El hombretón atravesó la pesadilla y vio al soldado en una penumbra enfermiza, retorcido de dolor. La espada en el suelo y sangre en una mano, que se asía. La herida, sin embargo, no parecía grave ni aparatosa, sino que parecía más bien que el soldado estaba muerto de miedo.
Una mirada alrededor le mostró un mundo extraño, voluble, que se acercaba a él y lo exploraba mientras él quería convencerse de que no estaba allí. Y era como si estuviera ciertamente dentro de las entrañas de una gran bestia, y que ese engendro lo sabía, pero se limitaba a observarlo sin ojos, con los latidos de las paredes como toda impresión, sin hacer nada, sin decidirse.
Absolutamente vital, compañero, no poner a Robehr en el post, claro, a menos que puedas salir (no sé yo cómo :D) y sea capaz de verte...
Todo aquello le superaba, era más de lo que su mente podía asimilar, pero sabía que no había mayor error que tratar de comprender lo que no se puede entender. Así pues no lo intentó. No gastó tiempo ni energías en descifrar qué era lo que ocurría, qué era lo que le rodeaba. Se limitó a centrar su atención en la misión que se había autoimpuesto: sacar de allí a aquel soldado herido.
Nada más existía. Nada más importaba.
Níbias avanzó ciego de rabia y trató de agarrar al hombre como fuera y por donde fuera para emprender a continuación una desesperada huida a la carrera hacia la luz.
Nada cambia en mi acción. Continúo con la misma idea: pillarle y correr.
Desesperado, con movimientos amplios como si pudiera apartar el aire con los brazos, alcanzó al soldado. Éste se revolvió sin convicción, aterrado y casi vencido ya por la desesperación y una locura animal. El hombretón pudo alzarlo mientras el soldado lloraba desgarradoramente y tiró de él hacia el exterior.
Tirada: 1d10(+6)
Motivo: Forcejeo de Níbias
Resultado: 1(+6)=7
Tirada: 1d10(+6)
Motivo: Forcejeo de Níbias
Resultado: 4(+6)=10
Tirada: 1d10(+3)
Motivo: Forcejeo de Níbias
Resultado: 2(+3)=5
Bueno, las verdaderas tiradas son la primera, como tu forcejeo, y la última, que es el resultado del soldado. Tú vences, como ves.
Pocos momentos tras entrar Níbias en la oscuridad, un griterío se hizo evidente desde el otro lado, mientras el soldado y el sargento se afanaban en no quedar atrapados por los tentáculos y retrocedían.
De repente, algo más parecía querer salir de la oscuridad con un rugido.
Para Robehr el tiempo se había detenido por unos escasos segundos. Cada grito, cada respiración, cada movimiento le machacaba las sienes en un eco insoportable. Sus instintos más básicos de supervivencia gritaban al unísono para que corriera de aquel maldito lugar, pero sus pies estaban atados en el suelo mientras su humanidad le jugaba malas pasadas.
El batidor guardo su arco a la par que con un rápido movimiento agarraba la antorcha caída del soldado que había sido engullido por la oscuridad. Cerró los ojos por apenas un segundo, a medida que las imágenes de la villa y sus buenas gentes pasaban como un relámpago por sus ojos. Había tomado la más estúpida de las decisiones.
Se volvió hacia Ottyrr mirándolo con ojos llenos de odio. Como quien contempla el estiércol Robehr escupió a los pies del corregidor a la par que le dirigía unas últimas palabras.
- El único hijo de puta que merece morir aquí eres tú, maldigo tu nombre mercader de almas, charlatán de feria, ojala la voz te espere para guiarte por los tormentos del infierno, en el fondo... no me das asco, solamente pena,
No abandonaré a un buen hombre y un buen amigo allí dentro, algo que tu nunca serás y nunca tendrás... púdrete para siempre. -
El batidor corrió hacia la oscuridad blandiendo la antorcha con la siniestra mientras que su mano buena sacaba el cuchillo de peletero listo para hender a la sombra.
