La niebla espesa y fría se arremolinaba en el patio. Rayos esporádicos emergían desde las nubes sobre el cielo mientras su estruendo agitaba el suelo. A través de la llovizna, el flameo de las antorchas flanqueaban las puertas principales del castillo ahora abiertas. La luz cálida se filtraba desde la entrada, inundando el patio. Muy por encima de la entrada, una ventana redonda con fragmentos de cristales rotos llamó la atención del grupo que avanzó hacia el interior con paso firme.
Al entrar en esa antesala, el inconfundible y tétrico sonido de un órgano comenzó a escucharse desde otras puertas opuestas que se abrieron a su paso. Cuatro estatuas de dragones rojos comenzaron a cobrar vida y una voz profunda comenzó a resonar en el recibidor preguntando a los compañeros quiénes eran y por qué estaban allí. No dudaron en mostrar la invitación de Lord Strahd y de esta forma, la voz les invitó a acceder a la sala contigua.
Las telarañas se extendían entre las columnas de una gran sala polvorienta, tenuemente iluminada por antorchas chisporroteantes en apliques de hierro. Las antorchas proyectaban extrañas sombras sobre las caras de ocho gárgolas de piedra que se inclinaban inmóviles sobre el borde del techo abovedado. Los frescos del techo agrietados y descoloridos estaban en estado de descomposición.
Un elfo de piel morena y cabello largo y negro descendió grácilmente por una amplia escalera, silencioso como un gato. Vestía una capa gris sobre una armadura de cuero negro. "Mi maestro os espera", dijo.
Rahadin, pues así se llamaba en chamberlain del Castillo, guió a los compañeros hasta un comedor, cerrando la puerta cuando todos entraron en él y separándose del grupo.
Tres enormes candelabros de cristal iluminaban brillantemente esta magnífica cámara. Lospilares de piedra se levantaban contra las paredes de mármol blanco opaco, que sostenían el techo. En el centro de la habitación, una mesa larga estaba cubierta con una fina tela de satén blanco, llena de gran cantidad de comida de aspecto suculento. Preparada cuidadosamente para cinco comensales. Primero Tar-Gar y después el resto, se afanaron en probar la que probablemente habría sido la mejor comida que habían probado desde que estaban atrapados en estas tierras.
En el centro de la pared oeste, entre grandes espejos, se encontraba un órgano majestuoso. Sus tubos emitían una estruendosa melodía en tono de grandeza y desesperación. Sentada en el órgano, de espaldas a los compañeros, una sola figura golpeaba las teclas en éxtasis arrebatado. La figura se detuvo de repente, y cuando un profundo silencio caía sobre el comedor, lentamente se volvió hacia los invitados. No era otro que el mismo anfitrión, Lord Strahd.
Tras una breve conversación que no revelaría nada nuevo, salvo que los compañeros eran libres de deambular por su castillo, la figura de Strahd se desvaneció dejando tras de sí una profunda risa maléfica, apagando todas las fuentes de luz de la estancia.
Trifius estaba decidido a volver sobre sus pasos, hacia el gran recibidor. Pero entonces Garrett examinó de cerca el órgano, ahora en silencio y descubrió un mecanismo con el cuál revelaría una entrada secreta tras él y así, los invitados decidieron explorar las estancias tras el órgano.
Tras subir a las almenas del Castillo, se decidió por unanimidad bajar a las catacumbas del mismo, ya que las profecías de la Tarokka decían que allí se encontraría su anfitrión.
Una vez bajo tierra, la curiosidad de Trifius le llevó a explorar una estancia llena de los restos óseos de varios animales y humanoides. Algunos de ellos cobraron vida pero, la gran intervención divina de Tar-Gar hizo que estos explotaran en mil pedazos y no supusieran un gran problema.
Tras esto accedieron a otra macabra cámara: El suelo de esta área estaba cubierto de manchas oscuras, parecidas a pintura. Grandes mesas de roble, marcadas y golpeadas, yacían esparcidas como juguetes por la habitación, con su madera astillada. Éstas, habían sido reemplazadas por muebles hechos completamente de huesos humanos.
