Las suelas estaban completamente desgastadas. Solamente tú sabías cuánto tiempo sin apenas descanso llevabas caminando. Infinidad de dudas asaltaban tu mente: ¿Dónde hallar respuestas? Aquel secreto de tu pasado te carcomía el espíritu.
Sabías que era altamente improbable el hallar respuestas a tus preguntas en el bosque de Noyvern, pero en la última posada en que habías pernoctado en tu visita a Noyvern, una conversación escuchada por casualidad te hizo ponerte en alerta.
Eran un par de sujetos de edad avanzada que se hallaban emborrachándose en la taberna. Dos tipos bastante despreciables, nadie con quien tuvieses la menor intención de pararte a conversar. Pero tuviste la mala fortuna de que se decidieron sentar cerquita de donde te hallabas.
Llevaban largo rato emborrachándose, pidiendo una cerveza tras otra, y conversando de viva voz. De pronto surgió un nombre en la conversación que captó tu atención.
"Arryen Garland"
Cómo podían saber aquellos seres sobre tan ilustre personaje te parecía algo inaudito. Ese nombre era venerado dentro de ciertos círculos eruditos. No en vano, era un elfo ancianísimo de incalculable sabiduría. Pero también era un absoluto ermitaño que rehuía la compañía de todo ser. Hacía infinidad de años que no habías vuelto a oír hablar de él, y tampoco conocías a nadie que hubiese dado con su paradero. Sin embargo, aquellos miserables borrachines se hallaban hablando de Arryen con toda la normalidad del mundo.
-...En el bosque de Noyvern- decía uno, apurando un trago antes de continuar- Mi hijo lleva meses intentando dar con él.
-...Imposible...- el otro bebedor apenas vocalizaba y costaba entender lo que decía- Nadie... nunca.... Escondido en el puñetero bosque... Y nadie ha... dar con él.
¿Sería una mera leyenda? Bien era sabido por todos que las leyendas en torno al bosque de Noyvern y su peligrosidad eran innumerables. Había mucha gente que achacaba todos esos supuestos peligros a mero folklore, pero también era cierto que la mayoría de los habitantes de Noyvern no se adentrarían en el bosque ni por la mayor de las recompensas. Sin embargo, también era de sobras conocido que de un tiempo a esta parte, varias empobrecidas familias se habían trasladado a vivir al bosque, abandonando el barrio de los pobres (conocido como El Nido del Mendigo) ya que la vida en el bosque, lejos de la civilización, proporcionaba la posibilidad de autoabastecerse a base de huertos, frutales y pesca y de construirse una modesta cabaña en la que vivir, alejado de la indigencia. Los que se atrevían a adentrarse en el bosque e instalarse en él parecían felices con su modo de vida, aunque había muchos habitantes de Noyvern que los tachaban de locos por arriesgarse a correr los innumerables peligros del misterioso bosque.
La fama de sabio de Arryen, tan renombrada entre la comunidad élfica, te había hecho plantearte si merecería la pena intentar dar con él. Las posibilidades de localizarlo eran remotas, y las de que tuviera la respuesta a algunas de las preguntas de tu pasado aún lo era más, pero a fin de cuentas habías partido con la intención de vivir aventuras, así que tras tanto andar sin rumbo fijo, tener una meta, un objetivo, hacía renacer en ti cierto entusiasmo. No perdías nada por intentar localizarlo, y a fin de cuentas conocer a tamaña eminencia sería un honor, con o sin respuestas.
Dedicaste el resto de la jornada a investigar un poco por la ciudad, tanteando a la gente. Por lo visto había un hombre, un tal Cecil, que vivía en el bosque y que en una ocasión había logrado ver al esquivo elfo, aunque no pudo intercambiar ni una palabra con él. No era un mal punto para comenzar. Localizar al dichoso campesino, que por lo visto habitaba en el bosque, iba a ser tarea bastante más sencilla que ir a ciegas, así que buscaste pistas sobre cómo localizar al hombre. Te llevó un par de horas de recorrer el barrio pobre hasta dar con un antiguo amigo suyo. El mendigo, a cambio de unas monedas, se mostró de lo más locuaz. Había conocido a Cecil y habían vivido en chozas contiguas. Al ver las casas que señalaba el hombre, no te extrañó en absoluto que Cecil hubiese cogido a su familia y hubiese abandonado la ciudad. Estaba claro que el destino que aguardaba a los habitantes del Nido del Mendigo era la pobreza, la miseria y la mendicidad.
