Navief estaba de nuevo en Frankfurt. Era una de sus ciudades de cabecera, aunque su centro urbano más importante era más bien Stuttgart, más cerca de sus rutas habituales. Pero la última caravana que había dirigido acabó cerca y era el sitio más grande de la región dónde encontrar un nuevo trabajo que le acercase a su zona de confort.
Había pasado toda su vida guiando caravanas en uno de los territorios más peligrosos de Europa: La Selva Negra. Los caminos libres que la atravesaban eran pocos. Llena de montañas, bosques densos, monstruos y animales salvajes; salirse del terreno era mortal, pues enanos, elfos y seres del bosque reclamaban como parte de sus reinos cada centímetro cuadrado fuera de las rutas comerciales.
Había pocos exploradores mejores que ella si alguien necesitaba cruzar desde Maguncia a Suiza, el Milanesado o a Saboya o Alsacia, pero no tenía tanto trabajo como eso haría pensar; muchos no estaban dispuestos a seguir las instrucciones de una mujer o a poner su seguridad en sus manos. Por ello estaba, recién levantada, desayunando en su taberna habitual, dónde los clientes que ya la conocían la buscarían si tenían necesidad de ella. Era un local tranquilo, dónde no tenía problemas puesto que, en realidad, no era una hostería al uso, sino que era un edificio gremial propiedad de la hermandad de guías a la que pertenecía y sólo ellos y quienes eran invitados podían alojarse y avituallarse allí.
Le sorprendió ver entrar a un soldado vestido con el púrpura de la milicia episcopal; el infante oteó alrededor, recibiendo a su vez las miradas de curiosidad de cuanto parroquiano trasegaba en aquellas horas tempranas. Se fijó en ella, se acercó echándole un buen vistazo, pero no de forma impúdica sino como si tratase de comprobar si coincidía con una idea de su cabeza y extendió un sobre con el sello del obispado, a la vez que hacía un saludo llevando una mano a la pluma de su bonete, pero sin decir palabra. Se giró, con aire marcial, dejando a la muchacha con el sobre.
Tras echarle un ojo comprobó que era una citación del Vicario administrador para acudir al Palacio Episcopal. No era la primera vez que trabajaba para Iglesia, de hecho se había hecho fama en ella, guiando expediciones a algunos de los monasterios aislados en las montañas y valles de la laberíntica Selva Negra. Al ser viajes largos y peligrosos, su tarifa era cara, por lo que rara vez la contrataban los presbíteros incluso si iban a ser sus clientes, era normal que la llamaran de instancias más altas dónde podían despachar ese volumen de cuartos.
Pero, por un segundo, un pensamiento temible le cruzó por la cabeza. Había vientos de guerra desde que la cruzada se había suspendido. ¿Y si la enviaban a guiar un ejército para atacar el Milanesado? ¿Entraría Maguncia junto al resto de principados germánicos en guerra contra la Monarquía Católica? O tal vez se aliasen a ellos y dónde la enviaran fuera a atacar Saboya o Alsacia. ¿Querría verse involucrada en la guerra, si era la propuesta que recibía?
El viaje anterior había sido una jornada realmente agotadora. Luego de tres semanas guiando a un grupo de nobles desde Bruselas hasta Frankfurt, estar en su posada favorita era más que complaciente. ¡Si tan solo los adinerados no fuesen tan exigentes y melindrosos! Por culpa de sus carruajes había tenido que desviar el camino hacia el norte, buscando un puente decente por el que pudieran cruzar con sus pertenencias, y eso los había retrasado cinco días más de lo previsto. Al llegar a su destino no fue capaz de otra cosa que tomar un baño largo en uno de esos bañaderos públicos, y pedir la cama más cómoda que su presupuesto le permitiese. Descansó de muy buena gana, pero al no haber cenado, despertó con muchísima hambre. Aquella travesía ameritaba un buen desayuno.
