El ascenso en pterodáctylo a lo largo de Rushán (o Lushán como como lo llamaban los batrácidos) era dificil de explicar. Estimulante, vertiginoso, confuso... Los reptiles voladores ascendían a toda velocidad dando círculos por la enorme columna que era la isla. Sin caminos que seguir todo era mucho más rápido.
Mik'Ango iniciaba la marcha en su propia montura. Detrás de él, había dos pterodáctylos más montados por dos jinetes batrácidos. En cada uno de ellos también volaban Bronan y Karestya, y colgado de ambos reptiles iba el mecha el doctor Wickelkind, bamboleándose de un lado a otro como si se tratase de una atracción de feria.
El mar de nubes que rodeaba la segunda mitad de la isla, era de color naranja cuando el variopinto grupo volador llegaba a la cima de la isla. Y aunque ya les habían explicado lo que encontrarían, verlo fue igual de sorprendente. El clima era agradable y primaveral. Ante ellos habían un prado verde y fresco con flores, arbustos y salteado de árboles. Y en el centro el gran sicomoro. Un árbol que descomunal. De hecho se hacía difícil encontrar una palabra que describiera su tamaño adecuadamente.
¿Todo era cómo se lo habían descrito? ¡Un momento! ¡Nadie había dicho nada de un laberinto gigante! En una importante sección de la llanura, al otro lado por el que habían llegado a la cima, había un enorme laberinto entre el enorme árbol y el borde de la isla. Y la verdad es que no parecía nada natural. ¿Qué estaba pasando ahí?
El pendulante viaje resultó la mar de agradable y divertido a Wickelkind, su cerebro adulto y su espíritu aventurero lo agradecieron, en cambio sus esfínteres de bebé no pensaron lo mismo, vaciando desechos por todo sitio posible. Habría que activar el protocolo "cambio de pañal" nada más aterrizar, pues luchar así podía resultar realmente incómodo.
El paisaje era increíble tal y como les habían descrito, sin embargo, la majestuosidad del gran árbol era bastante superior a lo que les habían explicado. El bebé se acordó nada más verlo de su colega botánico el doctor Lobra, estaba convencido de que pagaría por ver algo así, tenía que llamarlo en cuando pudiera para contarle la belleza e inmensidad de aquel árbol.
Cuando el doctor fue capaz de despegar la vista del Sicomoro, vio el laberinto. ¿Y eso? Se pregunto. Nadie les había informado de ello... A pesar de la sorpresa no perdió el tiempo, sobrevolarlo le daba la oportunidad de analizarlo, memorizar puntos concretos e incluso encontrar el camino correcto. Era la primera vez en el viaje que su gran arma, su cerebro, era puesta a prueba y no podía perder la oportunidad de demostrar su valía, pues no sabía si iban a caer en algún momento dentro del laberinto. Debía prepararse y estudiarlo lo máximo posible, la concentración del bebe creció enteros y el laberinto era lo único a la que podía prestar atención, a pesar de ir volando en unas condiciones de lo más inseguras e inestables.
No se si es posible analizar el laberinto desde el aire y conseguir algo con ello que nos pueda servir en el futuro si caemos dentro de él. Tampoco si hay que tirar algo para ello.
—Eso nunca ha estado ahí—dijo Mik'Ango con preocupación—. ¡Vamos tenemos que inspeccionarlo!
A la orden del tortúguido, los tres pterodáctylos dirigieron su vuelo hacia el laberinto. Desde el cielo seguro que podían obtener una gran visual de lo que hubiera en su interior. Porque de hecho, la tenían de todo lo que había en la cima de la isla. Entonces, cuando ya estaban alcanzando el gran sicomoro para ir después hacia el laberinto, uno de los otros batrácidos llamó la atención de su compañero.
—¡NO!—exclamó alarmado—¡El Renshén-Yú!
¡Así que era eso lo que habían venido a hacer los piratas del Minotauro! ¡Había un grupo a los pies del enorme árbol y estaba talándolo! Eso también explicaba que en la bodega de su barco no estuviera nada, ¡habían llevado la maquinaria que ahora estaban utilizando!
—Ahí no está ni nuestro capitán pirata ni ninguno de nuestros amigos—respondió después de echarle un ojo a los taladores—. Son unos pazguatos como los que estaban esperando en el barco.
El viaje a la cima de la isla estaba siendo infinitamente más disfrutable de lo que había sido el ir tanteando las paredes de roca recalentada en busca de un sendero. El rugido del aire batiendo sobre las alas membaranosas de nuestras monturas, la sensación de vacío en el estómago subiendo hacia arriba para parar cuando se enderezaba, el olor limpio y fino del aire entrándome en los pulmones, cada vez menos denso y más frío a medida que subíamos... tenía mis reservas ante la idea de montar a uno de estos comeovejas sin cerebro, y desde luego que me había costado morderme la lengua cuando el doctor preguntó si nos podíamos llevar un huevo, pero la verdad es que ahora lo único que lamentaba es no ser yo el que estuviese guiando a la bestia.