- ¡Te sigo Nibias! -
En el momento de entrar, Robehr se encontró con algo que por puro milagro reconoció como Níbias, llevando un cuerpo quejumbroso que se tocaba una mano de la que salía sangre oscura, quizá por la sombra que lo engullía todo. El hombretón sudaba copiosamente y respiraba con vehemencia, como si donde hubiera estado no quedase aire, y miró a Robehr con ojos extraviados, pero que poco a poco se fueron serenando.
En ese momento, los otros soldados cogieron al herido y el sargento gritó: - ¡Atrás! ¡Vámonos de esta pesadilla!
Cuando volvieron la vista, el corregidor, ya embutido en su capucha y con el pañuelo cubriendo su rostro mutilado, estaba frente a ellos aún cubierto de penumbra, y parecía mirarles con una intensidad tal que lo demás dejó de importar durante un momento. Luego hizo un breve gesto para que le siguieran y reanudó su camino hacia la luz.
El soldado se levantó, algo mareado, y preguntaba por su espada, que había debido dejar caer cuando fue herido. Una voz se oyó entonces, retumbando en las paredes húmedas y de penetrante olor dulzón.
- Salid ya, imbéciles, no tenemos todo el día para que juguéis a hombres valientes, si no sabéis siquiera lo que es el auténtico terror.
El corregidor volvía a estar mirándolos, ya bañado por algo de luz, ante la que se encorvaba como si no le gustase. Desde fuera, los demás soldados se asomaban sin atreverse a entrar completamente.
Luz… aire… bosque… libertad.
Níbias avanzó a zancadas los últimos tramos de aquel infecto túnel hasta alcanzar el exterior de la cueva. Una vez fuera inhaló una profunda bocanada de aire fresco y se giró para comprobar que todos lograban salir tras él, en especial Robher.
¿Acaso alguna parte infinitesimal de todo aquello había sido real?
Esperó mientras los soldados llegaban hasta él y tomaban posiciones. Echó una fugaz mirada al herido para cerciorarse de que se encontraba bien, y finalmente sus ojos se posaron sobre el inquisidor.
¿Y ahora qué?
- Será mejor retornar cuanto antes, este pobre tiene una herida bastante grave, no tengo ni idea ni deseo tenerla, pero sea lo que sea que le ha herido puede estar sucio y esa mordedura infectarse, con una tela o un cacho de capa podría hacerle una venda improvisada. -
Robehr apretó los dientes, apelando a la escasa sensatez que le quedaba para no contestar al corregidor. Nunca en toda su vida había tenido la tentación de matar a un hombre. Pero a cada segundo que pasaba el odio que sentía por ese maldito encapuchado se duplicaba. No tenía palabras para expresar todo lo que sentía y tampoco podía hacerlo en ese lugar,
- Le has salvado la vida Nibias, realmente eres grande, otros... por mucho que lo aparenten y mucho que se adornen nunca te llegarán a la suela del zapato. -
Salieron a trompicones del sombrío pasadizo que les había transportado a aquella pesadilla sin nombre. No vieron más tentáculos, sólo rayos de luz que se clavaban en la tierra y la llenaban de color y vida. El calor volvió a sus huesos mientras eran bañados por la claridad del día. Los soldados recogieron a sus compañeros y al herido que transportaba Níbias y se encargaron de curar su mano llena de sangre. Tenía un corte profundo en ella, y el chico lloraba y temblaba como el niño que casi era. Al ver su rostro más claramente, los batidores se dieron cuenta de que muchos de ellos eran realmente muy jóvenes. El sargento se ocupó de comprobar que no había más heridos entre sus hombres. Interrogó a los que se quedaron fuera por si había ocurrido algo reseñable en su ausencia, cosa que todos negaron, y luego habló aparte con el corregidor.
Éste, embutido en su túnica, con la capucha calada y una tela gruesa ocultando su deformidad, parecía un espectro vestido con los ropajes de los justos. Asintió un par de veces, y nada más supieron hasta que el sargento se acercó para hablar a todo el grupo.
El sargento reunió a todos y se acarició el mostacho antes de hablar. Era evidente que a pesar de toda su experiencia había pasado por un duro momento, y agradeció el respiro que le proporcionó la parsimonia de sus hombres para reunirse. Respiró hondo mientras habló, y su voz crepitaba como un fuego inseguro, pero que se resistía a apagarse pese al frío del exterior.