Bajó muy temprano, recién salido el sol, y tuvo que esperar un buen rato hasta que por fin la cocina se puso en funcionamiento, pero el plato valió la pena. Pan fresco, huevos, fruta y un buen vino, ¿quién podía darse un mejor desayuno, sino los reyes? Acabado su festín, se quedó un buen rato, bebiendo un poco más. En eso estaba cuando vio un soldado entrar por las puertas del lugar. Parecía que buscaba a alguien en especial, pero pasó de él y volvió a beber de su vaso. Sin embargo, aquel caballero se acercó a ella, la examinó detenidamente, y antes de que pudiese si quiera preguntarle quién era, dejó un sobre en su mesa y se marchó.
Miró el sello del sobre con cierto desdén. Era sin duda del episcopado, pero, ¿por qué le habían dejado aquel? Si bien era cierto que se había hecho buena fama entre los miembros de la iglesia, más se debía esto al buen nombre de su padre que a las hazañas propias, y en todo caso, no es que ella fuese muy creyente. Por supuesto que creía en Dios y en el Señor Jesucristo, pero no estaba muy segura de que la Iglesia estuviese representándolo adecuadamente. Además, con tantos rumores de guerra yendo y viniendo, aceptar una propuesta de la iglesia en estos momentos podía ser algo peligroso. Por otro lado... una empresa de estas representaba una recompensa bastante jugosa, y luego de cinco días de viaje inesperado, casi había agotado todas sus provisiones. Seguramente la paga por este viaje le resultaría muy conveniente. Jugueteó con el sobre un par de minutos más, hasta que por fin se decidió a abrirlo.
- Veamos que quieren estos vejestorios ahora.
El sobre sólo contenía una citación, en la prosa rimbombante habitual del alto clero.
-"Por la presente Nuestra excelencia Karl Heinz Von Struffmere, Vicario del Cabildo de Frankfurt, haciendo boca de su Beatitud del Obispo, tenemos a bien citar a vos, Navief Von Stuttgart, a la hora tercia a encuentro que acaecerá, Dios mediante, en el Palacio Episcopal en pro de tratar el requerimiento que de los servicios que presta sostiene nuestra Santa Madre Iglesia."
Siguiendo sus costumbres envaradas hasta le ponían apellidos que no le correspondían derivados de lo poco que sabían de ella. Pero la verdad es que la Iglesia estaba entre sus clientes más fieles, aunque siempre tenía que aguantar dosis extra de sermoneo sobre el lugar de las mujeres, pagaban bien y volvían a por más; así que no les sería tan desagradable su labor fuera de la familia.
El paseo hasta el Palacio Episcopal hacia el medio día fue ruidoso y un poco agobiante para la montaraz. La ciudad estaba en plena faena y, tras tantos años, seguía sorprendiéndole la cantidad de gente que cabía en una ciudad y cómo todos parecían capaces de gritar a la vez.
La entrada principal tenía en ese momento un cierto ajetreo, pues el portero, un noble menor que servía en el cabildo estaba teniendo una conversación con un hombre de aspecto humilde y sencillo, pero que por su verbo parecía versado.
Llegó justo para oír al guardia dar una respuesta que más bien pareció una amenaza.
Leyó con detenimiento la nota, que parecía inusualmente corta, como si hubiese sido escrita con poco tiempo. ¿Tal vez les apremiaba bastante resolver este asunto? Río un poco al ver el apellido que le habían otorgado, puesto que era evidente que desconocían su verdadero nombre. A decir verdad, "Navief" ni siquiera era el oficial, pero le habían llegado a conocer por el mismo, algo que no le molestaba en absoluto. Tal vez algún día llegaría el tiempo de revelarlo, pero por ahora era divertido mantenerse así.
Repuesta luego de aquel merecido descanso, se encaminó hacia el lugar indicado. La verdad es que los eventos nunca faltaban en esa ruidosa ciudad, siempre llena de nobles y plebeyos visitantes que buscaban oportunidad para hacer negocios, hacer convenios familiares, o simplemente embriagarse por celebraciones absurdas. Todo era muy distinto a la serenidad del campo, pero al mismo tiempo era bastante relajante estar entre tanta gente y pasar desapercibida.
