo destino, dejando a su espalda la siniestra Espira y aquella peculiar tormenta verde que venía en su dirección. Mientras el grupo se abría paso a través del traicionero terreno, sus pasos amortiguados por la densa maleza creciente, el propósito y la curiosidad les hacían acelerar el paso, quedando algo más rezagados Arja y su invisible carga. Ofrecían un peculiar espectáculo, pero Malakar y Ulfura intuían los poderes que habían propiciado aquello, y sabían que poco había de gracioso en el mismo.
A medida que se adentraban más en lo desconocido, el aire se volvía pesado, como si una niebla proveniente del otro mundo, teñida con tonos de púrpura que parecían adherirse a su ropa y piel, escapara de los páramos invisibles para parte de ellos, alcanzando su punto de molestia máxima justo cuando Ronan fue expulsado de los dominios de Soledad. Al bárbaro le había parecido ver de refilón al señor de aquel limbo, pero el destello de sus dientes acerados le cegó antes de que pudiera comprender aquellas formas. De todas formas, los demonios eran criaturas caprichosas que no tenían por qué presentarse dos veces con la misma apariencia, pero el cuentacuentos supo dar gracias por aquella ceguera momentánea, seguida del espectáculo de sus compañeros, tridimensionales una vez más, con más color y viveza a pesar de lo siniestro del camino.
Los cuatro se pararon a un lado del camino para que el cuentacuentos reposase y les relatase lo que en el otro mundo había sentido. Ulfura, queriendo ayudar, se arrodilló frente a Ronan. Metió la mano entre sus ropas y sacó una bolsa de piel. La abrió. Extrajo algo de su interior. Era como una cataplasma. Olía de forma extraña. Una mezcla de podredumbre y también algo dulzón. Como una fruta podrida al sol. Se metió en la boca aquella mezcla y la masticó y entonces alargó sus manos y partió la flecha insertada en el costado de Ronan. Después extrajo la punta y la arrojó al suelo. De la herida brotó sangre inmediatamente. Ulfura taponó la hemorragia con trazos de ropa. Cuando el flujo de sangre disminuyó, se sacó de la boca la mezcla balsámica y la aplicó a la herida y después la vendó.
—La herida es profunda. No te servirá de mucho.- Le masculló. Aun siendo así, Ronan podía notar las artes curativas de su compañera pugnando por limpiar su sangre infectada. Arja pudo, finalmente, ayudarle a ponerse las piezas de armadura que habían tacañeado a la muerte.
Lo fuesen a reconocer o no en voz alta, el volver a estar juntos les había dado energías renovadas. Reanudaron su viaje hacia la Aldea de las Flores, encontrando a los pocos minutos un miliario parcialmente quebrado que les confirmó que seguían en la dirección correcta. El mapa era tan tosco que difícil era saberlo.
A medida que se acercaban a su destino, el paisaje se transformaba ante sus ojos. Los cultivos de flores de loto escarlata se parecían descuidados, quemados por el rocío y hogueras, pero cubrían grandes extensiones, anunciando su próxima llegada al hogar de sus jornaleros. Las pocas flores enteras ondeaban sus pétalos, mecidas por la brisa. Eran una visión a la vez fascinante e inquietante, ya que creían recordar que el encanto de la flor de loto nublaba las mentes de aquellos que sucumbían a su adicción.
Sin embargo, cualquier apariencia de tranquilidad se hizo añicos cuando el grupo llegó a las afueras del pueblo. Una nueva escena de destrucción les aguardaba. El aire estaba cargado con el hedor de la muerte, y la comunidad, que alguna vez había sido, ahora yacía en ruinas. Cuerpos retorcidos y rotos de aldeanos, estaban esparcidos por las calles, en distintos estadios de descomposición. Los signos de una lucha violenta eran evidentes, con edificios devastados y marcas de garras grabadas en el firme.
Un silencio escalofriante envolvía el lugar mientras el grupo contemplaban aquella nueva pintura siniestra, llenos de preguntas. ¿Qué clase de bestias podrían haber causado tal devastación? El viaje había dado un giro ominoso ¿Podrían averiguar qué había desencadenado aquella pesadilla registrando sus calles?
Ronan escuchó de nuevo la voz cálida de Arja, sintió como sus manos atravesaban el velo como si de una capa líquida se tratase y lo levantaban como una pluma. ¿Acaso se estaba volviendo etéreo?. El pensamiento lo asustó por un momento, pero ahora con el abrazo de Arja y la proximidad de su cuerpo sentía también en su piel la proximidad del mundo de los vivos.
Tras desprenderse de la cabeza parlante, y a medida que se alejaban de la Espira, tuvo la sensación de que la entropía del mundo espectral disminuía por momentos. O tal vez el paso de un plano a otro se estaba produciendo de manera paulatina, en lugar del brusco salto que lo había llevado hasta allí. Lo cierto es que conforme pasaba el tiempo y se acercaban al poblado los apagados grises fueron poco a poco incrementando su pálido color, hasta acabar rodeado de una niebla púrpura que acabó destejiendo con sus propias manos.
Miró entonces a sus compañeros, intentando leer en sus rostros si podían verlo nuevamente. Vio frente a él a Malakar con su túnica y su mirada negra como ala de cuervo o promesa de viuda. Vio frente a él a Ulfura con su cabello rojo como el fuego que alimentaba su corazón palpitante. Vio, finalmente, a Arja y al azul gélido y límpido como el Mar del Norte de sus ojos, pero algo ajeno y terrible, como el brillo de un rayo de sol en el filo de un arma que se abate, lo cegó por un instante haciéndole cerrar los ojos y estremecerse.
