Bueno. Parecia que finalmente se habían puesto de acuerdo y los dos grupos estaban formados. Era lo mejor, y no porque fuese él quién sacó a coalición el tema de que alguien escoltara al padre. Como habían dicho algunos más, no sería un gran consuelo rescatar a la niña para que después el padre muriera por el camino.
Tras eso,y como partirían temprano, el mago se excuso pronto para poder descansar y prepararse para el viaje que les eperaba. Lo cierto es que no era muy ducho con los caballos, pero una aventura era una aventura.
Damas y caballeros, me temo que me retiro a dormir ya. Ha sido un largo día, y nos esperan algunos más duros todavía. Que descansen, nos vemos por la mañana.
Pese a todo, Garath no se fue enseguida a dormir. Si no que se pasó un buen rato estudiando sus libros y pensando en qué conjuros sería los adecuados para llevar preparados.
Pues nada. A la escena nueva entonces.
Viet asintió con un sordo gruñido a las palabras de Diesa y luego olfateó el manojo de hierbas que le obsequiara Agarot. Masticó unas hebras, las escupió y se quedó largo rato observando aquel amasijo marrón verdoso; finalmente, y tras echarle otra escrutadora mirada a su nuevo compañero de ruta, bufó algo ininteligible y guardó las hierbas en su morral entre sus innúmeros cachivaches. Diesa comprendió que aquellas hierbas no le interesaban a la anciana más que como objeto de trueque, porque todo lo que consideraba valioso lo llevaba escondido entre sus vestidos o en algunas de las bolsas que colgaban de su cinto. Pero sonrió complacida ante las reacción de la anciana. ¿Cuánto duraría aquella tregua? Lo ignoraba, pero era de agradecer. Como las palabras de Agarot.
—Se entenderán muy bien.
Fue más un ruego que una certeza. Y que los dioses fueran clementes con el enano, porque no esperaba lo mismo de Viet. Con un viaje tan largo y agotador, la anciana se pondría fastidiosa, muy fastidiosa. (Con tal que no la abandonen en el bosque. Pobres trolls…, bromeó para sus adentros.) No, Agarot no haría eso, ningún enano lo haría. Pero no sabía que pensar de Koltron…
Diesa se puso en acción. Dispuso algunas compras que Orsik cumplió diligentemente seguido por Viet como un perro guardián. La anciana no se fiaba del enano: era joven e ingenuo y jamás regateaba unas monedas. Si por él fuera, ya tendrían la bolsa vacía.
Como estaba previsto que partieran al alba y como Dustier proporcionaría las monturas, poco quedaba por hacer más que prepararse para el viaje y descansar. Como ultima tarea, Diesa repasó minuciosamente el viejo mapa y buscó en sus libros todo lo que se decía sobre el Bosque Argénteo (que estaba asediado por pequeñas hordas de trolls y otras criaturas de los Páramos Eternos que deambulaban por este bosque en busca de presas…) el valle Rauvin, Eternlud, el bosque Túrlang y el fuerte Olostin mientras bebía un vino tibio y especiado. No cenó, porque ya lo había hecho, y muy copiosamente, en El Roble Dorado después de que en el tablón de anuncios de la posada se encontrara con…
Entonces recordó una de las notas: "Una extraña criatura ha empezado a rondar en fuerte Olostin…" Mientras aquella criatura no tuviera nada que ver con la desaparición de la niña, pensó, aunque no comentó nada, no deseaba preocupar más aún al afligido padre. Pero, que el anuncio no diera ningún detalle sobre la naturaleza de aquella criatura, la inquietó. Le hizo una seña a Agarot y, cuando este se aproximó lo suficiente, le susurró al oído lo que había leído en aquella nota. Quería que estuviera avisado y alerta a cualquier detalle extraño.
Y, al inicio de la medianoche, ya había ocupado una alcoba junto a Viet por lo que, hasta que despuntó el alba, no se enteró que Evendur había caído ante los embates de la noche y el licor.
