Partida Rol por web

El sol empezaba a ocultarse a lo lejos, donde las montañas se alzaban, al otro extremo del Valle que aún no conocías.

Llevabas 3 días siguiendo a una partida de orcos desplazados, una antigua banda que fue derrotada, más de sesenta orcos se desplazaban por las colinas en las noches, entre los que había un líder, un explorador, algunos adultos casi dos docenas de hembras y casi la misma cantidad de crías.

La Banda exiliada llamó tu atención por ir encaminada a tu hogar, durante el día buscaban refugio y descansaban y avanzaban durante la noche. Un ataque parecía suicidio, pero era menester mantener la vigilancia, para nadie era agradable tener un grupo de orcos dentro del territorio. Ya los habías estudiado por 3 noches y esta cuarta jornada que empezaba era hora de tomar acciones, estaban a unas cuantas millas de tu hogar y no parecía que quisieran desviarse.

El líder (bruto) daba las ordenes, los orcos viajaban compactos y muy rara vez un orco se separaba del resto, el miedo era latente y se respiraba en el aire. Algunas veces el explorador se alejaba un poco para explorar el territorio y buscar refugio justo antes del amanecer. Llevaban consigo algunas armas y comida suficiente para sobrevivir durante algunos días más.

-A levantarse, gusanos! -Dijo el líder en su propio idioma, algunos protestaban en susurros, pero hacían caso, la misión de ellos era sencilla: Encontrar refugio permanente lejos del territorio de otras tribus orcas más fuertes.

El sol desprendía sus últimos rayos de luz bañando el Valle y el Enano Semiorco ya estaba de pie, con ojeras pronunciadas y sus pies duros por los callos y costras, vigilaba a una distancia prudencial los movimientos de los orcos exiliados ¿qué habrá hecho que la banda hubiera tenido que abandonar su hogar? se preguntó constantemente durante las últimas tres jornadas y sin embargo no había tenido una respuesta.

Los vigilaba a una distancia en la que podía ver sus movimientos pero no escuchar sus conversaciones, apreciaba su vida demasiado como para arriesgarse de esa manera. Era suficiente saber que se encontraba dentro de su territorio, conocía el terreno de memoria y sabía rutas de escape, lugares para esconderse y peligros naturales como desfiladeros o terreno inestable.

Más de la mitad eran hembras y crías pensaba justo cuando el sol agotó su luz y dio paso al ocaso, sin embargo que una treintena de orcos fueran capaces de coger un arma y atacar, ya suponía una gran amenaza para cualquiera. Manethek era conciente de sus capacidades, era buen cazador y excelente rastreador, pero eran demasiados orcos para acabar durante una jornada.

No observó un punto débil en la formación de los orcos, salvo una: El explorador.

Por lo general, un orco explorador era la élite en un grupo de orcos, importante en cualquier sentido y en cualquier contexto, pero para esta banda que viajaba sin rumbo, se hacía aún más importante, quizá deshaciéndose de él podría retrasar o desviar a la manada de orcos.

Como las tres noches anteriores, Manethek se dedicó  observar la marcha de los orcos, con los osjos bien abiertos, pero en esta ocasión tenía un plan de acción, dedicaría su atención al explorador, esperaría a que el explorador se alejara cuando fuera a explorar el terreno que tenían delante mientras el Enano se escondería agazapado, detrás de algunos arbustos, esperándolo a cierta distancia (unos 50') donde sacaría su arco y apuntaría directamente a su cuello.

La noche acobijaba al Enano de sangre orca mientras el frío empezaba a calarse en sus huesos, pero él, con su piel gruesa y sus abrigos cosidos y nada agradables a la vista ya estaba costumbrado a las inclemencias del invierno sobre el Valle de la Daga.

Avanzaba al paso que avanzaba la partida exiliada de orcos, fijando su vista especialmente en el explorador. 

Pasó algún tiempo cuando por fin, en el momento en que la luna estaba en la mitad de su trayectoria, el Explorador decidió adelantarse a sus secuaces para explorar el terreno que tenían por recorrer. A este punto, el grupo no había cambiado de dirección y en tan solo un par de horas llegarían al Hogar de Manethek.

El Enano se adelantó al explorador, basado en la experiencia que tenía del terreno, dedujo que buscaría un risco elevado donde pudiera observar el horizonte. Llegó a ese punto primero y se agazapó en un arbusto que crecía muy cerca del borde del acantilado, esperó unos instantes a que su presa se acercara.

