Después de ser desprendida de tu familia, los sentimientos que pudieses guardarles fueron deteriorándose hasta convertirse en una amarga tristeza, el largo camino que empezó en el portón del que fue tu hogar, se extendió tanto que las lágrimas solo alcanzaron para regar la mitad y el resto hubo que llenarse con sollozos. Cuando la carroza finalmente alcanzó su destino, te encontrabas ahora en una pequeña ciudad costera, con largos muelles donde tocaban puerto decenas de embarcaciones mecidas por las olas. Entre las húmedas callejuelas se alzaba la okiya donde esperaba tu nueva madre, la okasan de la casa de té a la que ahora pertenecías. Tu vida como maiko pasó bajo la tutoría de una hermosa geiko que gozaba de buena fama, quien afortunadamente para ti tomaba en serio aquello de ser tu hermana mayor. Amiga y confidente, desde pequeña te llevaba consigo para esculpir la obra de arte viviente en la que habrías de convertirte, tallando aquella humilde campesina hasta convertirla en una refinada dama.
Entre los clientes más frecuentes, había uno en particular cuya mansión se ocultaba en las montañas, quien era el danna de tu one-san y más tarde se revelaría como el líder de un clan ninja. Tu one-san, era en realidad una kunoichi que recaudaba información en la casa de té, donde los hombres importantes tratan asuntos delicados confiando en el código de silencio de las geishas, y viendo en ti un apetito de aventura y una belleza que afloraba prematuramente, te recomendó como aprendiz e iniciaste así tu sendero entre las sombras.
Tras vender tu mizuage por un generoso precio, el danna de tu one san también se convirtió en el tuyo, ya no tenías responsabilidad en la okiya y tu libertad solo se condicionaba a la lealtad que sentías por tu señor. Pero el avejentado hombre tenía los días contados, y antes que su aliento cesara, te liberó de tu juramento dado el gran afecto que despertó por ti. Ya sin un clan o un señor a quien servir, estas por tu cuenta en la ciudad de Umioka, viviendo del abundante pan coger que supone la compañía de una geisha, y los secretos bien pagos que robas de tus clientes.
Una tarde grisácea, te hayas acomodando los kimonos de seda en la calidez de tu habitación, rodeada de finas columnas de incienso que perfuman el aire, y la luz de las velas que graba tu estampa en el espejo delante de ti. Cuando casi cedías al arrullo de la tenue lluvia golpeando las tejas, un mensajero toca la puerta de la okiya preguntando por ti, lo ha enviado un hombre de apellido Fukada quien te espera en la casa de té.
El aroma a Ume, las flores del melocotón, bailan en el aire llevadas por el sutil movimiento del incienso al esparcirse por la habitación. Elegancia, pureza de corazón... aquellos eran los significados sagrados que el mercader que me había vendido aquellas varas de incienso me había jurado que simbolizaban las flores de Ume.
Me miro en el espejo, ligeramente levanto mis facciones lentamente, como mi onesan me ha enseñado. Observo a la mujer delante de mi, nada que ver con la que marchó, aunque aun conserva el espíritu aventurero de quien jugaba entre los bosques con sus hermanos mayores. Mis manos pasan sobre el kimono blanco, alisando una pequeña arruga formada al doblar. Mis dedos sienten la suave tela tan lejana a la que solía vestir de pequeña. Suspiro con la mirada puesta hacia la puerta que acaba de sonar. No tardan en informarme que mi presencia es requerida en la casa de té, ante la presencia de un hombre de la familia Fukada. Siempre lista, no hace falta mucho para terminar de prepararme con la ayuda de varias maiko.
Tras de mi, reflejada en el espejo, la okasan observa el resultado de mi preparación. Con respeto me dirijo a ella. -Sabia okasan, conocemos algo de esta familia Fukada que pueda permitir que mi tiempo con él sea más provechoso?- Mi cara pintada de blanco, de manera natural que no parezca un ser de ultratumba, sino una noble mujer que ha crecido alejada de las labores artesanas. Cejas perfectamente alineadas y exactas de tamaño y forma. Sombra carmesí al final del párpado y también labios carmesí para acentuar su volumen. El cabello ornamentado con las flores de la temporada y con elaboro recogido. Recojo mi paraguas lista para salir.