Justo en la entrada del Palacio Episcopal parecía haber bullicio en especial, pues el guardia parecía estar discutiendo con un hombre un poco llamativo. Le causó cierta curiosidad saber quién era el hombre, pero tal vez no era momento. Un par de pasos más, y escuchó cierto tipo de amenaza. Hizo una mueca de descontento. Si quería entrar, no le quedaba de otra que involucrarse en el asunto. Carraspeó para hacerse notar.
- Disculpad que interrumpa vuestra discusión, pero soy solicitada en el interior del Palacio. No es que quiera interrumpiros a propósito, pero tengo cierta urgencia.
Mostró el sobre con el sello indiscutible que respaldaba su solicitud y se quedó en firme posición, mirada profunda y rostro sereno. Era una mujer respetuosa de los protocolos, pero no daría su brazo a torcer hasta que le permitiesen entrar.
El hombre parecía haberse quedado un poco cortado con la respuesta hostil, de modo que ella pudo interrumpir antes de que, realmente, iniciaran la conversación.
El encargado de la puerta miró la carta brevemente, dirigiéndole la mirada que solían los hombres que no entendían que a parte de amas de casa, camareras y putas había más mujeres que se dedicaban a oficios variados. Y con un asentimiento le franqueó el paso con un gesto de la mano.
-"¿Sabéis llegar al despacho del Ilustrisimo señor Vicario? Por la entrada principal, subiendo la escalinata de mármol traventino, el primer piso. Segundo pasillo del ala izquierda, primer despacho. Allí está su secretario que os llevará con él cuando corresponda."
Los jardines delanteros eran sencillos, aunque ella sabía que los traseros eran una maravilla de estilo francés pero eran privados. Se dirigía a la gran escalinata de granito a juego con las grandes columnas del pórtico delantero del palacio cuando adelantó a un par de caballeros, por sus sobrevestas eran templarios, les dirigía un paje, aunque no parecían necesitarle. Llevaban escaso equipamiento de guerra, pero aún así se les veían espadas y atavíos de defensa, el escudo de uno de ellos brillaba con una luz azulada que sosegaba el alma.
Los caballeros se habían medio parado, como si estuvieran escuchando la conversación. De hecho uno de ellos se volvió para hacer un comentario favorable al chico que trataba de entrar, que fue lo que le dio tiempo a ella para adelantarles. Mientras se dirigía hacia el piso superior pudo comprobar que los caballeros seguían más o menos su misma dirección.
Disculpa que haya demorado un poco más, pero estaba esperando por si el otro jugador hacía turno, dado que en lo que llegases deberías haber oído su respuesta, pero no te voy a retrasar más por él y ya le daré un toque para que procure no demorar tanto aunque esté jugando sólo.
Miró con cara de pocos amigos al hombre de la entrada. Estaba claro que le incomodaba ver a una mujer como ella citada en aquel edificio, pero eso a Navief le importaba muy poco. "Si no le gusta, bien puede mirar para otro lado", pensó.
- Conozco el camino, muchas gracias. -Le cortó tajante.
Apresuró el pasó, evitando a toda costa volver la mirada a aquel hombre cabeza dura. Tal vez en la ciudad las mujeres eran tomadas en poco, pero su padre le había enseñado que en el campo, donde la naturaleza reina, todas las criaturas son igualmente valiosas.
Siguiendo su camino se topó con un par de soldados templarios. A juzgar por la ruta que seguían, iban en su misma dirección. Se preguntó si aquellos hombres harían parte del grupo que le propondrían guiar. No le apetecía mucho involucrarse con templarios por ahora, pero ya llegaría el momento para sopesar que tan buena era la ganancia respecto al riesgo que involucrara. Al llegar al despacho, saludó al secretario de la forma más educada que pudo.
- Buenos días, honorable caballero. Vengo en citación por parte del episcopado. Mi nombre es Navief, oriunda de Sttugart. -Inclinó su cabeza hacia adelante levemente, en señal de respeto y se quedó de pie a las puertas, esperando la autorización para entrar.
