—Quiero ser el mejor —respondió Cliff como si no pudiera controlar las palabras. Su rostro se había transformado y por un instante sus ojos habían perdido su color. Quizá había sido un efecto de la luz o algo extraño provocado por aquel lugar.
Sacudió la cabeza y miró de nuevo al conductor.
—Estoy buscando —dudó— algo. Conocimiento, música. Me estoy buscando a mi.
Plas... Plas... Plas...
Era el sonido de un aplauso muy lento, teatral. Venía de la parte trasera del coche. Luego una voz tranquila y conocida le dijo:
—Pensé que nunca lo ibas a decir hermano... Has dado muchas vueltas para regresar al principio. ¿No crees? De todos los que lo han intentado debo confesarte que eres el que más lejos has llegado. Por un momento, por un breve momento, pensé que igual lograbas salirte con la tuya.
La puerta trasera del vehículo se abrió. El conductor sonrió mientras asentía con la cabeza. Parecía que el viaje llegaba a su fin.
—Entra. Has vuelto a casa.
Cliff miró al interior del vehículo para ver la cara de ese hombre que acababa de hablar.
—¿Y qué pasa si no quiero volver a casa? —preguntó receloso—. No era así. Iba a recibir un trato que me permitiría... No mire, no lo entiende. Tengo que escucharlas. Una vez más. No puedo volver a casa hasta hacerlo.
Negaba con la cabeza a la vez que comenzaba a dar cortos pasos hacia atrás. Dentro de la cabeza de Cliff no había opciones. El desconocimiento de ciertos momentos de su vida le atormentaban y no podía asumir haber hecho ese viaje para nada. Puede que jamás volviera, pero no quería volver sin una respuesta.
Del interior del coche llegaba una música de blues que hizo que los pelos de la nuca de Cliff se erizasen. Era la melodía. Exactamente igual que en su cabeza. La misma tonada que tantas veces se había descubierto tatareando o interpretando con la guitarra, pero excelentemente tocada. No había ni un fallo en los slides, que se detenían en el punto justo, ni en las pulsaciones de cada nota. El ritmo, el tapeo en la caja, todo emanaba una perfección infernal. Saboreó ese adjetivo: infernal. Y entonces escuchó la voz rasgada de Robert Johnson:
He estado lejos
tanto tiempo, por tantos caminos
que he olvidado de donde venía
mi raíces, nena...
He estado lejos
intentando olvidar quien fui
pensando en todo lo que debo
pero ya regreso, nena...
Los tahures ya no pueden
enseñarme nada más
y las carreteras son todo
cruces de camino, nena...
Regreso a casa,
¿me has echado de menos?
Regreso a casa,
sé que estás enfadada,
Regreso a casa
y pagaré por mis pecados, nena...
¡Era el tema completo! Y de alguna manera Cliff sabía que allí dentro escucharía el resto. Estaban allí. Al alcance de la mano. ¿Por qué no era capaz de ubicar la voz del extraño? Por más que mirase al interior del coche sólo veía aquel traje azul brillante, la mano negra jugando con el vaso de whisky.
Cliff dudó durante varios segundos; más de un minuto. Pero finalmente entró en el coche. Se sentó al lado del hombre del traje azul y se apoyó en el reposacabezas. Cerró los ojos disfrutando de la canción unos instantes y después cerró la puerta.
Abrió los ojos y miró al asiento del conductor y asintió.
Era él. Lo reconoció. Casi había pasado un siglo desde el anterior encuentro pero lucía el mismo aspecto. Un hombre negro de alborotado pelo gris vestido de manera estrafalaria. Hacía unas semanas había estado tomando unas copas con él y firmando un acuerdo pero no lo había reconocido. Porque lo había olvidado.
—Pero ahora recuerdas ¿verdad Robert? Me has dado más trabajo que otros.— le dijo Lucifer sonriendo como quien se encuentra con un viejo amigo —En este mismo cruce de caminos me suplicaste ser el mejor bluesman a cambio de tu alma. No sabías siquiera agarrar bien la guitarra pero tenías ese fuego en el alma que tienen aquellos que saben lo que quieren. Ni siquiera dudaste en darme el alma de tu esposa y de tu hija no nata.
Acusó el golpe como un mazazo. Recordó la visión de Chief en aquel bar de carretera.
—Oh, sí... ahí está ella, manteniéndote como siempre caliente la cama. Muy caliente. ¿Ahora recuerdas?
Recordaba. Recordaba como las había ofrecido sin dudarlo. Pensando en ser el mejor. Y lo fue. Vaya si lo fue.
—Pero pensaste que podías ser más listo ¿verdad? Así que buscaste a uno de los Arcontes para jugármela. Esas nuevas canciones impregnadas con el poder de la Realidad. Y te dieron el secreto de la trasmutación de las almas a cambio. Alphonse no pudo resistirse al poder de las canciones. Esos temas hicieron que nos traicionase y te ofreciese el alma de su propio hijo. Aprendías rápido y pensaste que superarías al maestro. Pero las cosas se torcieron en aquel local de las Vegas. Sentías la soga cerca de tu cuello y buscaste desesperado un nuevo recipiente que te alejase de mí. Y entonces llegó ese investigador que quería saberlo todo sobre Robert Johnson. Los temas y la verdad.
