Dhara
Nana de Jubón
Abres los ojos después de un extraño sueño. Permaneces donde estás, tumbada sobre el carromato viendo pasar las copas de los árboles en contraste con el azúl del cielo y alguna que otra nube recuerdas tu origen y el motivo de tus desdichas: Édedro, dictador del Imperio del Oeste. Un conflicto por un yacimiento antiguo hizo estallar le guerra que acabó con la aldea.
Édedro.
Te vendieron a Abaselayah. Un mercader gordo y desagradable que disfrutaba haciéndote trabajar desnuda hiciera la temperatura que hiciera. Cuando tus curvas comenzaron a acentuarse intentó violarte. Te manoseó palpando todos tus orificios y cuando estuvo a punto de introducir sus dedos te revolviste y le arañaste la cara. La paliza siguiente fue tan brutal que perdiste un ojo. Desde entonces cada vez que se acercaba a ti tu cuerpo te traiciona y te meabas encima. Esto provocó una cosa buena y otra mala. Perdió interés en violarte pero ganó el disfrute de humillarse en público provocando vejaciones que alimentaban su perversión.
Te colaste en el carro del diplomático Davis Harwood quien llevaba a una de las concubinas de Édedro. En aquel entonces eras sólo una niña y aquella mujer estaba embarazada. Huía de Édedro como tú lo hacías de tu pasado. Así llegaste a Tres Verdades del Rey. El diplomático te consiguió trabajo en limpiando las caballerizas, desde las que podías ver la zona exterior de la posada Yunque de Piedra Roja. Empezaste a desarrollar tus encantos y trabajaste en posadas y tabernas de la ciudad hasta que empezaban a relacionarte con estafas (momento para desaparecer).
Ahora viajas en un carro destartalado con un anciano llamado Lockligan de Ïluf hacia la famosa aldea de medianos Nana de Jubón. Llamada así por la maestría de sus sastres y modistas.
Doy sorbitos en la pipa mientras dirijo el carro con parsimoniosa eficacia. -Ya has despertado- comento sin girarme cuando percibo su mente rumiando el extraño sueño que ha tenido. Ahora sí, me giro y le sonrío. Habíamos coincidido a las afueras de Tres Verdades del Rey. La vi apurada, caminado a paso excesivamente rápido. Supe que se trataba de una delincuente en el momento en que me miró al dirigirme a ella. Delincuente, sí, ¿pero acaso no lo somos todos?
Me incorporé sin decir nada, disfrutando de la brisa matutina. Crují algunas articulaciones y avancé hasta sentarme junto al conductor del carro. Miré a los caballos, sentí el sol en la cara y el olor de aquel viejo que me había recogido del camino sin esperar nada a cambio. -Gracias- dije con una sonrisa -No he recibido mucho... gracias- no quería que me viera con lástima, sentía que aquel hombre había visto mucho mundo y era alguien especial.
-¿Puedo preguntarle por qué me ha ayudado?- miré sus ojos y sus facciones. Me sentía cómoda con él.
El viejo se mantuvo en silencio dando chupadas a su pipa. -¿Y por qué no hacerlo? Tú necesitabas desplazamiento y a mí no me gusta viajar solo. Disfruto de una compañía agradable, aunque usted está siendo algo distante- frunce el ceño antes de cambiar a un semblante afané con una amplia sonrisa.
Lock te habló de su gusto por la aldea Nana de Jubón, por su intención de comprar el palacio Cuervonegro a las afueras y la necesidad de poner a alguien al cargo de la villa. Mientras te habló te miraba con visible interés. -Quizá a alguien le interesaría cambiar de nombre y empezar una nueva vida-
Lo miré con suspicacia y sin fingir la sorpresa. -Quizá a alguien le interese- me limití a responder. -¿A dónde vamos?¿Eres de esta zona?-. Sabía, más o menos, dónde nos encontrábamos pero quería que aquel hombre extraño hablara más y, si podía ser, revelara el curso del camino que vamos a seguir.
-No soy de ninguna zona, pero conozco esta región bastante bien. Vamos por el camino a Tres Verdades del Rey. Pasaremos de largo e iremos a la aldea Nana de Jubón. Al palacio Cuervonegro. El noble ha fallecido recientemente y para mí es un placer llevar a su mujer de regreso al palacio.- Miré de reojo a Dhara que se quedó muy seria mirándome -Tú eres la mujer Cuervonegro y ese palacio es tuyo. Lo convertirás en taberna para que pueda dejarte ingresos. Considera que esto es una forma que tiene el universo de pagar todo el dolor que has sufrido.-
Me dejó helada, sin habla. ¿Cómo iba a ser yo la mujer de nadie? -No conozco a ese hombre- dije excusándome -Sus vecinos, sus parientes... si me presento allí sin saber nada de él toda esta mentira se derrumbará- añadí, pero la realidad es que aquello me motivó. Era un cambio a mejor, una propuesta prometedora y estaba segura que aquel viejo ya tenía las respuestas a todas mis inquietudes. Ahora sólo necesitaba escuchar y aprender. -Cuentame todo lo que sepas de él, ¿cómo era? Físicamente quiero decir. No dejes ningún detalle. Si me enamoré de él quiero saber por qué, si era el brillo dorado de su pelo o sus fantásticos rizos morenos.-
-Déjame eso a mí- Contesta el viejo. Así conociste a Locligan de Ïluf. Un hombre que cambió tu vida para siempre.