-No, no... -musitó Aisha, haciéndose atrás, como si negara la evidencia que se le presentaba. Aquellos recuerdos que volvían a ella le hacían sentir como si despertara de un sueño, como si recuperase una parte de ella largo tiempo perdida. Y justo entonces, Nadie, su hermano, le arrebató un fragmento de ella misma. La Bruja sintió el dolor de la Virgen. Debía hacer algo, sabía que podía, ya lo había hecho antes con aquellos rufianes en la otra sala. Pero entonces tenía el apoyo de Animus para ser fuerte y, sobre todo, no tenía que hacer frente a los ojos de su hermano. Si por lo menos hubiese actuado con malicia, pero sus gestos eran casi cariñosos, como los de un niño que juega y no sabe lo que hace. La Bruja se sentía arrinconada. -¿Por qué, por qué Barba Azul tiene un fragmento así de nuestro pasado, hermana? ¿Cuál es el propósito de todo esto, si no torturarnos con un pasado que a duras penas recordábamos? -había impotencia en la voz de la Bruja, por primera vez en mucho tiempo. -¿Nos ofrecéis una bestia? -le dijo al muchacho -¿Y qué haríamos con ella?
Virgen observa estupefacta al muchacho, que ahora recuerda como su hermano perdido. Nota el dolor en la mejilla, y apenas escucha las palabras de Bruja. No sabe por qué Barba Azul está haciendo esto, pero sólo sabe que deben salir de aquí cuanto antes. Quizás la contestación de Nadie les dé una pista de cómo poder marcharse, así que espera a que su hermano responda a la pregunta de Bruja.
- Para aprender, hermanita, para ver.- El joven se aproximó al árbol con el caballo extraído de su mejilla en la mano, como si buscase un animal gemelo que se correspondiese con sus formas, para finalmente acabar tomando un buey colgante, tras el que se descubrió otra figura, la de un hombretón barbado cuyo cabello había sido tintado de color azul.
Nadie volvió junto a su hermana y posó el cornudo bulto de cera junto a su mejilla antes de comenzar a calentar y extender la cera que lo conformaba, amasando y masajeando el animal en el hueco que él mismo había creado. Sus dedos iban del lomo del buey hasta el mentón de Aisha y de vuelta a la cuenca de su ojo, hasta que ella dejó de notar el dolor causado por aquel agujero. sus dedos fueron hasta la superficie y reconoció el tacto de la piel en la que había nacido, así como el fino bello rubio que nadie más veía a no ser que estuviese tan cerca de su rostro como lo estaría un amante.
La esposa cerró los ojos y al volver a abrirlos se encontró de nuevo en la cocina de su antiguo hogar. Sus manos, teñidas de rojo, manipulaban un cuenco en el que se mezclaban yerbas y sangre, sangre del buey que acababan de despellejar para ella, mientras los mozos la ayudaban a preparar las brasas en las que se haría el animal para deleite de su futuro esposo.
Aisha volvió a parpadear en aquel recuerdo, y vio sus manos azotando un muslo cubierto de bello cobrizo, un cuarto trasero de un animal sobre el que se sentaba su hermana Raaida justo en le momento de ser despedida por los aires. Gritos, caos, miedo... Y las risas que llegarían en días posteriores, peor eso no lo vivió en un flash, lo recordó como parte de su propia infancia.
Cuando volvió a separar sus párpados si que se encontró de nuevo junto a Nadie, quien se había abierto la camisola, mostrando que en el centro de su pecho había una oquedad que nunca habría imaginado en nadie vivo.
- Él emplea lo que pende del árbol, o trae nuevas piezas para mi defecto, me hace ver, me toma de la mano, y hace que le susurre al oído. Pero ahora que estás aquí creo que ya no me necesita... Y yo... Yo no me quiero ir.
Mientras hablaba la esposa comenzó a notar un fuerte olor a humo. Y a la espalda de Nadie, vio cómo este surgía de la cabaña en que Nadie debía de hacer su vida, si así podíamos llamar a aquello.