Fue una tarde agradable y lo mejor aquellas caricias con las manos. Pero sólo con ir al cine ya se les había hecho tarde y como no podía ser de otra forma la acompañó hasta su casa. Allí se produjo un momento de incomodidad cuando no supieron como despedirse. La tensión fue en aumento hasta que... hizo acto de presencia el padre de Mary.
Jack le dijo que lo había pasado muy bien, y le propuso quedar otro día cuando acabara de trabajar, pero esta vez para dar un paseo y tomar un batido o alguna cosa. Aguardó respuesta por parte de la chica antes de irse ya con destino a su casa.
8 de diciembre de 1941
La cita del día anterior había sido un éxito, se lo había pasado bien y estaba seguro de que Mary también había disfrutado con la película y con su compañía. Lo único que le carcomía era no haberle dado un beso cuando tuvo la oportunidad. Su timidez e inseguridad el había jugado nuevamente una mala pasada, algo le decía en su interior que de ser algo más lanzado haría ya tiempo que estaría saliendo con Mary George. Pero siempre quedaba esa duda y la inseguridad de pensar que no sería correspondido.
El trabajo le reclamó aquella mañana, después de todo la granja no iba a atenderse sola y sus padres siempre agradecían un par de brazos extra para ayudar en las tareas. La radio sonaba de fondo mientras él atendía el granero, le gustaba escucharla porque de ese modo el trabajo se le hacía más entretenido y la tarea pasaba antes.
De ponto la música se interrumpió. Un locutor dio un rápido paso al Congreso sin que Jack pudiera entender que estaba pasando con los acordes de la orquesta de Glenn Miller. Entonces sonó la voz del mismísimo Roosevelt.
-Ayer, 7 de Diciembre de 1941, una fecha que pervivirá en la infamia, los Estados Unidos de América fueron sorpresiva y deliberadamente atacados por fuerzas navales y aéreas del Japón. - A estas palabras siguieron una breve explicación del ataque a Pearl Harbor y una petición al Congreso para poder declarar la guerra a Japón.
Mi pensamiento volvía una y otra vez a Mary, y no veía el momento de volverla a ver. Pero con aquellas palabras del presidente me sacudió la conciencia devolviéndome a la realidad. Me detuve en seco con lo que estaba haciendo.
Sabía que las cosas en Europa estaban mal, pero aquel ataque de Japón… Fue algo inesperado para mi, no dudaba que de un momento a otro íbamos a entrar en guerra, o bueno, en realidad ya nos habían metido en ella.
Presté atención por si decían algo más y luego ya corrí a contarle la noticia a mi padre.
Los padres de Jack vivían ajenos a la terrible calamidad que estaba sacudiendo el país. De pronto vieron llegar a su hijo corriendo con la radio en brazos entrar a toda prisa en la casa y buscar como un loco el enchufe para conectar el aparato tras dejar el pesado armatoste sobre la mesa en la que solía estar normalmente, salvo cuando él la cogía para ir a trabajar al granero.
Su madre le miraba extrañado desde la cocina y su padre se rascaba la cabeza pensando que su hijo acababa de perder el juicio por completo. Entonces Jack atinó a enchufar la radio y sus padres pudieron enterarse también de la noticia. Al principio no daban crédito y se miraban como si estuvieran en una horrible pesadilla. Luego el miedo sacudió sus cuerpos y se acercaron hasta la radio.
Se pegaron allí varias horas, en espera de las noticias que el locutor iba dando a conocer poco a poco. La flota del Pacífico en Hawai, Pearl Harbor, destrozada. Dos oleadas de aviones japoneses, atacando el domingo. La declaración de guerra, recibida horas después. Y lo mas importante. Aunque solo eran estimaciones, las bajas se contaban por miles.
Me daba un escalofrío tras otro con aquellas espeluznantes noticias ¿Los japoneses? ¿Qué sabía yo de los japoneses? Apenas nada. Luego mi mente trató de imaginar una y otra vez lo espeluznante que debió de ser aquel ataque, aunque claro, mi cabeza usaba alguna de las pocas imágenes que había de la primera gran guerra. Había escuchado a algún veterano relatar historias de esa guerra.
Ahora se abría una nueva contienda, la posibilidad de hacer historia, de devolver el golpe que le habían propinado a nuestro país , de ser un héroe y por lo tanto merecerme Mary, sus padres me mirarían con orgullo. De pronto me levanté – Papá, mamá, tengo que hacer algo, no puedo quedarme de brazos cruzados , voy a alistarme al ejército.