La desgastada mujer, otrora un bella geisha, se recuesta sobre su bastón contemplando como peinas tu abundante cabello negro. Haciendo una pausa para aspirar la hierva dulce que se quema en su pipa, sus pira y te responde en tono apasible
- Mmm... Fukada, hace tiempo que no viene un Fukada por aquí -
Dice mientras busca recuerdos entre la humareda que se esparce desde la puerta.
- Creo que había un hombre maduro que siempre buscaba la compañía de tu onesan, no le gustaba ninguna otra que no fuese ella. Extrañamente, era poco el tiempo que pasaba en la casa de té, pero era realmente generoso. Lástima que Masumi no esté ahora para aconsejarte, pero si te enseñó bien sabrás como lidiar con cualquiera.
Resuelve la anciana antes de llevar nuevamente la pipa a su boca.
-Ah... no lleves a tu maiko, le gusta pasar el tiempo a solas -
La anciana se da media vuelta y se retira quejándose de su espalda, sus muecas de achaques se pierden en la oscuridad del pasillo dejándote nuevamente en silencio.
Armada con tu paraguas, desciendes los chirriantes escalones de madera hasta el primer piso, la casa de té está justo al lado pero la delicada seda no consiente las manchas, por lo que eres estricta en su cuidado. La llovizna es suficiente para formar pequeños charcos, los mismos que logras sortear con la ayuda de una maiko, quien sostiene tu paraguas para que seas capaz de recoger la tela de forma que no toque el suelo.
En el corto trayecto, robas las miradas de un par de transeúntes que se detienen a tu paso, una escena muy frecuente ciertamente, pero al fin alcanzas la puerta donde la maiko se detiene.
Atenta oigo a la Okasan describir a Fukada. En mi mente comprendo que no es nadie común, y que seguramente tenga que ver con mi Onesan y aquello que ella mi instruyó a hacer mejor. -Haré que nuestra casa se llene de honor y orgullo, Okasan.-
Camino bajo el paraguas guiado de la joven maiko, a la que pregunto sobre su instrucción y doy pequeñas guías a como mejorar algún aspecto que se le haya trabajo. Espero delante de la puerta de la casa de té un instante con la joven maiko. -Recuerda, las geishas no somos prostitutas, y no somos esposas. Nos encontramos en el mundo intermedio. Vendemos nuestras habilidades y no nuestro cuerpo. Creamos un mundo para nuestros clientes en el que la presión y el dolor del mundo real no existen.- Le dedico una sonrisa antes de anunciarme en la puerta.
-Modestamente pido acceso a su hermosa casa de té, mi nombre es Kasumi y vengo a ver al señor Fukada.
Ayer vi Memorias de una Geisha y algo así pasa.
La criada de la tienda no te hace esperar mas que un breve momento, abre la puerta ofreciéndote una marcada reverencia desde un costado sin obstaculizar tu paso, pero antes de que cruces el umbral una niña te detiene al grito de "onesan", es otra maiko que viene corriendo con un paraguas y trae consigo tu shamisen envuelto en telas, lo habías olvidado. Con tu arsenal artístico completo, entras a la casa despidiendo a las maiko aventurándote a paso ligero por los pasillos, cruzas como sombra grácil tras las puertas de cedro y papel, hasta que alcanzas la habitación que se suele reservar para tus visitas.
Suenan mururos y risitas ahogadas el otro lado de la puerta, cuando te anuncias, el cotilleo se hace silencio y pronto un par de geikos habituales de la casa abren la puerta para abandonar la habitación, seguidas de una sirvienta cargando varias botellas de saque vacías que recuerda inclinar su cabeza para ti.
Cuando todas las muejeres han despejado el sitio, solo queda un hombre sentado en sus rodillas sobre el tatami abano que tapiza el suelo. Está de costado hacia la puerta y frente a él hay una mesa de madera copada de manjares en pequeños recipientes, ha rechazado la comodidad del cojín que hizo a un lado, y bebe sake copiosamente hasta vaciar de un sorbo la copa entera. El hombre no es un viejo como esperabas sino todo lo contrario, vestido con un kimono de seda negra y amarillo, irradia el vigor de alguien que no supera la treintena, delgado y de cabello corto, no porta armas consigo pero si ha dejado su cinto con espadas en un esquina. Cuando ha terminado de beber, baja la copa que ha de necesitar recargarse y gira su mirada hacia ti, conociéndote desde los pies hasta alcanzar tu rostro, entonces ofrece una amplia sonrisa y extendiendo su mano te invita a pasar.
