Todos los Ainu deben seguir su destino, para algunos es la vejez, la caza y el hogar, para otros la batalla, la exploración o la ruina, pero sin distinción, todo aquel que albergue duda debe cerrar sus oídos al mundo y abrirlos solamente a los Kamui. Cuando te convertiste en hombre y completaste el ritual de caza del oso, adquiriste el destino de tu nombre aunque aún era desconocido, pues la vejez no solo se mide en años, si no en experiencia, así hay niños que han visto demasiados inviernos, y ancianos cuyo cabello no ha conocido las canas. Cuando el sendero delante de un Ainu es confuso, solo puede conducirlo a un lugar, las montañas de Dewa, hogar del profeta de los ojos blancos. Aunque Dewa es un territorio hostil donde habitan los Fuki, es el único sitio donde podías recibir respuesta de los kamui de boca de su profeta, así que tomaste tus cosas y despidiéndote te tu tío partiste con su bendición. Tras un par de meses de una larga travesía, al fin te encontrabas en las cavernas de Um´Ate, la boca del kamui montaña oculta entre la espesa niebla que gobierna los picos eternos. Junto a un fuego que ardía en un madero rojo, yacía sentado de frente el profeta de blancos cabellos, vestido con pieles de ciervo ornamentado con huesos y anticipando tu llegada, sus ojos que no conocían la luz, podían ver mas allá de lo que cualquier otro hombre no podría con los ojos muy abiertos. Cuando cediste la piel del oso conseguida en tu ritual de caza, el hombre la arrojó al fuego y palpando en sus cenizas te dio profecía:
"Ekashiba, nacido de mujer y criado por la tierra, grande es tu destino, ayudarás al niño hombre con piel de musgo en aliviar la aflicción de los Kamui, cuesta abajo donde el agua ruge moldeando las rocas lo encontrarás".
Después de eso, el profeta no volvió a pronunciar palabra, entonces te marchaste meditando sus palabras buscando darles un sentido. Tras pasar un tiempo cazando y deambulando por la zona, esquivando a los Fuki hasta dejar Dewa, después de darle muchas vueltas te encaminaste hacia el sur, que es a lo que supones se refería con "cuesta abajo", y al completar un año de viaje, tu caminata fue interrumpida cuanto la tierra fue cortada por el mar. Desde la cima de una ladera contemplaste una pequeña ciudad portuaria asentada en la costa, Umioka la de los largos muelles la llamaban, allí buscaste tu destino, pero no lo encontraste, ningún hombre o niño allí tenia piel de musgo, y tras dedicar varias semanas en la infructuosa empresa terminaste cansado, y al final te asentaste en el lugar viviendo de las presas cazadas que vendías en el mercado. Te hiciste con una choza en bosque no muy lejos del río navegable que desemboca al mar, lugar que compartes con un leñador llamado Yamichi, originario de una pequeña aldea río arriba que vive de la pesca llamada Guyakamo. Ocasionalmente bajaban algunos aldeanos a la ciudad, aunque hace hace ya un buen tiempo que no pasa nadie, y de las personas que subían por el río tampoco has visto que vuelvan.
En la mesa hay un pequeño ciervo que derribaste con tus flechas, ahora que ha empezado la primavera, la carne es mas recurrente y puedes darte la libertad de cazar algo mas que ardillas, aunque además de los animales, los bandidos también salen de sus escondrijos, así que hay que ser cuidadoso. No hay sal, y la nieve ya no es una opción para guardar la carne, bien habrá que buscarle un comprador pronto u otra forma de conservarlo.
Dios, este intro te ha quedado maravilloso. Me dejaste sin palabras. Tanto la música como el texto... Escribo en un momento, lo que pusiste me ha estremecido.
Me preparo para partir y ofrezco un pedazo de carne al Kamui del fuego antes de partir. Preparo también un poco de carne en unas espigas de bambú, para que la carne se ase poco a poco. Agradezco al espíritu del ciervo y prometo aprovechar todo de él. Por ello limpio el interior del pequeño ciervo y retiro con cuidado sus visceras. Corto los intestinos y los entierro junto a un pequeño árbol, la sangre, la deposito en pequeños huecos de tierra junto a otros árboles, a la que pronto cubro con tierra. Limpio con cuidado y separo la piel. Pienso que aún hay frío, que la carne durará lo que tenga que durar. Por ello, tras retirar la piel y la cornamenta me dedico a partirlo en grandes trozos que limpio con un poco de las últimas nieves de la temporada. Cargo todo en el fardo que es la piel y me encamino a un pequeño afluente para limpiar la piel y la carne de los últimos vestigios de carne antes de dirigirme al poblado. Quizás pueda cambiar la carne por sal, por algunas prendas o quizás por algunas herramientas. Todo es válido. Todo sirve. Por ello me llevo también las visceras que quedaron. Según escuché, la gente de la otra isla aveces la come, y si no es así, podré dársela a algún perro hambriento; quizás a varios de ellos. Quizás, si alguno no tiene dueño acepte venir conmigo.
