Partida Rol por web

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   Pues nos ponemos en camino, iría silbando una canción si me acordara de alguna canción silbada. Pero estoy atenta a todo hierbajo comestible o emplastable o que de buen olor que vea por el camino. Que mis habilidades de cazadora son... ejem.

   Eso sí, tanto viajecito adelante, atrás, adelante, hace que de vuelta esté algo agotada, pero estos días de descanso me han dejado como nueva, perder algún kilo y mostrar un tipo más esbelto no será malo.

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El día antes de partir, a pesar de estar algo alejada del grupo, la enana había decidido hablar con el humano, tratando de controlar su propio nivel de cabezonería. Dirhael les había ofendido a todos, de formas diferentes, pero aún así, hirientes, pero tras los días de descanso, Therusia creyó intuir los motivos. La enana buscó un momento para hablar con él a solas.

—¿Sabes lo qué ocurrió en mi primer viaje? —le preguntó— Salí de las Montañas de Hierro con mi grupo, pero nos desviamos, pues mi misión estaba en Valle y la de mis compañeros en las Montañas Nubladas. Bueno, quizás también rompiese la nariz a un tal Gâin, pero eso es menor. El caso. Había estudiado los mapas de memoria. Tenía en la cabeza grabados a fuego cada camino, cada roca que aparecía descrita en nuestros mapas. Es difícil perderse con un mapa enano, al menos si eres uno de los nuestros. Pero aún así, me perdí. No me gusta equivocarme y quizás, por eso, tomé decisiones erradas y dije palabras que no debí decir a gente que encontré en mi camino. Pero perderme me hizo encontrar compañeros de viaje con los que impedimos un ataque sorpresa al Salón del Bosque. Y después, me hizo hallar amigos. También este maldito anillo, pero trataré de quedarme con lo bueno.

Therusia nunca había hablado tanto y tan seguido con aquel humano, pero agitó la cabeza para añadir algo más

—Lo que quiero decir es que puede que hayas errado el camino, pero puede que no sea malo. Tenemos equipaje y un destino, así que deja de darle vueltas a la cabeza y guíanos. Y no te comportes como un cretino. Y menos con Amaltea. A todos nos preocupa la misión, eso no lo dudes. 

Tras decir aquello, la enana se retiró, esperando que su charla hubiese sido lo suficientemente alentadora como para que el montaraz recuperase el ánimo que había tenido al inicio de la aventura.

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Desde luego, aquel no era un viaje que le apeteciese mucho hacer, aunque había parte de ella que sentía una gran curiosidad por Bree y su gente. Había oído hablar mucho de esa región donde hobbits y humanos habían aprendido a convivir. Pero lo cierto es que hubiese sido mejor en otras i.

Therusia se sacó unas raíces que Yedra le había dado. Normalmente prefería no tomar nada de lo que le ofrecía, pues su cabezonería le instaba a seguir adelante con sus propias fuerzas más, de cuando en cuando tomaba alguna de sus pócimas y preparados como señal de buena voluntad. De pronto, la enana parpadeó confusa: ya había probado aquellas raíces antes, pero no le hacían ningún efecto, sin embargo, el llevarlas durante tantos días en la bolsa las había hecho macerar de una forma que parecía haber activado a la enana, como si hubiese tomado un potente café de puchero. Aquello le ayudó a centrarse lo suficiente como para poder comenzar a distinguir los olores del aire, casi tan claramente como lo hacía en las profundidades de la tierra, donde el olfato era clave para saber que galería escoger, pero no había tanta distracción como en la superficie.

Nos despedimos de los leófringas y partimos enseguida. El camino descubierto por Yedra parecía ser un paso hecho por los enanos para cruzar las montañas, o por lo menos se adentraba en su interior. No me gustaba mucho volver a meterme en oscuros túneles, pero si ese camino nos llevaba al otro lado, habría que tomarlo. Caín trotaba alegre a mi lado, luciendo sus nuevas trencitas que le bailaban de un lado a otro de la cabeza y en las que había anudados florecillas y algunos pequeños adornos regalados por las gentes de Arnulf. Limpio y aseado iba mi can a mi lado. ¿Había cambiado mi hosco carácter desde que había sabido de la suerte de Beran? El hecho de hacerle trencitas y ponerle florecillas a Caín, el perro de mi amado, así lo atestiguaba. Miré a los demás para ver sus reacciones al ver a Caín de esa manera. ¿Pensarían que me había ablandado? Miré a la lejanía y suspiré, deseando llegar pronto y sin contratiempos al otro lado...