Y allí estabas, en el bosque de Noyvern, siguiendo un rastro por el mero afán de vivir aventuras. No era nada remarcable que uno pudiera imaginar a un bardo rememorando en un cantar, ninguna hazaña descomunal que llenase de orgullo tu desdichado honor, pero era un comienzo, algo a lo que aferrarse hasta que surgiese algo.
Llevabas horas caminando por el bosque. Había zonas francamente lúgubres que hacían honor a su añeja fama, pero por el contrario habías recorrido páramos de esplendoroso verdor, auténticos remansos de paz. Y hasta la fecha, salvo un animal salvaje que se había aproximado con aviesas intenciones y que había huido en cuanto percibió que tu destreza en combate iba a dejarlo malparado, nada se había interpuesto en tu camino.
Por fin estabas llegando a la zona donde se supone se hallaba el hogar del tal Cecil. Ya habías cruzado el río, y habías vislumbrado a lo lejos una cabaña que te habían indicado se hallaba a cosa de medio kilómetro de la vivienda en cuestión. Esperabas que el tal Cecil fuese un hombre afable que te permitiera descansar un rato en su humilde hogar, amén de que no tuviera reparo en contarte lo poquísimo que sabía, si es que sabía algo de interés. Bueno, el tiempo lo diría.
Ya estabas a punto de llegar a la casa cuando cerca de ésta te sorprendiste por un hallazgo inesperado. ¿Qué era aquel amasijo de ropas y bultos? Algo extraño se hallaba apilado cerca de la casa, y desde la distancia ni tu certera vista élfica te permitía distinguir qué demonios era aquello. No se movía, pero desprendía un olor desagradable. ¿Un animal muerto quizás?
El atardecer comenzó a desvanecerse para dar entrada a la luna llena seguida de esas largas noches de primavera. Al joven elfo le encantaba permanecer sentado en una colina (llamada La Roca de Auriel) no muy lejana al bosque donde se encontraba su tribu. Para él, la transición entre el día y la noche era más que un espectáculo visual de luces de colores, era una sensación que le transmitía paz y serenidad, un acontecimiento que apaciguaba los males de su corazón y le daba aquella calma que sólo podía darse mientras entraba en el estado de meditación junto a sus otros hermanos elfos.
Pero aquel lugar tenía otro significado mucho más profundo para el elfo, allí había hecho una promesa, una promesa de amor junto a su amada. En La Roca de Auriel siempre se reunían ellos dos para unir aún más los lazos de amor que tenían entre uno y otro.
Pero aquel día, ella nunca apareció. El joven elfo nunca sabría el alcance de lo iba a ocurrir a continuación, pues de pronto una flecha, que no había oído silbar en el aire, se le clavó en el hombro. El elfo, sorprendido, no pudo hacer nada ante varias flechas que surcaban por el aire en dirección a su pecho. La sangre salpicó la roca y el elfo cayó al suelo. Con mucho esfuerzo consiguió, a pesar del dolor en el pecho y a la cantidad de sangre que escupía por la boca, apoyar su espalda contra la pared. Sabía que estaba a la merced de su atacante y que moriría allí mismo, pero al menos sabría quien le había atacado a traición. La última imagen que vio, antes de sumirse en una profunda oscuridad, fue una luna teñida en sangre y unos ojos rojos intensos de un encapuchado seguido de un grupo que se le acercaba. Los sueños de aquel elfo terminaron allí, mientras su sangre se deslizaba por entre las rocas.
Y de pronto llegó el caos. Nadie supo que estaba ocurriendo hasta que se dieron cuenta de la magnitud de aquel ataque. Fuego, sangre, muerte y mucha destrucción. Aquellos que no pudieron reaccionar murieron antes de preguntarse cómo había sucedido aquello y los que consiguieron reaccionar a tiempo fueron los únicos que pudieron defenderse a duras penas y los que intentaron evacuar a su gente. Muy pocos lo consiguieron. La sangre salpicaba a los árboles y el fuego consumía las cabañas mientras aquellas figuras encapuchadas (pero cuántos eran? Habían muchísimos) avanzaban sin vacilación matando a su paso a los niños, a los hombres y a las mujeres y en contadas ocasiones se llevaban a algunos elfos (daba igual que fuesen niños como adultos). Pronto los miembros de aquella tribu se dieron cuenta de que no podrían salvarse.