Y así fue, el explorador se acercaba con su espada larga enfundada en una mano y un hacha arrojadiza en la otra siempre observando y atento a sus alrededores. Manethek tensó su arco mientras apuntaba al orco, dispararía en cuanto tuviera una visión clara de él, su visión en la oscuridad no le permitía ver claro más allá de una veintena de metros, tan solo percibía la sombra del orco a medida que se acercaba.

Avanzó un poco más hasta que lo vio claro, Manethek se acomodó mejor para disparar mas certero pero con el infortunio de pisar una rama seca del suelo. Inmediatamente el orco sintió el sonido y detectó al fortentoso Enano orco acechándolo con el arco. Su intención parecía salir a correr en busca de refuerzos en su grupo.

¿Dispararás la flecha? ¿hablarás buscando una negociación con el explorador?¿sacarás tu arma cuerpo a cuerpo y lo perseguirás? ¿Te lanzarás por el risco buscando un suicidio por la depresión de haber sido detectado?

El Enorco sabía que sería efectivo con el arco siempre y cuando el enemigo fuera agarrado por sorpresa, este no era el caso, maldijo en el idioma de sus ancestros maternos para si mismo por aquel error.

Pero no tuvo tiempo para detenerse a pensar, simplemente actuó.

Arrojó su arco y la flecha que tenía lista y empezó a correr con sus ojos inyectados en sangre en dirección al orco, mientras sus cortas patas se movían a toda velocidad, dejando profundas huellas sobre el terreno, iba desenfundando su hacha de guerra enana, una joya que había heredado de su madre.

Cuando llegó el momento de atacar, aprovechó la velocidad que llevaba para impartir un golpe certero sobre su víctima, pero falló al perder precisión y lo intempestivo de su ataque, quizá se confió o quizá subestimó a su movediza víctima.

Con el ataque fallido, era Manethek quien quedaba ahora a merced del ataque del explorador.

Al verse encimado, el orco no tuvo otra opción que responder al ataque de ese feo Enano que se le aventuraba a atacarlo, lanzó un tajo con la diestra con su espada larga. Manethek tuvo que realizar un gran esfuerzo por parar el golpe con su rodela. Y logró frenarlo casi por completo con uno de los extremos del broquel, pero la violencia del golpe haría que un moretón se asomara en su brazo.

El Enorco volvió a la compostura después del ataque fallido y del tajo parcialmente esquivado con su broquel.

Alzó su gran hacha afilada e hizo un descenso rápido con su musculoso brazo en contra de aquel orco explorador, sus ojos estaban inyectados en sangre, evidenciando su odio irracional a esas criaturas. Un odio inculcado por su madre cuando contaba aquellas historias cuando él y us hermanos aún eran niños, el odio se apoderaba de Manethek cada vez que se enfrentaba a estas cruaturas.

El hacha descendió y se enterró profundamente en su enemigo muentras la sangre salpicaba su mal cocida manta, él se regocijaba de la sangre y el dolor que ejercía a ese abominable hijo de gruumsh, lanzó un grito triunfal mientras observaba a su víctima retorciéndose de dolor, si el golpe no o había matado, cuando menos habría queddo muy malherido!

El hacha se clavó profundamente y al sacarla de la clavícula del enemigo, la sangre empezó a brotar, el orco empezó a chillar de dolor, retorciéndose en el suelo mientras lentamente se le escapaba la vida. Los chillidos se iban difuminando y el silbido del viento volvía a reinar en el ambiente.

Un alivio recorrió el cuerpo del ermitaño mientras recuperaba el aliento, el dolor en el brazo empezó a sentirse poco a poco y mientras se soltaba la rodela y observaba la marca dejada por el orco, Manethek escuchó unos sonidos a lo lejos.

A medida que agudizó el oído, pudo distinguir varias voces lejos, pero acercándose. Las voces invocaban a gritos un nombre y algunas maldiciones en el idioma de los orcos. Probablemente se había demorado mucho en su reconocimiento del terreno o probablemente oyeron los alaridos en su hora final, el caso es que ahora se acercaban y venía más de uno.

¿Correrás a enfrentarlos? ¿huirás a tu hogar? ¿te esconderás y los espiarás?....

