...me coloco muy cerca de Langdom y abro la boca aspirando sus emociones. Lo devoro todo sin dejar nada. Miedo, desesperanza, impotencia. Vuelvo a cerrar los ojos degustando el momento pero no me deleito, tenemos prisa. Acaricio el tentáculo que tira de su cuello y le ordeno que ponga al humano mirando para arriba, mostrándome la nuez, mientras saco la pequeña daga que guardo entre los pliegues de la ropa. Me sumerjo en la oscuridad colocándome tras él, le acaricio el rostro y me preparo para el corte. -Abrazas la muerte sin miedo, como un buen soldado- le digo prácticamente sin emoción y realizo el movimiento firme pero lentamente. Siento como la daga se hunde en su piel y va abriéndose paso a través de la carne y el músculo hasta llegar a la vena vital, la yugular. Siento el calor que salpica en mi mano y aguardo los instantes oportunos antes de devolver los tentáculos a las tinieblas. Poco después el sudario se desvanece y la claridad del día vuelve a reinar en la zona. Miro el cuerpo muerto y la sangre filtrándose a las capas más profundas de la nieve. Cierro los ojos y hago acopio por relajarme...
La historia del soldado Langdom Carnuto terminó la mañana del noveno día del quinto mes. Año 706. Primer Regio. No hubo funeral, no hubo despedida. Unas bestias atroces fueron invocadas para borrar cualquier rastro del crimen. Sólo las montañas, la nieve y el viento fueron testigos. Sus restos fueron enterrados en una tumba superficial a un lado del camino. Sin ceremonias, sin palabras de aliento, sin cariño.
Esta muerte es un secreto y sólo la conocen aquellos en relación directa.
Caí víctima del engaño. Herido como estaba no podía presentar batalla y el mundo cruel se cebó conmigo. Como siempre hace, se ceba con los débiles.
No me arrepiento de nada y sólo me duele no devolver a mi apellido el honor que perdió injustamente.
Mi alma vagará por estas tierras sin rumbo, condenada por todo lo que me queda pendiente, y acechará a mis asesinos al otro lado del manto. Esperando. Ahora la eternidad es mi aliada.
Año 706. 1º Regio
Noveno día del Quinto mes
Pasado el mediodía
El anciano pierdetuercas se detiene mientras degustaba su guiso de verduras. Los dedos le tiemblan y el dolor se extiende por su brazo izquierdo. Posa la cuchara en el plato mientras se lleva la mano al corazón... la presión aumenta, le cuesta respirar. Un aguijonazo le hace temer lo peor. El guiso queda desparramado por la mesa y el suelo mientras él se levanta de la silla, que cae hacia atrás. Se apoya en la mesa sin sentir el dolor del caldo caliente quemándole la mano y las piernas, al ser esto un cosquilleo en comparación con su corazón.
Hay trabajadores relativamente cerca, pero el dolor le impide pedir ayuda. Tambaleante, cae de espaldas. En la mancha de caldo comienza a escribir con el dedo arrastrando las verduras y formando letras toscas pero legibles: S-A-N-G
Cuando comienza a escribir la quinta letra su mano queda inmóvil, sus pupilas se dilatan... el corazón del Viejo Pierdetuercas se ha detenido.
-La vida se me va. Pienso en mis hijos. Estoy orgulloso de ellos. En mi último aliento escribo con el dedo la pista necesaria para los invetigadores... pero no he podido terminarla. Bueno, espero que sea suficiente. No busco venganza, sólo justicia y paz para mis descendientes. Afortunadamente he transmitido mi legado. Ahora ellos podrán continuar con la gran empresa que tengo entre manos.
