La oscuridad de la noche, que muchas veces era la mayor aliada de Allen, lo traicionó en esta ocasión. Sin darse cuenta pisó en un barrizal y sus botas quedaron atascadas entre el lodo espeso. Observó como el Hobgoblin cargaba con sus ojos inyectados en sangre. Allen estaba completamente restringido e inmovil y no pudo hacer nada para esquivar el fuerte espadazo del Hobgoblin. El acero penetró carne y piel y se enterró profundo en uno de sus costados. La sangre brotó a raudales y la visión del ladrón empezó a nublarse rápidamente, estaba demasiado malherido y las sombras empezaban a llamarlo poco a poco.

El Hobgoblin no se detendría ni se apiadaría de su rival. O mataba o lo mataban.

Anazareth, extasiada con la sangre derramada emprendió la huida. Sabía que no podía hacerle frente a esa criatura y menos sin conjuros que pudieran ayudarle, aunque no le temía a la muerte, esperaba vivir más tiempo para poder seguir regocijando a su fiel deidad. Aún si moría en ese instante lo haría feliz, porque había recibido un regalo sin igual por parte de su adoración. Un muerto viviente enviado por Bane era el mayor de las retribuciones, enviado para esparcir sufrimiento. Lastimosamente había sucumbido ante el gran ogro que tenía pisando sus talones.

La sacerdotisa corrió lo más que pudo y en su andar, contempló una habitación incinerada. El fuego se había extendido hasta el pasillo y la madera crujía, pero era la única opción para no enfrentar al Ogro.

Desde la torre Darkon pudo observar mejor los alrededores, vio como su compañero malherido subía con gran esfuerzo a través de las paredes resbalosas. Logró llegar a la cima y reunirse con su compañero. Para ese entonces, Darkon pudo percatarse de los refuerzos que llegaban desde las afueras de la fortaleza. Las antorchas brillaban mientras ingresaban. El guerrero oscuro pudo divisar una oportunidad de escape:

Tenía que dejar al Goblin atrás y lanzarse desde lo alto de la torre hasta el piso y correr en una dirección determinada esperando no encontrarse nada en el camino hasta llegar a la espesura del bosque. La caída era alta y ciertamente se llevaría alguna magulladura. Su amigo malherido, probablemente no aguantaría la caída.

Pero debían tomar la decisión ya: O saltaban o se quedaban en lo alto de la torre esperando a que sus enemigos los encontraran.

Con el arco en la mano observé la cantidad de enemigos, y viendo que ninguno traía arcos, de inmediato me dispuse a prepararme para el combate. Observé a mi compañero Arthorias y le dije;

-Tranca la puerta y mata el goblin, una vez listo, prepara tu arco y ponte aquí al lado mío, si no tienes uno, usa uno de los goblins muertos. Mataremos cuantos de ellos podamos antes de que lleguen hasta nosotros. -Dije, mirándolo.

Luego de eso apunté directamente a los refuerzos, buscando quién de ellos llevaba alguna antorcha, pues sin ella, no sabrían ellos a donde moverse. Una vez apuntado, dispararía.

La sacerdotisa no dudo en seguir avanzando, pero antes, cogió una botella de agua y la esparció en su gruesa capa de invierno, ella sabía que si humedecía su equipaje tardaría mucho más el fuego en seguir ardiendo. Para el humo simplemente tomo un género mojado y lo acomodo en sus nariz y boca con el objetivo que el humo no sea impedimento en sus movimientos.

Una vez lista, simplemente entra al fuego con delicadeza, como si fuese una con las llamas purificadoras, mientras corea, con una voz seca y mórbida, un viejo cantar oscuro hacia su señor y sus siervos.

Mientras corría, Anazareth sacó su odre de agua, la idea era buena: Mojarse para evitar que las llamas quemaran su piel, pero era una proeza que requería gran agilidad y coordinación mientras corría a toda velocidad. Concentrada en el acto, no observó un pequeño obstáculo con el cual tropezó y tuvo que apoyar sus manos sobre una de las paredes ardientes para no caerse. Las manos se pusieron rojas al instante, causando dolor a la sacerdotiza y haciendo perder unos instantes preciados.
Al levantar la mirada, el Ogro estaba blandiendo su gran mazo en dirección a su cara y no tuvo tiempo para esquivarlo y se estrelló de lleno con su nariz, de inmediato las sombras invadieron su ser y la oscuridad se apoderó de la sacerdotiza fue empezaba su agonía. Pasara lo que pasara, el encuentro con su señor oscuro estaba asegurado.