El galadhel se interesó por la breve expedición de la curandera tan pronto como esta regresó. Pidió detalles de la ruta, así como del tiempo tanto a ella como a sus acompañantes. Y para cuando tocaba partir, Ithildir estaba listo y preparado. O eso pensaba él, pues lo cierto es que el inicio del trayecto le pareció algo tedioso. Eso sí, sus sentidos se encontraban bien enfocados en la tarea que le tocaba, estar ojo avizor y alertar al grupo de cualquier posible peligro.

—¡Vaya con Caín! No es que antes estuviera mal, pero... Le sienta bien ese cambio. Y a vos también la sonrisa —comentó a la animada muchacha, antes de proseguir la marcha.

     Dírhael tomó la delantera y pronto quedó claro que éste era un camino nuevo para él, como el resto de valientes que se atrevían a cruzar siguió el camino conocido y peligroso, pero pronto demostró su capacidad para guiaros y contar todo lo que sabía de la Montañas que ahora cruzabais.

     Allí donde las montañas Nubladas viran hacia el suroeste, tres picos se alzan por encima del resto de la cordillera. El más alto de todos destaca como si fuera un cuerno de roca roja coronado por la nieve, y recibe el nombre de Caradhras; tras él se encuentran el Cuerno de Plata y la Cabeza Nublada, también conocidos como Celebdil el Blanco y Fanuidhol el Gris.

     El paso de montaña que se conoce como el Paso del Cuerno Rojo asciende por la cara sur del Caradhras. Los viajeros que han intentado escalarla dicen que la montaña es cruel, y que sus nieves y vientos cortantes parecen guiarse a veces por un siniestro propósito. De hecho, durante los meses fríos es como si la propia montaña se indignara y enfureciera tanto que nadie se atreviera a cruzarla.

     Pero quienes buscan cruzar las montañas Nubladas por estas latitudes no tienen muchas opciones: o se atreven con el Paso del Cuerno Rojo, o atraviesan el ancestral reino subterráneo de los enanos, Moria. El Paso del Cuerno Rojo serpentea por las montañas a lo largo de muchas millas, en una senda retorcida y ascendente. El estrecho camino deja paredes de piedra a su izquierda y barrancos profundos a su derecha. A veces, algún bloque de piedra grande corta el camino y deberá apartarse para que la compañía pueda proseguir.

     Si llegan a la cima, el sendero comienza a descender, hasta llegar a un valle envuelto en sombras que los enanos llaman Azanulbizar; los hombres, Valle del Arroyo Sombrío, y los elfos, Nanduhirion. Allí aguardan las tranquilas aguas de Kheled-zâram, el Lago Espejo, y los manantiales del río Cauce de Plata.

 El tiempo comienza a estropearse de forma extraña a las pocas horas de dejar atrás la ciudadela. Todos los que se consideran expertos en el clima estaban de acuerdo en que los siguientes días serían como el resto de los días desde que entrasteis en el refugio. Días cálidos y despejados de verano. 

     Pero parece que poca gente puede saber qué es lo que mueve los vientos entre los enormes picos que ahora se ciernen sobre vosotros. Las enormes piedras parecen ahora amenazar más que proteger, la lluvia fina se convierte pronto en una densa cortina de agua que acompañada de ráfagas de viento helado ponen pronto a prueba las ropas que os protegen. Enormes relámpagos acompañan a ensordecedores truenos que pronto acaban con cualquier posibilidad de hablar entre vosotros si no es directamente en el oído. Está claro que este camino no es tan sencillo como parecía haberlo encontrado Yedra.

     Continuar adelante es una locura pues ninguno conocéis qué hay tras el siguiente recodo y es necesario encontrar un refugio cuanto antes. Al menos entre montañas horadadas por minas de los enanos y cuevas de los trasgos eso no debería ser un problema.

   Estoy atenta a ver si se caza algo, pero por desgracia, sólo rocas, líquenes y algunas hierbas.

El mal tiempo pareció acompañarnos desde que salimos del poblado. Me notaba aún cansada, y eso que había descansado lo suficiente para recuperarme de las heridas sufridas. Había que encontrar algún sitio para acampar y esperar que la tormenta pasase de largo. No sería complicado, estando tan cerca de las montañas, así que me adelanté un poco, junto a Caín, para ver si encontraba un refugio seguro.

     El viento ganaba en fuerza, la lluvia se volvía más heladora, los truenos sonaban con más y más fuerza y empezabais a temer que en cualquier momento os despeñarais por las elevadas laderas de la montaña acabando con el cuerpo entre las rocas del fondo.

