Nunca lo hubiera pensado, ni siquiera al escapar de la colina infernal, pero lo que hemos dejado atrás se parece en gran medida a las descripciones de los ancianos en el poblado para el hogar de los demonios. Y si no fuese porque he comprobado en primera mano que esos bichos pueden sangrar y morir igualmente, bien podría pensar que se trataban de precisamente eso, criaturas salidas de los más tenebrosos avernos. Y aunque no soy muy religioso, no puedo evitar hacer el gesto contra el mal mientras la lanzadera se cierra y salimos de ahí. Pocos, pero los suficientes como para poblar la lanzadera en su buena parte. A mi lado, el infante ligero se encuentra en un estado horrible, pero no hay manera de que despegue la mirada del exterior a ese infierno en la tierra. Veo caer a un compañero que había estado con nosotros desde antes de la colina, y me apunto una plegaria más en la lista para Raynor. Pero la caida que realmente duele es la del Teniente, más considerando que se ha quedado atrás para permitirnos escapar. Y se desenvuelve increiblemente bien, pero con tantos enemigos... no quiero mirar, y me obligo a desviar la mirada el tiempo suficiente como para ver en el rostro de mis compañeros que todo se ha acabado para él.
Tratando de no pensar en nada y tras colgar mi rifle en la espalda, saco el pequeño botiquín de mi navaja y trato de remendar con más o menos éxito al pobre ligero, antes de obligarlo a sentarse en una lanzadera y asegurarlo al asiento. Más no puedo hacer, el resto tendrán que hacerlo los médicos en la Sirius. Si a mí pudieron remendarme, estoy convencido de que con él podrán hacer. Una vez solucionado el asunto, el que se sienta y se asegura esta vez soy yo. Me temo que cuando lleguemos algo más arriba vamos a tener un tránsito muy movidito en la nube de insectos. Trabajo mecánicamente, cualquier cosa para no dejar entrar en mi cabeza los gritos de mis compañeros abandonados en el fuerte. El infierno en la tierra, eso es lo que hemos dejado en el fuerte.
Sorprendido el artillero miraba al fuerte inundado por bichos, gritos y sangre. Se encontraba en la lanzadera junto con muchos de su escuadrón y otros que nunca había visto. Infantes ligeros en su mayoría que estaban entre medio muertos, asustados o helados de frío. Hightower rememoró los últimos instantes en el frío planeta como si fuera una película en tercera persona. Cuando había corrido hacia la penúltima lanzadera, se había quedado a las puertas de alcanzarla, ese maldito piloto huyó en cuanto pudo. La flota... tan valiente como siempre. Por suerte para los últimos infante había aún un piloto con agallas suficientes para llegar al suelo y recogerlos. Comenzó a dar media vuelta, tenía la lanzadera a muy pocos metros y comenzó a correr hacia ella. Cuando dio su primera zancada, por delante de él dos infantes de la ligera transportaban a una muchacha morena. Iba inconsciente y tenía claras heridas. Los valientes infantes habían arrastrado a su compañera durante muchos metros pero parecía como si les abandonaran las fuerzas en los últimos instantes. Variando unos metros del rumbo de la lanzadera, el artillero recogió a la infante, la levantó con todas sus fuerzas y la metió en la lanzadera junto con sigo mismo. El sargento se encontraba en la puerta dejandoles entrar. Cuando el artillero se encontró dentro de la lanzadera y depositó a la infante en el suelo vió como el sargento agarraba a uno de los infantes ligeros y lo salvaba a pulso. No quiso mirar hacia abajo tras ver quienes se habían salvado, se lo merecían, eran héroes pero se dió cuenta que sólo la suerte y seguir las órdenes a rajatabla le habían mantenido con vida. No podía mirar a aquellos a los que habían abandonado como carnaza para que ellos escaparan. Intentando pensar en otra cosa se acercó a la infante ligera. La retiró el casco, dejando a la vista una melena morena y una cara de muchacha joven y atractiva. Vio sus heridas pero se dio cuenta que estaban lejos de su capacidad para curarla. - MÉDICO!! - Gritó con todas sus fuerzas intentando que el sonido de su voz pudiera superar el ruido de los motores al ascender a plena potencia mientras esquivaban los dardos de los bichos y los ataques de plasma. No se daba cuenta que el canal de comunicación estaba abierto para toda su unidad.
Busco uno de los asientos del fondo de la lanzadera hacia donde avanzo tambaleándome y donde me dejo caer pesadamente.
La lanzadera comienza a ascender y en ese momento no pienso en otra cosa que cambiar el cargador de mi fusil, como si tuviéramos que enfrentarnos directamente a los bichos que inundan el cielo.
-Que tontería...si la lanzadera cae, no podremos hacer nada -pienso mientras guardo el cargador vacío en su posición.
