Mi entrenamiento en la milicia me había servido bien. Por primera vez empezaba a ser capaz de ahorrar dinero. No el suficiente para una casa, pero sí para comprarme mi propia espada y mi propia armadura. También me proporcionó algunos contactos, y fue gracias a estos contactos que fui reclutado por el señor Garzhal para un pequeño trabajillo independiente, muy bien pagado.
Iban conmigo un par de enanos, bastante atípicos. Kheros Ironfist y Parche (si es que ese era su verdadero nombre) eran bastante tranquilitos para lo que suele ser el arquetipo de enano peleón y borracho. Kheros era un tipo callado y retraído. Parche era un clérigo con una moral demasiado exquisita para la misión que se nos había encomendado.
Una familia de terratenientes venidos a menos estaban obstaculizando los intereses del señor Garzhal. Se trataba de los Öboroak, de los cuales conocí a dos de ellos, presuntamente los últimos de su clan. Se trataban de Harkor, el bastardo, y Alice. Eran hermanastros y a la vez matrimonio incestuoso y mal avenido.
La misión en sí era doble. Por un lado debíamos convencer a Harkor de que quitase los recientes y abusivos impuestos a los comerciantes de la región, y por otro investigar nosequé sumidero de magia, zona de magia muerta, o lo que sea.
Día uno de la misión.
Viajamos en un carruaje proporcionado por Garzhal, con un siniestro cochero muerto viviente. Es increíble la cantidad de puestos de trabajo que los muertos roban a los vivos cuando hay un nigromante por medio. Es normal que cada vez más gente se arriesgue a llevar vida de aventurero, pues ese es un trabajo que sigue necesitando de la perspicacia de los vivos. Pero magia es magia, y no soy nadie para juzgar a mi empleador.
El camino cruzaba un bosque, y el suave vaivén dentro del carruaje me hizo dormirme. Esa mezcla de sueño de los hombres, y suspensión catatónica de los elfos que tenemos los mestizos. Desperté en el tramo final del camino, ya en los dominios de los Öboroak, y presencié lo que en principio atribuímos a una demostración de la justicia local. Cientos de hombres, quizás miles, plagaban el bosque, ahorcados. Los carteles mostraban una y otra vez la misma palabra: veräter.
Llegamos a la mansión de Harkor caída la noche. Tuvimos una reunión cordial en la que solo tratamos del tema de la magia, pues sería contraproducente y descortés hablar de temas económicos nada más llegar. En un principio, Harkor negó todo conocimiento, y se ausentó tras presentarnos a su esposa. Alice me hizo desconfiar nada más verla. Era una mujer espectacular, con un pelo de un rojo muy vivo. Mal fario. Me recordaba mi propio mechón rojo y las reticencias que causaba en la gente, y me convertí en esclavo de mis propios prejuicios. Afortunadamente, los prejuicios suelen acertar.
Estaba medio ida, como ausente. Parche quiso conjurar para ver si la magia influía en ella, y tomamos conciencia de qué era la magia muerta. Al intentar hacer magia, Parche perdió la consciencia, debido a un dolor muy intenso, aunque se recuperó pronto.
Alice hizo una demostración de sus poderes mentales, comunicándose telepáticamente. Se decía cautiva de Harkor, otro telépata incluso más poderoso que ella. Pero dejó de transmitir sus pensamientos cuando su marido volvió.
Yo fui entonces el siguiente, tras Parche, en caer inconsciente. Tuve un presagio, o un mal sueño. Estaba con alguien parecido a Harkor, en el camino de los ahorcados. Y los cadáveres bajaban de los árboles y se ponían a arar la tierra y a llevar la vida de los vivos. El pseudo-Harkor parecía complacido con la situación. Pronto los muertos pusieron su atención en mí, y vinieron a pedir mi ayuda para que los liberase de la condenación eterna, y eran tantos que enseguida me vi abrumado por una marea de brazos que me arrastraban.
Cuando me desperté, los dos enanos ya me habían llevado a la posada, y yo acababa de desarrollar un miedo atroz a la palabra veräter. Y casi como continuación de mis pesadillas, al dormirme volví a ser acosado por las sombras.
El sueño estaba planeado de tal forma (sí, sí: "planeado") que casi era una continuación de la realidad. Mi yo inconsciente estaba en la habitación, mientras los enanos dormían, y alguien golpeaba el cristal de la ventana con guijarros para llamar mi atención. Era una figura grande encapuchada con ojos rojos extraños, demasiado lejos como para distinguirla bien. Después golpearon la puerta, con furia, como si fuese obra de un gran animal. La puerta cedió y la sangre avanzó por el suelo dibujando las letras de la palabra veräter. De nuevo veräter.
Mis compañeros también tuvieron nefastas pesadillas. Despertamos más o menos los tres a la vez, y una ilusión con forma de Alice nos alertaba del peligro que suponía Harkor. Pero era ella la que estaba proyectada en nuestra habitación. ¿Era también la causante de las pesadillas? Simplemente no confié en ella. Me había dado mala espina desde el principio.
Día dos de la misión.
