La última noche de aquel Cónclave reunía sin saberlo los cuatro elementos…
El Agua recogida entre las ramas de Garoé mientras seguía prendiendo con sus dedos el Tridente de Poseidón.
La Tierra que un día dio vida a Dhämeron, y que poco a poco le vio forjar su destino, mientras sus labios entonaban una y otra canción con su flauta de Pan.
El Viento que ya no volvería a acariciar las alas de Pegaso, y que antaño disfruto de sus crines mientras volaba sin rumbo.
Y el Fuego aún vivo en la mirada de Rumiko, que tras ver la muerte de cerca aún más ardía con ganas de lidiar la batalla final. Sus delicadas manos habían sido adiestradas para aquel momento y no fallaría.
Cada uno en un extremo del templo… en silencio dejando que sus mentes grabaran el aroma de una despedida…
Pero entonces había algo que nadie esperaba… un movimiento que nadie pensó, un quinto elemento… que rompería el equilibrio del lugar…
Unos pasos, hasta el centro del altar y una inesperada decisión…
Silente y comedida llego hasta el altar la Sirena con su calavera en las manos, y al llegar miro primero al Pegaso, asintiendo a un pensamiento que se repetía en su interior.
La sirena aceptaba su última petición… miro antes de irse el cuerpo de Kurama, tras despedirse con una mirada, dejo que su cuerpo volviera a ser rocío que poco a poco bañaría las piedras del lugar… mientras su calavera se volvía un humo añil que se difuminaba en el viento.
Las brumas de su último adiós envolvieron por un instante a Dhämeron el cual parecía no poder hablar, y a Rumiko la cuál parecía no poder moverse.
El Fuego y la Tierra habían sido silenciados en aquel último juicio…
Rumiko apretaba los dientes con ira, pensando en la venganza pero aquel pensamiento ya no serviría para nada, pues ante ella Garoé y Pegaso se situaban decididos.
No hizo falta lucha alguna, tan solo un movimiento unido que lanzó al antiguo espíritu del fuego al agua oscura, donde la piel y carne de la Kitsune, parecían fundirse en un agua hirviente…
El agua ahora se bañaba en sangre… dejando un rastro de dolor callado, mientras paralizada, Rumiko contemplaba como su vida se perdía sin poder hacer nada, ahogada en unas aguas malditas, cercenada de piel y carne.
Todo parecía llegar a su final, Pegaso miro a Garoé y sonrió. Ahora era el turno de acabar con el último inocente y después…
Pegaso se quedo como petrificado, al ver como el Espíritu del Agua, se alejaba de él, y parecía decidido a guarecerse junto el Sátiro.
Quiso preguntar pero antes de ello una melodía comenzó a sonar, mientras los labios del sátiro entonaban la última canción… Una canción donde el miedo podía vencer al amor, donde la muerte profanaba el lugar de los vivos, donde lo ungido podía ser olvidado.
Y fueron esas mismas notas, las que arrancaron la piel de aquel corcel sin alas, herido en la noche anterior, y traicionado en la siguiente.
La muerte sobrevenía a Pegaso, mientras esbozó una última mirada hasta Garoé, deseándole la muerte, deseándole una traición, aceptando su destino, grabando el odio en un corazón que pronto sería reino de la nada.
La Guerra había acabado, y tan solo salieron victoriosos Garoé y Dhämeron. Mucho se había perdido por el camino, pero no había forma de volver atrás.
Era el momento de su inicio, pero antes Garoé sumergió su cuerpo en aquellas oscuras aguas, las hojas que repoblaban su cuerpo poco a poco se consumían dejando tan solo el vestigio de una seda oscura que cubriría su piel, ahora carnosa. Sobre las aguas de aquel templo del olvido, adoptó su forma final, la de una bella mujer, guardando su recuerdo en aquellas aguas, las cuales bajo el brillo de aquella luna, dejaba ver su antiguo aspecto.
Su cuerpo arrastro y absorbió cualquier rastro de odio sobre el templo. Sin saberlo, su oscuridad la encerraría en aquel Templo, donde día tras día guardaría los recuerdos des pasado, para ser experiencia en el presente y crear un camino en el futuro.
Pero no estaría sola, junto a ella viviría eterno Dhämeron, El Guardián del Olvido. El cuál aguardo a que tiempo llenara su mente de recuerdos, y dejó que la sabiduría del tiempo formara de él un sabio sin paragón.
Protector desde la sombra de su amada, la cual noche tras noche cubriría con su cuerpo obligándola a olvidarse de aquella cárcel que la encadenaba. Permitiéndole ser libre, entre sus brazos… Recordando que no hay invierno que no termine en primavera.
Recordándole que aún cuando caiga la última gota de sus labios la seguirá amando.
Y así es que nadie olvidaría la primera leyenda donde el Aire que insuflaba vida siguió corriendo por el mundo… un mundo alumbrado por el Fuego de la sabiduría… una sabiduría que perdura bajo la sombre del Árbol del tiempo… un tiempo que para algunos será tan solo un recuerdo, y para otros será fácil olvidarlo… Todo depende de que su Guardiana este vigilando o yazca junto a los brazos de su amado.
Por ello es que el amor en el mundo es tan solo otro recuerdo… pero que cuando llega es imposible olvidarlo.