No era la primera vez y mucho menos sería la última, el maldito taller estaba como siempre, apartado en un lugar marginado y Emma, Emma quizás más marginada aún. Sin embargo, no era momento para lamentaciones. Su madre y su hermana no estaban en casa, eran horas laborales y su padre estaba tirado bajo algún viejo auto de esos que decía componer, borracho como siempre o quizás como nunca. Ella se entretenía gracias a la pequeña tv, no es que le encantara pero era mejor que nada, en especial cuando no tenía que trabajar con el imbécil que se pavoneaba del trabajo de una pequeña de catorce años que vive en la miseria haciendo lo que él debería.
Las noticias eran igual que siempre, una sarta de mentiras que intentaban mantener en aquellos días, una mierda habría pensado Emma de no ser porque enseguida la vulgar anunciadora mandó a noticia de último momento, las llamas cobraron vida ante los ojos azules de la pequeña. Conocía aquel edificio, lo había visto más de una vez mientras iba a entregar datos a Forkshire, su supuesto jefe. Las llamas parecían consumir el lugar y al parecer era importante pero Emma pudo ver más allá de las llamas, no era el edificio de siempre, era una fachada y entonces mirando su herramienta de trabajo, supo lo que debía hacer. La presentadora seguía hablando pero Emma tenía otras cosas que hacer.
"...Al parecer, McMord no se ha pronunciado pero no estaría en el momento del percance en el edificio..."
Se escuchababa a lo lejos mientras las llamas seguían consumiendo lo inconsumible.
"...Se ha confirmado la muerte del jefe de policía, el Capitán Wayne..."
Rezaba la presentadora como una caja, en realidad lo era: maldita rubia con tetas de implantes y labios de... De muchos dólares y satisfacción al cliente. Pero el edificio seguía no pareciendo el mismo o sí pero algo en él le decía que no.
-¡Emma, Emma, trae algo de comer a tu viejo y amoroso padre!-gritó Talbot desde algún lugar del recóndito taller.
Señal de que había despertado y hasta que no obtuviera el suficiente alcohol de nuevo, no dejaría en paz a Emma. Arrastraba las palabras de tal manera, que era demasiado molesto para la adolescente, en realidad no creía que su padre hablara de otra manera, siempre lo había escuchado así y cada vez daba más asco.
Las llamas bulleron reflejadas en aquellos ojos azules, brillantes como los de una adolescente, cansados como los de una anciana...
Se abrieron de par en par y su ceño se frunció mientras su mentón se acercaba a su pecho. Junto a ella descansaba su sempiterna puesta bandolera, en el interior un portátil compuesto por ella misma a base de chatarra supuestamente inservible. No tenía el mejor aspecto, pero era más ligero y potente que muchos de los que los niños pijos llevan a cuestas solo para jugar a tonterías. Dormía con él. Se duchaba con él cerca. Sabía que si lo perdía de vista alguien de su familia lo vendería para conseguir cualquier mierda. Ya pasó con el anterior, pero éste tenía datos demasiado importantes.
Se colgó la bandolera y se levantó, cogiendo en el camino una manzana y atravesando el insalubre y mugriento salón hasta, al pasar una cortina raída que en tiempos no tendría su estampado floral tan desgastado, salió al taller desde el que gritaba su padre. Tiró la fruta rodando hasta debajo del coche, donde asumía al que se llamaba su padre (Dios sabrá quién lo sería en realidad). Ni siquiera se detuvo. Tenía que salir de casa, respirar, y sobre todo ir hasta donde estaba realmente aquel edificio, para comprobar si realmente se estaba quemando o había sido obra de su falta de sueño, porque... ¿Para qué simular la quema de un edificio...?
La calle estaba tranquila como pocas veces, ahí no pasaba nada. Bueno, es un decir. En las esquinas se apostaban drogadictos con alguna porquería que les vendía un malnacido aún más drogado que ellos pero por suerte, eran todos viejos conocidos del barrio y no había qué temer, aunque Emma poco hubiera temido a estos. La ciudad estaba lejos aún, había de conseguir un modo de trasladarse hasta allá pues era temprano aún. Quizás si pudiera comunicarse con Cairo, él podría ayudarla o quizás vendría a buscarla pero estaba complicado el asunto. Muy complicado pues la mañana comenzaba a clarear y a Cairo parecía no gustarle mucho el día.
Cairo era un tipo negro, alto, que se dedicaba a vender drogas. Emma jamás le vio drogarse y no sabía si lo hacía, Cairo siempre cuidaba esos detalles, la pequeña le recordaba un poco a él cuando fue más joven. Ahora tenía otras cosas en la cabeza y él mismo se sabía una mala yerba pero la rubia le caía bien y cuando podía quería cuidarla. Sí, él siempre estaría disponible para ella.
