Vigesimotercer día de la quinta fase de Orhan. Año 6051 de la Tercera Era.
Borateo Borarson hincó la rodilla en el suelo y cogió entre los dedos una muestra del montoncito de excrementos que había frente a él. Lo frotó lentamente fijándose en la consistencia y por último lo acercó a su entrenada nariz. El olor acre llenó sus fosas nasales sin que el guardabosques se inmutara siquiera. Era fresco.
Se incorporó sin demora y se frotó la mano enguantada contra la pernera del pantalón. Su presa no estaba lejos, de eso estaba seguro. Quizás unas horas de distancia, nada más. Llenó los pulmones con el frío aire matinal y echó a andar a paso ligero siguiendo el rastro.
La gente parecía asombrarse ante la capacidad de un buen guardabosques de guiarse entre la maleza o de perseguir a alguien, o algo, durante días sin ser capaz de ver dónde se encontraba la presa. Para Borateo no era difícil: solamente había que fijarse. Mechones adheridos a plantas espinosas, pisadas en la tierra húmeda, orina y excrementos... no, los animales tenían poco cuidado de borrar sus huellas al igual que la mayoría de los seres humanos.
El sol se elevó por encima del horizonte bañando el paisaje con su dorada luz. Borateo encontraba esa parte del día especialmente agradable, cuando el mundo despertaba en todo su esplendor incluso en esa fría época del año. Una breve interrupción permitió echarse algo sólido al estómago y saciar su sed. No había necesidad de pasar hambre.
La persecución se prolongó otras cuatro horas durante las cuales el guardabosques perdió el rastro solo un par de veces para reencontrarlo nuevamente sin más problemas. Al final, un día después de haber empezado, vio a su objetivo. Hacía dos semanas que el elusivo animal conseguía darle esquinazo, pero esta vez no había posibilidad de error.
El viejo lobo, herido en un costado, renqueaba a pocos cientos de metros de su posición en dirección a las montañas. De alguna forma intuía que le estaban siguiendo y había emprendido una desesperada huída para conseguir el objetivo último de cualquier especie: sobrevivir. Borateo tenía otros planes.
Llegado el momento decisivo, la pobre bestia no opuso resistencia. La pérdida de sangre y el esfuerzo acumulado le habían debilitado hasta el punto de causarle remordimientos al montaraz, pero sabía que si no aprovechaba la oportunidad luego se arrepentiría. Apuntó cuidadosamente y dejó ir la cuerda del arco. La certera flecha se incrustó profundamente en el flanco del animal y acabó de inmovilizarlo, haciendo que rematarlo fuera solo un mero trámite.
La noche empezaba a cerrarse cuando finalmente regresó a su nuevo hogar, Omvit. Los aldeaños le recibieron con los brazos abiertos, como era habitual a la llegada de cualquiera de los guerreros, y alabaron su pericia con el arco cuando más tarde relató lo sucedido. Ellos no tendrían que preocuparse más por el ganado, Borateo sería mantenido por el pueblo hasta que fuera necesaria su ayuda nuevamente. Todos contentos. Echaba de menos su vida anterior, a su familia e incluso a su querida, pero sabía perfectamente que se trataba de una vida pasada a la que no podía volver. Lo único que podía hacer era aprender de sus errores y evitarlos en el futuro.
Después de la cena y una vez que el relato hubo terminado, el talath se preparó para retirarse a dormir. El descanso del guerrero, como solían decir. Sin embargo, acontecimientos que iban a cambiar el curso de su vida se habían puesto ya en movimiento sin que él lo supiera siquiera.
-Borateo, amigo, es necesario que hablemos.
Sandras Mariathor era el jefe del clan en Omvit. Su palabra era ley y la utilizaba con sabiduría pese a su juventud. En caso contrario hacía tiempo que otro hubiera ocupado su lugar, pues tal era la manera de los Talath.
Su porte regio y su brillante armadura eran una muestra de su glorioso pasado, y en estos momentos hacía gala de ambos con una naturalidad digna de encomio y alabanza. Aun así, había cierto aire de preocupación que no pasó inadvertido al joven Borateo y la petición de hablar en privado, tan inusual entre la gente del clan, ayudaba a reforzar esa opinión.
Hizo un gesto con la cabeza en dirección a su mesa favorita y echó a andar dando por sentado que el guardabosques haría lo propio.
De que se tratará?
A pesar de que hacía horas que la idea de liberarse de su indumentaria y poder descansar en un lecho acojedor lo estaban seduciendo cada vez con mayor inensidad. Esa breve frase de Sandras le resulto igual que si hubiera echado agua fría en el rostro, por un tiempo la atracción del lecho no era tan intensa como esas palabras.
Borateo siempe había sido curioso, cosa que le condució de forma temprana a conocer los encantos de la vida, entre ellos los de las jovenes... Pero no era el caso. Casi sin percatarse sus largos pasos le conducían a la mesa arinconada que Sandras habia elegido para la confidencia.
Cuando estubo a la altura, se sentó en el asiento que restaba enfrente del jefe del clan Ovmit.
- Dime, amigo, que necesitas de mi para que se termine ese problema.- Como siempre hacia cuando estaba en un ambiente distendido, una sonrisa afloro entre sus labios, agradale y afable, al terminar la frase. No era signo de mofa o irreberencia, sino que era simplemente su talante alegre y vivaz. La gente que lo trataba a menudo se podían percatar de eso fácilmente. Los problemas nunca eran tan grandes como para que no tubieran solución.- Te escucho.