El hombre del despacho era menudo, con pequeños anteojos redondos, vestía un traje engalanado, para el que no tenía percha, con un bonete que no conseguía mantener en posición correcta y cuya pluma estaba un poco maltrecha, probablemente de haberse sentado encima por accidente.
Levantó la vista de sus libros cuando fue saludado, invitándola a entrar mientras se levantaba y se acercaba a recibirla presuroso, pero al llegar hasta ella, se quedó envarado, con gesto de duda, mirándola inseguro, con las manos a medio alzar.
Finalmente pareció decidir que, aunque fuera mujer, si hacía el trabajo de un hombre sería apropiado tratarla en consecuencia, de modo que le estrechó la mano, sin reverencias ni besamanos. Con la sonrisa retornada tras pasar el mal trago de no conocer el protocolo adecuado, invitó a la joven a una silla.
-“Bienvenida, doña Navief, le agradezco su premura en acudir al llamamiento. Ahora mismo es Vicario estará terminando un asunto, enseguida acudiremos a verle. Pero, si le place, yo le iré adelantando el asunto para que pueda rematarlo con su Ilustrísima.”
Tras esperar la confirmación de la joven muchacha, a quien no miraba a los ojos, sino más bien a su armadura – o eso esperaba ella – prosiguió.
-“Veréis, resulta imprescindible que ciertas personas de importancia, una novicia y su escolta de dos caballeros, lleguen antes de la Noche de Todos los Santos al monasterio de San Ponape.” – la noche – tenía que recordar no llamarla de difuntos delante del clero – distaba once días.
Navief conocía el monasterio y su localización aproximada, aunque no había estado nunca; se hallaba a una semana de viaje. Estaba en su área de conocimiento, pues era una abadía muy aislada, dentro de la Selva Negra, fuera de los límites de los principados del Sacro Imperio, en tierra de nadie. O tal vez en superficie de tierra de los enanos, era difícil decirlo. O quizás en tierra de los elfos que no reclamaban, a saber. Eran monjes de clausura, aislados, de los que no se sabía mucho, no daban problemas pero tampoco caridad ni refugio. Lo que más había llamado la atención de Navief de siempre es quien sería el Santo Ponape, pues nunca había oído hablar de él.
-“El trabajo sería aseguraos de que los tres llegan bien - la novicia, principalmente - y - sobre todo - a tiempo, contribuyendo a la defensa de la dicha novicia, si es imprescindible” – hizo una pausa y le miró con candidez, estirando la mano hacia la suya, pero se lo pensó mejor y los golpecitos de consuelo los dio en la mesa – “pero no se preocupe, la defensa de la señora es cuestión fundamentalmente de los caballeros, que para eso van en la expedición. Los asuntos de remuneración los tratará con su Ilustrísima, aunque yo le proporcionaré la manutención necesaria para el viaje adicionalmente a sus emolumentos.”
El hombre volvió a mirarla nervioso, miró a la puerta, la miró a ella de nuevo, golpeó con las manos en la mesa y sonrió nervioso para preguntar.
-“No se si tendría alguna pregunta, antes de pasar a ver al Ilustrísimo señor Vicario, doña Navief.” – cuando pronunció por segunda vez su nombre pudo ver en su cara un expresión extraña, probablemente derivada de que tuviera un nombre sin etimología cristiana, algo que no solía ser muy bien visto en la Iglesia católica.
Al llegar al despacho reconoció al hombrecillo, cuyo aspecto era muy particular. Ella ya lo había visto en algunas ocasiones en la ciudad, pero estaba segura de que él a penas reparaba en ella. A su autorización entró y se quedó a unos pasos del escritorio, mientras él se ponía de pie para saludarla. Lo vio un poco varado por no saber como tratarla, así que tuvo que contener una risilla que se le vino a los labios. Estrechó su mano firmemente, para darle a entender que estaba bien tratarla de ese modo.