Por fin... descansaré.-
Año 706. 1º Regio
Noveno día del Quinto mes
Noche
Caí de espalda sorprendido por un fuego cegador que emergió de la criatura. Estaba aturdido, pero parcialmente consciente. Luchando por no desfallecer cuando llegaron a mis oídos palabras que no tenían ningún sentido para mí. -Una voluntad tan débil no es digna para proteger la ciudad, soldado- Reconocí esa voz. Ese tono que antes me provocaba admiración y ahora una profunda congoja. -Por los delito de alta traición, agresión a un superior, abandono del deber y complicidad con un enemigo de la ciudad,...- la confusión crecía en mi corazón y no podía dejar de pensar en los ojos rojos que turbaron mi razón, que turbaron mi juicio haciéndome ver algo que no era real. -¿Sería verdad?¿Habría atacado a mi superior?- Mi lealtad había sido puesta en duda por enfrentarme a un ser que no comprendíamos. -...protector del enclave y defensor del pueblo, encuentro al Semi Gigante En Sabah Azur, culpable, y le sentencio a ser ejecutado por la hoja de Fuegoscuro- seguía diciendo la voz arrebatándome toda la gloria, haciendo que todo por lo que he luchado sea una vanalidad. -Me acaban de sentenciar a muerte- pensé aún más confuso y sintiendo un trato injusto por mi dedicación a la ciudad. Lo único que he hecho ha sido servir. -¿No hay juicio?- No lo habría. Veo un brillo, un destello y dejo de sentir mi cuerpo pero el miedo no se desvanece, miedo porque soy la representación carnal de la alianza entre gigantes y Arkhania. Soy la argamasa que une sus transacciones comerciales y ahora no puedo evitar temer las represalias. Arkhania no está preparada para ellos. Siento el frío de la muerte, un frío que dentro de unos días bajará de las montañas y también sentirán todos los habitantes de la ciudad, una ventisca que buscará justicia, venganza. -Adios padre. Adios hermana. Madre marcho a vuestro encuentro.-
Y todo se desvanece sutilmente.
Año 706. 1º Regio
Noveno día del Quinto mes
Pasada la media noche
Siento el cuchillo entrar por mi garganta y el calor de la sangre llega a mi boca. Sorprendido e incrédulo -¿cómo no he podido darme cuenta?- mi mente está embotada sin enteder los motivos y sólo puedo sentir, casi paralizado. La hoja vuelve a cercenar la garganta. El calor se extiende por mis ropajes e inesperadamente siento vergüenza. No quiero que me vean así, degollado en las escaleras de mi propio templo -Dónde está mi dios- creía que cumplía sus designios. -No- no, no puedo hablar... la sangre me llena la boca, las piernas se doblan y caigo sin poder remediarlo. -No podré follarme a Ann. Violarla como he hecho con tantas otras que llegaban. Estaba a punto, lo tenía tan cerca...- imaginar a la enfermera jefa abierta de piernas y recibiendo mis golpes hace más llevadero el final. Ahora que jamás la tendré no hay contención, me dejaría llevar estrangulándola mientras la penetro una y otra vez...
Acto seguido llega la fugaz imagen de la nueva enfermera... pero todo se vuelve oscuridad rojiza. Abandono este cuerpo dejándome llevar al cubil de las almas donde mi dios la reclamará y me dará lugar entre los suyos.
Año 706. 1º Regio
Onceavo día del Quinto mes
Todo ocurrió muy deprisa. Recibí la sugerencia de Aegón de transmitir un mensaje a la mente del gigante. Una proeza que no creía poder realizar. Jamás había intentando introducir un pensamiento en la mente de nadie, mi campo de poder se limitaba a introducir conocimientos, no mensajes. Pero pensé en una novela caballeresca, algún pasaje de un poema, o cualquier texto que inspirara la compresión de aquel monstruo enorme. Luego, claro está, debía superar el frío, el miedo y el hecho de que con el yelmo me resultaba imposible ver la cabeza.
Bajé del caballo, alcé los brazos en muestra de paz y di un paso dudoso hacia el gigante que pareció henchido ante la muestra de temor por mi parte. El colosal bruto alzó una mano sobre mí que bien podría aplastarme cuando algo atrajo su atención. El yelmo se alzó y miró a lo lejos distinguiendo una luz. Yo giré la cabeza y vi a dos jinetes, casi sonreí. Pero entonces supe que algo no iba bien. El sol se ocultó, alcé la vista sólo para ver la palma a unos centímetros de mi rostro. Sentí el crujido de mi nariz, luego fueron mis tobillos y mi espalda en la zona lumbar...
...todo se hizo oscuridad tan repentinamente que casi no sentí dolor. En este vacío queda una sensación extraña, como si este final no fuera lo que estaba escrito, como si aún me quedara más vida por delante, más sueños que realizar, más promesas que cumplir. Supongo que es eso lo que todos sienten cuando la verdad de la muerte les llega sin avisar.