Cuando los abrió de nuevo, fue para ver las caras de sus compañeros a su alrededor. Ninguno era especialmente dado a la efusividad, siendo Ronan probablemente el más empático de todos ellos, así que agradecía especialmente los cuidados dispensados por Ulfura que, junto con un breve descanso, hicieron que el joven bárbaro pudiera recuperar la mayor parte de sus fuerzas. Cuando reiniciaron la marcha hacia el poblado, Ronan seguía hablando, contándoles de la Espira y de como con Ulfura habían atrapado al espectro de Glouc en la cabeza, en un intento de evitar que nuevamente el silencio se impusiera.
Solo calló para contemplar el nuevo paisaje que se les presentaba a medida que se acercaban a la aldea. Sembradíos de loto que parecían no tener fin y que, con su fuerte color escarlata, teñían de sangre la campiña, lúgubre presagio de la escena que estaban a punto encontrarse.
Nuevamente en silencio, fueron recorriendo de a poco las calles, observando los signos de una lucha desigual, los cuerpos sin vida que yacían desmadejados como marionetas abandonadas por su titiritero, intentando buscar alguna señal de qué o quienes podrían ser los misteriosos atacantes.
Motivo: Leer rastros (SAB)
Tirada: 2d20
Dificultad: 9-
Resultado: 4, 12 (Suma: 16)
Exitos: 1
Ya se que cazador me da una ventaja muy buena que es primer ataque acertado, pero algo más hace un cazador que disparar, así que con toda la face pido una tirada de Sabiduría con ventaja.
Malakar no sabía cuanto tiempo había pasado desde que habían despertado. Por un segundo quedó aturdido, quizás por tener que estar entre la realidad y el plano en el que Ronan había estado. Una fuga de demonios que había hecho aparecer aquella cabeza parlanchina que ahora colgaba sin ninguna dignidad de varios palos atados.
Ahora, con un nuevo destino, se pusieron en marcha hacia La Villa de las Flores. Un nombre demasiado bonito para lo que habían estado pisando y para las dificultades que el camino les estaba poniendo. Malakar caminaba serio, pues a pesar de su dejadez y su constante desafío al peligro, no era un hechicero estúpido y sabía que la muerte podría estar escondida en cualquier rincón de aquel lugar maldito.
Pero aquel alto en el camino para que Ulfura pudiera tratar a Ronan.
— Este mapa apesta a inutilidad — le comentó a Arja —. Supongo que está a la altura de la inteligencia de aquellos carroñeros que, sin duda, no era mucha. No sé si vamos en buena dirección — el hechicero oteó el a los lados —. No me da buena espina algo, pero no lo sabremos de verdad hasta que lleguemos allí.
Y así fue. No hacía falta ni ser un hechicero ni un decadente para observar aquel panorama al que habían llegado.
— Tharkus es el único que quizás haya podido hacer esto.
Arja a penas cruzó palabras con sus compañeros durante el viaje, se centró en hacer de apoyo para su compañero, además de que era difícil participar en cualquier conversación con ambos demonios en su cabeza aún tratando de hacerle pasar por un calvario. No supo explicarse el alivio que sintió cuando vio que su compañero por fin volvía en sí y abandonaba las profundidades de aquel plano sombrío, aquello le puso fin a la pelea de Odio y Soledad. No vuelvas a llamarme para actos egoístas si no vas a darme un espectáculo mejor, querida. Aquello fue lo último que escuchó decir a Soledad antes de que se hiciera el silencio en su mente, el cual agradeció enormemente.
Con un suspiro de alivio tras las curas de Ronan, encauzaron de nuevo el camino, y pronto ese silencio que tanto estaba saboreando con gusto, iba siendo interrumpido por Ronan. Quizás en otra ocasión le habría pedido silencio, pero esta vez conocía bien su necesidad de contar y contar, ella misma había estado en ese plano espectral en otras ocasiones, sabía bien qué se sentía. Así que se dejó llevar por las historias del bardo, mientras observaba los cambios en el paisaje a su alrededor. Sus agudizados sentidos de guerra parecían servirle de apoyo a Malakar, que comentaba con ella los cambios en la geogragía y lo inútil de las indicaciones en el mapa.
Supongo que está a la altura de la inteligencia de aquellos carroñeros que, sin duda, no era mucha. No sé si vamos en buena dirección, decía el hechicero. Arja no pudo evitar soltar una risotada amarga, no pudo aportar mucho a la sabiduría de su compañero, pero sí que estaba de acuerdo en las sensaciones que le provocaban el lugar, quizás porque tenían contacto estrecho con el más allá. Estaba segura de que Ulfura también podía notarlo. Comparto tus sensaciones.
No tardaron en confirmar sus sospechas, tras los colores escarlata de las flores, llegaban los rastros igualmente escarlata de los aldeanos del lugar. El hedor a muerte era más que evidente. Vio cómo Ronan se adelantaba a rastrear, le costaba creer que alguien como Tharkus hiciera algo así, su gente desde luego no era nada brillante, algo que para ella era deshonroso. Mientras caminaban adentrándose en el pueblo, observaba las heridas, quería interpretarlas, ver qué le decían sobre sus armas. Los desmembramientos eran algo que no la dejaban impasible. Para ella, siempre había una causa por la que luchar, pero de alguna forma, lo que aquella estampa le decía era narcisismo y vanidad.
La mujer avanzó dejando sin preocuparse si los demás la seguían o no. Se adentró en las calles devastadas del poblado. Vio signos de batalla. Vio marcas de garras en el suelo. Se agachó y examinó los cuerpos mutilados abandonados a la interperie. Intentaba determinar la causa de su muerte. Porque, aunque a priori, todo parecía indicar que se trataba de un ataque de animales salvajes, no se podía descartar que fueran perros domesticados guiados por bárbaros.
Pues eso que examino los cuerpos y a ver si consigo saber la causa de la muerte.