A la petición de su ama, el dragoncito levantó el vuelo, surcando el cielo de aquella noche tranquila y apacible. Gary surcó el cielo nocturno, cubriendo rápidamente el espacio que mediaba entre los cuarteles y el templo de Valkur. Voló hasta aterrizar en el alféizar de la ventana de la humilde habitación que Aranna y Wellgar, los padres adoptivos de Oona, llamaban hogar. Gary golpeó la ventana con su hocico, y el Domador de las Olas de Valkur se agitó en la cama.
Aranna lo escuchó gruñir algo ininteligible. Los dolores que sufría su marido le hacían dormir mal, y aquella noche parecía dormir, por fortuna, de forma profunda, de modo que se apiadó de él y fue ella la que se levantó para investigar la fuente del ruido. Aranna encontró a Gary, el familiar de Oona en el alféizar. En sus patitas había un mensaje que rezaba así:
¿Qué haces aquí a estas horas, pequeño? preguntó la aventi en un susurro, abriendo la ventana para dejar pasar a la libélula de coral de Oona.
Aranna estaba completamente desnuda, y el brillo de la luna hacía que su piel brillara en tonos nacarados mientras leía la nota, sentada en el alféizar de la ventana. Su esposo estaba sumido en un sueño profundo. Su pecho subía y bajaba rítmicamente, y con el mismo tempo, los ronquidos escapaban de su garganta. Otra persona tal vez lo hubiese encontrado irritante, pero Aranna era de sueño fácil, y aquel sonido le parecía reconfortante. Le recordaba a su abuela y a su mentor, y sobre todo, a las bodegas de los barcos en los que había servido. Aunque Wellgar no era capaz de emular, por sí solo, a cuarenta marineros con apnea nocturna acunando una borrachera.
¿Por qué tiene tanta prisa Eliander? preguntó a la libélula, mientras observaba a su marido, que había dejado de roncar. Gruñó, hizo una mueca y se dio media vuelta. El buen hombre podía aliviar los dolores de otros, pero por alguna razón, no era capaz de calmar los propios. El buen Aventurnus no le otorgaba la bendición de hacer crecer los miembros cercenados y los órganos dañados. Mientras estaba despierto, era todavía un hombre vital, aunque no tanto como el que había conocido cuando era una adolescente. Al dormir, se demostraba como lo que era: un hombre maduro, tullido, dolorido.
Aranna suspiró, sacó su orinal de debajo de la cama y se acuclilló para vaciar la vejiga. Había contemplado con seriedad la opción de ignorar la misiva. La difunta no iba a ponerse en pie y marcharse; no era una emergencia, podían esperar a que amaneciese. Mas Wellgar era un hombre que daba una importancia a las responsabilidades de su cargo que a ella le resultaba alienante, y sabía lo que él querría. Además, se dijo, prefería no tener a Eliander y Oona llamando a la puerta dentro de media hora.
Despierta, dugongo mío, llamó a su esposo, dando tirones a la ropa de cama sobre la que dormía.
Gary le entregó la carta a Aranna y se dejó caer sobre el alféizar. Estaba cansado, bostezó y se rascó la tripa. A esas horas ya tendría que estar durmiendo y no entregando mensajes a gente que estaba durmiendo.
-Oh, eso. Pues verás -comenzó a decir el pequeño familiar-. Creo que Fireborn ha dicho algo así como que habrá un ¿Consejo? Mañana por la mañana a primera hora. Quiere presentar pruebas. El testimonio de la mujer muerta. Oona ha ido a las Redes Vacías a investigar, tengo que reunirme con ella cuando me deis la respuesta.
De un salto entró en la habitación y recogió las alas para dirigirse hacia la cama dónde estaba el sacerdote, pero dejó que la mujer lo despertase y no interrumpió.
Aranna vació el orinal por la ventana, sin mirar si algún marinero había salido al patio a aliviar sus necesidades. Afortunadamente, ninguno estaba debajo, y el contenido del orinal cayó sobre una gaviota. Justamente, la gaviota que había vaciado su cloaca sobre Aranna semanas atrás, cuando ella disfrutaba de una plácida siesta en su peñasco. Chilló, indignada, la gaviota, y se echó a volar con las plumas empapadas.
Qué mundo este, en que se despierta a los vivos para que despierten a los muertos, se quejó la aventi.
Wellgar no había despertado todavía. Las llamadas y tirones solo habían hecho que volviese a gruñir y se diese media vuelta, quedando en la posición en la que lo había encontrado Gary.
¿Qué más puedes contarnos sobre la muchacha muerta? preguntó Aranna, rodeando la cama y sentándose junto a su esposo durmiendo. No, espera un momento.
La mujer pellizcó suavemente el avejentado rostro de Wellgar. Abre los ojos, manatí hermoso.
