Decidisteis juiciosamente no enfrentaros a los lacedones tal y como estabais, sin apenas conjuros. Esperasteis al día siguiente y reunisteis la ayuda de un pelotón de soldados innominados y de dos clérigos con nombre: Marco y "Dorado", que os ayudaron a derrotar al Maestro Dumbalah y terminar la tarea que los hermanos Goldblade habían iniciado. Hablando de ellos, llevasteis a Prunell a Marjal Salino para darle una sepultura decente junto a su hermana Helvenya. Como en Marjal Salino el nivel freático estaba muy alto, esto equivalía a enterrarlos en una de las numerosas criptas que jalonaban el camposanto. Si alguien intentaba enterrar un ataúd en el suelo se lo encontraría flotando al día siguiente con la marea alta y no era plan.
El Consejo de Marjal Salino recibió con preocupación vuestro informe. Los piratas de las Nelanther habían vuelto a la Bahía del Draco de Fuego, nada menos que haciendo contrabando de armas y trata de personas. Anders Solmor estaba enfurecido, y Eliander Fireborn profundamente preocupado. Se os recompensó monetariamente por vuestros esfuerzos, con una cifra que satisfizo hasta a la tacaña de Aranna, que se aferraba a las cargas de su varita como si le fuera la vida en ello. También se os permitió quedaros con el equipo encantado que os encontrasteis, ya que nadie lo reclamó como suyo.
Se os ofreció la posibilidad de volver a trabajar para el Consejo y tratar de localizar el barco con el que Sambalet se comunicaba para investigar quién era el destinatario de esas armas que los contrabandistas habían robado. Y desde luego, no sería la última vez que cruzarais más que palabras con Sambalet.
Pero esa, amigos, es otra historia...
Aranna regresó a su casa en el templo de Valkur vestida aún de pirata, y a Wellgar le gustó mucho lo que vio. Tanto fue así que lo único que le dijo su marido fue "déjate el sombrero" antes de arrastrarla al camastro. Lo que sonó aquella noche no fueron los Tres Truenos de Valkur, precisamente.
En los días siguientes Aranna se corrió unas cuantas juergas con Colibrí y con Perico Gamuza, que os estaba muy agradecido por haber recuperado el cargamento que le habían robado.
Colibrí pudo fanfarronear de sus hazañas en La Cabra de Mimbre, y Varlie cayó rendida a sus pies. Literalmente. Lo que hizo allí abajo una vez estuvo de rodillas quedará entre nuestro escuálido mediano y su novia rellenita, así como todas las ideas que Colibrí caó del libro erótico que le había sustraído a Sambalet y que fue probando sistemáticamente con la camarera.
Colibrí era un tipo independiente, que no había tenido nunca nadie en su vida aparte de Compadre. Pero todos lo que le conocían le decía que desde que estaba con Varlie sonreía más.
Hellas consiguió convencer a Anders Solmor de que le cediese las escrituras de la casa del Maestro Dumbalah. Cómo lo consiguió... os lo podéis imaginar. La no aventurera dedicó la recompensa y sus ahorros a restaurar la casa, pintarla, ponerle unas cortinas y en fin, darle el toque femenino que tanto necesitaba. Su propósito: convertirla en una taberna y salón de festejos para bodas, bautizos y comuniones.
Perico Gamuza se interesó en invertir en su proyecto y estuvo en contacto con ella.
Oona no mostró demasiado interés en Eved pese a lo que le decía la brújula del amor, de modo que el soldado tomó su decisión cuando Gary le dijo a la cara que estaban mejor sin él. Un día desapareció sin más, como ya había hecho anteriormente. Nunca se enteró de lo que pasó en su día porque nunca preguntó. Y nunca preguntó porque nunca le interesó.
Un tiempo después la brújula dejó de oscilar. La aguja ahora señalaba sin ambages a Eliander Fireborn, capitán de la guardia. Si de algo le había servido esta aventura fue para rectificar y mejorar su gusto para los hombres.