- Nadie más ha muerto en esta hora sombría. Podéis estar orgullosos y ser llamados valientes. El corregidor se llevará el cuerpo de su hermano esta noche, según me ha dicho, y ahora pide un descanso. Ha sido un duro momento para él, como para todos...y los demás también merecéis un descanso.
Hizo una pausa para observar el rostro de alivio en sus hombres. Varios de ellos sonreían nerviosos, como si hubieran visto la posibilidad de salvarse al fin de una muerte horrible.
- El corregidor dará cuenta de lo ocurrido en la capital, y nos traerán respuesta en unos días. Mientras tanto, descansaremos y nos recuperaremos de las heridas.
El camino por el bosque fue cauto y silencioso. Nadie habló, verdaderamente, excepto el sargento, que se dirigió a los batidores para dar merecida felicitación por su entereza y sus valerosos actos en las sombras. Parecía verdaderamente sorprendido y admirado, y les acompañó buena parte del trayecto.
Finalmente regresaron a la aldea. Las pocas casas permanecían mudas, y los hombres y mujeres, viejos y jóvenes se habían reunido allí y no habían salido esa mañana a trabajar. Con la ayuda de sus hombres, el sargento explicó la situación y vieron que muchos se aliviaron al saber que soldados como ellos les protegerían, aunque en ese momento no parecieran la más valerosa de las compañías. Los aldeanos se apresuraron a traer agua y algo de comida a todos, y se asignaron los lugares donde dormirían hasta recibir respuesta. Dos de los hombres del sargento acompañarían al corregidor por el trayecto, aunque él no quiso en un principio. Los hombres tampoco parecieron muy dispuestos a acompañarles, pero el sargento no permitió réplicas. Incluso los aldeanos se alegraron de que esa oscura figura se fuera, a pesar de representar la Fe en ese olvidado lugar de Los Prados.
Tras este post pasarán varios días de descanso. Postead qué hacéis entremedias, por si tenéis algún interés especial.
Robehr esperaba que el retornar al día día, a la típica rutina que había guiado si existencia todas las dudas todos los miedos remitirían, pero por desgracia el batidor no podía olvidar lo ocurrido.
Toda la aldea mantenía un silencio por respeto, tanto Nibias como Bordefronda habían ido y venido en 2 ocasiones de una zona maldita el bosque, la primera fue un completo infortunio, en la segunda la cuenta se saldo con un herido. Pero algunas cicatrices no dejan su impronta en el cuerpo, sino en el alma de su víctima.
Sueños intranquilos con la oscuridad, risas diabólicas, mentiras de corregidores. Cada vez que lograba alcanzar un atisbo de tranquilidad esos recuerdos afloraban, afirmando que su vida no podría transcurrir por los mismos senderos tras haber visto lo que había visto.
No era solo el miedo a la oscuridad, a la larga sombra que proyectaban las montañas, miedo a los poderosos que gobernaban con sus caprichos el destino de las buenas gentes, había visto de primera mano como las vidas y las almas de otros no eran más que carnaza, moneda de cambio o una simple cobertura tras la que huir del peligro.
Una vez que contemplas al mal, ¿cómo puedes esperar que este no te devuelva la mirada? ¿Por qué tenía que adentrarse en la espesura por la voluntad de otros? ¿Qué derecho real tenían sobre el destino de su vida? Demasiadas preguntas sin respuesta, siempre había sido así, y temía que siempre continuará así...
Un día después, en el ocaso del día 3 de Numa, sólo sabido por los cazadores ya que los soldados informaron de ello a su sargento y éste preparó la recepción, un caballero apareció con la rojiza luz del atardecer. Era un hombre alto y parecía fornido. Su armadura estaba en buen estado, aunque no brillaba como si fuera nueva, y parecía ser más cara que las vidas de todos los que trabajaban y malvivían en la aldea. Venía acompañado de un joven que vestía colores neutros, armado sólo con una espada.
El sargento se adelantó y lo saludó con cortesía.
Pasad a la escena: "Días de música y sombra (Fajssel, 3 de Numa de 471 d.T.)