Will acompañó a las chicas, pero rehusó todas las provocaciones que Rebeca le lanzaba. Y cuanto más reticente se volvía el joven muchacho, más insistente se volvía ella. Hasta que llegados a determinado punto, Will tuvo que irse para evitar que aquella tentación se volviera más peligrosa. Todavía le dolía la cabeza de la resaca del día anterior y notaba que el estómago se le revolvía ligeramente.
Cruzó de nuevo el puente y regresó al campus, una vez en la residencia de estudiantes caminó hasta su habitación y descubrió que Robbie no había dejado ninguna señal en la puerta, como era costumbre cuando llevaba a alguna chica, por lo que supuso que la habría llevado a cualquier otro rincón. Una vez en la habitación, Will enchufó la radio para que la música le relajara y se dejó caer sobre su cama y cerró los ojos.
8 de diciembre de 1941
Will se había quedado dormido, y la música sonó durante toda la noche y gran parte de la mañana que el joven pasó soñando y recuperándose de la resaca. Era lunes, pero el ajetreo del fin de semana le habían dejado demasiado cansado para madrugar y las sábanas se le pegaron. Además, había olvidado poner el despertador y también había olvidado apagar la radio. Fue la voz del mismísimo Roosevelt, trigésimo segundo presidente de los Estados Unidos de América, quien le despertó.
-Ayer, 7 de Diciembre de 1941, una fecha que pervivirá en la infamia, los Estados Unidos de América fueron sorpresiva y deliberadamente atacados por fuerzas navales y aéreas del Japón. - A estas palabras siguieron una breve explicación del ataque a Pearl Harbor y una petición al Congreso para poder declarar la guerra a Japón. Estados Unidos se metía en el conflicto que sacudía Europa y gran parte del Pacífico.
Las palabras del presidente Roosevelt resonaron en lo más profundo del sueño de William. Estados Unidos habia sido atacado por los nipones en una serie de ataques kamikaces que habian acabado con la vida de más de 2000 estadounidenses y habia dejado otros tantos heridos. Los japoneses no hicieron distincion entre civiles y militares, hombres o mujeres. Cualquiera que se encontrara en el puerto o a bordo de los portaaviones y acorazados era objetivo.
...Una fecha que pervivirá en la infamia...
...Una fecha que pervivirá....
...Una fecha....
William se despertó de sopetón sobresaltado. Algo le decia que Estados Unidos entraria en la Guerra de Europa, pero nunca jamás podria haber imaginado que ocurriría algo así. No conocia las actuaciones americanas en el Pacífico, pero por lo poco que sus compañeros habian contados de amigos suyos militares, decían que aquello era una especie de paraiso. ¿Donde estaba? En Hawaii... aquello era una especie de destino paradisiaco. Enfermeras guapas y jovenes, sol, playa, buen tiempo...
- ¡Robbie! ¡Eh Robbie! ¡Despierta dormilón!
Pero Robbie no contestó. Su cama permanecía hecha, así que esa noche la habia pasado fuera.
William sintió algo parecido a miedo surgir de lo más profundo de su estomago. Abrió las ventanas de par en par y dejó que el frío viento de Diciembre azotara su torso desnudo, pues siempre dormia solo con pantalones. Aquel frío le dio una especie de bofetón que le devolvió a la realidad. Una realidad aterradora. 2000 muertos en un solo dia, en unas horas. O eso decían los noticiarios si no eran más... Aquel miedo se tornó en repulsa hacia los japoneses, y esa repulsa en ira. Fue tal la amalgama de sentimientos que sintió nauseas y tuvo que ir al cuarto de baño para echarse agua fria en la cara.
Se vistió, olvidando la ultima clase del curso - que por otro lado no sería sino una despedida formal del profesor de turno - y lo que iría a hacer hoy. Metio en una gran maleta toda su ropa y en otra maleta sus libros de la carrera, los apuntes... No era un joven que tuviera muchas pertenencias. Y cargó hasta la estación de tren donde cogería el primer tren que pillara hacia Ohio, y de allí cogería un taxi o un autobús hasta Lancaster.
