Si...sí, claro, enseguida. - os respondió de nuevo con una voz débil, y además esta vez vibraban hasta sus cuerdas vocales -
Caminó despacio hasta el matón que yacía en el suelo, y empezó a rebuscar lentamente en sus ropas. Hasta que sacó, de nuevo lentamente, una carta.
¿Es esto? - dijo mostrándola, su mano temblaba más que sus palabras. -
Cuando don Marcos menciona que no son vulgares ladores o asesinos Bruno no puede contenerse y lanza un "¡ja!" cargado de igual manera de rabia e ironía. En cuanto se acerca el cochero, Bruno salta del carro, se guarda la daga y pasa a recoger la carta.
- Sí... Esta es.
Le agarra la carta con un movimiento lento y se la guarda en la camisa. Bruno no era un santo -¡lejos de serlo!-, pero se podía apreciar cierta expresión de contrición en su cara, y eso no era demasiado habitual. Aunque, claro, sólo le ve el cochero.
Marcos escuchó el comentario de Bruno, parecía esta:
- Eso parece, podeis marchar, soy hombre de palabra... Odio matar a gente gratuitamente. Y recordad caballero, si vuelvo a oir de usted, u oigo que ha dicho algo de nosotros, no seré tan paciente... Podeis ir en paz. - Miró al resto.- Dejadle ir, tenemos lo que queriamos.
Nada mas soltar la carta el conductor salió corriendo hacia ninguna parte, y no miró atrás para nada. De hecho parecía estar rezando.
Vosotros estabais en medio del camino, la villa estaba a vuestra espalda a una distancia de unos dos cientos o trescientos metros. Con dos carros y varios caballos a vuestro lado.
Bruno sostenía la misiva en su mano, por fin la habíais conseguido. Marcos se encontraba a su lado, mientras que Julián y Alejandro acababan de bajar del carro para verla de cerca.
El sobre era como otro cualquiera, pero tenía el sello del barón de Pinto.
Bruno se guarda la carta en uno de los múltiples escondrijos de su raída camisa. Cuando don Marcos vuelve a mencionar lo de las muertes gratuitas y el odio que les profesa, respira con fuerza por la nariz mientras niega con la cabeza, incrédulo.
Cuando el pobre cochero está bien lejos, se gira hacia su socio.
- Ahórrese las palabras, don Marcos, las acciones hablan por nosotros más que mil palabras, aunque estuvieren escritas por el mismísimo Góngora.
Sus palabras no carecen de humor, y su sonrisa lo corrobora, pero algo en sus ojos es diferente. Les falta el brillo del humor sincero.
- ¡Bueno! -mirando al resto-. No perdamos el tiempo, visitemos a nuestro benefactor, ¡raudos! Antes de que los corchetes hagan sus pesquisas...
Marcos asiente lentamente, pero anota mentalmente las expresiones de Bruno... Algo no le gusta y aun no sabe bien el qué. Estába pasando algo de modo imperceptible... ¡Maldita su suerte por no ser hombre de discursos y letras!. Ya vería que le deparaba el destino, a él y a todos, pensó con aire sombrío a la par que guardaba su espada y se disponia a irse con los caballos como todos.
Alejandro asistió impasible a la escena, aunque no pudo reprimir un breve quejido ante el estallido del disparo. Observó a uno de aquellos rufianes morir a manos de la pólvora de Marcos...
No era Alejandro quién para juzgar a nadie, después de todo, él mismo había tomado "decisiones ejecutivas" de ese tipo en más de una ocasión, pero lo cierto es que en aquel momento la tensión entre Bruno y Marcos podríase cortar con la vizcaína. Sin muchos aspavientos, Alejandro intervino:
- Siempre he dicho que el olor de la sangre fresca atrae a la ronda... será mejor que salgamos de aquí y acabemos con esto cuanto antes. Es tontería lamentarnos ahora por las decisiones tomadas. Se nos pagó por un trabajo que ya hemos acabado... ahora sólo queda cobrar, las putas y el vino - añadió con un humor tosco y poco hábil, que trataba de sustituir las pequeñas chanzas de Bruno en aquel momento.
Las dudas sobre el Achispado vuelven, y esta vez parece que no soy el único que las alberga. Asiento a don Marcos, conforme con su decisión de dejar ir al hombre, y miro de reojo los movimientos de Bruno mientras charla alegremente.
Don Alejandro habla bien.... en poco llegará la ronda.
- Bien... parece que nada más queda por hacer. Cruzo la mirada con don Marcos. Ahora no, compadre, ya aclararemos cosas despues.
Al escuchar la palabra "ronda", Bruno se reactiva.
- No podemos coger el carro, no damos la talla y media villa ha visto dos carros con la misma librea correr en esta dirección... ¡Pero somos cuatro y tenemos suficientes caballos!
Se acerca al primer caballo y lo desata. No tiene silla, pero los antiguos no disfrutaban de esas comodidades, así que tampoco había que quejarse. De un par de saltos consigue subirse al corcel.
- ¡Dispersémonos! ¡Nos veremos en la taberna del turco! ¡Recemos para que don Alonso esté a salvo y pueda reunirse con nosotros, si no, corran vuestras mercedes la voz!
Y, dándole con la mano en la grupa, sale disparado hacia la ciudad.
En su mente se atropellaba la imagen mental de sus compañeros cayendo de las sillas: no llegarían a la taberna. El veneno de lento efecto no tardaría de destrozarles el hígado... ¡Adiós, compañeros de trabajos y apaños! ¡Hola, buena vida!
Por cierto, el último párrafo es coña... ¡Habed puesto la telepatía en modo off y os habríais ahorrado un susto! ;D
Marcos le mira antes de bajarse a coger uno de los caballos:
- Nos veremos alli Bruno... No llegues tarde. - Luego miró al resto tras montarse.- Señores, es hora de irnos, siganme a prisa. Alejandro recogerá a Alonso, Julián y yo iremos directamente a la taberna. Sed discretos y no dudeis en salir por piernas si hiciese falta... Vamos. - Dijo acercandose a ellos en caballo, a la espera de seguirles.
Algo no le gustaba de todo esto, pero no podia hacer nada en ese momento... Como bien decia Julian, ahora no era el momento. Tenia ganas de llegar y olvidarse de estas movidas en las que se habia convertido su vida.
Alejandro asintió a la orden de Marcos y tomando otro caballo se dirigió en busca de Alonso, desandando el camino que habían hecho con el carro y suponiendo que, herido como estaba, no se encontraría muy lejos.
Cada uno se adueñó de un caballo y marchó por separado hacia la villa, en principio os reuniríais en la taberna del turco, pero nunca se sabe que puede uno encontrarse por el camino.
Con toda la acción el grupo había perdido la noción del tiempo, pero en la villa estarían todos durmiendo, pues serían las dos de la madrugada.
La luna daba algo de luz, aunque de vez en cuando alguna nube la ocultaba y la oscuridad reinaba en todo el lugar, ocasionando así más frío del habitual.
Cambio de escena.