Harkor vino a la mañana siguiente, con caballos para nosotros, de modo que pudiésemos inspeccionar el camino de los ahorcados. Solo jugaba con nuestras mentes. La gran ilusión ya no tenía forma de cadáveres, sino de campesinos trabajando la tierra. Al darme cuenta del engaño, quise tenderle una trampa a Harkor, pero debió leer mis intenciones en mi mente y me castigó por ello con más imágenes tortuosas en mi cabeza.
La cosa pudo acabar en pelea, seguramente una que no podríamos haber ganado, pero nos calmamos todos y Harkor nos dió algunas explicaciones...
La magia muerta y los impuestos eran sucesos conectados.
Alice era una poderosa hechicera nigromántica. Para controlar a su esposa, Harkor había anulado la magia. Tan solo funcionaban los poderes mentales y la magia rúnica, y en ambas cosas Harkor superaba a Alice. Por ese motivo, nos llevó a un lugar protegido con runas en el que darnos las explicaciones oportunas sin el sondeo constante de Alice en nuestras mentes.
Sin magia, para poder escapar del influjo de su marido, Alice empezó a seducir a los viajeros con intención de que la ayudasen a liberarse del yugo de Harkor. Como consecuencia, la subida de impuestos de Harkor tenía como fin alejar a los extraños de un auténtico pueblo abandonado. Casi todas las personas eran quimeras, y no había forma de distinguirlas de las reales. No pudimos contrastar esta información con nadie, pues el clérigo y el herrero locales, presuntos aliados de Alice, podrían ser en realidad producto de la imaginación de Harkor.
Harkor tenía la sartén por el mango. Le necesitábamos para mantener prisionera a una peligrosa nigromante, a la que a la vez protegía del filo de nuestras espadas. Frustrados, volvimos a ver a Garzhal para que redefiniese la misión.
Día tres de la misión.
Garzhal optó por cortar por lo sano. Quería a Harkor y a Alice muertos. Y yo también. Ambos habían jugado con mi mente, invadiendo la privacidad de mis pensamientos y creando pesadillas para torturarme. Era un matrimonio realmente peligroso para todos los pueblos vecinos. Solo Parche se le opuso en un primer momento, para luego ir cediendo en sus posiciones de neutralidad.
Nos proporcionó un artefacto en forma de aro, capaz de drenar la magia, así como dos réplicas de imitación sin poder alguno. El plan era ubicar el artefacto y las dos copias-señuelo en el territorio de los Öboroak, y dejar que chupase la energía del matrimonio hasta que estuviesen demasiado débiles como para defenderse.
¿Nuestra escusa para regresar al territorio de Harkor? Cartografiar las fronteras de Öboroak para trazar una ruta comercial que bordease el territorio sin acercarse al pueblo.
Día cuatro de la misión.
Volvimos convenientemente pertrechados, pero no preparados para lo que estábamos por ver. Las murallas del pueblo estaban cerradas. Tuve que trepar la muralla y abrir a mis compañeros. ¿Qué sentido tenía cerrar el portón? ¿Contra qué lo habían bloqueado? Ni siquiera había pueblerinos quiméricos en la ciudad, y eso sí que era preocupante.
Nos dividimos y cada uno escondió su aro en el pueblo, sin que ninguno de nosotros supiese cual era el artefacto verdadero. Avistamos cosas extrañas por las calles... Había soldados, armados con lanzas, luchando contra criaturas invisibles o por lo menos creyéndolo. Kheros vió algo todavía más peculiar: un humanoide enmascarado.
Tras reunirnos, decidimos que con la nueva información lo más conveniente era investigar un poco más, y nos dirigimos a la mansión de Harkor sin saber qué dirección había tomado el enmascarado.
La puerta principal estaba reventada. Dentro se oían ruidos de celebración... Pero dentro... dentro no había absolutamente nadie cuando entramos, y toda la algarabía se había silenciado.
Sí quedaba en el salón principal una extraña caja con runas enanas. Parche las tradujo; decían lo siguiente: "Abre sin permiso, entra sin retorno. Abre con permiso, liberamos del encierro".
Antes de aventurarnos a abrirla, quisimos explorar el resto de la casa. En el piso superior, un montón de puertas por abrir y habitaciones que explorar. Y no abrimos ni una sola. Porque lo verdaderamente interesante era la distribución de la planta. Desde fuera, habíamos visto que el edificio tenía unas ventanas que desde el interior no veíamos.
Me puse a buscar con la esperanza de encontrar alguna puerta secreta que llevase a las habitaciones que daban a tales ventanas, deseando que la falta de correspondencia fuese un subterfugio que no tuviese que ver con un laberinto mágico. Cuando me quise dar cuenta, Parche había bajado a la primera planta, de nuevo para revisar la caja.
Kheros y yo le seguimos, tratando de reunirnos y permanecer juntos, pero cuando llegamos la caja de las runas emitía un zumbido ensordecedor. La habitación se estaba cerrando sobre sí misma. Entonces tres portales se abrieron: el de la serpiente, el del bosque y el del escudo de armas con las espadas en cruz.
Cuando el primero de nosotros cruzó uno de los portales, este se cerró. Quedando solo dos portales y dos personas, me apresuré a atravesar la segunda puerta, antes de que la casa se derrumbase sobre mi cabeza...