Partida Rol por web

La jugada era buena y Orologgio no se movió mal. Para nada. Aprovechó bien el embate del mar, lo usó a su provecho y en cualquier otra circunstancia el hombre al que se enfrentaba habría sido presa fácil de la maniobra y habría caído por la borda a las turbulentas aguas.

Pero aquél al que se enfrentaba Orologgio no era para nada un hombre corriente.. Incluso un soldado entrenado habría sido víctima del aytque de Orologgio. Pero no este.

Con reflejos casi sobrenaturales, el individuo se zafó. En el último momento, y por los pelos. pero lo hizo. Orologgio no lo creía posible, ¿qué forma de luchar era esa? Nunca había visto algo así. Nunca. Incluso así. 

El hombre de la capucha también mostró un gesto de sorpresa ante la maniobra de Orologgio. Aunque había conseguido apartar de un manotazo al marino en el último momento, cuando este le cargó aferrándole y casi lanzando a ambos por la borda. 

El tipo se giró, y ahora ambos individuos se miraban frente a frente, a los ojos, mientras el navío se dirigía hacia su inevitable final.

El asesino asintió, casi expresando su respeto hacia Orologgio. Este tenía un cuchillo en la mano, mientras que Orologgio estaba desarmado y herido. Además, resultaba evidente la diferencia de entrenamiento de ambos, orologgio sabía defenderse, apenas lo suficiente para salvar la vida. El otro tipo... seguramente había segado cientos de vida a lo largo de su carrera.

-Eres un luchador.- Se dirigió a Orologgio en Vodaccio, aunque con acento eiseno. -En vez de zafarte y saltar por la borda para intentar salvar tu pellejo cuando pudiste, intentaste ayudar a los tripulantes del barco. Eso te honra.-

-Pero esta nave estaba sentenciada desde que salió de puerto. No temas, pues pronto te unirás a Théus. Yo, en cambio, condené hace mucho mi alma. Es el precio que decidí pagar con gusto por ...-

-¡¡BROoooouuuUMMM...!! ¡¡CRAAaaaAAAAACK...!! - 

Las palabras del asesino quedaron interrumpidas por el estruendo de la popa al estrellarse con el acantilado. Ambos hombres se giraron para contemplar cómo las astillas de lo que fué un orgulloso navió se esparcían por el aire. El mascarón de proa, partido por la mitad, pasó volando al lado de Orologgio, la nave se deshacia, los palos se fracturaban, el casco se desmenuzaba.

Pronto Orologgio y el otro individuo perdieron pie para hallarse cayendo en el aire. Era difícil saber donde estaba arriba u abajo, con todo aquel conjunto de restos esparciéndose pro todos lados. En el caos circundante, Orologgio perdió de vista al asesino eiseno. Por gracia divina, quién sabe, ningún fragmentó golpeó a Orologgio, y ele xplorador e inventor enseguida sintió la zambullida en las templadas aguas.

En la oscuridad pudo apenas atisbar barriles, cargamento, bestias y cuerpos humanos sumergiéndose. Algunos se sacudían ahogándose, sus rostros aterrorizados por la repentina zambullida, pues debían estar dormidos cuando se produjo el desastre. Otros en cambio estaban ya inertes al entrar en el agua.

Orologgio no tenía, por desgracia, tiempo para reflexionar. Incluso bajo el agua, el poder del agua arrastraba los restos del barco (y a sus tripulantes) contra las rocas, y Orologgio debía luchar por su vida. Su cuerpo salió al exterior, sólo para encontrase con una naturaleza despiadada de olas tremendas golpeando al acantilado cual puños de un titán de una opera trágica. Cada embate desmenuzaba aún más madera y carne. Orologgio debía nadar ¡Huiir, huiir! ¡Escapar de las furiosas rocas!

¡Una piedra!  Orologgio daba las brazadas de forma estratégia, para no cansarse, usando la mínima fuerza necesaria para alejarse de los peligros que atisbaba, golpeándose contra aquellos que no; se medía, como buen marinero, para ubicar la corriente, tratando de alcanzar cada ola que lo llevara a una playa, o un hueco en aquel acantilado que el eissiano que había condenado su alma había concebido como yunque para el martillo de su fanatismo. 

¡A alejarme de esas puntas!, ¡Ahora, ola, llevame!  Amada, ¿viste esto en tu hilado? 

Tragaba un poco de agua, el aliento se le cansaba, pero pausa y avance, pausa y flotar. 

Por momentos Orolggio pensó que no sobreviviría. Las olas le sumergían una y otra vez. Intentó mantener la calma, coger aire y aguantarlo cada vez que la fuerza del oleaje le sumergía sobre la superficie. Al emerger, nadaba lo que podía con gran esfuerzo intentando evitar las rocas y a la vez buscando con la mirada un lugar por el que acercarse seguro a la costa con seguridad.

Cada vez se sentía más agotado y le costaba mas tomar aire. Empezó a creer que no lo conseguiría. Pero entonces vio un pequeño remanso de cantos rodados y piedrisca en la base de los acantilados. Una especie de playita.

Nadó hacia allí con todas sus fuerzas. Practicamente agotó sus últimas fuerzas para lograrlo. El último embate le lanzó sobre las piedrisca de la playita, las cuales le golpearon como un martillo. Antes de que la resaca de la ola se lo llevara de nuevo se arrastró hasta una roca mas elevada, donde el agua salpicaba pero él quedaba fuera del alcance del mar. Y allí se detuvo, agotado.

Desde allí pudo ver que el barco no se había hecho pedazos, como hubiera creído. La mayor parte de la estructura había sido arrastrada mas al sur y estaba encayada en una hilera de rocas, un arrecife paralela a la costa, partida por la mitad.

Sin embargo, estaba muy fatigado y cansado. La única salida posible de aquél encajado hueco era escalar el acantilado a su espalda, pero en ese momento se encontraba demasiado maltrecho y agotado para intentarlo. Debía descansar antes de intentar el ascenso.

Además, estaba todo muy oscuro en la noche. De día, con mas luz, podría intentar un ascenso más seguro.

Se tumbó y cerró los ojos...

CONTINÚA EN: "Escena II (B): Rinascere"