Las paredes y el techo abovedado de seis metros de alto tenían un color amarillento, no por el desgaste del tiempo, sino porque estaban adornados con huesos y calaveras dispuestas de una manera morbosamente decorativa, dando a la habitación el aspecto de una catedral. Cuatro enormes pilas de huesos ocupaban las esquinas de este osario, y guirnaldas de calaveras se extendían desde estos montículos hasta una lámpara de huesos que colgaba del techo sobre una larga mesa construida en el centro de la habitación, también de hueso. Diez sillas de hueso adornadas con calaveras decorativas rodeaban la mesa, descansando encima de la cual había una vasija ornamentada en forma de cuenco hecha de más huesos.
Las puertas al norte y al sur estaban revestidas de huesos, pero las puertas dobles en el centro de la pared este no lo estaban. Sobre estas puertas orientales se encontraba el cráneo de un dragón.
En el otro extremo de la mesa se encontraba sentado cómodamente Lord Strahd, sosteniendo el cráneo de un enemigo muerto hace tiempo, alzando su mirada y esbozando una leve sonrisa que dejaba entrever sus enormes colmillos.
Trifius tragó saliva intentando que no se le notara la inquietud. Strahd les había dejado a sus anchas en su propia morada, pero era cuestión de tiempo que saltara sobre sus cuellos. No obstante, dicha libertad quizá les hizo confiarse demasiado y precipitarse en buscar la sala de huesos, la última de las profecías. Y es que si se trataba de la última carta que configuraba sus destinos, por algo sería. Allí les esperaba el lord vampiro, y ya era demasiado tarde para dar marcha atrás...
-Bueno, parece que este juego del gato y el ratón ha llegado a su fin, ¿Es así?-preguntó el mago a Strahd-. Si estoy en lo cierto, creo que es un buen momento para revelarnos qué hacemos aquí. ¿Por qué nos arrastró desde nuestro mundo? ¿Qué precisa un ser todopoderoso como usted de unos humildes aventureros como nosotros?
¿Eso crees Trifius? - responde con otra pregunta el vampiro mientras fija su mirada en el cráneo. Su tono es sarcástico casi burlón -. Lo cierto es que tenía mis reticencias a traer a un gnomo a mis tierras aunque encajarías a la perfección en alguno de esos circos ambulantes. Pero no es tu ralea lo que te trajo aquí Trifius - ahora su tono es mucho más serio -. Ese ansia por el conocimiento, esa avidez de poder... sí, no hay tanta diferencia entre tú y yo.
Lord Strahd permanece impasible, como si vuestra presencia le llenara de desidia.
-Me temo que sí la hay, Strahd--apostilla Dagult de manera bastante impertinente a causa del influjo que la hoja solar tiene sobre su persona--Hay una gran diferencia entre mi buen amigo y vos. Y no, no sólo se trata de un asunto de altura. O mejor dicho... igual sí, pero de altura moral. No sois más que un enfermo pervertido con aires de grandeza. Jugar con el destino de tanta gente inocente por haber perdido el amor de tu vida... ¡Ja! Ni un niñato adolescente se lo tomaría así, hombre.
-Pero tampoco os devanéis demasiado los sesos, que ahora mismo voy a encargarme de desparramarlos por esta misma estancia--concluye la amenaza el caballero arcano mientras se lleva una mano a la empuñadura mágica.
Ha... HAHAHAHA... - Srahd rompe en una sonora carcajada -. Entonces el hermano mayor defiende al pequeño, ¿No es así? - el tono del vampiro vuelve a ser sarcástico - No creo que seas tú Dagult el más indicado para hablar de moralidad. ¿Les explicaste a tus compañeros alguna vez el mal que se esconde en tu ser? ¿Crees que pueden confiar en ti?
El vampiro hace una pausa mientras observa al resto del grupo.
¿Me amenazas? ¿Crees que te tengo miedo?
La paciencia de Strahd había llegado a su fin. Las ñoñerías de Garrett le desesperaron y empezó a temer por las amenazas de Dagult.
El vampiro se posó sobre la mesa de hueso y avanzó hacia los compañeros mientras invocó un mar de murciélagos y ratas para mantenerlos entretenidos.