¿Estás preparado para esto blancucho?
—Y él dijo que sí. Que estaba dispuesto a cualquier cosa, por rara que pareciera, por saber la verdad sobre Robert Johnson. Para Cliff P. Oswald el hoodoo no era más que superchería. Pobre Cliff... nunca supo lo que le pasó. Pero aún así se resistió. No era un niño indefenso, no era un lienzo limpio. Tuviste que hacer fuerza para apropiarte de él y algo se rompió. Ahí... en el psiquiátrico, con la ayuda del doctor Lovecraft por fin dimos contigo.
Recordaba aquello. Como su reflejo le era extraño. Sus manos torpes y blancas. Su confusión. ¿Quién era realmente?
—Cuando Lovecraft te sumió en trance hipnótico abriste la Realidad de par en par. Que momento tuvo que ser ese. El buen doctor atisbó el infinito y a partir de ahí fue nuestro. Te encerró cuidadosamente en la psique de Cliff y te dejó latiendo. Y tú te dejaste, pensando que te saldrías con la tuya. ¿Verdad? Que listo te debiste creer en ese momento.
El diablo tomó un trago de su copa. Siempre sonriente. Disfrutando el momento.
—Preparé la trampa cuidadosamente aunque siempre hay cosas inesperadas. Ese Chief a punto estuvo de estropearlo todo. Pero Tony, tal ciego como tú, guiado por el fantasma de Alphonse, te llevó hasta la pista de las canciones. Decidí aprovechar para divertirme un poco, para aparecer en escena. Era arriesgado. Pero ¿quién podría resistirse a un cameo tan especial?
Robert recordaba ahora la primera reunión con Sonny. ¿Cuáles habían sido sus palabras mientras brindaban? Por un buen trato. Y todos brindaron.
—Y ahora ya has llegado a donde querías ¿verdad? Tienes lo que Cliff ansiaba: la verdad. Y las canciones. Oh, bueno... esa es otra historia. Las grabaciones siguen por ahí. Pero eso a mí no me importa. Yo tengo lo que quería. Te tengo a ti, Robert Johnson. Para que pagues tu parte del trato. ¿Algo que quieras alegar?
Estaba radiante. Levantó su copa y bebió el resto del bourbon.
Y Robert Johnson sabía que, finalmente, su alma estaría condenada...
Te dejo las últimas palabras y al personaje adecuado para ellas ;)
Durante muchos minutos reinó el silencio. Robert tenía una mueca indescifrable pero por dentro de su cabeza sentía la opresión de la derrota. Había estado tan cerca.
—Buena partida —dijo finalmente con la voz rasgada que tanto le caracterizaba—. Siempre pensé que me encontrarías mucho antes. Has perdido facultades —bromeó.
En la cara de Robert Johnson se mostraba una mueca burlona y por su cabeza volvía a sonar aquella canción.
Regreso a casa
y pagaré por mis pecados, nena...
—¿Me llevas a casa entonces? La verdad es que no está tan mal descansar de una vez. Es muy cansado esto de andar huyendo del mismísimo diablo, ¿sabes? No, que va, tú que vas a saber. Tú solo sabes jugar con las cartas marcadas y aún así por poco pierdes la partida.
Se rió y volvió a entonar la canción.
Regreso a casa
—Dime una cosa, ¿es verdad que me has echado de menos?
En algún lugar, a varios cientos de millas de cualquier sitio, una pared blanca saturaba los ojos apagados de Cliff P. Oswald. Estaba sentado en una silla en mitad de una sala completamente blanca. Una camisa del mismo color, colocada del revés, mantenía sus brazos abrazando su cuerpo. Pero los ojos de Cliff estaban clavados en la pared blanca como si pudiera ver más allá de ella.
El doctor había dicho que era un episodio de amnesia crítico y que Cliff jamás recordaría nada; que había perdido todos sus recuerdos y que tendría que volver a empezar. Pero la mirada de Cliff sobre aquella pared no parecía decir lo mismo. Había un gran vacío en su mente pero en los ojos de aquel hombre solo se mostraba la felicidad.
Y su boca comenzó a articular unas palabras. Una suerte de tonadilla que parecía una canción. Y luego otra. Y una más. Hasta trece. Casi una hora de balbuceos ininteligibles a ritmo de blues. Y con la última nota Cliff levantó la cabeza hacia el techo absolutamente blanco de la sala y una sonrisa se dibujó en sus labios.
Exhaló aire y la cabeza cayó sobre el pecho de aquel hombre todavía con la sonrisa dibujada en su rostro.
Y la luz se apagó. Por fin.
No añado ni una coma. Estos dos mensajes han sido perfectos para el cierre de tu personaje.
Fundido en negro.