(Otro más, pensó. Como todo continúe en esta tesitura, solo Viet llegará a Olostin…)
Planto bandera para próximo posteo. Después te lo paso para que lo subas, que yo ya no voy a poder hacerlo. =)
Dustier ya había mencionado que les suministraría la comida necesaria para el viaje en forma de raciones secas, las suficientes para llegar hasta Fuerte Olostin. También accedió a conseguir un poni para el mediano.
- Mañana al alba nos veremos en la puerta Mul. -Dijo, dirigiéndose a los que partirían en busca de su hija. -Por ahora tengo que ausentarme a una reunión con una pareja de aventureros que también están interesados en algo de trabajo. Koltron y Agarot deben despedirse de sus compañeros, iremos a la posada en la que me hospedo. Agradecería que su escolta empezara desde ya, les prometo un buen pago al final del viaje.
Las despedidas empezaban con un Enano que rápidamente cogió cariño a otra Enana y al mediano, pero solo tenían unas cuantas horas para descansar antes de que el sol despuntara en el horizonte así que no duró demasiado. Y así, Agarot y Koltron se separaban del resto de compañeros.
1 Khes, Año 2 de la era de la alianza.
Lunoscura, Frío y Nieve.
Próximo Post: Jueves (en las nuevas escenas)
+10Px a todos porque no había mucho margen para postear.
+10Px a Vater, Agaroth, Aniel, Garath y Diesa por el esfuerzo.
Escoltando a Dustier: Koltron, Agarot, [Viet] --> Por ciertos problemillas uds se fusionarán y se convertirán en el nuevo Grupo B. El posteo será domingos y miércoles
Rescate a la niña: Aniel, Diesa, [Orsik], Vater, Eldintel, Garath. --> Seguirán siendo el grupo C (días de posteo Lunes y jueves).
PARA AMBOS GRUPOS, INICIAREMOS EN ESCENAS NUEVAS.
dd aquellos tiempos y en aquellos lugares los sueños de las criaturas tenían la consistencia de la vigilia. Y cada sueño era un camino, como cualquier otro de Faërum, por donde iban y venían preguntas, mensajes, señales y órdenes. Los sueños de entonces poseían anchura y extensión, duración y profundidad como cualquier bosque. Y transitar por los senderos del sueño, en ocasiones, conducía hacia las profundas cuevas del deseo y de los miedos…
Fue sobre el un dentado altiplano que mataron y murieron las cuatro grandes sierpes que lanzaban fuegos, relámpagos y truenos. Las mismas piedras animaron al Pueblo Recio mientras hacían desaparecer a sus enemigos y reclamaban la tierra para ellos. Aún es más, el Trono se alzó de la misma piedra y tomó las calaveras de las sierpes muertas a sus pies. Y los enanos se regocijaron de que su Gran Rey tuviese un Trono digno de sus hazañas. Y aunque miles de hórridas criaturas se alzaron contra él, aquel hijo del Pueblo Recio permaneció inmutable como la roca sobre la que se sentaba y sus carcajadas se escucharon más allá de los grandes picos que horadaban los cielos.
Entre sueños, Diesa balbuceó palabras ininteligibles y se estremeció como cuando niña ante el recuerdo de aquellas antiguas historias narradas por los ancianos a la luz de los fuegos que jamás se apagaban en los gélidos inviernos de Adbar, la Gran Fortaleza del Norte. Un relato largo y laborioso, cuyos entresijos divagaban tanto como un tressym en la calígine del estío, pero que era el único relato que hablaba de los Días Antiguos, Del Lejano Sur, de los Clanes y Choques de Shanatar y del Trono de la Calavera de la Sierpe. Historias de ensueño, de tierras de misterio y de leyendas que estremecían de gozo y de terror a los niños de la ciudadela.