Y en medio de aquel horror, se encontraba Kaelendril, horrorizado, sin poder llevarse la mano al pomo de su espada, sin poder moverse, sin poder hacer nada. Veía como aquellas figuras usaban sus espadas con mucha velocidad y las clavaban en los cuerpos de sus hermanos elfos. De pronto, vio una cosa que le desgarró el alma. Vio, cogidos de la mano, a una elfa correr junto a un elfo muy joven mientras trataban de correr; sin embargo, su huida se vio pronto truncada por una figura que les cortó el paso. La mujer le dijo algo al joven elfo y enseguida la hembra se lanzó sobre el atacante y el elfo corrió adentrándose en el bosque. Kaelendril supo que esos dos elfos eran su madre y él mismo. Tras un forcejeo, el atacante le clavó la espada sobre su madre. Y el Kaelendril que presenciaba la escena gritó.
-¡NO!- y despertó.
Desperté jadeando y completamente sudado. Había soñado otra vez lo mismo y era una cosa que se repetía una y otra vez. Todas las noches siempre la misma historia. Daba igual donde me encontrase ya fuera en una cama cómoda o en el suelo junto a un árbol. Siempre aquella fatídica noche y aquella vez mi mente había construido la muerte de mi madre… Unas lágrimas empezaron a caer sobre mi mejilla, unas lágrimas que no podía reprimir y que cada vez eran más fuertes con un llanto cada vez más profundo. No sé cuánto tiempo estuve así, pero me pareció una eternidad hasta que finalmente y llevado por una gran furia, golpeé con todas mis fuerzas al árbol que tenía a mi lado. Golpeé con tal violencia que no sabría decir quien de los dos se hizo más daño o bien mi mano o bien el duro tronco del árbol, pero ni el árbol ni yo hicimos mueca de haber recibido algún daño.
Tras haberme tranquilizado y limpiado los ojos en un arroyo que encontré cerca de donde había parado a descansar, emprendí una vez más mi camino. Muchos de vosotros os preguntaréis dónde estaba en ese momento. Y yo os podría responder sin vacilación alguna que me encontraba en el bosque de Noyvern, tratando de buscar a un hombre cuyo nombre era Cecil. Tenía la esperanza de que me podría dar respuestas sobre el paradero del sabio Aryyen Garland, aunque seguramente aquello fuese una tarea que me llevaría a un callejón sin salida.
Escuchar su nombre me dio, aunque fuese a manos de dos borrachos y en un antro como en el que estuve, un motivo más por el que tratar de averiguar más cosas sobre lo que acaeció aquella noche. Quizá él pueda decirme quienes nos atacaron y por qué. Desde aquella noche, mi mente había estado muy afectada, pero gracias a mi mentor pude recuperar el buen camino para no volverme loco. Sin embargo, aquel suceso había sido demasiado traumático y todavía tenía sueños. Podría tener un periodo sin soñar nada para un día cualquiera volver a tener horribles sueños. El viajar me ayudaba bastante, pues mantenía mi mente ocupada, pero desde que llegué al territorio de Noyvern (cerca de Neverwinter) volví a tener sueños que se repetían cada noche y siempre desde perspectivas diferentes. ¿Acaso aquello era síntoma de algo? Quizá si, quizá no, pero el hecho de poder encontrar a una persona tan sabia me dio un objetivo para tratar de esconder aquel suceso tan espantoso. Pero antes debía encontrar la cabaña de ese tal Cecil.
Kaelendril llevaba andando un buen rato desde que atravesó aquel río hasta poder vislumbrar la cabaña de aquel humano que se encontraba. A pesar de que ninguna criatura se atreviese a acercarse, el joven elfo sabía que estaban ahí, escondidas, esperando a la menor oportunidad para atacarle. Por eso, nunca bajaba la guardia y mantenía siempre su mano sobre el pomo de la espada. Como decía, Kaelendril había estado andando en dirección a esa cabaña hasta que se topó con un olor que procedía del mismo lugar al que iba. Ese olor era desagradable, parecido al de un animal muerto y procedía de un lugar lleno de ropajes y bultos. Su visión élfica no podía distinguir que era aquello, pero su espíritu le decía que se mantuviese en alerta, por si acaso.
El elfo no apartó su mano del pomo de su espada. Decidió camuflarse entre los árboles y la vegetación para poder observar con mayor detenimiento y ver si no había peligro. Fuese lo que fuese, lo iba a descubrir.