Darkon y Arthorias, en lo alto del torreón, dejaron escapar la única oportunidad que tuvieron de escapar, quizá por miedo a la caída o quizá porque sabían que seguramente Arthorias no sobreviviría a la caída y un sentido extraño del honor invadió a Darkon para quedarse. Ambos se condenaron a esperar lo que fuera que llegara por esa puerta. Pero no morirían esperando o rendidos. Cogieron sus arcos y empezaron a disparar desde lo alto a los refuerzos que empezaron a llegar desde las afueras de la fortaleza. Un Goblin fue el infortunado en atravesarse a la flecha de Darkon, atravesó su garganta y lo mató alinstante dejando un charco de sangre espesa bajo si.
Arthorias no tenía arco o ballesta, así que agarró el rústico arco de los Goblins asesinados y un puñado de flechas. Lanzó apuntando a la cabeza de un orco, pero la flecha se clavó en su hombro. El orco observó la posición de los guerreros con odio visceral y se perdió de la vista al ingresar al interior.
Unos instantes después, la puerta empezó a sonar. Afuera de ella habían enemigos intentando derribarla.

(Se ignora el post anterior de Allen Kross), Allen no pudo ver el barrizal y no lo pudo pero logró esquivarlo mediante un rápido reflejo y una acrobacia que solo él pudo realizar. El hobgoblin si vio aquel impedimento y supo sortearlo sin necesidad de atravesarlo. La persecusión siguió, el hobgoblin pisaba sus talones, pero el ladrón era muy ágil como para dejarse atrapar tan fácilmente, pero tampoco lograba obtener una ventaja considerable.
La oscuridad de la noche ponía en grandes aprietos a Allen ya que solo podía ver a un metro de distancia, mientras corría a gran velocidad por la espesura. La arboleda empezaba a hacerse un poco más densa y si no andaba con cuidado, podría tropezar con un tronco o una rama, pero también daba oportunidades.
Logró divisar un panal de abejas justo en el momento en el que pasaba por un árbol. Solo la agilidad de Allen le permitía la posibidad de desenfundar su daga y lanzarla contra el panal en una esperanza de ganar algo de tiempo, pero para ello debía ser muy certero en su ataque.

Anazareth se había salvado de las garras de la muerte. Parecía lo mejor, pero no lo fue.

El hobgoblin siguió la persecusión a Allen y no llegó a agarrarlo él mismo, pero compañeros que merodeaban por la zona dieron captura de él.

Darkon y Arthorias permanecieron unidos, disparando a los Goblins y orcos que pasaban mientras la puerta tronaba y se desgarraba. Un orco enorme con una flecha clavada entró de primeras, seguido por otros 3 orcos, dos bandidos y 2 Hobgoblins. Ambos se arrinconaron contra la pared y dieron todo de sí, pero fueron ampliamente superados en número y en poder. Valientemente derribaron a un Orco antes de que Arthorias cayera bajo la espada de aquel orco grande, y Darkon, en una última oleada de acción, arremetió con todo contra un Hobgoblin, cortando su cabeza de un solo tirón y logrando matar a otro orco aprovechando el momentum de su espada.
Pero dos cimitarras se clavaron en su pecho y allí encontró su final descanso, reunido con su amigo Arthorias y su dios Bane.

Allen supo rendirse, dejar de correr. Estuvo varios días en una celda aguantando hambre, suplicando clemencia y tratando de convencer al grupo de bandidos que lo dejaran formar parte de ellos. Renegaba de sus compañeros y se excusaba de toda culpa aduciendo influencia mágica de la sacerdotiza.
Después de una Dekhana, Allen fue liberado en un estado famélico y lo aceptaron en su grupo, sin tardar en demostrar sus grandes habilidades y capacidades.

Algunos días duró inconsciente la sacerdotiza, y el cobijo de la muerte hubiera sido el mejor destino, pero los bandidos se lo iban a negar al menos por varias Dekhanas.
Amarrada, amordazada y encadenada a una pared la mantuvieron, impidiendo a todo costo que pudiera lanzar algún conjuro o que puduera morir. Querían que sufriera y así fue.
Los orcos, Hobgoblins y Bandidos iban y venían de su celda, haciendo lo que les placiera con su maltratado cuerpo. Llevaban dagas, cuchillos, chuzos y lujuria a ese cuarto donde dejaban a Anazareth cada vez más consumida por el sufrimiento amargo. Pero jamás pidió clemencia y jamás se arrepintió de sus actos, en cualquier momento se reuniría con su Dios y estaría a su lado atormentando a los vivos.

Más de un mes duró su agonía hasta que finalmente el maltrato y el abuso acabaron con su vida...

FIN DE ESCENA