Sabia algo a ciencia cierta. Debía estar con su familia en un momento como este.
Al igual que él, muchos jóvenes de Harvard salían de allí con las maletas hechas a toda prisa para volver a sus casas y ver a sus familias. Se despidió de alguno de los chicos de su cuadrilla al encontrarse con ellos y abandonó el campus a la carrera para dirigirse a la estación de trenes. No vio a Robbie, supuso que se encontraría en el cuarto de aquella chica y que al igual que él la noticia le despertaría de súbito. Atrás quedaron toda sus cosas y por un segundo se preguntó cuando volvería a verle. Todo parecía muy incierto ahora.
Antes de coger el tren que le llevaría de vuelta a Ohio, telefoneó a su casa para avisar de que volvía antes de lo previsto. La conversación fue breve, Will estaba muy unido a su padre pero éste se encontraba igual de impactado que él por la noticia, las palabras entre ambos no salían con facilidad. Además, Will tuvo que colgar a toda prisa y correr hacía el andén para no perder el convoy. El viaje se le hizo eterno y muy incómodo, las caras de la gente, que acababan de enterarse de la terrible noticia lo decían todo. En el tren reinaba el silencio y la preocupación.
Tras doce largas horas de viaje, el tren finalmente llegó a la estación de Columbus. Era ya de noche y Will supuso que, dadas las circunstancias actuales y la cantidad de viajeros del tren, sería difícil encontrar un taxi que le ayudara a recorrer los escasos cincuenta kilometros que le separaban de su Lancaster natal. Cual fue su sorpresa cuando se encontró frente a él a su propio padre esperándole en el andén de la estación.
-¡William!. -Gritó para llamar su atención.
Vestía un largo abrigo de invierno de buena calidad y un buen traje de color gris, camisa blanca y corbata. El pelo negro peinado hacía atrás, en el que ya se podían ver varias canas. La cara afeitada, seria y siempre digna. Se notaba que su padre era un hombre pudiente, de buena posición social. Un Sherman en toda regla.
William no se esperaba que su padre fuera a recogerle. Era toda una novedad, pues Abraham Sherman siempre habia dejado que su hijo se deseolvolviera solo, que aprendiera a salir de los atolladeros por su propio pie. La educación que Abraham le brindó a su hijo fue dura y estricta, pero gracias a eso William es hoy quien es. De echo, en el momento en que vio a su padre, estaba hablando con una persona que se quedaba a unos kilometros de su casa, estaba negociando para compartir taxi.
- Padre... - Saludó cortesmente William, aunque despues de la cortesia, y a pesar de la expresión petrea de su padre, se fundió en un fraternal abrazo con su padre. - ¿Como está Madre? ¿Ha escuchado al Presidente?
-Tu madre está preocupada.- Le confesó, aunque seguramente él también lo estaría si se había acercado hasta allí, aunque no se atreviera a reconocerlo. - Sí, hemos escuchado al presidente, son tiempos turbios los que nos ha tocado vivir, hijo mío.
Su padre le ayudó a cargar las maletas y las subieron al coche. Se pusieron en marcha en dirección a Lancaster, y su padre le preguntó que tal iban los estudios. A pesar de la inminente guerra, a pesar de que los japoneses acababan de matar a cerca de dos mil estadounidenses entre civiles y militares, a su padre le seguía preocupando que su hijo se convirtiera en un buen abogado. Después le contó que iban a cenar en la vieja casa familiar y que habían invitado a Alexandra y a sus padres.
- Viento en popa, Capitán. - William bromeó como solía hacer cuando era niño. Cuando jugaba con su padre o su padre le preguntaba por sus tareas, el niño le trataba como si fuera el capitán de un barco y él un marinero. - Solo me faltan dos asignaturas para acabar, aunque no podré graduarme antes. En enero acabaré, pero debo esperar a Junio, cuando se realiza la entrega de birretes y memorias. Ya sabe. Así que podré estar más tiempo en casa, con vosotros y con Alexandra. ¿Qué tal está? ¿Cómo están los Bremner?