Tirada oculta
Motivo: Sigilo
Tirada: 1d20
Resultado: 7(+2)=9
Motivo: Advertir
Tirada: 1d20
Resultado: 4(+2)=6
Espero no haberme equivocado con las tiradas xD
Ups, he puesto en sigilo triada oculta y no la puedo ver xD
Te hallabas avanzando hacia el montículo, y poco a poco tu visión se iba haciendo más nítida. Casi cuando por fin estabas a punto de poder distinguir de qué se trataba aquello, algo captó tu atención. Desde donde te hallabas veías parte de la casa. Unas voces te llegaban desde su interior, aunque a aquella distancia eras incapaz de entender qué era lo que estaban diciendo. No te alarmaste ni lo más mínimo, pues parecían conversar a viva voz, pero de forma tranquila y nada preocupante.
En ese momento, dos personas salieron de la vivienda. Una de las figuras era un humano fornido, muy alto y robusto. A su lado caminaba un mediano.
Ambos mostraban cierta expresión de preocupación. No se percataron de tu sigilosa presencia, y se acercaron hacia el montículo al que te estabas aproximando. Allí, con cierto aire abstraído, comenzaron a hablar. El mediano señaló los restos del montículo, y dijo:
-Ya hacemos que desaparezcan de este lugar, pero revisemos un poco esto, a ver si hay algo raro. Me ayudas?
El humano corpulento se tomó unos segundos para contestar. Parecía estar ligeramente abstraído, con la mente en otra parte. Por fin pronunció unas palabras en respuesta a las de su amigo:
¿Ayudarte?... Sí, sí, por supuesto.
Sobre la tirada oculta, casi tan mala como la pública XDDD (Un 9).
En aquel momento parecía que tanto el humano como el mediano no se habían percatado de mi presencia, algo que me extraño, pues estaba totalmente convencido de que no estaba avanzando muy sigilosamente pero, a pesar de haber hecho un poco de ruido, si uno de los dos se había cerciorado de mi presencia, lo estaba ocultando a la perfección. Aunque parecía no haber ningún peligro, no debía bajar la guardia si quería evitar lo mismo que me sucedió de camino a Luskan con ciertos "campesinos en apuros". Tenía muy claro que las apariencias engañabana muy a menudo.
Aunque no había cogido el sentido de la conversación, supe por sus movimientos que se trataba del montículo de ¿animales muertos? Todavía no había alcanzado a ver que era pero el olor que desprendía era cada vez más intenso y pesado de aguanta (Era un olor que entraba de una manera rápida y silenciosa por mis fosas nasales y que casi me provocaron arcadas). Y a raíz de todo aquello, ¿que debía hacer? ¿Salir a hablar con esos dos o quedarme un poco más entre los árboles para vigilar y asegruarme de que no hubiese peligro? Decidiera lo que decidiese, debía mantenerme en alerta y tener mi mano sobre el pomo para estar preparado en caso de lucha.
Y asi, Kaelendril, cuando decidió lo que iba a hacer, trató de ocultarse lo mejor que pudo, escuchar lo que iban diciendo y ver que hacían. Cuando estuviese seguro de que no había peligro, saldría de su escondite. Pero si viese, alguna cosa fuera de lo normal, debería actuar.
Motivo: Sigilo
Tirada: 2d20
Resultado: 30
Motivo: Sigilo
Tirada: 1d20
Resultado: 16
Motivo: Advertir
Tirada: 1d20
Resultado: 10(+2)=12
Madre mia, como estoy.... No doy ni una xD
La primera de sigilo no vale que me he equivocado (aunque habría sacado un 20 junto a un 10 xD). A la segunda tirada de sigilo que es la que vale le falta añadir un 2 por modificador, por tanto se queda en 18.
En las tiradas de Advertir, también se incluye "escuchar"?
Bueno, las tiradas han mejorado. Pero creo que en advertir a Kaelendril se le ha metido algo en el ojo xD
Bien camuflado entre unos arbustos, y sin ser percibido por los presentes, presencias una situación que parece tornar en peligrosa por momentos.
Cerca de la casa divisas un montículo de piedras y tierra removida. Parece una tumba. Desde allí, ves cómo un hombre robusto se acerca al humano y al mediano que se hallaban pensativos cerca del montículo de restos viscosos. Parece furioso, y agarra la empuñadura de su cimitarra, la cual lleva envainada, con bastante fuerza.
- ¿Quienes sois y qué ha pasado aquí?- grita a los dos varones. El mediano pareció no sorprenderse, pues hacía apenas unos instantes que lo había visto, pero el humano no se hubo percatado de su presencia hasta el instante en que pronunció aquellas palabras.
Sí, en este caso Advertir vale para cualquier tirada de percepción :)