Vigesimotercer día de la quinta fase de Orhan. Año 6051 de la Tercera Era.
Las húmedas calles de Artha permanecían en silencio. Hacía horas que había anochecido y en el cielo, todavía encapotado después de la tormenta, no se podía ver ni una sola estrella. El hedor del pescado podrído de la calle se mezclaba con el aroma de la grasa frita procedente de alguna ventana: un olor al que se había habituado tiempo atrás. Así olían las ciudades.
La nota de Tezhsar había llegado por los canales habituales. Seguía sorprendiéndole que su mentor, la única persona que le ataba a un pasado que a veces dudaba querer seguir viviendo, insistiera en encontrarse en sitios remotos a horas intempestivas. Sammar dudaba que alguien fuera a espiarles en su propia habitación... al fin y al cabo ellos eran los espías. Sin embargo, Tezhsar volvía a hacerlo una y otra vez: mensajes cifrados, encuentros fortuítos. Era la vida que le esperaba, ciertamente.
Torció a la derecha, alejándose de la relativamente bien iluminada calzada. Sus ojos no tardaron en acostumbrarse a la falta de luz pero, siendo precavido, aminoró la marcha para evitar meter el pie en un agujero o pisar algún excremento. No era buena idea oler a mierda cuando había que esconderse. La gente solía subestimar lo importantes que eran algunos sentidos.
El viento frío se colaba garganta abajo, calentándose apenas en las fosas nasales, y le provocaba punzadas de dolor en el pecho. El invierno iba a ser largo y crudo. No pudo reprimir un suspiro de resignación mientras torcía nuevamente a la izquierda.
Pasó por encima de un bulto, algún borracho que probablemente no llegaría a la mañana siguiente, y siguió andando en la oscuridad. Había hecho el mismo camino varias veces, conocía el sitio. Era uno de los que solían utilizar cuando tenían que hablar de algo delicado. Todavía recordaba la excitación contenida, la euforia con la que enfrentaba cada nuevo"trabajo", mezclada con cierto sentimiento de culpabilidad. Se preguntó de qué se trataría esta vez.
Al llegar a la puerta se detuvo y miró a ambos lados. Se tomó su tiempo, sin prisas, observando cada rincón sin mirar fijamente, tal y como le había enseñado Tezhsar. "¡Visión periférica!", había dicho, "más sensible a la luz". Cuando estuvo seguro de que nadie le había seguido, golpeó suavemente la madera medio podrida y esperó.
La puerta se abrió suavemente sin hacer el menor ruido y, al otro lado, Tezhsar le hizo un gesto con la mano.
-Vamos, entra -susurró con apremio.
Esperó a que su pupilo entrara y, rápidamente, cerró la puerta. Luego, apoyándose en la ventana con la mano, escudriñó la calle todavía desierta como si buscara una excusa para poder regañar al joven recién llegado. Instantes después se enderezó y echó a andar en dirección a la estufa de carbón que ardía alegremente en un rincón de la estancia.
El mobiliario de la habitación era bastante prosaico: una mesa comida por las termitas, un par de sillas incómodas y la bendita estufa. Las paredes, llenas de ganchos con cuerdas colgando, estaban en un estado igual de lamentable y en el suelo seguía habiendo montones de paja aquí y allá. No era muy romántico.
-¿Has tomado las precauciones necesarias, imagino? -preguntó innecesariamente a la vez que tomaba asiento en su silla habitual.
Pues sí, - respondió - lo de siempre. Caminar por el centro de la calle, cantar a pleno pulmón mientras venía para acá y, por supuesto, decirles a unas cuantas bellezas dónde pueden encontrarme si quieren un poco de diversión.
Con cada cosa que decía alzaba un dedo de su mano derecha para llevar bien la cuenta. Su lengua sería su perdición, eso era algo que siempre le habían dicho y que Tezhsar le había intentado inculcar a base de capones desde que tenía memoria...pero era algo que no podía controlar. Si estaba nervioso su boca decidía tomar el control, aunque ahora que lo pensaba, cuando estaba tranquilo solía ocurrir lo mismo.
Lo hacía sin malicia. Simplemente era un acto reflejo que mostraba una parte de sí mismo demasiado arraigada como para poder extirparla
Sin embargo no era una falta de respeto para con su mentor, como mostraba el hecho de no haberse acercado aún a la estufa que tenía frente a sí.
Pese a sentir el frío, que había llegado hasta los huesos durante su trayecto nocturno por las húmedas calles de Artha, no se aproximaría hasta que su mentor no se lo indicara. Si su lengua era algo indisciplinada, no ocurría lo mismo con lo demás. Las enseñanzas recibidas a lo largo de los años habían calado hondamente en él.
Permaneció allí, con el cabello cayendo ligeramente sobre sus ojos, a la espera de las instrucciones que quisiera darle Tezhsar.
Comenzaba a sentir las mariposas que, en situaciones similares, se decidían a mudarse en su estómago. Pasaría, como siempre sucedía. Pero, al menos por el momento, allí estaban.
El espía le hizo un gesto con la palma de la mano abierta hacia la silla que tenía frente a él. Sus modales siempre habían estado muy por encima de lo que cualquiera cabría esperar al ver la forma en que vestía. Parecía casi cómico, pretencioso, pero Sammar sabía perfectamente que las apariencias engañaban.
-Siéntate, haz el favor. Me voy a romper el cuello mirándote hacia arriba -dijo mientras se reclinaba en el respaldo de la silla, que demostró su descontento crugiendo de forma siniestra. Sus ojos siguieron al aprendiz, que ya no era un crío, hasta que este se sentó. El color volvía a sus mejillas poco a poco, no pudo evitar una ligera sonrisa.
-Una noche perfecta para estar ahí fuera, ¿a que sí? -soltó una carcajada a la vez que echaba la cabeza hacia atrás. Sammar no le acababa de ver la gracia- Vamos a lo nuestro, el tiempo apremia. Tengo un encargo para ti, y esta vez no se trata de pruebas ni zarandajas de esas. Ahora va en serio. Te has estado preparando mucho tiempo para este momento, no metas la pata.
Échó mano a la bolsa que colgaba de su hombro y sacó un papiro enrollado sujetado con un pedazo de tela verde oscuro. Lo depositó encima de la mesa mugrienta y, sin desenrollarlo todavía, dirigió una nueva mirada a su pupilo.
-¿Listo para ganarte el pan?