Observo a los otros que han abordado la lanzadera y me alegro por cada uno de ellos. Se que abajo han quedado otros hombres valientes y habría valido la pena esperar unos instantes más para que alguno de ellos subiera a la nave, pero también soy consciente de que dada la situación, nada nos habría asegurado salir con vida...sin contar que aún podemos caer.
Pasan unos instantes y la consciencia vuelve a mi cuerpo. Me doy cuenta que estoy algo apelmazado y comienzo a golpearme las extremidades para que vayan entrando en calor, me quito la escarcha que puedo y hago crujir los guantes. La herida del pecho prefiero no verla, intentar abrir la chaqueta para echar un vistazo podría hacer que empeorara.
Observo al sargento Focker con clara admiración. Luego observo a los miembros de su pelotón y la sensación se repite con cada uno de ellos. Se que son los mejores, pero no puedo evitar sonreír al darme cuenta, que probablemente en un par de semanas, me toque separar a alguno de ellos por alborotos en la cantina.
Cuando parece que las cosas se tranquilizan en la ascensión, me permito relajarme un poco y aunque el dolor ha vuelto, recuerdo con ilusión a mi familia. Después de esto, sin duda alguna iré a verlos, buscaré la manera de estar más cerca y terminar mi servicio para montar algún negocio tranquilo. La acción dentro de la infantería y la familia, es algo que no se compaginan bien.
El infierno helado de Galdonia VI era hipnotizante. Evans no pudo apartar la mirada de los hombres descuartizados por los bichos miembro a miembro. Entonces se acabó. La puerta de la lanzadera cerró con un sonido de presurización y el cabo se quedó mirando la chapa de rejilla a un escaso palmo de distancia.
"El árbol de la libertad debe ser regado de vez en cuando con la sangre de los patriotas". Evans se preguntó si el Teniente o alguno de aquellos soldados habría pensado en lo que dijo Jefferson cuando le arrancaban los miembros. Seguro que no. Habían muerto por que eran I.M. y eso es lo que sabemos hacer. Morir y luchar hasta el fin, por sus compañeros, por su familia. Siempre era duro no poder salvar a compañeros..., como Raynor. Cuantas tonterias dijimos antes del ataque...ya no habría mas.
El cabo se dio la vuelta y vio que cada uno de los que estaban en esa lanzadera había envejecido diez años aquél día. Pero el fuego en los ojos ardía con mas intensidad que antes, ahora, la voluntad de luchar de cada uno de nosotros era mas fuerte que la de cien guerreros bicho. La humanidad jamás perderá esta guerra.
La nieve suena cuando se corre sobre ella y el sonido de los pasos de mis hombres subiendo en la lanzadera es una música hermosa de oír pues no quiero tener que dejar a alguno de mis soldados en este infierno, aunque es obvio que ya no es mi decisión ni tengo posibilidad alguna de evitarlo. Miro hacía el muro sur y veo a Raynor debatirse contra los arácnidos, lejos de nosotros y de cualquier esperanza. Endurezco el pecho pues he visto esa situación antes y sé como termina, siquiera sirve de algo decirle algo.
Van subiendo uno a uno y me paro en la puerta, afirmado con una mano a un soporte mientras con las otras los asisto para subir a la lanzadera. Así es como uno a uno comienzan a ingresar, algunos cargando heridos como el valiente Sonny, que cruzó el infierno atravesando ventanas para llegar a la lanzadera y aun así se dio el tiempo de recoger a un caído y subirlo. Otros vienen corriendo con una joven soldado inconsciente a cuestas, a la que Bockman ayuda a subir, pero uno de ellos no logra llegar a tiempo. No soporto la idea de que perdamos a alguien más, por lo que me suelto del soporte y tomo al ligero en el aire para subirlo al vehículo. Lo tomo en el aire y logro introducirlo en la única esperanza de ese lugar.
Veo al Sargento Wimger y le asiento en una muestra de respeto, pues ha dirigido a sus hombres con valor y no se ha retirado ni ha huido como nos acostumbran a pensar de la ligera. Ha sido un excelente líder y un gran soldado, por lo que le respeto y aprecio.
Luego ya están arriba todos los que llegarían y los gritos comienzan a resonar en el ambiente. Raynor es acabado tal como lo predije, y nada podemos hacer a esta distancia. Me obligo a mirar la escena pues sé que él muere por culpa mía en parte, pues su vida era mi responsabilidad. Pero no es el primer hombre que pierdo y es algo de lo que uno aprende a reponerse y aceptar, pues así es esta guerra y nadie está seguro nunca.
Luego veo al Teniente luchar valientemente y finalmente ser acabado por un tanque. La lanzadera ya se eleva cuando pierde la vida y siento el dolor de haber perdido a uno de los grandes. Una muerte heroica, aunque triste. Una muerte como las que deseamos tener, útiles para los nuestros más rápida de lo común para las muertes por arácnidos. Espero que no haya sufrido mucho y que al otro lado encuentre toda la gloria que se ganó acá.