Ante tan avalancha de noticias sus padres continuaban en shock, pero el anuncio repentino de Jack casi consigue que su madre se desmaye de la impresión. Su padre la sujetó antes de que eso ocurriera, y ella reaccionó manteniendo el equilibrio aunque las únicas palabras que lograba articular eran: ay Dios mío. Su padre en cambio le miró, con seriedad, con la fija mirada clavada en el muchacho, y se limitó a asentir con la cabeza. En cierto modo orgulloso de su hijo, pero también preocupado por él. Sabía que llegado el momento un hombre debía hacer lo que tenía de hacer.
Para su madre era más difícil de comprender, Jack era hijo único. Su retoño, jamás dejaría de verle como un niño y ahora que iba a partir a un lugar tan peligroso no podía soportarlo. La idea de que jamás volviera era demasiado para ella. Pero él sabía que debía defender a su país y luchar por su patria. Lo único que le hacía dudar era Mary. Pero quería ganarse el privilegio de ser adecuado para ella, de merecerse su amor, y estaba seguro de que si volvía de allí con vida sería un digno pretendiente.
Inocente de mi, no había previsto la posible reacción de mi madre. No quería hacerle daño pero... Ya no era un niño, y la mirada de mi padre me lo reafirmó. Esperaba poder volver con honor y porque negarlo, con un buen sueldo.
Me senté al lado de mi madre y la abracé – Volveré y además aportaré un poco de dinero extra que buena falta le hace a la granja
Luego con mirar a mi pare era suficiente, aunque había un pequeño brillo de temor sabía que me apoyaría. Si, podía estar orgulloso de mis dos padres.
Por otra parte me sabía mal tener que separarme de Mary, ahora que habíamos empezado a vernos, pero tenía que darle también motivos para que estuviese orgulloso de mi, y también a su familia. Era el siguiente paso, tenía que volver al pueblo, para alistarme y para hablar con ella.
La oficina de reclutamiento del ejército más cercana se encontraba en Frankfort, la capital del estado de Kentucky. Pero para ir hasta allí desde su granja, Jack tenía que pasar obligatoriamente por Marion. Y aunque no fuera así, estaba seguro de que hubiera dado el rodeo necesario sólo por ver una última vez a Mary antes de partir.
Ya había preparado todo para marchar, su petate con el pequeño equipaje que llevaba, y algunas cosas que estaba seguro de que necesitaría en el viaje. Su madre le había preparado un bocadillo y su padre le había dejado las llaves de la furgoneta para que fuera hasta Marion. Le dio instrucciones para que dejara la furgoneta cerca de la parada de autobuses antes de coger el que le llevaría hasta Frankfort y le dijo que ya iría él a recogerlo. Para sus padres sería muy duro ver subir a su hijo a un autobús con el desconocimiento de si algún día volvería por lo que prefirieron despedirse de él allí, en su hogar. Para él aquello resultaba perfecto porque de ese modo tendría tiempo para despedirse de Mary y pasar con ella una última tarde en soledad.
Aparcó frente a la tienda de suministros donde ella trabajaba y contempló desde allí como empaquetaba la compra de un cliente y se despedía de él tras cobrarle. Cuando se quedó a solas en la tienda, se giró hacía la radio y subió el volumen, preocupada, como todo la nación. Aún con el rostro atenazado por el miedo que sentía era bella. Hermosa y perfecta. Su piel era blanca, pálida, como la nieve y su cabello era negro como el azabache. Era una muñeca de porcelana preciosa y delicada.
Las cosas fueron bastante rápidas, pero ni por un momento me arrepentí de mi decisión. Aunque eso no quería decir que no fuera a echar de menos a mis madres, a mi tierra... Me embargaba un sinfín de sentimientos.
Mi padre me indicó donde se encontraba la oficina de reclutamiento más cercana, así que mi viaje inicial sería un poco más largo de lo que había previsto. El mundo comenzaba a ensancharse para mi.
Le di un gran abrazo a cada uno de ellos y les dije que les escribiría, esto último mirando a mi madre con la intención de traquilizarla un poco. Tenía un nudo en la garganta cuando subí a la furgoneta y dejé mi casa atrás. Me sentía nervioso, pero excitado a la vez.
Llegué a Marion y esperé a que fuese el momento propicio. Salí del vehículo y en unas pocas grandes zancadas llegué hasta la tienda. Cuando entré hice algo que jamás imaginé que podría llegar a hacer: Le di la vuelta al cartelito para que indicase “Cerrado” y bajé la cortinilla del cristal de la puerta. No quería que nadie estropeara este momento.