Os sobresaltó un terrible crujido, como si un titán de las profundidades hiciera añicos el mástil de un barco en mitad de una tempestad, cuando Wellgar aflojó el vientre y salió una ventosidad. Un hedor acre se extendió rápidamente por la habitación, saturando vuestro olfato. El olor punzante le recordó a Aranna la primera vez que yació con Wellgar. En intimidad tras el sexo apremiante, un pedo había tocado a la puerta de Wellgar y él la había abierto. "¡Es el primero de los Tres Truenos de Valkur!" había reído, después de que le hubieran tronado las nalgas.
Llegados a aquel punto, Gary estaba a punto de tirarse por la ventana, pero se lo pensó mejor. Después de lo que le había pasado a la gaviota las cosas podían escalar rápidamente. Los padres adoptivos de su ama eran muy... naturales para según qué cosas.
—¿Qué ocurre? —se despertó sobresaltado el Domador de las Olas, buscando a tientas su viejo arpón—. ¿Sahuaguines?
Gary entrecerró los ojos mientras una gotita le caía por la cabeza. La situación empezaba a resultarle incómoda, en otro momento se habría partido de risa, pero tenía sueño y quería dormir.
Cogió la carta que le había entregado a Aranna y la agitó delante del sacerdote. Cuando hubo leído, se explicó.
-No más de lo que pone ahí -le contestó a la aventi frotándose las manitas-. El barco de Ember Colibrí la pescó en mitad de la faena, tenía marcas de ataduras, murió ahogada mientras intentaba llegar a la orilla.
Gracias a Aventurnus que la ventana estaba abierta, masculló Aranna, apartándose de su marido. Valkur le llenaba la barriga de truenos a ese hombre. Valkur y las coles fermentadas que habían acompañado al salmón esa noche.
Mientras Wellgar leía la breve nota de Oona, la aventi se vistió: pantalones anchos atados por las rodillas y un chaleco desabotonado.
Gary dice que Oona está investigando en las Redes Vacías, comentó, sentada sobre el jergón para atarse las sandalias. No me apetece volver a la cama, así que voy a acercarme a echarle una mano.
A echarle una mano para meterse en un lío, en realidad, pero no iba a decir algo así en voz alta.
¿Estás bien? le preguntó, haciéndole una caricia en el brazo.
A diferencia de Aranna, que era joven, Wellgar no venía nada en la oscuridad de la habitación. Se incorporó en la cama y reposó la espalda contra la pared. Se inclinó sobre la mesilla de noche y encendió el farol de aceite; como casi todo en aquella bendita casa, el farol había estado a bordo de un barco en el que Wellgar había servido cuando era joven. Se caló unos anteojos y entrecerró los ojos para leer la carta de Oona.
—No he dormido en toda la noche —le contestó a Aranna, pese a que ella le había oído roncar como un catoblepas del pantano—. Creo que me han sentado mal las coles de la cena.
Cuando terminó de leer, dobló la carta dos veces y la depositó sobre la mesilla.
—Está bien. Le pediré al Capitán de las Olas que me conceda ese hechizo para mañana. Maldita escoria esclavista. Ve —asintió, y conociendo como conocía a su santa esposa añadió—. Y no os metáis en líos.
Aranna y Gary se despidieron de Brinehanded y salieron de su casa, en el templo de Valkur. Rodearon el edificio hasta llegar a su fachada, que estaba enmarcada por altas columnas de madera férrea que recordaban a los mástiles de un barco, y estaba adornada con velas de colores vibrantes que ondeaban y aleteaban día y noche, en un susurro interminable o una cacofonía atronadora según como soplara el viento. La barandilla que rodeaba las escaleras que conducían a las puertas principales tenía numerosas manchas de salitre. Había sido el propio sacerdote de Valkur quien había pintado en ellas el símbolo del buen dios: unas nubes oscuras con tres relámpagos cayendo desde ellas.
Fue precisamente a unos metros del edificio cuando vieron aparecer a lo lejos a Oona, que venía acompañada de Colibrí.
Todo vuestro. Es tardísimo, por cierto.
Razón tenía Aranna al pensar que no iban a quedarse a esperar tranquilos. Ahí estaba Oona, y con ella Ember, el mediano anfibio con apellido de ave. Otro que no podía dejar estar las cosas.
¿No estabas investigando en las Redes Vacías? preguntó, a modo de saludo. Y también, a modo de saludo, sacudió la cabeza hacia una y otro. ¿Se puede saber qué ha pasado? Nos ha dicho Gary que has pescado una muchacha muerta, añadió, dirigiéndose al mediano. Wellgar está rezando para que Valkur le conceda el don de hablar con los difuntos.