Tras de eso tomó asiento en la silla opuesta a la principal del escritorio. Notó que el hombre la detallaba bastante mientras hablaba y rogó a todos los santos que solo estuviese distraído por su forma de vestir, y no por otra cosa. Cuando el secretario mencionó el monasterio San Ponape su mente fue de inmediato hacia la ruta sureste una de las menos recorridas, ya que no conducía a ninguna ciudad prominente. No estaba muy segura de si era seguro ir por ese sendero, pero tampoco le constaba que enano o elfo alguno se hubiese quejado por la incursión a esas tierras. Se encogió de hombros y volvió a prestar atención.
Al enterarse mejor de la situación se sintió un poco intrigada: ¿Dos templarios, experimentados en guerra, para custodiar a una novicia? Le parecía que había más información entre líneas, pero no quiso apresurarse a sacar conclusiones. Ya tendría la oportunidad de preguntarle directamente al Vicario. Volvió a aguantar la risa cuando el hombrecillo pronunció eso de "Doña Navief".
- Doña Nadia. -Corrigió de inmediato con una sonrisa amable- Es mi nombre de pila, aunque no suelo usarlo mucho, pero creo que es justo que al menos usted lo sepa. En cuanto a dudas, no es que tenga muchas. Creo que la paga la negociaré directamente con el Ilustre Vicario. Por lo pronto, pierda cuidado. No suelo transitar mucho ese camino, pero lo conozco bien y estoy segura que llegaremos a tiempo al lugar señalado... Eso, si nos facilita algunos animales de carga, ya que yo no tengo sino dos caballos. Nos ahorrarían bastante tiempo. -Volvió a sonreír amablemente, aunque su impulso era el de soltarse a reír. "Si tan solo fuese una mujer más normal...", pensó para sí.
El nombre completo y oficial de Navief es "Nadia von Eberdinger", pero por azares del destino y por las dificultades de la pronunciación por parte de personas de origen distante, su nombre terminó abreviado a la expresión "Navief".
El secretario esbozó una sonrisa mucho más tranquila y agradable, al comprobar que sí estaba bautizada y Navief era sólo un apodo. Asentía a todo lo que le decía, de hecho, seguía asintiendo cuando sus palabras en realidad expresaban una pregunta implícita, lo que le hizo sobresaltarse al darse cuenta de que debía contestar.
-"Oh, bueno, si, en realidad, proporcionaremos montura y carga para la novicia y los caballeros llevarán sus propias récuas completas, supongo que dos o tres cada uno. Con dos caballos debería tener suficiente, dado que el resto de la expedición llevará los suyos. Pero si necesita otro podríamos proporcionarle, a su criterio a cuenta de su pago o en depósito hasta que nos lo pueda devolver. ¿Desea que proceda a conseguirle un tercer caballo para carga?"
Bueno es saberlo, por si te cruzaras con alguien que te conozca. Pero el secretario, creo, no sabría a priori que tienes un nombre cristiano.
El ambiente se alivianó bastante luego de que ella mencionara su verdadero nombre. El secretario pareció entusiasmarse con la idea, y ya que a ella le gustaba mantener relaciones cordiales con todos sus conocidos, decidió que no estaba tan mal que este personaje conociera su nombre, aunque a decir verdad ya no recordaba cuando fue la última vez que alguien la había llamado de esa forma. Para ella "Navief" estaba más que bien, y en lo posible, deseaba ser conocida solo por ese nombre donde quiera que fuese.
- Si cada uno lleva su propio animal, no veo razón para llevar otro. Me preocupaba que alguno de la compañía tuviese que ir a pie, ya que eso haría un poco más difícil el camino, pero ya sabiendo esto, me quedo más tranquila. Aunque para empezar, nunca debí preocuparme por ello... vosotros siempre tenéis todo perfectamente planeado, ¿no es así?