Pensando en ello, me acerco al mercado y observo a la hilera de personas que deambula como el bambú al soplar el viento. Mientras, busco a un hombre-niño, a un jóven con piel de musgo, con prendas que asemejen por el tipo de piel al musgo, por decorados que recuerden al musgo. Tras unas vueltas me encamino hacia uno de mis compradores. Quizás sea hora de ir a lo seguro.
Con respeto me acerco a uno de mis usuales compradores.
-La caza ha sido buena y he venido a comerciar con un poco de ella. He guardado las mejores presas, y también tengo piel y cornamentas.
Desciendes de la colina con el siervo ya preparado en hombros, y te lanzas sobre las calles de Umioka en busca de un comprador, las muchas gentes ocupadas en sus propios quehaceres, poca atención prestan a tu peculiar atuendo, tan característico de tu tribu, pero siempre logras despertar la curiosidad de uno que otro que se detiene para verte. Llevas ya un tiempo en el lugar, al principio te limitabas a vender tus presas en el mercado, pero por recomendación de tu amigo Yamichi, descubriste que lograrías un mejor precio si vendías la carne directamente a una izakaya, y la cornamenta y la piel a un herrero, aunque también podías curtir esta última y venderla como prenda, con la manofactura propia de tu cultura que siempre haya un buen comprador. Así pues, para liberarte del mayor peso te plantas frente a al portón de madera oscura de aquella izakaya que ya conoces, y atraviesas el umbral buscando con la vista al hombre que la administra. Kanataro, el desgastado tendero por el trabajo y los años, sirve sake y comida cuando es alertado por el crujir de los tablones a tu paso, entonces se gira y descubriendo tu rostro, llama a su hijo para guiarte hacia la parte trasera del lugar. Ya en la cocina ubicada en el patio, recibe tu oferta y te dice:
- Hola Ichitaro, ha pasado un tiempo, ya veo, has estado ocupado cazando - responde rascándose la frente - bueno, tu gente no se dedica a otra cosa.
El anciano revisa su bolsa y consulta en voz baja con su hijo, que no tendrá mas de 15 años.
- Hace tiempo que no vemos ciervo en la izakaya, pero me temo que no puedo comprarla al precio de siempre, la guerra ha hecho las cosas mas difíciles, y las cosas ya no son lo que solían ser. Puedo darte 3 Bu por la carne, créeme, en el mercado no conseguirás mas que eso muchacho.
El hombre revisa la carne con su vista, sus ojos parpadean mucho por el cansancio, y ya dobla su espina por el peso del tiempo en sus hombros.
- Siempre me ofreces la piel y los cuernos - añade riendo un poco - Es una costumbre graciosa, pero ya sabes que no le doy uso aquí, ofrecela al herrero o al médico, - dice mientras se acerca a ti con discreción - he oído que hacen mengurjes con los los cuernos de siervo para curar la virilidad.
Me río al escuchar su referencia a la casa y sonrío al escuchar sus recomendaciones -Era cazar o dedicarme a la seda como uno de mis parientes. Y no soy precisamente bueno con ellas. Se ven muchos lugares, pero no podría venir seguido. Además, en tiempos de guerra aveces un comerciante de telas no lo tiene fácil.
Kanataro-san. Es un buen y sabio amigo. Por eso venderé la carne en 5 Bu. Recogeré dos en este momento, dos en la siguiente luna, y el otro se lo dará al muchacho- digo señalando a su hijo. -Se está volviendo todo un hombre, y debe aprender a ganar y gastar como uno. Además, estoy seguro que quien se encargará de trabajar con esa carne será él.
Sonrío con alegría -Estoy seguro que los distinguidos huéspedes que llegan a tu casa, especialmente los más importantes podrán disfrutar de esta carne. Y que ustedes se verán beneficiados con ellos.
Tomo el sobrante y me retiro respetando todas las muestras de respecto de esta gente -Me llevo pues el resto, amigo. Sería mano no ofrecértelo, pero lo usaba solo para transportar la carne y darle los restos de los organos a los perros. Incluso en esta era ellos lo pasan mal.
Acto seguido me encamino hacia el boticario.
Una disculpa, he estado cuidando a un tío recién operado y casi no me he podido conectar.
El anciano asiente, saca 2 Bu y te los pasa.