La lanzadera está unos metros sobre el suelo cuando veo a un infante ligero llegar a la zona de despegue. Miro sus ojos desesperanzados y su mano amputada. Me entristece ver al chico aceptar el terrible destino que le espera en las fauces de esas terribles criaturas. Mi mirada choca con la de él y le ofrezco lo único que puedo darle para aliviar el proceso. Levanto mi rifle y lo apunto directamente hacía él. Es algo de honor y quisiera que si no tengo salida alguien lo hiciese por mí. Estoy a punto de jalar el gatillo cuando la lanzadera se cierra bruscamente, sacando de mi línea de tiro al soldado antes de que pudiera darle un digno final. Lanzo el rifle al suelo furioso y comienzo a golpear la compuerta con toda la ira y frustración acumulada, puñetazo tras puñetazo, como si golpease al corazón mismo del imperio arácnido. Pero sé que nada lograré y que ese joven morirá en agonía mientras es desmembrado, como todo el resto de nuestros héroes caídos.
El grito de Bockman me saca de mi miseria y veo que intenta socorrer a los heridos. Me saco el casco y saco de mi cuchillo el kit de primeros auxilios para intentar estabilizar y mantener con vida a los heridos mientras le respondo a mi artillero:
- "No encontrarás a ninguno de esos por aquí, hijo. Déjame ver que puedo hacer."
Comienzo a comprimir las heridas y suturar las peores para evitar que sigan sangrando mientras espero que Hendel me haya enseñado lo suficiente con su cuerpo maltrecho acerca de mantener soldados vivos. Hemos perdido a varios y no permitiré que perdamos aun más, sobre todo cuando falta tan poco para llegar a la seguridad de la Sirius Beta. Me quedo atendiendo mientras la lanzadera se eleva y posicionándolos en lugar idóneos para el ascenso fuera de la atmósfera de aquel planeta infernal.
Completamente inconsciente, poco puedo hacer cuando salvo dejarme ser arrastrado por un zapador al que a partir de hoy le debo la vida. Contra todo pronóstico cuando fui derribado quedando más muerto que vivo ese tío ha cargado conmigo hasta la lanzadera, ganándome así el billete de salida de aquel infierno de hielo y horror.
Seguramente y en el mejor de los casos, de haber cobrado consciencia en algún momento me habría tragado sin miramientos la cápsula de cianuro que todo infante llevábamos en el equipo reglamentario. Ahora sé porqué te dan esas dosis letales de "muerte rápida" en una bolsita de plástico individual.
Demasiado hecho polvo para gritar, demasiado muerto para siquiera poder sentarme y asegurar el asiento por mi mismo me limito a abandonarme cuando empiezan a aplicarme la asistencia médica de emergencia. Las punzadas de las ajugas que suturan los cortes más profundos son un lejano eco en mi mundo de confusión. Todo parece rugir en un portentoso y distante rumor con voces de marines gritando y alguien que exige que no me duerma y siga consciente aunque continuamente pierdo el sentido.
Luego, unos fuertes golpes rítmicos y acompasados parecen querer atravesar por simple fuerza bruta la compuerta o el blindaje de la lanzadera y un horror me embarga la razón al suponer que seguimos postrados en el patio del fuerte y ese infierno de bichos trata de abrirse paso y masacrar hasta el último de nosotros rompiendo la nave. El pánico hace que, en un espasmo, trate de incorporarme para ceder inmediatamente a un dolor tan agudo que vuelvo a desmayarme.
Frost estaba indignado, agotado, completamente dolorido. Realmente agradecía la ayuda de Bauer, el esfuerzo que estaba haciendo era grande, y ya no iba a poder seguir sin atención médica.
Luego de varios momentos que parecieron una eternidad, llegó la segunda lanzadera. Era recomfortante ver que muchos infantes llegaban heridos pero enteros. Los gritos de Ray se habían perdido en la nada, absorvidos por las gruesas paredes de la nave, pero ya no hacía falta una respuesta de la flota a los reclamos.
Jonnhy hizo un esfuerzo y gritó ¡LA INFANTERÍA MÓVIL! al tiempo en que los oficiales del lugar se percataban de los recién llegados. Supongo que ahora podemos ir a la enfermería... mencionó mientras seguía arrastrándose ayudado por el artillero. Aunque estos no son todos...
Cuando estuvo tumbado en una camilla observó a los de la Eco y preguntó ¿Qué sucedió con los demás..? sabía que era una pregunta vacía, más un modo de mostrar preocupación que un modo de recabar información. Todos habían salido del asteroide raudamente y nadie podía saber exactamente si siquiera habría podido despegar la lanzadera que estaba detrás de ellos.