Manethek masculló entre dientes y escupió al suelo mientras maldecía mentalmente su suerte.

Dió un rodeo para evitar al grupo que se acercaba, pensó que solo eran unos cuantos los que se habían aventurado  ir en busca de su compañero y no todo el grupo en manada.

Buscó un lugar suficientemente alejado para espiarlos sin correr el riesgo de ser descubierto, quizá si establecía quienes habían quedado podría deducir cuantos habían partido en busca del explorador. Se sintió aliviado al saber que su guía estaba ahora fuera de este mundo, una escoria menos en faerûn y en el Valle de la Daga.

Lo aullidos de los lobos pasaron desapercibidos para el SemiEnano, más que nada por lo comunes que eran y porque estaba concentrado en evadir a unos orcos que se aproximaban. Posteriormente sus sentidos se agudizaron y se enfocaron en la banda de orcos que había quedado atrás.

Luego de observarlos escondido a una distancia prudencial, Manethek dedujo que en búsqueda del explorador habían ido el orco bruto, un combatiente veterano, 3 combatientes y 2 adultos. La banda estaba vulnerable, pero el músculo ausente no se encontraba muy lejos, un grito aislado no escucharían, pero varios gritos de pánico seguro que si y en poco menos de un minuto estarían de vuelta.

Manethek se encontraba escondido tras un frondoso arbusto al lado de un árbol cuando escuchó un soplido atrás de su espalda. Rápidamente se giró para darse cuenta de dos lobos que mostraban sus dientes y gruñían intimidantes al SemiEnano mientras babeaban espuma de sus fauces. Estaban listos para lanzarse contra el solitario hombre que espiaba a sus presas. De repente, el cazador era ahora el cazado.

Sus sentidos estaban concentrados completamente en la banda que tenía delante, una sensación pasó por su boca y un chorro de saliva salió por una de las comisuras de su boca. Se limpió con su brazo sucio y aguardó, no sabía qué hacer: Por un lado, sus instintos y todo su ser se moría de ganas por atacar al debilitado grupo. Seguro podría contra tres combatientes y causaría pánico suficiente para obligarlos a dar la vuelta o quedarse en ese mismo lugar, tenerlos tan cerca de su hogar no le haría gracia, pero al menos podría tenerlos al alcance para jugar a la cacería con ellos durante algunas dekhanas.

Por otro lado, su cabeza le dictaba otra cosa: Esperar al líder y tener oportunidad clara para asesinarlo, eso sin duda cortaría la cabeza de la serpiente.

Pensaba todo aquello ensimismado e ido, su cabeza luchaba contra su instinto y no era fácil conciliarlos. Hasta que un sonido en su espalda lo hizo volver en si: Una rama seca sonó primero, alertando al salvaje, no podía creer que los orcos lo hubieran emboscado tan fácilmente, pero al voltear su cabeza, vio otra cosa completamente diferente: Una pareja de Lobos que llevaba acechándolo quien sabe cuanto tiempo y se habían acercado lo suficiente como para lanzarse al ataque.

Su reacción no fue rápida, uno de los lobos reaccionó primero. El Enorco sacó su bisarma en cuanto pudo e intentó alejarse un poco del lobo para atacarlo mientras esperaba la embestida del otro.

Uno de los lobos no aguardó y lanzó su ataque mientras Manethek desenfundaba su arma de la espalda.

Con su rodela desvió el mordisco del lobo a un costado y lo dejó en una posición fácil de golpear. Dio un salto hacia atrás y golpeó al lobo con su bisarma justo en el cuello, rasgando piel y pelo. La sangre empezó a brotar justo cuando el otro lobo se lanzó a la carga.

La reacción del huérfano fue rápida, atacó antes que el lobo gracias al alcance que le daba su arma de asta. Eso enlenteció el avance del lobo hasta el punto en que su ataque fue predecible y fácilmente fue esquivado. 

Las probabilidades estaban de su lado, ambos lobos estaban malheridos y tenía la ventaja táctica, pero de repente los lobos bajaron la guardia y empezaron a huir. Manethek observó que del otro lado, los orcos se habían fijado en su presencia y 8 orcos machos (1 veterano, 2 combatientes y 5 adultos) corrían con sus armas enfundadas hacia el invasor Enano.

Aún tenía la opción de huir, los orcos tardarían en llegar lo suficiente como para lograr una ventaja en la huída, o quizá podría utilizar esos preciosos segundos para desenfundar su arco y deshacerse de uno de ellos.