-Si vienes a la ciudad, llama primero, iré a buscarte...-había dicho en una ocasión.
Emma caminó alisándose una falda muy poco conveniente para una niña hasta llegar entre varios contenedores de basura, controlando que nadie apareciera para poder abrir su bandolera y, con ello, su ordenador. Una vez estuvo segura de ello, lo colocó entre sus piernas y su cuerpo, desmontó una pequeña varilla dorada del lateral y la sostuvo en su mano, pegada a su boca. Aquello era el micrófono, ni mucho menos de oro, tan solo algo embellecido con pintura. No dejaba de ser una adolescente deseosa de ver algo bello...
Tecleó a gran velocidad hasta abrir el programa para realizar llamadas y marcar el teléfono, sin dejar de prestar atención a su alrededor.
- ¿Cairo...? -preguntó, susurrando con una vocecilla que aún tenía que agravarse hasta ser la de una mujer.
-Hola Emma...-respondió del otro lado el negro.-¿Estás bien?
Sabía que algo no andaba bien, así que aguardó un momento y negó con la cabeza. Ojalá los hijos de puta padres como los de la pequeña, se murieran todos de una puta vez.
-Aguarda un segundo, querida...-dijo y atendió otra llamada en un móvil mucho más complejo.
Emma podía escuchar lo que el negro decía, aunque sabía que no era con ella.
-¡No, imbécil! Estuve con ellos, con el idiota del poli, la arregla cosas... Hasta la jodida Anna estaba allí. Había algunas personas más, creéme, no está bien. El puto asunto va jodido, además, me creen muerto. No deberían ni olerme... ¡Joder, eres un hijo de puta! Está bien, está bien pero será hasta mañana...
El negro colgó y volvió a la pequeña Emma.
-¿Emma, sigues allí? ¿Dónde estás?
- ¡Cairo! -se alegró de oírle. A modo de contacto y relación, aquel hombre era lo mejor que le podía pasar en un día. Se aferró con ambas manos al portátil dejándose la varilla del micrófono pinzada al cuello de la camiseta- Necesito que me lleves a donde suelo entregar los trabajos a Forkshire, ¿sabes dónde te digo? Me llevaste hace unas dos semanas... Es importante... -tragó saliva entonces y vaciló un momento. Había cosas que mejor no preguntarlas, pero Emma era una niña aún y como tal, tenía curiosidad, de modo que con una vocecilla suave y prudente preguntó:- ¿Quién te cree muerto...? ¿Te has metido en un lío, Cairo...? -lo último que deseaba es que aquel amigo desapareciera.
-Sí, recuerdo... Emma, ya hablaremos, ¿vale? No te muevas de allí que estoy en unos minutos allí.
Se escuchó un click y Cairo buscó sus pertenencias para ir por la pequeña Emma. Había empezado a caer esa puta mierda de lluvia ácida y Cairo no estaba feliz de salir pero por Emma habría hecho cualquier cosa o casi cualquiera, ahora, lo de ir a Forkshire tendría que esperar un poco, las cosas no se hacían nada más tronar los dedos pero sabía que Emma lo entendería, sabía que la inteligencia de esa niña era mucho mayor a la de la mayoría de los adultos que conocía.
El auto voló por los cielos, la venta de las drogas había dejado a Cairo buen dinero siempre y él se daba sus lujos, no tardó nada en dar con aquel lugar de ratas que era el barrio de Emma. En realidad todo el mundo era un lugar de ratas pero a Cairo le gustaba creer que la zona donde él vivía era lo que los antiguos llamaban VIP. Cairo sonrió al divisar a lo lejos los bonitos cabellos rubios, aparcó el auto muy muy cerca de ella haciendo gran estruendo. La puerta se abrió y desde dentro Cairo le sonrió.
-Tan rápido como he podido, mademoiselle-sonrió.
Emma guardó su portátil y esperó apoyada en los contenedores a que apareciera su amigo, agarrando fuerte la correa de la bandolera que cruzaba su menudo y delgado torso. Se mordió las uñas y sus enormes ojos escudriñaron un lado y otro buscando posibles amenazas, hasta que el coche paró ante ella y una preciosa sonrisa se dibujó en su rostro.
- ¡Hola, Cairo! ¡Gracias por venir! -se apresuró en sentarse, ponerse el cinturón y cerrar la puerta, tras lo que besó la mejilla del hombre, poniéndose finalmente algo más seria- ¿Cómo estás? ¿Va todo bien...? -tenía sus serias dudas, y esperaba que Black dijera algo revelador...
-Iremos a comer algo a casa, allí te contaré...
El auto voló por encima de todas las casas, la lluvia caía cada vez más fuerte como si quisiera atravesar el auto y Cairo manejó pensativo todo el tiempo y en profundo silencio. Dos veces sonó el móvil pero él no hizo el más minimo intento por responder.
Vamos a otra escena.