Sabía que a los dirigentes de la Iglesia les gustaba saberse al control de todo, así que un halago más o un halago menos podía hacer que su reputación creciese o se desvaneciese. Esperaba con esto dejar satisfecho a su interlocutor, y que se olvidase por un momento de que era una mujer quién se encargaría de esta tarea. A veces era bastante frustrante que juzgasen tan duramente a una señorita por no seguir las costumbres establecidas. En todo caso, ella era muy respetuosa de los principios cristianos, y siempre procuraba estar en paz con la Iglesia.
- Bien, no siendo más, esperaré pacientemente mi cita con el Ilustrísimo Vicario. -Y dicho esto, se quedó en silencio sin intención de hablar a menos que fuese estrictamente necesario.
-"Excelente" - señaló el secratario - "Si me disculpa un minuto iré a comprobar si su Ilustrísima está disponible ya." - el plazo resultó un poco más largo del minuto solicitado, de hecho, fueron cinco los que se quedó a solas en aquel despacho elegante y un poco oscuro. Los adornos, los techos altos como si fueran dos pisos de las casas que frecuentaba y los suelos de mármol le hacían muy consciente del entorno extraño en que se encontraba.
Finalmente el secretario volvió y con amabilidad le solicitó que le acompañara al despacho contiguo, mayor, más lujoso pero también espartano. Había estado más veces con el Vicario, un hombre que era muy simpático y amable, incluso divertido, a su manera, pero que la tenía desorientada y, por ello, con la guardia alta. Era un eclesiástico de alto nivel y le había visto hablar con - y de - otros nobles con palabras recargadas y pedantes y modales cortesanos, lleno de respeto como hacía el secretario, pero con ella era jovial, cercano... callejero, incluso demasiado, como si supiera moverse igual de bien entre en un palacio que en una taberna de mala muerte.
-"Gratia eterna para vuestra usía, buen escribano, Nos nos ocuparemos en adelante de la invitada. Nuestro permiso para retiraros."
El Vicario despidió al obsequioso secretario con un respetuoso y envarado gesto amable y una sonrisa formal. Pero cuando se quedó a solas con ella, se relajó, le sirvió vino a ella antes que a sí mismo y se sentó sin ceremonia en su sillón, invitándola a hacer lo propio en el reservado para visitas más importantes que ella - pero que siempre le había permitido usar.
-"Me alegro que hayas venido, Navief. Eres la chica perfecta para este trabajo. Supongo que mi competente y educado secretario - Dios me lo guarde - ya te ha dado los detalles. Obedecer caballeros. Proteger chica. Guiar caravana." - se rió con poco humor - "Se que no va a ser fácil de aguantar, al mismo Obispo no le ha hecho mucha gracia, a pesar de tus éxitos anteriores, y no creo que los templarios den palmas con las orejas cuando sepan les va a guiar una chica pero seguro que acabarán viendo lo que yo veo." - la miró con intensidad y suspiró profundamente, bebiendo, tal vez, un poco demasiado deprisa - "¡Ay! Navief, cuántos quebraderos de cabeza nos habríamos ahorrado si hubieras nacido con menos volumen en el pecho y más entre las piernas" - justo el tipo de comentarios que una no esperaría oír de alguien como el Vicario, pero que no parecía dejar de usar cuando no había otros estirados alrededor - "De todos modos he convencido a su Reverencia Ilustrísima de que no hay nadie como tú para llevar una comitiva segura hasta San Ponape, ¿me equivoco?" - esperó su respuesta, con mirada divertida, antes de concluír - "Te daremos provisiones para dos semanas, repondremos cualquier consumible del que presentes lista y cuyo uso sea aprobado por uno de los templarios y te daremos 350 ducados de oro al partir. Si no deseas volver con los templarios o tu siguiente destino no está con ellos, que te firmen recibos por todos los consumibles que gastes y te los abonamos cuando vuelvas a pasar por aquí."
Chocó su copa con la suya, como si aquello fuera algo que celebrar - desde luego esa suma por dos semanas de trabajo bien merecía un brindis - y bebió otro trago demasiado largo.
-"¿Algo que quieras saber, exploradora?" - y esbozó una sonrisa, más propia de la Corte que del Episcopado.