La respiración de Manethek  empezaba a hacerse más fuerte y sonora, sostenía su bisarma con fuerza mientras observaba a los orcos venir hacia él.

Apretó su mandíbula y sus dientes empezaron a crujir mientras sopesaba las posibilidades. ¿Era posible salir victorioso enfrentándose a 8 orcos adultos? Su ira interna le decía que si, él era un guerrero formidable y los orcos temían al escuchar su nombre o su sobrenombre, apretaba firmemente la bisarma pero a la vez acariciaba su preciado arco que era uno de los recuerdos más atesorados con respecto a su madre, todo parecía indicar que con un solo movimiento sacaría su arco de la espalda y empezaría a lanzar flechas a los orcos que se aproximaban.

Pero una pequeña voz en su cabeza le decía otra cosa, no estaba seguro de que pudiera contra los ocho y si decidía involucrarse en batalla, no habría marcha atrás; o morían ellos o moría él. El odio a los orcos era sublime e inherente en el Enorco, pero también lo era su instinto de conservación. Así saliera victorioso, sabía que habría un elevado precio que pagar.

Apretó su mano y maldijo en el idioma de los malditos -Uglades urik-ûm danashte.

Dio media vuelta y empezó a correr en dirección contraria, él no era cobarde, pero sabía cuando era necesario retroceder para volver más fuerte. Mataría más orcos en el futuro si vivía y eso lo consolaba, al menos en ese instante.

No había nada más que hacer, volvería a su caverna y recogería sus cosas. No había podido descabezar a la serpiente y ahora estaba prevenida, sus ataques de guerrilla no serían tan efectivos y deseaba recoger las cosas de su madre antes que fuera demasiado tarde. La partida de orcos no pasaría desapercibida su madriguera, una caverna propicia tácticamente desde donde se podía observar gran parte del territorio y con ventaja táctica en caso de un ataque.

Los orcos persiguieron al salvaje por unos instantes, pero una voz impidió seguir con la cacería

-Estagh gumasholrom Nezhlagh (Dejen que se largue el gusano).

No era la voz del líder, era la voz de quien había quedado a cargo, pero aún así obedecían.

Frustrado, Manethek emprendió el camino hasta su morada, una cueva natural profunda y con varias cámaras, húmeda y silenciosa donde discurría un arroyo de no más de 30 centímetros de ancho, suficiente para suplirlo del agua necesaria.

Un par de horas pasaron antes de llegar a su hogar y el que una vez sirvió de hogar a su madre exiliada y sus otros dos hermanos. Ahí estaba su vieja mula, siempre fiel, siempre parada y siempre bebiendo del pequeño arroyo.

Los orcos no tardarían demasiado en llegar a aquel lugar, así que tras descansar unos instantes y recuperar el aliento, Manethek recogió sus posesiones y alistó su mulo para partir. No era mucho lo que poseía, pero la mayoría de esos objetos perteneció a su madre.

Se encontraba en una situación que cambiaría su vida para siempre, había tenido que exiliarse de su hogar para siempre, pero que destino cogería era la pregunta inmediata. Al norte encontraría a los bárbaros Allaway, al Oeste llegaría a cataratas de la daga o a la posada del cruce de caminos, y al sur llegaría al pequeño valle de hondosauce.

Vaciló unos instantes antes de saber que rumbo tomar. Definitivamente no deseaba ir a cataratas de la daga. Las urbes lo sofocaban y allá sería visto como un espantajo, le recordarían en cada momento que era un bestia del monte.
Los bárbaros compartían su entusiasmo por matar orcos y limpiar las colinas de criaturas malvadas, eso era bueno. Lo malo es que no deseaba ser confundido con un orco más. Claro, intentaría dialogar ante el primer encuentro y quizá lo acogerían entre su clan, donde Manethek haría gala y uso de sus múltiples habilidades y se ganaría un lugar entre ellos.

Sopesó durante unos momentos la idea pero no se convenció. Para los ojos de los humanos, fueran ciudadanos o bárbaros, siempre sería una bestia, un ser inferior al resto y por mejor que fueran sus intenciones, ese hecho nunca cambiaría.