A pesar que el joven William hablara como siempre lo habia hecho, de manera distendida, su mirada se encontraba perdida y fija en su ira interna. En eso era como su padre. Cuando el Juz Abraham Sherman se ponía furioso, podía transmitir a través de su mirada la furia de un volcán. Pues William estaba furioso, aunque tratara de disimularlo.
Durante el viaje en coche, padre e hijo, fueron poniéndose al día contándose lo sucedido desde la anterior visita de Will a su hogar. Hablaron largo y tendido de los estudios, de como iban los exámenes, de la dificultad de algunas asignaturas. Y luego hablaron sobre Alexandra y su familia. Su padre le contó que la chica le echaba mucho de menos pero que estaba bien. Y le ánimo a esperar a la cena para verla y hablar con ella. Después le estuvo poniendo al día de los nuevos negocios que el señor Bremner quería poner en marcha en la ciudad de Boston, y que sin duda querría hablar con Will para que le contara cosas sobre la ciudad del trébol irlandés.
Cuando llegaron a Lancaster, su padre aparcó el viejo coche familiar a la entrada del gran caserón en el que vivían y bajó las maletas para ayudar a Will con el peso. Al entrar en su hogar lo primero que sintió fue la bofetada del rico olor del asado que su madre preparaba y los viejos recuerdos vividos sobre el crujir de las maderas del suelo de aquella casa. Su madre apareció de inmediato, con el delantal puesto y la cazuela todavía en la mano, y corrió a abrazar a su retoño. Normalmente dejaba que fuera el servicio el que cocinara, pero cuando se trataba de su asado siempre se quitaba los anillos y se remangaba para hacerlo ella misma.
Will pasó al salón después de saludar a su madre y allí vio a los Bremner. Alexandra se había puesto en pie para recibirle y estaba más hermosa que nunca. Llevaba su largo pelo rubio recogido en un elaborado peinado y sonreía radiante al verle. Un precioso vestido azul a juego con sus ojos resaltaban su figura y movía sus manos nerviosa deseando correr a abrazarle. Sólo se lo impedía la estricta educación que le había enseñado para mantener las formas.
-Will. -Le saludó sonriente. -Me alegro mucho de verte.
Puedes desarrollar y explayarte todo lo que quieras con la cena, incluso puedes acabar tu mismo la escena si quieras. Así pasamos a la siguiente.
Will le habló a su padre de Boston y Cambridge, donde estaba la universidad. Era curioso ver como la afluencia de inmigrantes de otros paises azotados por la pobreza seguía creciendo y parecía hacerlo cada vez más. La comunidad de irlandeses crecía y crecía y eran gente recia. Eran hombres y mujeres capaces de deslomarse y trabajadores hasta la extenuación. Quienes eran honrados y leales lo serían siempre que se les tratara decentemente. Los Bremner eran una buena familia, y si bien John se caracterizaba por ser estricto en la familia y en el trabajo, también era campechano con sus trabajadores. No era raro verle arremangarse para ayudar a un obrero, o en Acción de Gracias cerrar la fabrica, montar unas mesas con palés y ofrecer pavo asado y bebidas para los obreros. Will pensó que si el Señor Bremner sabe adaptarse a las nuevas oleadas y a las culturas de sus trabajadores, le iría mucho más que bien. Por supuesto, la conversación volvió a la guerra y a lo bien que le podría ir al Señor Bremner si sus fábricas empiezan a construir material para la guerra.
Cuando Will llegó a casa se saltó todo el protocolo y la educación enseñada. Exclamó a ver a su madre y se tiró a sus brazos, le tomó la cacerola y la acompañó a la cocina. El asado de su madre era espectacular, y nadie podía hacerlo como ella. Ella le daba ese toque que lo hacia única y que solo ella sabía darle. Ni la mejor cocinera del país podía siquiera lograr imitar el asado de Margareth Hewlett.