Al entrar al despacho del Vicario lo vio con aquella incomparable expresión de respeto que solía usar solo cuando era debido. Tras la marcha del secretario lo ve volver a su faceta relajada y ella también libera algo de tensión. No era nada fácil ser tan formal con el resto de los funcionarios eclesiásticos, pero con el hombre que la recibía, realmente se sentía cómoda.
- Buenos días, su Ilustrísima. Lo veo tan repuesto como siempre. -Le sonrió ligeramente antes de tomar asiento en aquel lujoso sillón. No era que se considerara una visita prominente, pero rechazar una invitación como esa era tan grosero como estúpido.
Lo escuchó divirtiéndose para sus adentros, pues aquel hombre era bastante libertino cuando el ambiente lo permitía, pero al escuchar el comentario respecto a su género no pudo mantener la compostura y se echó a reír.
- ¡Pero que cosas dice! Al contrario, me siento muy feliz de que nuestro Buen Señor me haya dado la oportunidad de ser mujer, y de que me bendiga del modo que lo ha hecho hasta ahora. Debería usted considerar que siendo una dama, tengo virtudes de la que algunos hombres carecen, como paciencia y buena educación. Si en algo aventajo a mis colegas es en ser mucho más pulcra y organizada en cuanto a los enseres de viaje, ¿no lo cree? -Le sonrió sinceramente y luego se dispuso a responder su pregunta.- En cuanto a si puede confiarme esta empresa, no lo dude. Sabe usted que mi padre me enseñó a recorrer estas tierras y las conozco como la palma de mi mano. Si bien llevo algún tiempo de no seguir ese rumbo, no dudo que lleguemos a nuestro destino bendecidos por la mano del Eterno.
Chocó su copa con la del Vicario, la cual no había probado hasta el momento por advertir en todos los gestos del hombre que parecía liberado de toda responsabilidad mientras hablaba con ella.
- La misión es buena, la paga más que justa y el clima el adecuado. Supongo que de mi parte no hay nada más que esperar, pero antes de partir, beberé de este buen vino que me ha ofrecido, su Ilustrísima.
Volvió a reír antes de tomar su bebida, de forma discreta pero sin ocultar su comodidad en aquella situación. El Vicario no era el más respetuoso de los hombres, pero sin duda agradecía su sinceridad para con ella.
Hahaha este hombre de verdad me ha hecho reír. Parece un poco descuidado para su cargo, pero me cae bien.
El vicario se reía de un modo que pocas veces veía Navief en clérigos, al menos en los que no eran sencillos curas de parroquia.
-“¡Ay! Si, seguro que estás muy contenta de ser mujer, pero a mi me facilitaría la vida lo contrario” – rió con humor, dejando claro que en realidad no era tanto problema y que le importaban menos las incomodidades de gestionar su sexo que el perjuicio que renunciar por él a sus servicios le ocasionaría – “Aunque estoy seguro que más de un buen mozo me daría un buen capón por decir semejante felonía. Pero no creas que por se hombre habrías por fuerza de ser desorganizada, apuesto a que si te dejase a mi secretario para organizar tu macuto, te sorprendería hasta dónde puede llegar la organización” – su cara mostró una mueca que Navief pensó podía tener un resquicio de pánico – “aunque, seguramente, lo estrangularías tras unas millas de viaje. Y eso sería un desperdicio de secretario, por más que fuera de justicia divina hacerlo” – nuevas risas alegres que acompañar a palabras inapropiadas, al menos a otros oídos.
Asintió satisfecho cuando ella aceptó el encargo.
-“No hay más que hablar, entonces. Saldréis mañana al amanecer. Por más refrescante que sea nuestra charla, me temo que tengo otros asuntos terriblemente serios y terriblemente aburridos, Navief, de modo que la mesura y la contención me exigen que deje la diversión de charlar contigo y atienda mis obligaciones.” – su sonrisa había desaparecido y empezaba otra vez a poner la cara de Vicario del obispo. Añadió una última oferta, antes de despedirla.