     Por suerte la experiencia de Amaltea os llevó hacia una abertura entre dos grandes peñascos que resultó ser un refugio perfecto, a cubierto de la lluvia y protegido del viento. Parecía que no erais los primeros en buscar aquí un momento de descanso por los restos de hogueras que se acumulan en el centro.

     Rápidamente os organizáis para poner a secar las capas y recuperar fuerzas. No podéis evitar el recuerdo de la última cueva cuando caminasteis hacia el este y el viejo gris os recomendó dar media vuelta y buscar otros lugares donde conseguir ayuda en vuestra misión. De nuevo la lluvia y de nuevo una cueva, miráis de reojo hacia el fondo oscuro pero aquí las paredes recias os rodean y no parece existir ningún tipo de grieta por donde puedan llegar enemigos. Al final el calor de la hoguera os permite relajaros, compartir unos momentos de risas y charlas y simplemente esperar a que pase la tormenta.

     Después de un par de horas el cielo se despeja, el viento se calma y la temperatura vuelve a subir. El agua ha cubierto de brillos las rocas y el camino se ha vuelto algo resbaladizo, pero pronto la humedad se evapora y volvéis a recuperar la velocidad de marcha habitual, mucho más elevada de lo que hubierais podido imaginar si Yedra no hubiera encontrado este camino oculto.

     Llega la noche y un nuevo día, una nueva noche y un nuevo día y al tercer día desde que salisteis desde la ciudadela empezais a ver las tierras de Eriador entre las faldas de las montañas cuando los giros del camino os lo permiten. Aún queda al menos una jornada pero empezáis a sentir que esta vez el final está más cerca. Bueno, hasta que Dírhael os indica las distancias reales que hay hasta Bree y que es imposible ir en línea recta. Pero esa decisión podrá esperar al menos hasta salir de las Montañas Nubladas. Ahora notáis el cansancio acumulado de los kilómetros recorridos, de las subidas y bajadas que os han llevado en un sentido y otro siguiendo las losas de los enanos. Pensar en cómo podría haber sido este viaje sin esa ayuda os hace entender lo afortunados que sois a pesar de los músculos agarrotados, las ampollas y las rozaduras.

—Kheled-zâram... Desde niña soñé con ver la Corona de Durin reflejada en su superficie... —murmuró cuando Dirhael pronunció el nombre del hermoso y místico lago— Pero no es nuestro camino

Aunque la enana no podía sino estar contenta por seguir un camino de su gente, lo cierto es que el viaje estaba siendo más duro que lo que esperaba. La fina llovizna que había a ratos empapaba su barba trenzada y el frío no tardaba en convertirse en finos cristales de hielo. Al menos no tenía que caminar por la nieve, algo que nunca había hecho, pero aún así, por alguna razón, notaba las piernas entumecidas, cansadas. Por suerte, la resistencia enana había que aquel cansancio fuese fácil de ignorar.

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   Empiezo a sudar, aunque voy cogiendo el ritmo, ya voy jadeando menos, poco a poco. Mientras, aprovecho que hay una cabra montesa pegando brincos entre roca y roca y pega un último brinco cuando le acierto con el arco. Voy derrapando a recogerla, antes de que se nos pierda en alguna grieta.

   Ya casi estamos a punto de salir del paso, o de dar paso a otro paso... o ... a la mierda, estoy demasiado cansada para juegos de palabras.

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La travesía por las montañas había sido tediosa, mas al notar cerca el final de aquel duro trayecto el galadhel se sintió mas animado y motivado por llegar. Mientras oteaba el horizonte pensaba en qué habría ocurrido de no haber encontrado Yedra aquel paso, y de no tener la guía del montaraz.

Concentrado siempre en su tarea, avanzaba en ocasiones con Dírhael o Amaltea para ayudarles en sus pesquisas de orientación y reconocimiento del terreno. Cuando no, permanecía cerrando el grupo  y aguzando sus sentidos para alertar de cualquier posible amenaza.

Fue en algún momento cuando notó flaquear las fuerzas de la muchacha enamorada. Tras requerir un breve descanso, la ayudó con sus bártulos durante un tramo y trató de animarla con alguna antigua canción, para ver si se reponía y terminaba la ruta montañosa en las.mejores condiciones posibles*.

Se me estaba haciendo cuesta arriba, nunca mejor dicho, el viaje hacia poniente. Tanta subida y bajada había mermado considerablemente mis fuerzas, y ni tan siquiera la ayuda de Ithildir pudo hacer que terminara muy cansada y dolorida. Estaba claro que no era una experta en estas lides, ni estaba acostumbrada a viajar, no como mis compañeros. ¿Debería de haberme quedado en el Salón de la Montaña esperando el regreso de Beran? ¿Estaba segura de que no era una carga para los demás? Miré a Caín y sus trencitas adornadas que bailaban en su cabeza y eso me recordó a mi amado y al amor que sentía por él. Eso era lo que me daba fuerzas, más que otra cosa en este mundo. Aunque estuviera cansada, magullada, herida o convaleciente, seguiría a mis amigos hasta el otro lado de las montañas y más allá si hacía falta. ¡Todo por acercarnos a donde estaba mi amor!