Un par de ojos cansados escrutaron la respiración de Diesa. (Ahora, dejémosla. Dormirá toda la noche, dijeron.) Y, bajo la mortecina luz de una vela, unos gafos dedos tomaron una rústica cuartilla y una pluma y con endebles trazos dieron noticia de los últimos hechos. Luego una puerta se cerró al sueño de la enana dormida y unos pasos lentos pero firmes se encaminaron hacia la salida del edificio, y siguieron caminando por las intrincadas callejuelas entre viejos edificios, unos pincelados de un cristalino y profundo azul y otros de un brillante verde como la oscura fronda del Bosque Alto. Los vigilantes ojos ignoraron la bella arquitectura de la urbe, los abovedados campanarios de sus muchos templos y las cúpulas doradas del propio palacio real. Los lentos pero incansables pasos se encaminaron hasta la Puerta de los Cazadores; y aún más todavía hasta trasponer las murallas bajo la adormilada mirada de los guardias.
La anciana atisbó en derredor y, tras cerciorarse de que nadie la observaba, un ululato suave y largo escapó de sus agrietados labios. Una y otra vez, alzó su canosa testa y ululó a lo alto hasta que, desde los árboles, otro ululato respondió a su llamado. Negro como las noches sin estrellas, un búho se aproximó volando y se posó sobre el hombro de la anciana. Presta, Viet ató a la pata del ave el mensaje que escribiera poco antes. Y ululó muy suavemente ante la inmensa mirada de la alada criatura.
Y el búho se alejó con graves aleteos rumbo al norte.
(Vuela rápido. Que si larga la espera, desespera.)
En aquellos tiempos y en aquellos lugares los sueños de las criaturas tenían la consistencia de la vigilia. Y cada sueño era un camino, como cualquier otro de Faërum, por donde iban y venían preguntas, mensajes, señales y órdenes. Los sueños de entonces poseían anchura y extensión, duración y profundidad como cualquier bosque. Y transitar por los senderos del sueño, en ocasiones, conducía hacia las profundas cuevas del deseo y de los miedos…
Fue sobre el un dentado altiplano que mataron y murieron las cuatro grandes sierpes que lanzaban fuegos, relámpagos y truenos. Las mismas piedras animaron al Pueblo Recio mientras hacían desaparecer a sus enemigos y reclamaban la tierra para ellos. Aún es más, el Trono se alzó de la misma piedra y tomó las calaveras de las sierpes muertas a sus pies. Y los enanos se regocijaron de que su Gran Rey tuviese un Trono digno de sus hazañas. Y aunque miles de hórridas criaturas se alzaron contra él, aquel hijo del Pueblo Recio permaneció inmutable como la roca sobre la que se sentaba y sus carcajadas se escucharon más allá de los grandes picos que horadaban los cielos.
Entre sueños, Diesa balbuceó palabras ininteligibles y se estremeció como cuando niña ante el recuerdo de aquellas antiguas historias narradas por los ancianos a la luz de los fuegos que jamás se apagaban en los gélidos inviernos de Adbar, la Gran Fortaleza del Norte. Un relato largo y laborioso, cuyos entresijos divagaban tanto como un tressym en la calígine del estío, pero que era el único relato que hablaba de los Días Antiguos, Del Lejano Sur, de los Clanes y Choques de Shanatar y del Trono de la Calavera de la Sierpe. Historias de ensueño, de tierras de misterio y de leyendas que estremecían de gozo y de terror a los niños de la ciudadela.
Un par de ojos cansados escrutaron la respiración de Diesa. (Ahora, dejémosla. Dormirá toda la noche, dijeron.) Y, bajo la mortecina luz de una vela, unos gafos dedos tomaron una rústica cuartilla y una pluma y con endebles trazos dieron noticia de los últimos hechos. Luego una puerta se cerró al sueño de la enana dormida y unos pasos lentos pero firmes se encaminaron hacia la salida del edificio, y siguieron caminando por las intrincadas callejuelas entre viejos edificios, unos pincelados de un cristalino y profundo azul y otros de un brillante verde como la oscura fronda del Bosque Alto. Los vigilantes ojos ignoraron la bella arquitectura de la urbe, los abovedados campanarios de sus muchos templos y las cúpulas doradas del propio palacio real. Los lentos pero incansables pasos se encaminaron hasta la Puerta de los Cazadores; y aún más todavía hasta trasponer las murallas bajo la adormilada mirada de los guardias.