Colibrí resopló ligeramente ante el presunto rapapolvo de la druida aventi a la par que se bajaba del lomo de Compadre con un movimiento fluido. Acarició la cabezota del gran mastín mientras se apartaba un paso del animal para no molestarle de más con otro de sus vicios. Sacó su pipa de espuma de mar y usando algún tipo de yesca que llevaba al cinto se la encendió con parsimonia. Ese tiempo le valdría a Aranna para calmarse; dio un par de caladas y exhaló el humo para luego responder.
- Las Redes Vacías lo están tanto como su nombre, al menos de algo que alcanzáramos a oír, Aranna. Vagos rumores de sabotajes a los pescadores y una historia de Betsy, la trasgo contrabandista y adicta local sobre una misteriosa figura de un contrabandista de capa roja que se pasea por el puerto ofertando cosas exóticas a horas intempestivas, poco más.
En cuanto a tu sorprendente afirmación, sí, hemos sacado una fallecida del mar con las redes del barco. Se había ahogado y vestía una arpillera como si fuera una esclava. También tenía marcas de ligaduras en las extremidades, de una soga. Espero que tu marido pueda sacar algo en claro con el cuerpo y sus oraciones, porque poco más hay que contar.
Y si por los vientos de Valkur no hay nada más que requiráis de mí, a Compadre y a un servidor nos gustaría irnos a dormir. Algunos hemos trabajado duro todo el día, ¿sabéis? -
El delgado halfling aspiró con fuerza de su pipa, lanzando una serie de anillos de humo a la noche poco después, mientras alternaba su vista de una a otra mujer. Sólo faltaba que hubieran avisado también a Hellas y asomara la nariz por allí. Si vérselas con tres mujeres era algo peliagudo en cualquier condición, que todas ellas tuvieran poderes mágicos agravaba la situación hasta límites insospechables. Por suerte Colibrí era un tipo arrojado, y siempre le había gustado bordear el desastre.
Gary salió volando en dirección a Oona con más prisa de la debida y se estrelló contra su ama. Se sintió más aliviado al reencontrarse con ella y el sentimiento fue mutuo. La hechicera acarició a su familiar cuando comprobó que estaba de una pieza y lo acomodó sobre su hombro.
-Menos mal, si llegas a tardar un poco más, me tiro al mar -comentó el dragoncillo de color rosado.
-Ya está todo dicho -comentó la joven a su madre adoptiva-. Si padre prepara ese conjuro, es lo único que podemos tener para que mañana el capitán pueda presentar un caso ante el Consejo. En cuanto me enteré de lo ocurrido, fui directa a hablar con el capitán, y me pidió que hablara con padre para obtener un hechizo, que intentase averiguar algo más y que buscase a Ember en las Redes Vacías. Pero Colibrí tiene razón, me temo que no hay nada más por el momento, tenemos que esperar al amanecer.
Se acercó a Aranna.
-Siento haberte despertado tan tarde.
Oona no solía disculparse por hacer las cosas, pero al final había más gente despierta resolviendo algo que ya no tenía remedio y se sentía un poco mal por ello.
Aranna se agachó a acariciar al mastín de Ember. Le agarró la cabeza entre las manos, le acarició la testa y el cuello, le rascó detrás de las orejas y le plantó un sonoro beso en el hocico.
Pobre muchacha, dijo, sin dejar de acariciar el recio pelaje de Compadre. Si existía destino más aciago que la esclavitud, ella no era capaz de imaginarlo. Antes la muerte, antes el dolor y la pena.
La muchacha, fuera quien fuere, había perdido la vida tratando de recuperar su libertad. Solo por eso, a Aranna le caía bien. Debía ser una mujer digna. Lástima tener que perturbar su reposo, aunque la causa fuese buena.
No hay nada que disculpar, dijo, apartando el rostro del mastín para mirar a los ojos a la genasí. No estaba disgustada; tan solo le preocuaba Wellgar. El bueno de su esposo era una colección de achaques.
La druida se puso en pie. Tenía las rodillas manchas de barro, pero no se molestó en limpiarlas. Inspiró profundamente el aire nocturno. Marjal Salino olía a roca, a sal y a peces muertos.
Ya que no hay que hacer en las Redes Vacías, ¿no gustáis de una copa de ron en el templo? ofreció. Estaba demasiado despejada como para volver a la cama. Los barriles que nos donó Perico Gamuza siguen en el sótano.
Por fortuna para Colibrí, Hellas estaba dormida plácidamente en su catre de Villasalmuera. No tendría que lidiar con más mujeres por aquella noche. El mediano shoal decidió que, aunque nadie le podía decir que no a un Perico Gamuza, aceptaría la invitación al día siguiente. Compadre apoyó su decisión con un bostezo enfático.
Las dos mujeres y el dragoncito de coral se despidieron de Colibrí y fueron a disfrutar del buen ron del señor Gamuza. Aunque el que más lo disfrutó fue Gary, puesto que era su preferido. Tras compartir la copa y algo de charla intrascendente, las dos mujeres se fueron a dormir.