- Adelante, adelante por favor... usted debe ser, la señorita Kazumi - dice el hombre recostando sus manos en la mesa
- Los rumores de su belleza no son exagerados ciertamente, quisiera saber si tampoco lo son sus dotes de artista. -
Entro con pequeños y suaves pasos que minimizan el movimiento del kimono contra el suelo, lo que hace parecer que flote en vez de caminar. Las manos sostienen el shamisen envuelto como quien sujeta su más preciado valor. Observo un instante las armas, mientras hago el barrido de la habitación, observando entradas y salidas con casualidad. Comprender el entorno y la persona delante de ti, es importante. Acorto la distancia entre nosotros mientras desenvuelvo lentamente el shamisen.
-Me siento honrada de estar hoy delante de su presencia, señor Fukada-sama. Humildemente le pido, me gustaría tocar para usted y que pueda comprobar mi destreza con el shamisen.-
El último pliegue de la tela carmesí que cubría el instrumento de cuerda se desliza flotando hasta el suelo, desvelando la madera amarilla ocre de nogal, brillante y cuidada. De la nada aparece el bachi para tocar el instrumento. Me arrodillo con un suave movimiento como de una pluma deslizando al suelo, y comienzo a tocar un tono pausado y vibrante con movimientos controlados y acertados. El volumen es suficiente para impedir que puedan escuchar cualquier cosa que hablemos, pero no como para impedir que nos oigamos a la distancia a la que estamos.
No se poner la música como pusiste tu. XD
BTW, vuelo esta noche de madrugada, así que tardaré un par de días (el tiempo que tardo en llegar donde mi madre) en contestar.
El hombre echa mano de un poco de fruta en un plato, mientras recuesta un codo sobre la mesa para clavar su mirada en ti. Cuando rasgas las cuerdas de tu shamisen, la melodía que desprende le obliga a cerrar sus ojos e inclinar el oído, la tonada le dibuja una expresión de tranquilidad en el rostro, y hasta pareciese añadir dulzor al bocado que se niega a tragar.
La tenue luz mortecina que se cuela por las pálidas ventanas de papel, se mezcla con el resplandor de las lámparas en un nuevo brillo que disipa la tristeza, obligado a danzar en un parpadeo cálido que obedece al ritmo de las notas, cubriendo cada rincón con tranquilidad y calidez hasta que la paz gobierna el sitio.
Cuando la última cuerda ha dejado de vibrar, él abre sus ojos nuevamente al parecer complacido, junta sus manos con una sonrisa y te regala un aplauso.
- Maravilloso kazumi san, hace honor a su maestra y es claro que no solamente es una bella dama - dice mientras te acercas para rellenar su copa de sake.
- Sabe, venía aquí con mi padre cuando yo era mas joven, él era un cliente habitual de su onesan Masumi, y nos acostumbró a escuchar canciones que ninguna otra geisha podía ofrecernos. Al principio pensé que tal usted vez no estaría a la altura, pero siguiendo la recomendación de Masumi veo que no fue en vano darle la oportunidad. -
El hombre inclina un poco mas el cuerpo, acercándose hacia ti que estás sentada del otro lado de la mesa.
- Señorita Kazumi, espero que haya heredado los mismos dotes de su maestra, pues ahora yo he heredado las responsabilidades de mi padre y necesitaré de sus servicios... para librarme de mis preocupaciones - El hombre extiende su mano y te ofrece una pequeña caja.
- Por favor, reciba este presente como símbolo de mi agrado.
