Habiendo decidido ir hacia el sur para arrojar alguna luz sobre las piedras mágicas perdidas. El grupo se puso en marcha casi de inmediato.
El camino no estaba demasiado definido, pero sí lo suficiente como para no perderse. Conforme se acercaban a la supuesta colina dónde se encontraban los druidas impíos, los compañeros se acercaban más y mas a una cortina casi opaca de niebla, lo cual les inquietó bastante.
El sendero que atravesaba el espeso bosque les condujo a una colina cubierta de hierba muerta y montones de roca negra. Tras un titubeo momentáneo, los compañeros decidieron avanzar con Dagult y Emeralda a la cabeza. Ésta última desenvainó sus armas alegando que esa aparente calma la inquietaba. Un estruendoso rayo impactó sobre la cima de colina, ensordeciendo todo alrededor.
Trifius entonces examinó uno de los montones de rocas cercanos a la parte inferior de la colina y determinó que se trataba de tumbas ancestrales, probablemente de una especie que no pertenecía a vuestro mundo natal. Sus inscripciones, en un idioma totalmente desconocido, resultaría indescifrable.
Con decisión, el grupo continuó ascendiendo hacia la cima por el sendero que quedaba entre círculos concéntricos de piras de roca negra.
Cuando por fin llegaron a la cima, un extraño fenómeno les llamó poderosamente la atención: Un ancho anillo de rocas negras y otras más pequeñas formaban en conjunto un círculo que encerraba un campo de hierba muerta. Los relámpagos golpeaban el borde del anillo de vez en cuando, iluminando una espantosa estatua de cincuenta pies de alto hecha de ramitas entrelazadas y llenas de tierra negra, esta estatua se asemejaba fugazmente a Lord Strahd.
Dagult y Garrett tomaron la iniciativa y decidieron seguir el sendero que atravesaba perpendicularmente el círculo, interesados en esa extraña estatua. Allí, divisaron que el camino atravesaba el círculo hasta llegar a una arboleda con un extraño gran árbol en un claro central.
Otro rayo impactó en el borde del círculo y su luminiscencia reveló a los dos compañeros una docena de figuras que estaban llevando a cabo un extraño ritual. La mitad de ellas eran similares a los druidas con los que ya se habían enfrentado en la bodega, las cuales llevaban a cabo una conjuración acompañada de una peculiar danza. El resto de figuras fantasmagóricas se asemejaban a corpulentos bárbaros pero, estos no se movían ni parecían interactuar en el ritual.
Tar- Gar que había decidido concentrarse en revelar si toda esa escena era producto de la magia, aguardó junto a Trifius y Fionn. Ezmerelda se adentró también en el círculo.
Finalmente revelaron que nada de lo que estaba ocurriendo allí era producto de la inescrutable madre naturaleza. Los druidas estaban llevando a cabo un poderoso ritual de conjuración alrededor de la estatua.
A pesar de que no hacía demasiado tiempo que se conocían, estar en un mundo extraño y tenerse los unos a los otros como único apoyo les hacía estar muy compenetrados a la hora de usar sus armas. Los druidas no fueron rival y, aunque trataban de mantener vivo el ritual, en pocos segundos los compañeros los habían reducido a la nada. A todos salvo a uno a quién Dagult ató toscamente con su cuerda para después interrogarle. Cuando todo acabó, a lo lejos, en la falda de la colina, todos los compañeros pudieron divisar la figura de un caballo negro envuelto en llamas, sobre el cuál podrían asegurar que se hallaba la figura del mismísimo Strahd. Éste espoleó a su montura para alejarse y perderse entre el frondoso bosque circundante.
Pese a las técnicas intimidatorias de Tar-Gar, el druida poco más reveló. Dijo que estaban cometiendo un sacrilegio contra su "dios" y que habían arruinado un imprescindible ritual. Dagult observó que los druidas habían emergido de sendas tumbas y ataúdes que se encontraban alrededor, algo que se les antojaba tétrico.