- Alexandra... Dios mio mirate... estás preciosa. - Saludó a su prometida al entrar al salón. Sí, estaba radiante. Y habia un pequeño añadido, y es que llevaban meses sin verse. Meses deseando volver a besar y a abrazar a una persona, hacen que al ver a esa persona tu corazón salte despedido por el pecho y puedas caer rendido a cualquiera de sus palabras.
Will se contuvo y no la besó, no como él hubiera querido. Le dio un casto beso en la mejilla y le tomó las manos, que no dejaba de acariciar, disimuladamente, con el dedo gordo de su mano. La piel de Alexandra era suave y olía a ese perfume que William nunca supo identificar. Su voz era clara y musical, y con solo un par de intervenciones que hizo cuando Will hablaba con John Bremner, denotó su perspicacia e inteligencia. William era un hombre afortunado de tener a una mujer como Alexandra junto a él.
Pasó el día junto a Alexandra. Le pidió que le enseñara las novedades de la ciudad antes de la cena, una excusa para poder pasar a solas un tiempo antes de cenar y así, cuando nadie les veía, volver a besar los labios de su prometida, suaves y dulces, y derretirse de pura necesidad sobre ellos. Contaba los días que faltaban para que se casaran.
Pero aquel paseo tuvo otro efecto en el joven, al parecer habia familias de Lancaster que habian perdido a primos, sobrinos, hijos o nietos en el ataque a Pearl Harbor. No eran muchas, pero la ciudad habia sentido su perdida y se habia volcado para conmemorar la caída de esos heroes. Banderas a media asta. Las calles silenciosas. Las iglesias llenas de las plegarias por las almas de esos hombres.
- Pobres familias. Malditos sean los japoneses y sus aliados, Alexandra... habria que hacer algo.
Alexandra Bremner conocía de sobra aquella mirada, aquel tono de voz. Cuando William se preocupaba por alguna causa, no cejaba en su intento de llevarla a cabo. Empecinado y cabezota, si se le metia entre ceja y ceja sacar una familia adelante, lo hacia todo hasta que sus padres, o el Señor Bremner, les contrataban para cualquier trabajillo que les reportase un sueldo. Así, nació en William la necesidad de hacer por sus País, por su familia y por todas aquellas personas que habian perdido a sus seres queridos de forma tan subita.
La cena fue transcurriendo de manera distendida. Ambas familias se querian y habia buena conexión entre ambas. William habló al Señor Bremner de las oportunidades de Boston y la gran afluencia de nueva mano de obra irlandesa. Tambien contó alguna anecdota de los chicos y preguntó al Señor Bremner por la marcha del negocio y las espectativas que se crean con la guerra. Finalmente, William sintió un nudo en el estomago cuando fue a decir lo que iba a decir.
Se levantó y tomó su copa.
- Familia. Quiero que alceis vuestras copas. Somos afortunados de poder disfrutar el mejor asado de mamá, - Le dedicó una sonrisa a su madre. - al lado de las personas que más queremos en el Mundo. - Le dedicó una caricia y una sonrisa a Alexandra y a las dos familias. - Pero hoy hay familias que ya no podrán disfrutar de sus seres queridos como lo hacemos nosotros. Familias que de la noche a la mañana se han roto como una copa de cristal tirada con fuerza contra la pared. Quiero brindar por las almas de los caídos. De esos heroes que han dado su vida lejos de este País, muertos a manos de la más vil traición. Por nuestros caídos. - Una vez que todos terminaron con su brindis y pasó un minuto de silencio en la memoria de los muertos en Pearl Harbor, William volvió a hablar. Le costó encontrar las palabras, las excusas. Todas le parecían horrendas y vacuas. Ademas, Will nunca fue muy parlanchín. Así que, lo soltó directamente. - Visto lo ocurrido siento la necesidad de devolver el golpe que hemos sufrido. Voy a alistarme.