Me acerco a la botella de sake antes de que él pueda cogerla. -Por favor, no sería una digna acompañante si permitiese que vertieras el sake vos mismo.- Coge y vierte el transparente líquido de agua y fuego en la taza de sake del hombre con un suave gesto mientras deja entrever la suave piel de sus muñecas al hombre, una inesperada y sutil insinuación. -Me siento honrada de ser comparada con Onesan. Es una verdadera inspiración e imagen a seguir.-
Me inclino hacia el hombre para dejar que el aroma de mi piel alcance al hombre a pesar de la distancia entre nosotros. Escucho atenta y tomo nota mental de la actitud del hombre. -Con orgullo acepto servir al señor Fukada en cuanto necesite. Me siento agasajada por poder servirle al gran Señor Fukada, como mi Onesan hizo con su padre anteriormente.- La mano se adelanta casi imperceptible hacia la caja mientras la mirada busca la de él como capaz de hipnotizarle. -Traer su comodidad y tranquilidad, y este pequeño obsequio, son regalo más que digno para el espíritu de esta joven servidora.-
Con tranquilidad y paciencia, sin desear aparentar demasiada necesidad, espero que pueda abrirlo o tal vez esperar a que él quiera que lo abra una vez se haya ido.
El joven hombre se inclina un poco con los ojos distantes, perdidos por un momento en el tapiz mientras llenas su copa una vez mas, aunque no parece amedrentado como otros por tu presencia, vez en su sonrisa una inequívoca expresión de complacencia con la visión de tu piel desnuda.
Él no esquiva ninguna de tus miradas si no que es capaz de sostenerlas con aparente tranquilidad, los únicos momentos en los que desatiende solo para buscar los camarones con sus palillos, o para tomar la copa de sake que no tardas en rellenar. Cuando la caja está en tus manos, el hombre suspira profundamente dedicándote una mirada rápida acompañada de un breve comentario -mmm violetas... - aspira nuevamente degustando el sabor del aire y luego recupera la tranquilidad en su rostro.
- Espero que sea de su agrado - dice con su mano abierta señalando la pequeña caja, como dándote permiso para abrirla.
-Ahora desgraciadamente debo desprenderme de su compañía para atender otros asuntos, pero confío en que nos veremos pronto, seguro que la próxima vez tendremos varias cosas por hablar -
Él se levanta dejando la mesa casi entera, solo tomó algunas frutas y camarones pero vació la botella de saque, y aún así no muestra indicio alguno de ebriedad si no que con firmeza va hasta la esquina de la habitación para tomar sus espadas. Se gira hacia ti, y antes de dar un paso para abandonar la habitación hace un ligero ademán con su cabeza.
- Fue un gusto conocerla señorita Kasumi, por favor deguste en mi lugar esta deliciosa comida, hasta pronto.
El joven Fukada abandona la habitación cerrando la puerta tras de sí, su visita fue fugaz, aparentemente no tenía mas intención que conocerte, o al menos esa era la extraña impresión que dejó hasta antes de que abrieras la caja que guardabas entre las manos.
La pequeña caja de madera de cedro ornamentada, que en sí misma ya era bastante bella con el destello de la luz rebotando en el barniz, guardaba dentro de sí un broche negro con el motivo de una mariposa, con sus alas extendidas moteadas de rojo y naranja, reposaba en una tela roja que cubría todo el interior. Al sacar el broche de la caja, la tela se levanto levemente dejando ver el borde de un papel debajo de ella, y al abrir la pequeña nota, había solamente un nombre escrito, o mas bien un apellido, Hisakawa.
Para una geisha el negro no significa nada, pero no eres solo una geisha y sabes que tiene un significado mas profundo, prudencia, cautela... información.
Un hombre de fuerte voluntad y resistencia si es capaz de sostener la mirada de una geisha entrenada y de beber tanto. Es un hombre bendecido por los dioses de la longevidad. La taza aun descansa sobre la mesa completamente vacía. -Ha sido un honor servirle, Señor Fukada, ruego a los dioses poder ver y compartir más tiempo con usted.-
Cojo entre mis fino dedos el broche, observando su belleza y la delicada mano de obra del artesano. La mariposa, entre todo, es un símbolo de feminidad, del espíritu y el amor. Pero en este caso es de mucho más.
Tomo nota mental del nombre sosteniendo el papel cerca de mi, moviendo ágil el papel entre los dedos. Lo muevo cerca de una vela para ver si hay algo más oculto para terminar acercándolo a la llama y dejar que el fuego deshaga el nombre y todo lo demás que no haya podido ser descubierto.