-“Ahora mismo los templarios que habrás de guiar están despachando con su Reverencia Ilustrísima, si quieres conocerles antes de mañana…” – dejó en suspenso la oferta para que ella pudiera tomar la decisión.
Me alegro de que te guste, suelo dar personalidad a todos los pnjs, aunque sólo salgan un momento, eso contribuye a dar ambiente a la partida y hacer el mundo más real, cómo si existiera antes de que llegara el pj y siguiera existiendo cuando se vaya.
La risa del Vicario resultaba bastante contagiosa, y aunque Navief siempre prefería mantenerse muy seria, era inevitable reír ante algunos comentarios del eclesiástico, en especial cuando se refería a su nervioso secretario. Terminó de beber su copa amenamente, y luego escuchó que el tono serio regresaba al ambiente, aunque no era para nada tenso. Le sorprendió saber que partirían al día siguiente, pues de nuevo le daba la impresión de que esta empresa resultaba bastante urgente para el clero, pero no comentó nada más. Luego escuchó el ofrecimiento de ir a conocer a los templarios, lo cual le pareció bastante adecuado; nada mejor que conocer a sus compañeros de viaje y saber a qué atenerse.
- Me encantaría conocerles, su Ilustrísima. -Depositó suavemente la copa sobre la mesa frente al sillón.- Sería muy bueno ponerme de acuerdo con ellos en algunos asuntos del viaje... Nada fuera de lo común, ya sabe: tiempo de caminata cada día, horarios de reposo, lugares para acampar. Guiar a soldados resulta muy distinto de guiar a nobles o incluso de guiar campesinos. Además no sé que tan dispuesta esté la doncella a un viaje a paso rápido, que para algunas mujeres resulta cansado. Por lo demás, tenga por cierto que estaré lista mañana a primera hora.
Se puso de pie y extendió la mano al Vicario, con una leve pero sincera sonrisa.
- Como siempre, ha sido un placer pasar este tiempo en su despacho. Espero que nos reencontremos pronto, si es la voluntad del Altísimo.
-"Bien, entonces, Navief. Acompáñame, esperemos que todo vaya como la seda." - con un suspiro profundo, dejó la copa al levantarse y cambió la cara amable por la expresión seria y ceñuda más habitual.
Dejó que saliera antes la dama, pero de inmediato se adelantó, deteniendo la comitiva para dar instrucciones al secretario.
-"Acompañaremos a la invitada a una reunión con los invitados de Su Reverencia Ilustrísima el Señor Obispo, usía puede recoger el despacho y hacer esperar a mis siguientes visitas. Mi regreso será en breve. Acumulad los despachos pendientes en la bandeja de entradas."
Tras recibir la reverencia del secretario, a quien estuvo a punto de caersele el bonete emplumando, siguieron hasta volver al pasillo de la escalinata de ascenso y atravesar hasta el pasillo contrario. Llegaron hasta una antecámara igual de decorada: con excepcional calidad pero aire minimalista, pocas cosas de extremo valor. El Vicario la invitó a sentarse, frente a él, en un cómodo butacón de cuero, de los que sólo había dos en toda la sala de espera.
-"Debemos esperar a que terminen de despachar. Luego os presentaré a los caballeros. Son dos templarios de orden y número, uno de ellos hidalgo de sangre" - lo que dejaba claro que el otro "solo" lo era de privilegio de un modo discreto y neutro.
No tardó mucho en abrirse la puerta, mientras podía oír una voz terminando de pronunciar unas palabras en latín al fondo, salieron un par de caballeros templarios, uno de más de 40, gastado y curtido, pero aún en excepcional forma, con su pelo rasurado de acuerdo a la norma pero barba de un par de días y el otro más joven, de unos 30, mejor afeitado pero con pelo largo, del que destacaba sobre todo un escudo que brillaba con la luz del sol.
Si quieres narrar algo de lo que haces o dices antes de salir los caballeros puedes hacerlo en éste tema, porque la reunión con ellos la hacemos en la otra escena.