     Eriador... antaño el mayor Reino de mi pueblo, después ...tierras yermas esperando a ser reclamadas y a la vez un espacio vacío  que sirve de muralla para el último pueblo realmente libre de la Tierra Media.

     Dírhael os señala con un gesto grandilocuente la enorme extensión que aparece ante vosotros. Al fondo os parece distinguir una lengua de plata, un rio caudaloso posiblemente. Hacia el norte, a vuestra derecha, lo que que parece ser un bosque a varios días de distancia. En el horizonte una inmensa pradera de aspecto pobre y vacío.

     Mañana bajaremos al fin y tocará elegir el mejor camino que nos lleve hasta Bree y ninguno es directo y todos están llenos de problemas y peligros. Apenas hay un lugar seguro durante las próximas semanas y suerte tendremos si logramos llegar intactos a nuestro destino. Grises os pueden parecer mis palabras pero más grises son las esperanzas de quienes se atreven a atravesar estas tierras.

     Ithildir con su entereza élfica y Dírhael, el único conocedor de esta parte de las montañas, parecen ser los únicos que han llegado al final del camino de las montañas con la entereza suficiente.

     Amaltea tiene episodios de enorme agitación queriendo avanzar más rápido de lo que sus fuerzas le permiten y después largos ratos de silencio y melancolía perdida en sus pensamientos. Sois conscientes de que le está embargando una enorme tensión a medida que os alejais de lo que siempre ha sido su hogar y acercandoos a la única pista del paradero de su amado.

     Therusia claramente está viéndose afectada por el peso de la carga que, en silencio, lleva. Su cuerpo no está acostumbrado a las largas marchas ininterrumpidas y a pesar de que las montañas son su hogar, los caminos que suben y bajan no son tan habituales en el interior de los reinos enanos, donde las poleas permiten ascender y descender con facilidad.

     Yedra también deja atrás todo lo que ha conocido hasta ahora y la presencia del Bosque y las Montañas han sido una constante durante toda su vida. Ahora las Montañas están donde no deben y no hay un Bosque donde refugiarse con seguridad. Parece que no hay mucho por delante más que enormes distancias que recorrer y eso le roba las fuerzas y las esperanzas.

     Pasáis la última noche al refugio de dos enormes piedras donde una leve talla señala que no sois los primeros en parar en este punto. Desde aquí la vista es privilegiada y permite intentar trazar un viaje hasta donde os alcanza la vista que parecen unos cuantos días de viaje.

Una vez atravesado aquellas dichosas montañas, Therusia pensó que lo peor había pasado, pero no era así. Aun quedaba mucho camino hasta Bree para encontrar a ese misterioso hombre. La enana soltó un fuerte suspiro al comprobar aquellas distancias que parecían eternas. Sin embargo, a pesar del cansancio, no parecía dispuesta a buscar atajos o caminos más agradables, como el del bosque.

¿En serio? ¿Ahora te gustan los bosques? 

Miró al bosque. El bosque de Rivendel. Aquello le recordó varias cosas, entre ellas dos importantes: que el famoso Beren estaba allí... y que tenían que alejarse de terrenos élficos. Porque los elfos no querían que los problemas les salpicasen, claro, si no quizás podrían permitir a la humana hacer una visita a su amado. Un par de días más, al fin y al cabo, no supondrían los terribles cataclismos que anunciaban a donde quiera que fuesen. Pero era imposible. Aquella zona estaba prohibida.

—Deberíamos ir por las llanuras— dijo pese a que no le gustaba la idea de atravesar un lugar donde no había sitio alguno para ocultarse o pasar desapercibidos—, en cuanto lleguemos al río tendremos una buena referencia para no perdernos.

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   Miro al bosque, miro la llanura, miro a las montañas... bueno, yo me quedaría en las montañas, pero supongo que hay que bajar.

   - Sean las llanuras, además, - señalo con una flecha a los bosques, - rumores hay, que estos bosques pueden albergar algún troll, y por las llanuras, probablemente no caminen, ya sabes. Demasiado despejado si sale el sol. -

   Así que con las llanuras en mente, añado. - Por las llanuras supongo que corremos el peligro de huargos y orcos, solamente. -

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