Me acerqué a Mary con una sonrisa nerviosa, me froté la frente y le traté de sonreír - ¿Qué tal estás? - Le pregunté como si cerrarle la tienda no tuviese ninguna importancia.
-Bien... -Dijo ella con la voz algo entrecortada y mirando con preocupación a Jack. Se sorprendía de que estuviera allí, pero todavía le sorprendía más que hubiera dado la vuelta al cartel de la tienda y hubiera bajado la persiana, lo contemplaba todo algo extrañada.
-¿Has oído lo que han dicho en la radio...? -Preguntó con un hilo de voz débil.
Mi intención no había sido la de preocuparla, aunque lo que tenía que contarle no se si le iba a agradar mucho...
Traté de ampliar un poco más mi sonrisa – Si, de eso se trata, voy a alistarme – Le solté ya sin más rodeos. Pero me sentía mucho más decidido que de costumbre y tomé una de sus manos – Mary George, se que lo que te voy a pedir no es justo y entenderé si me dices que no, pero... - Tragué saliva – Si me quisieras esperar, si quisieras esperar a que regrese... tendría el valor suficiente como para presentarme en tu casa y pedirle tu mano a tus padres.
Por fin lo dije.
-¿Qué...?.- La noticia de su alistamiento la dejó boquiabierta.
Quiso decir algo para interrumpirle, pero las palabras no le salieron y entonces Jack se mostró más decidido de lo que jamás había sido y añadió todo lo que siempre le había querido decir y nunca se había atrevido. Jack sintió como se quitaba un enorme peso de encima, incluso se notó más ligero. Decirle aquello había sido mucho más difícil que tomar la decisión de alistarse.
-Jack... -Dijo ella con los ojos cargados de lágrimas. -Escríbeme. Escríbeme todos los días y por favor, vuelve. Regresa sano y salvo para que nos podamos casar. -Intentó sonreír pero las lágrimas se deslizaban por su mejilla desbocadas.
Las sensaciones eran intensas y opuestas. Por un lado sentía que le estaba haciendo pasar un mal momento con mi anuncio de alistarme. Por otro estaba la liberación por haberlo contado. Y por último también estaba… ¡Lo que me dijo! ¡Estaba aceptando mi propuesta! Eso solapó todo lo demás.
- Oh… Mary – La tomé entre mis brazos para abrazarla y mis labios buscaron los suyos. Fue mi primer beso de auténtico amor. El gran beso no terminó ahí con otros más pequeños borré cada una de sus lágrimas – Te quiero Mary George. Te escribiré todo lo frecuentemente que pueda y cuando esto pase tendremos una nueva vida, una vida juntos.
Se juntaron en un apasionado beso. Ella le sujetaba fuertemente la cara mientras le besaba, como si no quisiera que se despegara de su lado jamás, y él hubiera dado todo lo que tenía por que ese momento no terminara nunca. Habían tardado demasiado en que llegara ese primer beso entre ambos, a pesar de que ambos lo deseaban desde el momento en que se habían conocido, habían sido demasiado tímidos para hacerlo, y ahora Jack tenía que partir y no podrían volver a disfrutar de esos sentimientos hasta su regreso.
Tras un buen rato junto a Mary, Jack tuvo que despedirse y marchar hacía el peligroso destino que le esperaba más allá Marion y lejos de su amada. Le costó una eternidad separarse de ella y lamentó no disponer de más tiempo para dedicarle, pero tenía un deber que cumplir. Finalmente se despidió de ella con otro apasionado beso y la promesa de que le escribiría siempre que pudiera. Ella, por su parte, le hizo la promesa de que le esperaría todo el tiempo que hiciera falta.
Tras un largo viaje, llegó hasta su destino. La cola de la oficina de reclutamiento nunca había estado tan poblada. Los oficinistas no daban a basto ante la avalancha de jóvenes voluntarios ansiosos por defender a su país. Ya no se trataba de pillastres huyendo de la ley o de quienes no tenían otra opción y tomaban el último recurso como ocurría en los viejos tiempos. Ahora eran jóvenes de todo tipo y condición quienes se lanzaban a aquel edificio para luchar por su patria. Ante ellos se encontraba un incierto futuro. Jack saludó a algunos conocidos sin saber si los volvería a ver alguna vez. Tal vez muchos de esos otros a quienes no conocía le salvarían el pellejo, o tal vez él se lo salvase a ellos. Puede incluso que compartiesen la misma trinchera o las mismas balas.
Fin de escena. Tendrás que esperar un poco a que termine el resto.