Una vez vieron que el druida iba a ser de poca ayuda, Garrett se animó a trepar sobre la estatua, en cuyo interior palpitaba lentamente una guema del tamaño de un cráneo, emitiendo una leve luminiscencia en cada latido. El saqueador trató de alcanzarla con sus propias manos pero en un primer intento casi cae al suelo y tuvo que agarrarse fuertemente a las ramitas que la componían. Un segundo intento con su daga logro contactar con la piedra, pero de alguna manera se dio cuenta de que estaba mágicamente sujeta a la estatua, flotando en su interior. Fue entonces cuando decidieron pasar a métodos menos ortodoxos: con ayuda de la magia, quemaron la estatua por completo, lo que hizo que la gema cayera lentamente hasta posarse sobre la árida tierra. Dagult entonces se animó a tomarla con sus manos y una fuerza revitalizante recorrió todo su cuerpo, una sensación muy agradable. Finalmente se la ofreció a Tar-Gar, que la guardó en su zurrón.
El enano, había estado observando unas grandes raíces que emergían en la base de la estatua y que no sucumbieron al fuego. Llegó a la conclusión de que estas raíces pertenecían al gran y extraño árbol que se encontraba en el lado sur de la cima.
Sin pensarlo demasiado, el grupo se dirigió a la arboleda y, antes de entrar en ella, fueron afortunados de darse cuenta de que se encontraba infestada de las criaturas deformes con las que ya antes habían lidiado. El árbol parecía rezumar sangre y una reluciente hacha se encontraba incrustada en su base, un poco más arriba que un esqueleto humanoide.
Ezmerelda propuso otorgar invisibilidad a uno de los compañeros para que se internara en la arboleda sin ser visto y recuperara el hacha, habiendo descartado por completo un ataque frontal. De esta forma, el elegido fue Garrett quién hizo lo propio y recuperó el hacha. Para su sorpresa, el arma parecía mucho más ligera de lo que aparentaba.
Cuando decidieron abandonar la colina, un extraño fenómeno les volvió a sorprender, en especial a Tar-Gar. Un susurro, una voz profunda llevada por el viento dijo que había estado esperando mucho tiempo por alguien digno para ser el portador de su lanza, ansiosa de sangre. Tar-Gar, casi llevado porla sugestión comenzó a desenterrar uno de los túmulos, donde se reveló una lanza de cuya punta parecía brotar sangre fresca.
Trifius estudió los dos objetos en el camino de vuelta, revelándolos como poderosas armas mágicas.
A Trifius no le gustó la magia que imbuía aquella lanza. Era peligrosa, y más aún en manos del pérfido enano. Si ya de por sí el gnomo acostumbraba a dormir con un ojo abierto, dada su desconfianza y paranoia natural, ahora lo haría más si cabe.
No obstante, en estos momentos tenía otras preocupaciones más importantes en la cabeza. Ansiaba volver al viñedo de los hombres cuervo para entregarles la gema y comunicarles la derrota de los druidas. También les hablaría sobre el extraño árbol que encontraron. Confiaba en que todo ello fuera suficiente para proceder, por fin, a la entrega de un carromato de vino en Krezk.
Así, se encaminó junto a sus compañeros hacia el 'Mago de los Vinos' todo lo rápido que le permitieron sus cortas piernas.
A pesar de ser un hombre de armas, ninguno de los dos objetos mágicos pareció llamar lo más mínimo la atención de Dagult, que por alguna extraña razón se mostraba demasiado vinculado con aquel viejo y desgastado espadón.
-¡Venga! Vamos a ir cerrando temitas, que quiero volver a casa pronto.
-Home? You ain´t no home, fucking bastard. Hahaha!!!
-La tindré ben prompte. Sols em falta una gàbia en la que tancar-te per sempre, malparit.
Con cautela, volvéis a recorrer los sinuosos caminos que ya habéis recorrido para volver a los viñedos de la familia Martikov. A pesar de lo siniestro de estas tierras, alcanzáis la bodega sin más sobresaltos.
Los Martikov os reciben de buen grado, sabedores de que pueden contar con vosotros. Hasta ahora habéis sido de gran ayuda para ellos.
Casi la totalidad de la familia está llevando a cabo tareas de reconstrucción de la hacienda. Otros están labrando el campo de las viñas pero parecen decaídos con los resultados obtenidos.
El viejo Martikov, apoyado en su bastón, os mira fijamente conforme accedéis a su propiedad.
¡Humpf! - musita.
Tirada oculta
Motivo: Encuentro?
Tirada: 1d20
Dificultad: 15+
Resultado: 9 (Fracaso)
-¡Saludos, anciano! Nosotros también nos alegramos mucho de verte--ironiza Dagult con una media sonrisa ante la "cálida" bienvenida recibida--Hemos encontrado una de las gemas. Efectivamente, la tenían los druidas. Y también podemos confirmar que Stradh está compinchado con ellos. Estaban levantando una estatua de madera suya aprovechando la energía de la piedra.