- Gracias muchacho, vuelve entonces en una semana
Dice el hombre, entonces te ofrece junto a su hijo una leve reverencia y te marchas. Sales a la calle, el día se vuelve gris por las tumultuosas nubes que se agolpan en el cielo, sabes leer el clima y probablemente se desate una fuerte lluvia mas tarde, así que apresuras el paso y te pones en marcha hacia la casa del médico de la ciudad. Alzas la vista buscando entre las gentes a aquella persona de tu vieja profecía, no hay día en que no desciendas a la ciudad o pasees por el bosque en que no lo busques, aquel con piel de musgo, pero igual que en anteriores días, no lo hallas, así que te conformas por ahora con dar con un perro callejero. Antes de seguir avanzando hacia el distrito centro donde se encuentra el médico, haces un desvío para acercarte al puerto, cerca de los muelles suelen reunirse los perros que carroñan las entrañas de los peces, la bolsa que has hecho con la piel del ciervo destila una maloliente agua sangre, mancha tu ropa y su hedor se impregna en ti, es natural, estas acostumbrado a ello, pero siempre resulta en una molestia cuando debes lavarlo, así que planeas deshacerte de las viseras primero. Unas cuantas calles mas abajo, ya sientes la brisa salada en el rostro y escuchas mas allá el oleaje romper contra las barcas, los puesto de pescado están atestados de perros que velan por un poco de carne sobrante, aunque lo único que suelen recibir son un par de golpes. Te acercas a ellos, les meneas la bolsa para atraerlos cerca de un callejón que ya no podría oler peor, y dejas caer las viseras al suelo, entonces se abalanzan todos como una jauría consumiéndola en un instante.
Buscas con tu ojo de cazador, cual de estos animales podría servirte para la caza, tu tribu tiene una raza de perros específica, de patas largas y un gran hocico, pero entre estos ejemplares, que son meramente carroñeros, no hallas ninguno semejante, aunque te cruza la idea de llevarte uno de todas formas. Los hay grandes y pequeños, negros, manchados y marrones, aunque los mas chicos están golpeados, a uno parece faltarle incluso parte de una oreja, pero en general, a ninguno de esos perros le hace falta al menos una cicatriz.
Descuida, yo también ando algo ocupado con un proyecto, así que probablemente tarde en ocasiones en responder.
Observo a los perros y agito las vísceras ante ello, con un cuchillo corto algunos pedazos, la cual pongo frente a ellos antes de arrojarlo. Observo a cada uno de los animales, pues ellos como las personas tiene su propio espíritu, su propia personalidad. Por ello si voy a escoger entre ellos a un compañero debo escoger a uno que sea sagaz y prudente.
Con cuido observo como comen y el atención que ponen a la comida. Se que huelen que tengo más, y por ello les muestro trozos antes de arrojarlos. Observo a los que se pelean y comen como desesperados, y a aquellos que prudentemente esperan su oportunidad. Por ello, al final elijo a dos que han llamado mi atención, a uno que tiene una herida en una oreja y que se muestra es valiente y hábil al pelear la comida; y a uno pequeño y delgado que se ve listo como el hambre y sagaz como el frío del invierno. Con calma, guardo los dos últimos pedazos y se los acerco antes de avanzar un par de metros fuera del callejón. Allí le doy a cada uno un pedazo y les hago gestos para que me sigan, con las manos y el rostro casi a la altura de su hocico. Si ellos quieren, se unirán a mi. Después de todo son seres listos y muy parecidos a nosotros. Si no, seguirán peleando por la carroña como el resto. Todo está en mano de los Kamui.
Por ello avanzo un poco mas para ver si me siguen, y si así lo hacen les doy a lamer los restos de sangre y tejido que quedan en mis manos. Les digo. -A partir de hoy cuidaré de ustedes y ustedes mi. A partir de hoy somos compañeros. Si me acompañan no pasaran más hambre.
Según las leyendas alguna vez los perros hablaron como los hombres, pero perdieron esa facultad. Pero eso no quiere decir que no entiendan. Sonrío, lo primero es dar confianza.
Tras un momento de buscar entre mis cosas que más les puedo dar de comer, avanzo hacia casa del médico. Sonrío como mi tío al entablar un negocio con sus telas.
-Que los dioses le sena propicios, honorable señor. Traigo para usted algo que seguro le interesará.
Con cuidado y cierta majestuosidad despliego ante el mi mercancía.
-Adelante, puede observar de cerca y con mayor confianza. Puede verificar su gran calidad.
Tras casi un siglo desaparecido ya estoy desaparecido. Mi tío ya se encuentra al 100 (para sus 72 años solo le falta poder montar a caballo), y me retrasé de más porque tuve que mudarme, pero desde hoy estaré a diario por aquí.