Esperó que el médico lo atendiera sin decir más.
El trasporte aun dio unos últimos respingos sobre la plataforma de aterrizaje de la nave. Lentamente las rampas de desembarco empezaron a abrirse. Respiro hondo antes de desabrocharme los arneses y salir de la lanzadera. Cual es mi sorpresa cuando en la cubierta no hay ningún médico o equipo de ayuda para los que habíamos abandonado el planeta.
Los hombres y mujeres de la infantería móvil seguíamos presos de cierta ansiedad por la cual esperábamos ver que había pasado con el resto de nuestros compañeros. De pie por la cubierta sin rumbo fijo, pues nos habían dejado allí como si fuéramos mero material.....puñetera flota de las narices.... Escucho a Frost gritar como en los campos de entrenamiento y acto seguido....supongo que algún oficial con dos dedos de frente..... nos preparan una sala donde podamos ser por fin atendidos.
- Joder que gusto volver a "casa". Si llamo a esto casa lo de ahí abajo si que ha sido un verdadero infierno.
Nuestros compañeros heridos empiezan a ocupar los catres que empiezan a aflorar como setas, algunos médicos se dirigen a nosotros para ver nuestro estado de salud. - Señor allí. Señalando donde se encuentre Baron. Ese, si que necesita un médico con urgencia.
Los chicos de la flota pululan a nuestro alrededor, intentando sin mucho éxito que accedamos a desprendernos de nuestros útiles de combate. Miro al intendente que con una tablilla y una caja se acerca hasta mí - Quieto parao. Deme un momento, al menos para no sentirme un trozo del mobiliario de la nave.
A bordo de la Sirius beta, mi corazón deja de latir acelerado, mi cuerpo entra en reposo, mientras veo como algunos hombre de la tripulación de abordo luego del reclamo de uno de los mandos de abordo, nos ayudan a desacoplar los trajes y nos permiten dirigirnos a una zona en donde podemos asearnos, estar en este lugar no es sinónimo de tranquilidad, la flota entera según parece esta bajo ataque, y el repliegue se hace necesario. Ningún hombre descansa, de vez en cuando se ven rostros familiares, de las lanzaderas que han logrado salir del planeta helado, heridos y más heridos llegan del contingente caído, busco entre los rostros el de Mc Nealy, esperando verle con vida, pero aun no hay nada.
No desearía volver a un lugar como ese jamás, pero mis deseos no importan en un lugar como este. Debo anotar que el traje termo-regulado fue nuestra salvación, no puedo decir lo mismo de la ligera, que de a poco se veía menguada por los fuertes cambios de clima.
Me siento profundamente agradecido con el Cabo y el Sargento, ahora concentrados en sus propios asuntos, a pesar de la conmoción no hemos cruzado palabra desde entonces, un silencio incomodo que solo refleja que nuestra batalla debería pasar al olvido, un tema más de no tocar.
Trato de imaginar la flota entera pasando a salvo entre disparos de plasma, trato de no imaginar que podría ocurrir si fuéramos impactados, trato de imaginar cual será nuestro próximo destino en este universo plagado de criaturas concentradas en convertir tus entrañas en el festín de turno.
Tomo los puros que había guardado para celebrar, los miro y los enrollo, luego los guardo nuevamente, se que este no es el momento.
Los datos técnicos adquiridos durante la batalla, tratare de aplicarlos en próximas ocasiones, seguramente, hallare la forma de pasarle cuentas a nuestros amigos invasores de planetas.
Miro al techo metálico, mientras respiro el aire viciado del entorno de la nave, trato de descansar cuanto pueda, sin dejarme caer dormido, seguro ya vienen las ordenes… siempre hay trabajo que hacer.
El fuerte había quedado atrás ya y las compuertas de la lanzadera se habían cerrado privándoles de toda oportunidad de saber que había sido de sus compañeros a la distancia; lo que hubiera sido de sus compañeros lo desconocían por completo y no podrían saber nada de ellos hasta que llegaran a la Sirius Beta.
Por sus mentes pasaba la idea de que quizá ya no volverían a ver a todos sus compañeros. El terrible combate había quedado atrás y sin embargo era algo que recordarían toda la vida.
Atravesando una cuantiosa nube de bichos alados, la lanzadera apoyada por los cazas de la flota logró atravesar con éxito la atmosfera de Galdonia VI. Turbulentos movimientos asolaban la lanzadera mientras dejaba atrás a aquella maldita roca helada. Sin embargo lo que les esperaba en el espacio exterior no era mas tranquilizador, la flota estaba siento atacada de forma constante y preocupante por proyectiles de plasma desde la superficie de Galdonia. Por lo que podían apreciar la flota se estaba retirando de la orbita del planeta.