La anciana atisbó en derredor y, tras cerciorarse de que nadie la observaba, un ululato suave y largo escapó de sus agrietados labios. Una y otra vez, alzó su canosa testa y ululó a lo alto hasta que, desde los árboles, otro ululato respondió a su llamado. Negro como las noches sin estrellas, un búho se aproximó volando y se posó sobre el hombro de la anciana. Presta, Viet ató a la pata del ave el mensaje que escribiera poco antes. Y ululó muy suavemente ante la inmensa mirada de la alada criatura.
Y el búho se alejó con graves aleteos rumbo al norte.
(Vuela rápido. Que si larga la espera, desespera.)
Merecidos +30Px por ese magnífico Post como cierre de escena
En aquellos tiempos y en aquellos lugares los sueños de las criaturas tenían la consistencia de la vigilia. Y cada sueño era un camino, como cualquier otro de Faërum, por donde iban y venían preguntas, mensajes, señales y órdenes. Los sueños de entonces poseían anchura y extensión, duración y profundidad como cualquier bosque. Y transitar por los senderos del sueño, en ocasiones, conducía hacia las profundas cuevas del deseo y de los miedos…
Fue sobre el un dentado altiplano que mataron y murieron las cuatro grandes sierpes que lanzaban fuegos, relámpagos y truenos. Las mismas piedras animaron al Pueblo Recio mientras hacían desaparecer a sus enemigos y reclamaban la tierra para ellos. Aún es más, el Trono se alzó de la misma piedra y tomó las calaveras de las sierpes muertas a sus pies. Y los enanos se regocijaron de que su Gran Rey tuviese un Trono digno de sus hazañas. Y aunque miles de hórridas criaturas se alzaron contra él, aquel hijo del Pueblo Recio permaneció inmutable como la roca sobre la que se sentaba y sus carcajadas se escucharon más allá de los grandes picos que horadaban los cielos.
Entre sueños, Diesa balbuceó palabras ininteligibles y se estremeció como cuando niña ante el recuerdo de aquellas antiguas historias narradas por los ancianos a la luz de los fuegos que jamás se apagaban en los gélidos inviernos de Adbar, la Gran Fortaleza del Norte. Un relato largo y laborioso, cuyos entresijos divagaban tanto como un tressym en la calígine del estío, pero que era el único relato que hablaba de los Días Antiguos, Del Lejano Sur, de los Clanes y Choques de Shanatar y del Trono de la Calavera de la Sierpe. Historias de ensueño, de tierras de misterio y de leyendas que estremecían de gozo y de terror a los niños de la ciudadela.
Un par de ojos cansados escrutaron la respiración de Diesa. (Ahora, dejémosla. Dormirá toda la noche, dijeron.) Y, bajo la mortecina luz de una vela, unos gafos dedos tomaron una rústica cuartilla y una pluma y con endebles trazos dieron noticia de los últimos hechos. Luego una puerta se cerró al sueño de la enana dormida y unos pasos lentos pero firmes se encaminaron hacia la salida del edificio, y siguieron caminando por las intrincadas callejuelas entre viejos edificios, unos pincelados de un cristalino y profundo azul y otros de un brillante verde como la oscura fronda del Bosque Alto. Los vigilantes ojos ignoraron la bella arquitectura de la urbe, los abovedados campanarios de sus muchos templos y las cúpulas doradas del propio palacio real. Los lentos pero incansables pasos se encaminaron hasta la Puerta de los Cazadores; y aún más todavía hasta trasponer las murallas bajo la adormilada mirada de los guardias.
La anciana atisbó en derredor y, tras cerciorarse de que nadie la observaba, un ululato suave y largo escapó de sus agrietados labios. Una y otra vez, alzó su canosa testa y ululó a lo alto hasta que, desde los árboles, otro ululato respondió a su llamado. Negro como las noches sin estrellas, un búho se aproximó volando y se posó sobre el hombro de la anciana. Presta, Viet ató a la pata del ave el mensaje que escribiera poco antes. Y ululó muy suavemente ante la inmensa mirada de la alada criatura.
Y el búho se alejó con graves aleteos rumbo al norte.
(Vuela rápido. Que si larga la espera, desespera.)