Observo la comida, sin intención alguna, mientras guardo el samisen con gran cuidado, envolviendo la tela con gran cariño, deslizando la tela suavemente pero con firmeza, para evitar que la lluvia pueda entrar y estropear la madera, pero que la tela no dañe las cuerdas.
-Los que caminan
sobre ríos de vino
a veces flotan-
Aprovechando la momentánea soledad de la habitación, escudriñas el papel cuidadosamente, lo acercas a una vela para distinguir si hay algún tipo de marca o mensaje oculto, palpas su relieve tratando de encontrar algo más que pueda decir, pero todo lo que tiene es aquel nombre grabado con tinta del que no puedes deducir nada, mas que fue escrito por alguien con talento para la caligrafía por la gracia de las aristas y la delicada terminación al levantar el pincel. Cumplido su propósito, lo acercas a una vela para que el fuego borre el rastro de su existencia.
Hechas mano de tu shamisen después de guardarlo cuidadosamente y sales de la habitación que debe ser desocupada en ausencia de clientes, eres independiente, así que tu paga estará en la recepción al recaudo de la criada que bien conoces. Una visita normalmente no toma solo un par de minutos, así que te hayas holgada de tiempo para atender tus propios asuntos, la llovizna ha dejado de caer aunque la negrura del cielo se niega a retirarse. Aún faltan algunas horas para que caiga el alba, la casa de té es un poco mas activa en las noches cuando los hombres se liberan de sus deberes y rehuyen de sus esposas.
Hago caso a los hombres que veo pasar, saludando con cortesía al pasar, aquellos cuyos nombre conozco con un poco más de atención y flirteo. Tengo tiempo para gastar y ello significa poder pasearme por la casa de té y pasear entre las salas abiertas, tantear y promocionar la casa de geishas. No solo eso, sino que además puedo aprender de diferentes rumores que puedan circular de la situación de la nación y la ciudad.
Mentalmente no paro de repasar la nota, Hisakawa... no reconozco el nombre, pero los sonidos de la música no ayudan para concentrarme.
Después de un rato encuentro mi camino a Okiya con el aroma del suelo mojado. Pisando el suelo con rítmicos pasos en silencio, buscando la Okiya y empezar la caza.
Te tomas algo de tiempo para pasear por la casa de té, para ponerte al tanto de rumores y noticias, cruzar palabra con algunos hombres en los pasillos que por supuesto no se niegan a tu mirada y casi les obligas a acercarse a que te hablen. La guerra y las infidelidades son un tema recurrente, escuchas de la penosa situación de la provincia de Nagato donde estás, y los continuos asaltos de los wakos a las embarcaciones mercantes que vienen desde occidente. Corren rumores de un nuevo cliente, un hombre mayor que gusta de la compañía de geishas jóvenes, un poco pesado en el trato y en figura se dice entre risas. Del país no se escucha nada mas aparte de que es un desastre, todo el mundo se resume en Umioka y de la privilegiada posición junto al mar que no deja que la ciudad muera de hambre, aunque siempre esté la zozobra de un asalto al puerto.
Vas a la recepción donde la criada guarda tu pago, la bolsa parece más pesada que de costumbre e incluso ella te mira con cierta sorpresa, al abrirla en secreto descubres 30 Ryo en su interior, 22 mas de lo que debería haber y lo que supones se trata de una parte del trabajo encomendado. Haces un comentario al aire reduciendo la denominación de la moneda para salvar suspicacias, y en tu camino a la salida eres abordada por mas hombres a quienes les dedicas un poco de tiempo, para hablarles de las virtudes de la casa de té y las geishas de tu okiya, aunque eso te genera comentarios de sus acompañantes entre las que se encuentran geishas de distintas okiyas.
En un rincón de la entrada, donde no estorba la puerta está tu pequeña criada que no puede evitar ser una niña, haciendo muñequitos con barro y palitos, esperando paciente tu salida mientras juega. A tu voz, da un brinco en su sitio y se gira con preocupación en el rostro, se lava rápidamente las manos con un poco de agua de lluvia empozada y toma el paraguas para volver contigo. De vuelta en casa, okasan monta guardia en la puerta como siempre mientras las niñas limpian, su mirada perdida en el paso de las personas y las carrozas sinónimo de su vejez, no le resta fuerza en su porte. La saludas y ella te responde, luego entras y las maiko te ayudan a deshacer el obi para ponerte mas cómoda. Dejas resbalar la fina seda blanca por la tersa piel de tus hombros y te vistes con un kimono negro mas sencillo, comes un poco y planificas tu siguiente paso, das vueltas el nombre Hisakawa pero no recuerdas haberlo oído nunca, lastimosamente tu onesan está ausente así que deberás buscar otra fuente para dar con el hombre.