Eligió pues viajar al sur, al valle de Hondosauce, si una o dos aldeas se mantenían en pie significaba que los peligros eran escasos, haría su nuevo hogar a las afueras de uno de los poblados del Valle. Conocía dos por boca de su madre, Torlyn y Hondosauce. Vigilaría ambos poblados y la zona aledaña a ellos y decidiría cual sería el mejor lugar para formalizar su morada permanente.

Que los orcos de las colinas al sur tiemblen, porque escucharán el nombre de Manethek y temblarán cuando sepan a que rostro pertenece ese nombre.

Sobre una colina empinada, Manethek observó como los orcos llegaban a su antigua morada, la inspeccionaron primero antes de determinar que era la guarida perfecta para un nuevo comienzo. Con un punto de acceso fácilmente defendible, una corriente de agua en el interior y suficiente espacio, el antiguo hogar del ermitaño era un lugar propicio para que una pequeña banda de orcos exiliados pudiera prosperar con seguridad durante el invierno y durante los años venideros.

Con resignación, el mestizo cogió la rienda de su mula y empezó su larga travesía hasta el sur,jurando en su interior que volvería a recuperar su hogar algún día.

Avanzó un par de horas antes de la llegada del sol, conocía las ruinas de una casa abandonada años antes dela ocupación de los Zhents donde podría descansar durante unas horas. Manethek sabía que ala hora de cazar orcos, era mejor de noche, cuando estaban activos cazando, donde podía cogerlos por sorpresa y siempre con tácticas de guerrilla, pero durante la noche también era la hora de los depredadores más terribles y por lo tanto, era mejor viajar de día. Era posible que lo vieran desde la distancia, pero no serían criaturas tan peligrosas como las que podría encontrarse durante el velo de la noche.

Descansó un par de horas antes de continuar su viaje, cautelosamente viajaba pero era consciente de que viajar con su mula le traía más inconvenientes de los que quisiera. Aun así decidió dejar a la suerte su viaje. 

El día trascurrió lento, el frío se colaba entre los abrigos de pieles pero no mermaban su marcha, la noche llegó cuando aún tenía energías y decidió avanzar un poco más antes de buscar un refugio, su mula podría partirse una pata con tan solo una pisada en falso y no quería eso.

La noche llegó y se fue rápida, el sol salía por el horizonte cuando empezaba un nuevo día de marcha. Al igual que el anterior todo ocurrió calmadamente sin riesgos ni criaturas peligrosas, algún zorro o liebre era lo más común si no se contaban los pájaros con sus canciones.

Ya el sol entraba en su recta final por el oeste y Manethek paraba en un arroyo para rellenar su odre y dar de beber a su bestia de carga.

Se alejó varios metros a sabiendas que su mula no iría a ningún lado, inspeccionó los alrededores y los caminos por los cuales seguir, además buscaba un refugio para pasar la noche que se avecinaba.

De repente, un chillido agudo llamó su atención, venía de donde había dejado su mula. Corrió lo más rápido que pudo y se encontró con una escena espeluznante: Una enorme criatura, más grande que su mula con cabeza de lechuza y cuerpo de oso observaba con mirada a asesina a su bestia de carga, cargó vehementemente y con sus garras hirió profundamente el costado de la mula herida, ya poco podía hacer para rescatarla, salvo cargar en contra de esa criatura e intentar matarla.

Pero el problema consistía en que la mula cargaba la mayor parte de sus objetos de viaje, su mochila estaba ahí junto con elementos dentro de las alforjas.

¿lucharás por recuperar los recuerdos de tu madre?¿acudirás a la razón y huirás?.... Tu turno

Los ojos del Enorco se encendieron en una ira incontrolable, sus venas aumentaron de tamaño y sus músculos se tensaron, su único amigo durante muchos años.

Cogió su hacha enana con ambas manos y la apretó para salir en contra de esa bestia que acababa con la vida de su mula.

Lanzó un tajo que atravesó las gruesas plumas del lomo y una raja larga empezó a chorrear sangre de esa bestia.

La criatura lanzó un ahullido agudo que taponó los oidos de Manethek y los dejó zumbando. La herida era fea y sangraba profundamente.

Se abalanzó contra el bárbaro con sus dos enormes garras. Manethek logró esquivarlas por poco, pero había perdido gran energía al hacerlo. Quizá fue un error haber atacado a una criatura tan poderosa como esa, un par de ataques iguales y Manethek no podría esquivarlos y podría resultar fatal!