Partida Rol por web

Cuando Joshua cae sobre mí absorbiendo la sangre a través de mi cuello noto como pierdo la fuerza de mi brazo, haciendo que mi espadazo sea un mero rasguño. El monstruo que una vez fue mi compañero sigue clavado a mí, inmisericorde.

Agarrado como un bebé al pezón de su madre, succiono más feliz que una perdiz... "ya no te me escapas, rubiales julandrón"... mierda... ¿me estoy poniendo cachondo, o es parte del frenesí?... Intenta defenderse patalear, insultar, pedir ayuda a Dioses y Demonios... pero no le suelto... ¡este pezón no se me escapa, julai! ... recuerdo la sensación de cuando me convirtieron... prepara tu alma, guerrero, que vas a perderlo, pero a cambio, tocarás el cielo...

Estoy tan cerca, que sus golpes son infructuosos: no hay distancia para que pueda manejar el largo acero y pincharme como mandan los cánones y las buenas costumbres; y en tal postura, que diríase de baile, estamos, que la mirada que les lanzo a los dos soldados que vienen espada en ristre... no quiero imaginar en que pensarán los pobres desgraciaos...

... Bueno, si... lo supongo... habrán visto a un tío con los ojos amarillentos, con las fauces cerradas en el gaznate del buen guerrero, que está sucumbiendo..., se le está escapando la vida... y los soldados probablemente piensen "coxones, que cuando acabe con él, vendrá a por nos!!! Fullemos mientras podamos!!"

Y sigo succionando, a mi ritmo... se está debilitando.....

El golpe que Rimald propicia, esta vez sí va con intención de hacer daño, a su antiguo compalero, lo deja fuera de combate. La bestia cae al suelo con los ojos inyectados en sangre, las manos y los miembros en posturas horribles y el cuello en un modo antinatural. Los largos y afilados colmillos aún gotean del rojo líquido. La bestia no ha muerto, sigue ahí, tumbada.

Los arqueros se acercan, incrédulos, con las espadas bajas. No dan crédito a lo que acaba de pasar.

No me lo pienso dos veces: arranco la espada del torso de mi antiguo compañero y con un movimiento rápido lo decapito de forma inmediata.

—Descansa ahora en paz joven campesino, que tu alma encuentre la luz¹.

Estoy malherido y puede que no pase de esta noche. Me cuesta respirar y he perdido mucha sangre, pero aún así recojo el cadáver decapitado y lo arrastro hasta el fuego cercano para asegurarme de su descanso final².

El cuerpo de Joshua se seca brutalmente al ser separada su cabeza. La cabeza rueda unos metros y se detiene, en el mismo estado momificado que el cuerpo, junto a un tronco. Rimald recoge la cabeza de su viejo compañero, y los arqueros, aunque recelosos, recogen el cuerpo. Lo llevan hasta la atalaya, que se ha convertido en una enorme pira funeraria para este ser del inframundo. Al arrojar el cuerpo a las llamas, se genera un humo denso que asciende como una columna en la que puede adivinarse una sombra. Un lamento, una voz tenebrosa, puede oírse claramente en todos los rincones del bosque. Esta voz inquietará a todos los que la oigan.

-¡¡¡Mi señor me vengará!!

-Os vaís a cagaaaar!! vendré en sueños y os daré por .....

... y al voz se fué apagando, y nadie supo por donde... eso

Escucho la voz de Joshua. Su alma arderá en los infiernos con la de su señor, pero no tengo ganas de acompañarles.

—Regresemos al campamento. Aquí no podemos hacer nada más.

Desciendo por la ladera para reunirme con el resto de la tropa. De noche somos víctimas fáciles. Si sobrevivimos por el día tendríamos que buscar el nido donde se ocultan estas alimañas para acabar con ellos.
 

Las palabras de Joshua sobrecogen vuestros corazones. Los arqueros sienten miedo y se miran entre sí. Lo que acaba de ocurrir es aterrador.

Dejáis la atalaya en llamas y empezáis a descender la colina. En el horizonte empieza a brillar la luz de la mañana. El aire es limpio y fresco a medida que os alejáis de la tumba de Joshua.

- Yo... no sabía nada. 

—La condena de ese muchacho carga sobre vuestras conciencias. Si nos hubierais advertido de lo que ibais a hacer puede que esto no hubiera terminado así.

La verdad es que es una manera como otra cualquiera de descargar mi propia conciencia. Sé que lo que maté ya no era Joshua pero no dejo de sentir una profunda pena por la mala fortuna de un joven lleno de vida. Ahora sólo me queda reunirme con el grueso de la tropa y convencer al comandante para que hagamos una batida antes de que caiga nuevamente la noche. ¿Cuántos de los nuestros serán parte ahora de las huestes infernales?

El arquero te da una vaga excusa y continúa el resto del camino en silencio. Tenían órdenes de no decir nada.

Llegáis a las puertas del fuerte a primera hora de la mañana. Un gran grupo de obreros están fuera, alzando sus herramientas y vitoreando a Rilwen y Ringelf. Las puertas están cerradas, y desde lo alto de la empalizada los soldados ríen a carcajadas.

Es una situación insólita y extraña.