El combate había acabado y las simientes de los titanes yacían muertas sobre la húmeda tierra de aquella cueva. Ixir, arrepentido decidió confiar en la gente que había demostrado cierto respeto por él, rompiendo las cadenas que lo ligaban a su implacable ama. El rátido seguía teniendo miedo, pero junto al grupo se sentía cómodo. Cuando abrazó a Sargs, el taciturno sacerdote elevó una mueca de sorpresa en su cara. Aquella muestra de cariño era sentida y sincera, y el servidor de Nemorga así lo vio, correspondiendo al abrazo con afectuosos gestos y una sonrisa en sus labios.
Arlen cayó agotado. Había vuelto a liberar todo el poder del tatuaje albadiano y cuando hacía eso, sentía como se consumía, como su vida se escapaba entre los poros de su piel. La respiración se hizo pesada y costosa, mientras su mente únicamente pensaba en su taberna, en su hogar, en Mina...
- ¡¡Debemos proseguir!!- exclamó Shouddrim. - Debemos llevar este peligroso artefacto a Vesh. Allí los Vigilantes podrán custodiarlo.- afirmó de forma rotunda. La iniciada sabía mejor que nadie que más criaturas como aquellas intentarían darles caza, no en vano la bruja rátida amenazó que sus maestra los encontraría... - No podemos esperar más!!-
Rythen miró a la iniciada. Aquella muchacha tenía vigor. El arquero apenas abrió la boca. Su tristeza y melancolía le impedían expresar cualquier emoción en aquel momento. El elfo maldito vagaba por la tierra sin recuerdos ni dios, condenado a extinguirse como las teas de una hoguera a medio apagar. Miró a su alrededor y vio la mueca de la muerte. Sus sentidos eran demasiado sensibles y eran capaces de detectar matices que ningún otro ser mortal podía. La mácula que quedaría en aquella tierra, tardaría varios siglos en limpiarse. El aroma de la muerte impregnaría ese lugar durante años.
- ¡¡Marchemos pues!!- ordenó el elfo tendiendo la mano al exsoldado para que se levantara del suelo. Mientras lo ayudaba, Talbot se arrimó para echarle una mano y con cierto grado de ironía dijo: - Después de todo, cualquier lugar en este mundo es bueno para hallar la muerte ¿no?- buscando cierto grado de aprobación.
Rythen asintió, aunque arquero sabía mejor que nadie, que él murió hace demasiado tiempo.
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Era un hombre corpulento a pesar de su pelo blanquecino. Vestía ropas propias de noble de terciopelo negro y extendía sus brazos mientras un par de mozos de cámara lo adecentaban. Miraba hacia el frente, hacia una espejo de casi un cuerpo de altura, sin prestar atención a lo que el par de mozos hacían, como si fuera una rutina que se repitiera diariamente.
- Así que tu alimaña te ha traicionado...- dijo una voz varonil, a buen seguro ejercitada en la suerte del canto. La voz del hombre era impactante por su profunda gravedad y tono serio, pero a pesar de ello, resultaba sensual y atractiva.
- Quizás sea demasiado pronto para extraer conclusiones, ...- intervino una voz femenina suave y sedosa, casi como un suspiro.
- ¡¡Pamplinas!!- exclamó cortante el hombre al tiempo que sus mozos se detenían y bajaban la mirada al suelo. Estaba claro que aquellos chicos no sólo respetaban a la persona que tenían delante, sino que además lo temían. - No se puede confiar en las simientes de los titanes, querida Paransala... Son criaturas erráticas y que deben su lealtad a otro tipo de amos...- desarrolló el hombre suavizando nuevamente el tono de su voz. Los mozos, al ver como los ánimos se calmaban prosiguieron vistiendo al hombre.
- ¡¿Estás segura de que esa vasija de plomo es la Prisión de Chardún?! ¡¿El ánfora donde los divinos encerraron los pedazos del cuerpo de Mormo?!...- Preguntaba mientras colocaba los brazos en cruz y los mozos le colocaban una capa negra como la noche sobre sus fuertes hombros.
- Estoy convencida, primo.- aseguró la mujer adivinándose su imagen en el cristal del espejo que se hallaba frente al hombre. Se trataba de Lady Paransala, la hechicera de Trela. La bella mujer de pelo rubio engalanado en cientos de tirabuzones.
- Pues entonces debemos movilizar a las legiones.- afirmó el hombre que continuaba de espaldas - Con ese artefacto, no habrá territorio que se resista a nuestro poder.- añadió justo en el momento que los mozos, bastante más bajos que el hombre, le ceñían a la cintura una espada larga más grande y ancha de lo normal. La vaina poseía cientos de filigranas de oro y diamante, representando la silueta de un gran dragón acechante.
- Pero... ¡¿Cómo lo haréis?!- preguntó la mujer curiosa y ávida.
- El Dragón Negro jamás puede permitirse errores...- sentenció con suspense en el mismo momento en que el par de mozos, se subían a un poyete y le colocaban una gran corona.
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El grupo caminaba a buen ritmo por las Estepas Sangrientas. El objetivo era llegar hasta Vesh, situada al noreste. Los días habían discurrido desde el combate con cierta tranquilidad. Ixir caminaba junto a Sargs como si el sacerdote del Padre Gris, fuera su nuevo amo.
Delante, Arlen y Shouddrim encabezaban la marcha. El tabernero había recuperado las fuerzas y caminaba manteniendo un buen ritmo. La iniciada semielfa avisaba de posibles peligros y algunas cañadas que era mejor evitar y la información era bien recibida por parte del grupo.
Mientras tanto en la retaguardia, Rythen y Talbot pasaban la mayor parte del día vigilando que ninguna amenaza los cogiera por detrás. El carácter del elfo continuaba tan melancólico como siempre, pero últimamente, el truhán mestizo había conseguido que el elfo maldito dibujara alguna sonrisa.
- Voy a devolver a la tierra lo que le pertenece- dijo el semielfo dirigiéndose a un grupo de arbustos- No os preocupéis. Creo que podré evacuar el vino de la noche yo solito. - añadió Talbot con una sonrisa. Cuando por fin se sintió al amparo de la vegetación, el bardo comenzó a buscar en su mochila. Cierto nerviosismo se instauró en el semielfo, pues parecía no encontrar lo que con tanto ahínco deseaba. Finalmente, una sonrisa se dibujó en su cara resaltada por un brillo rojizo.
La gema mágica que le permitía comunicarse con su maestro... seguía a su lado.
THE END