Pronto Dagult se puso en guardia y ambos comenzaron a intercambiar golpes. Lord Strahd era un enemigo sin parangón, resistía la magia de Tar-Gar y Trifius, incluso hasta el punto de no parecer resentirse por la misma. Las flechas de Garrett atravesaban su cuerpo sin mayores efectos, sus heridas se cerraban con asombrosa rapidez. También el alegre Fionn se vio superado por la indolencia del vampiro. Pero lo peor de todo no era eso, Strahd era rápido, más rápido que lo que la vista de los compañeros llegaría a comprender jamás. Sus garras afiladas aparecían de la nada desgarrando armaduras y carne como si fuera mantequilla.
Según habían comprendido, si algo podría destruir a Lord Strahd era la espada de luz que portaba Dagult. Sin embargo, tras varias embestidas, el guerrero parecía abatido al no afectar en absoluto al físico del vampiro. Pero no decayó, su perseverancia llegó a poner en riesgo su propia vida. Inspirado incansablemente por Fionn, apoyado por las distracciones de Garrett y los conjuros de Tar-Gar y Trifius. La espada comenzó a hacer su trabajo, cada embestida parecía calcinar la propia consciencia del vampiro, que empezó a temer por su existencia. Dagult resistía estoico, con sus habilidades protectoras de su lado y quizá también algo de suerte.
Finalmente Lord Strahd no pudo escapar, un tajo certero de la espada solar lo hizo perecer, o al menos eso parecía. Tar-Gar, muy avispado, trató de embestir con su lanza mágica la forma gaseosa que había emergido del cuerpo del vampiro tras la batalla... y pareció funcionar.
Strahd no pudo ocultar su sorpresa ya que la muerte lo lleva al abismo negro. La sorpresa se convierte en furia, y los cimientos de Ravenloft tiemblan de furia, sacudiendo el polvo del techo del castillo. Los temblores disminuyen cuando el ardiente odio de Strahd se derrite, reemplazado al fin con alivio. Los orbes oscuros de sus ojos se marchitan y se hunden en su cráneo mientras su cadáver se deteriora ante vosotros. En cuestión de instantes, solo quedan huesos, polvo y su vestimenta noble. Strahd von Zarovich, el señor oscuro de Barovia, está muerto y desaparecido.
La muerte de Strahd otorga a Barovia un indulto. La niebla que rodeaba la tierra se desvanece y ya no supone un peligro para aquellos que la atraviesan. Las nubes oscuras que se han asomado sobre el valle durante siglos dan paso a la luz del sol, sorprendiendo a los barovianos en su desesperación.
Los barovianos ven la luz del sol como una señal de que el mal en su tierra ha sido purgado. Aunque ahora es posible escapar, la mayoría de los barovianos se dan cuenta de que no tienen adónde ir y no tienen motivos para irse. Algunos parten, temiendo el regreso de la oscuridad o el anhelo de ver sus patrias ancestrales. Aquellos que tienen almas pueden abandonar el valle, mientras que aquellos sin alma se desvanecen en la nada cuando dan sus primeros pasos más allá del límite del antiguo dominio de Strahd.
Los murciélagos, lobos y necrófagos de Barovia pierden su vínculo sobrenatural con Strahd tras su destrucción y se convierten en bestias ordinarias, destinadas a ser perseguidas o conducidas a los confines más lejanos del Bosque Svalich. Incluso después de la muerte de Strahd, el Castillo Ravenloft sigue siendo un lugar embrujado evitado por todos los barovianos. Su inmensidad oscura y su rostro amenazante son suficientes para disuadir a los lugareños de saquearlo o volver a ocuparlo.
Para todos, excepto para Tar-Gar. Conforme sus compañeros abandonan el castillo, el enano cierra las puertas ante él y una risotada maligna resuena en la maltrecha estructura. El único anhelo del enano no era volver a casa, sino convertirse en el Señor de estas tierras.
Sus compañeros no miran atrás, atravesando un valle ahora iluminado y rebosante de salud, pueden volver a su tierra natal y abandonar para siempre estas impías tierras.