-¡Ah! Cuando podamos, tenemos que ir con más gente a talar un feo arbolucho que tapa las bonitas vistas de aquella zona hacia la espesa niebla.
El guerrero se vuelve hacia Tar Gar haciéndole un gesto para que el enano se aproxime:
-Sácala, anda.
-Por favor, que no se saque la polla--se guarda para sí el luchador.
Aún con todo lo que habían demostrado, el viejo Martikov seguía tan desconfiado y cascarrabias como de costumbre.
-Así es. Ojalá pudiéramos quedarnos más tiempo y ayudaros a recuperar las otras gemas, pero hay más personas que dependen de nosotros, como en Krezk, donde vuestro vino puede hacer mucho bien. Cuanto antes podamos partir con un cargamento, mejor.
<> pienso mientras mis compañeros hablan con él intentando explicarle la situación. También me doy cuenta del ambiente de tristeza que hay entre los trabajadores..
—¡Amigos! con la gema recuperada podréis volver a fabricar ese exquisito caldo tan famoso en esta región, con un poco de trabajo lograréis recuperaros, y seguirán hablando del vino de Krezk como un elixir de dioses..— digo esto manteniendo una sonrisa.
Sin más preámbulos, Tar-gar extendió la gema al viejo.
Aunque la alegría fue colectiva, el viejo Davian Martikov volvió a aprovechar la ocasión para culpar a su yerno Urwin de todos los males que estaban sufriendo los Martikov.
Cuando por fin se calmaron los ánimos, varios miembros de la familia Martikov se pusieron manos a la obra para enterrar de nuevo la gema entre sus viñedos. Al menos ahora podrían cumplir mínimamente con los envíos.
Tres mozos dispusieron el carromato que partiría hacia Krezk. Los compañeros se ofrecieron para llevarlo a su destino pero Urwin les dijo que sus propios hombres lo harían aunque aceptaba de muy buen grado que escoltaran la mercancía hacia Krezk.
Así lo hicieron y, sin más sobresaltos, alcanzaron los muros de la bien protegida Krezk. Allí, el burgomaestre Dmitri Krezkov les abrió las puertas sin más problemas.
Krezk era un lugar aislado del resto de las tierras de Barovia. No parecían existir comercios, posadas ni ningún otro establecimiento. Las modestas viviendas contaban con una pequeña granja y un pequeño campo santo que posiblemente acogía las tumbas de toda la familia. Todo parecía funcionar con el autoabastecimiento.
Los locales, algo estupefactos ante la visita de los compañeros, se mostraban tan fríos como la fina capa de nieve que lo cubría todo.
El camino hacia la abadía, que descansaba en un acantilado a lo alto de un cerro al este del pueblo, estaba ahora despejado y así, decidieron poner rumbo a la misma. Tras un largo y serpenteante ascenso, los compañeros se encontraron un edificio renqueante, abandonado. El silencio sólo era roto por algunos gritos ininteligibles y risas maléficas que resonaban en todo el cerro.
Finalmente Tar-Gar decidió que ya estaba bien de preámbulos y asestó una patada a las puertas que llevaban a un patio interior. El violento golpe puso en alerta a dos peculiares criaturas, que parecían ser los guardianes de este lugar. Ambos parecían estar compuestos de varias partes de diversos animales. El interlocutor, un humanoide bajito completado con partes de un asno y otras de un león les dio una extrañamente cálida bienvenida. Como se mostraron amistosos, Otto, pues así se llamaba la criatura, les dijo que si querían entrevistarse con el Abad deberían acompañarles. Así lo hicieron y Otto les acompañó al patio interior junto a Zygfrek su compañero que se mantenía en silencio ocultándo sus rasgos reptilianos y simiescos tras una capucha negra. Otto tenía dificultades para andar y más bien daba brincos como si de un simio se tratase.
Al acceder al patio interior, Otto les pidió que esperaran aquí para ser recibidos por el Abad. Todo parecía muy extraño, ya que desde su posición se veían varias jaulas y postes con extrañas criaturas encadenadas, aullidos y risas extrañas. Casi todos pedían comida. Garrett se interesó entonces por un pozo que se encontraba en las cercanías y, al observar su fondo, fue sorprendido por una criatura mitad humana mitad araña quién desesperada por el hambre, atacó al saqueador.
