Partida Rol por web

Heraldos de la noche

1.4.1 Sakcban, Uj

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13/01/2010, 18:48
Esil Tahj Aras ibn Aziz

Ya había amanecido y el sol había traspasado el horizonte cuando sentí aquel leve pero firme golpe en su costado, había permanecido despierto durante largo tiempo observando los agitados sueños de la mujer que aun permanecía dormida. Bahira se se había movido inquieta cada cierta tiempo entre las mantas incluso en alguna ocasión estaba seguro de haberla oído susurrar algunas palabras con temor, sin embargo no había logrado discernir lo que decía sumida en el profundo sueño.

Finalmente yo mismo fui cayendo en una especie de sopor, un ligero duerme vela apenas interrumpido por algún brusco movimiento de ella hasta que sentí el golpe y escuché las palabras de la Vieja, cuya figura, mientras me incorporaba y estiraba, se alejaba hacia el extremo del campamento, alejada de las haimas que conformaban este. Tenía alguna molestia en el brazo, seguramente por haber dormido sobre el, pero tras estirarme éstas habían desaparecido. Tras detenerme unos segundos más a observar el descanso de Bahira, retomé mi pequeño ritual nocturno en sentido contrario, me serví algo de agua, frutos secos y dátiles, luego limpié con arena mis enseres y rostro. Tras sacudir la manta y volverla a enrollar y atar saludé a mis compañeros y amigos. Ambos caballos estaba despiertos, seguramente hacía alguna hora. Lazlos sin duda había decidido darse alguna carrera, despejarse y buscar agua por su cuenta, podía sentir su pelaje aun ligeramente húmedo por el esfuerzo y sus belfos mojados por el agua.

No quería retrasarme más, de manera que contra mi costumbre de dejar los caballos preparados para partir si fuera necesario, dejé las alforjas preparadas en el suelo cerca de las ascuas agonizantes y antes reunirme con la Vieja, encargué a mi amigo la custodia de Bahira, el me avisaría si ésta despertaba.

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13/01/2010, 23:10
Bahira In´aam

-AHHHHHH!!!

El grito hendió el aire de la mañana, lacerando oídos y trayendo con él la sensación de peligro. Varias fueron las cabezas que se volvieron raudas, algunas manos se llevaron por instinto a las empuñaduras de las armas, pero sólo un segundo. El instante necesario para darse cuenta que el grito había salido de la garganta de la mujer encontrada en la noche, de Bahira. Aunque quizá sería mejor decir que salía de sus entrañas, de su alma.

Bahira se había sentado en su pesadilla, en un impulso que había incorporado su cuerpo, que la había tensado como un arco se tensa en manos de un guerrero. Sí, arqueada, jadeando, los ojos muy abiertos fijos en un punto impreciso, delante de ella. Asfixiada, aspirando bocanadas de aire como si ese aire le faltara. Las manos agarrotadas, apoyadas las palmas contra el suelo, a los lados, arañando la arena.

Su guardián se acercó a ella, y acercó su hocico a la curva suave del cuello de la mujer. De inmediato ella sintió su hálito cálido, cosquilleando en la piel. Se giró, despacio, desgajando las pupilas de ese lugar que en su mente las había fijado, y le miró. Temblaba, tiritaba. Trémula como ella su voz:

-¡Caía! Estaba oscuro, tras la huída... pude escapar de la música, del ritmo, de esas cuerdas que me ataban sin atar, huí... pero al dejar las llamas la oscuridad me venció... ¡Y caí...! ¿Entiendes...? En lo profundo, me precipité... ¡caía, caía, caía....!