Al final lo de robar un huevo no iba a ser tan mala idea.
De vez en cuando echo una mirada al doctor, por ver cómo llevan la carga. El enorme robot no era nada parecido a lo que uno de esos enormes pájaros prehistóricos llevaba habitualmente, y aunque sin duda era recio, no iba a proteger al buen doctor de una caída desde esta altura. Por suerte parece que mi precoupación es infundada: los jinetes los guían con mano experta, y los pterodáctilos ascienden con su carga segura, si bien quizá algo bamboleante.
Y finalmente, llegamos arriba.
Lo primero en lo que me fijo es en el sicomoro. Es difícil fijarse en nada más, de hecho. Era... bueno, como un... no. Me faltaban palabras para describirlo adecuadamente, porque no recordaba haber visto nunca, ni haber oído hablar, de un animal o planta tan grande. Incluso los Slankönnig, los reyes indiscutidos de los lagartos prehistóricos de Hyborica, masas de músculo y diente tan gandes como una pequeña colina, parecían nimios en comparación. La masa de flores, plantas y hierbas que lo cobija se extiende a los lados y acaba en...
¿Qué demonios hace eso ahí?
Una estructura humana. O hecha por la mano humana. Natural no, desde luego. Un laberinto, de todas las cosas que podían ser.
Sigo con la mirada los comentarios de Mik' Ango y Karestya, y asiento.
Mejor que nos ocupemos de esos de ahí- digo,apuntanto a las máquinas y hombres de la base del árbol. No sé que en los seis infiernos de Mab pinta un laberinto en este lugar, no tiene sentido alguno... y los que no tiene sentido, mejor dejarlo para los filósofos o los eruditos. Yo no soy ninguno de los dos.
Además, si ese árbol y sus máquinas son lo bastante importantes para nuestras presas, cuando empiecen a oír las explosiones vendrán y podremos luchar con ellos en nuestro terreno en vez de el suyo, que es lo que asumo que es eso- digo, con una sonrisa inquietante que revela lo mucho que me gusta la idea.
—Eres consciente de que Alumi y los demás pueden estar ahí dentro con el tipo de los veinte millones, ¿quak?
El doctor siguió concentrado en el laberinto, le resultó fascinante y que cuatro sacamantecas extrajeran "algo" del árbol no le preocupó, pues dudaba que pudieran poner en peligro la integridad de semejante planta.
Las palabras de Karestya intensificaron el interés del bebé en el laberinto, si sus amigos estaban ahí dentro debía encontrarlos y si además les proporcionaba una vía de escape mejor. Luchar fuera de esa maraña de pasillos era mucha mejor idea que hacerlo dentro. Estoy intentando localizar a los chicos, dejaría a los del árbol por el momento. Aportó el doctor.
Karesty y el doctor tienen un punto de razón. No me gusta meterme a cazar en un terreno que no conozco, y que está hecho aposta para ser... bueno, laberíntico, supongo que es la palabra. Pero uno no siempre puede elegir dónde o como se pelea.
Supongo que tenéis razón. Y bueno, de todos modos pasaríamos por el laberinto tarde o temprano. No creo que ninguno queramos irnos de aquí sin saber quién lo ha puesto y para qué. Probablemente, sólo confirmaremos que es un trampa. Pero si es algo más... mentiría si dijese que no quiero saber el qué.
—¡Quiero ayudaros pero no puedo permitir que le hagan eso al Renshén-Yú!—dioj Mik’Ango con gran pesar— yo me encargaré de ellos.
Después se dirigió a los otros jinetes.
—¡Ayudadlos a encontrar a sus compañeros! ¡Buena suerte!
Con el rumbo de acción decidido, Mik’Ango se separó de los demás que se dirigieron hacia el laberinto. Como su propio nombre indicaba, se trataba de una estructura intrincada llena de corredores y giros que llevaban a caminos sin salida. Pero lo más llamativo no era eso, sino que en su interior los bloques de piedra que conformaban los muros no paraban de moverse cambiando en todo momento la estructura del mismo. Era imposible encontrar la salida de un lugar así, se trataba de una trampa mortal.
—¡Mirad ahí!—exclamó Karestya señalando.
En el suelo en medio de uno de los corredores, había una figura tumbada en el suelo. ¡Era Eddie! No se le veían heridas por el cuerpo, pero si por la cara. No había duda, había estado luchando. También llevaba una misteriosa mochila metálica en la espalda. ¿Cómo había acabado así?
Bronan y el Dr. Wickelkind continúan aquí.