Todos se dispusieron para defender a Garrett pero Ezmerelda pidió que cesaran sus ataques pues, suponía que la propia naturaleza y el hambre de la criatura era lo que estaba haciéndola atacar al saqueador. Los compañeros oyeron las sabias palabras de la renegada vistaní. A los pocos segundos, el Abad hizo su aparición.
Era un hombre apuesto, con un porte elegante y unos excelentes modales. A pesar de ello, parecía haberse vuelto loco maquinando un extraño plan para acabar con Strahd: Construir una criatura que hiciera las veces de casamentera para el vampiro y así poder acabar con su tiranía.
Otto, Zygfrek y el resto de criaturas eran pruebas fallidas para su plan. El Abad les ofreció un recorrido por la abadía aludiendo a que no recibía muchas visitas y los compañeros no se negaron. Dentro, la locura del hombre se hizo plausible pues, sus palabras y maquinaciones no eran peores que sus experimentos, los cuales mostraba con cierto orgullo.
Finalmente accedieron a una estancia más amplia donde una criatura vestida de rojo aguardaba en silencio. Ciertamente era bella, a su manera y el Abad decía ser su obra maestra, la obra que finalmente le llevaría al éxito. Sólo le faltaba un bonito vestido de casamentera y no dudó en pedirle ayuda a sus huéspedes.
Entre todas las presentaciones y adulaciones al proyecto del Abad, Garrett aprovechó la oportunidad de registrar un gran símbolo del Señor de la Mañana que colgaba de una de las paredes. Éste, escondía un doble fondo del que, sin que nadie se diera cuenta, Garrett consiguió algunos objetos. Entre ellos, un manuscrito bien encuadernado.
La excusa de Trifius para no ayudar inmediatamente al Abad fue la explicación de sus propios planes para acabar con Strahd y éste la aceptó encantado.
Pusieron rumbo de nuevo a Krezk y a mitad de camino, decidieron leer el libro. Tras un momento de titubeo, fue Dagult quién finalmente se animó a abrirlo. En él, se podía leer un diario muy curioso. Parecía haber sido escrito por el propio Strahd y en él, se revelaba tanto su pasado como sus objetivos y debilidades. Sin duda una ayuda inestimable para acabar con el vampiro.
Una vez en Krezk, decidieron visitar al burgomaestre que estaba muy afligido por la muerte de su hijo. Su esposa lloraba desconsolada y el Abad hizo su aparición. El peculiar "hombre santo" se ofreció a restablecer la vida del muchacho y asegurar la línea de sangre de los Krezkov. Así lo hizo y, con un poderoso conjuro, trajo de nuevo a la vida al muchacho.
En un principio todo parecía encajar y sus padres rompieron en un llanto de felicidad inmensa pero, los compañeros se dieron cuenta de que algo había salido mal y no pudieron dejar de pensar en todas las aberraciones que habían visto en la abadía abandonada.
El Abad pidió como retribución que el burgomaestre le ayudara a conseguir un vestido de novia para su última creación y la esposa del burgomaestre se ofreció para ir a Vallaki en busca de alguno.
Por su parte, los compañeros decidieron seguir su propio plan que les llevaría hasta Argynvostholt, una mansión en ruinas no muy lejos de allí.
Mientras viajaban entre las brumas por aquellos sinuosos e interminables caminos, Dagult se mostró aún más taciturno y retraído que de costumbre. Discutiendo consigo mismo, en ocasiones de manera acalorada, el psicótico luchador parecía seguir dándole vueltas al extracto del diario que Garret había tomado prestado.
-Está claro que el conde Stradh es un tipo cruel y despiadado. Tan sólo hay que ver lo que ha hecho a su gente... y a nosotros. Pero puede que todavía quede algún resquicio de esperanza para él. En algún momento del pasado fue una persona más o menos normal. Al menos eso pone en el libro. ¿Y si en lugar de acabar con él pudiésemos ayudarle a redimirse?--comentó tímidamente cuando el grupo hizo un breve receso para reponer fuerzas.
Lo cierto es que el guerrero del espadón sentía una vieja punzada, un extraño recuerdo de cuando era niño. De hecho, él mismo había comenzado a odiar todo cuanto lo rodeaba al verse rechazado incluso por sus más allegados.
-You´ll never change, little bastard. No matter what you may say to yourself, you´ll always belong to me. Ha ha ha!!!
-Això ha de canviar algun dia, fill de puta.