La jornada ha terminado, aunque la lluvia cese o continúe, las altas horas ya no permiten hacer más, mucha suerte para mi que puedo quedarme en la okiya y descansar. Como agente propio, liberada por quien fuera mi Danna, puedo permitirme compensación por el trabajo, y dejarle a la okiya lo suficiente para cubrir mis gastos de viviendo y alimentación. Además esta la parte de preparación para cualquiera que pueda ser la misión.
Suspiro tranquila tras los paneles de mi habitación. No tengo fuente de información aun, pero al menos he de prepararme. Con mis conocimientos comienzo a preparar lo que pueda ser tónicos y componentes nocivos que puedan ser de utilidad, así como diferentes utensilios que puedan ser camuflados fácilmente. Entre las hebillas de mi cabello siempre suelo contar con uno o dos afilados objetos que puedan servir de punzones resistentes, si los untase de dichas cocciones podrían ser aun más letales. Medito donde puedo sacar información, podría probar con las casas de sake, pero allí una mujer no podría ser buen vista y podría correr peligro. El mercado esta cerrado, así que tampoco podría ser de utilidad.
Maldito secretismo que no indican más que un nombre. Pienso para mi. Con suerte no me han dado un encargo fuera de aquí que me cueste encontrar.
Mortero en mano pulverizas unas pocas hojas que aún te quedan de anteriores trabajos, pero es necesario renovar tus reservas pues solo te alcanza para empapar un par de agujas largas, camufladas como palillos para sostener el cabello. El proceso es laborioso, el tiempo que toma convertir la hoja en polvo, y luego el polvo en aceite no es corto. Se debe fijar la sustancia en el metal, pero debe ser oculta de forma que el olor no advierta algo extraño. El aceite de pescado es lo mas común, pero su hedor podría romper el camuflaje, por lo que usas aceite de soja en su lugar, aunque es mucho mas costoso es inoloro en comparación. El tamaño de las velas consumidas por la llama, te advierte que el proceso ha tomado poco mas de dos horas, pero finalmente consigues hacerte con un tenue somnífero y un paralizante parcial, que quizá solo alcancen para dos usos de cada uno.
Por desgracia las artes ocultas requieren ingredientes poco comunes y un tanto cuestionables, que adquieres o bien saliendo al campo en su búsqueda, o de mano de contrabandistas conocidos... "Eso es" piensas, posaderos, prostitutas y criminales, son algunas de las mayores fuentes de información que se puede encontrar.
Contrabandista, hay uno oculto a plena vista en el mercado, se hace pasar por vendedor de artesanías y supercherías, y que te sirve proveedor ocasional. En cuanto a prostitutas y posaderos, ciertamente hay muchos mas, aunque no son habituales en tus búsquedas de información, ya que normalmente tienes objetivos claros y conocidos, pero de quienes podrías obtener algo útil de forma mas barata o incluso gratuita, aunque al final, todo se resume en una pesca a ciegas, en aguas calmas o a río revuelto.
Acabada la laboriosa tarea comienzo a liberarme de los atuendos y ataduras del día a día y paso a un modelo más apto para dormir. Siento mis manos cansadas, mi mente agotada y el reino del sueño llamarme. Guardo todo de manera que queda oculto y lejos del alcance de cualquiera de las habitantes de la casa. Haber tenido un Dana y ser liberada me ha otorgado ciertos privilegios en la casa, y aprovecharlos era bueno para mi labor. Igualmente soy cuidadosa y mantengo todo asegurado y cerrado.
Dejo que el sueño se apodere de mi una vez lista. Dejo todo para el día siguiente, no tiene sentido nada hasta haber descansado, ni podré obtener información hasta que la luz del alba se extienda por la ciudad. Una vez despierta podré preguntar a la oka de la casa acerca del misterioso hombre, y si ella no es capaz de saber, siempre hay otros en el mercado que puedan ayudar.