EL MUNDO DE KRILGARD
Nadie sabe exactamente cuales son las fronteras del Mundo de Krilgard, ni cuantas Tierras exactamente lo componen. Hay quienes afirman que son cinco, otros hablan de más de treinta. Lo cierto es que la única cartografiada hasta el momento es la Tierra de Antaviar, aunque se conocen los Reinos Bárbaros - un enorme continente helado - al Norte y las Tierras Salvajes - selváticas - al sur, donde aventureros atrevidos han buscado materiales y secretos ocultos a la mayor parte de los hombres.
Hay quien rumorea que el mundo de Krilgard es un disco que flota en el espacio y en el que los dioses tienen a bien realizar sus batallas, como si de un enorme ajedrez se tratase. También se dice que en su centro se encuentra Talin-Enor, la Tierra de los Inmortales, donde se custodia la Esencia, la Fuente de la Magia, que mantiene con vida al mundo.
LA TIERRA DE ANTAVIAR
Los habitantes de este continente presumen de ser los más civilizados y, si creemos realmente lo poco que se conoce del mundo, es el único de los continentes que se encuentra cartografiado...
Los reinos de Antaviar convivían hasta el momento en una tensa paz que ocasionalmente se ve rota por las luchas en sus fronteras. El único reino que ha absorbido a otros es el conocido como Imperio de Predemia, de ahí su enorme tamaño. Durante varias Eras Predemia fue un gigante peligroso que ocasionalmente devoraba a sus vecinos. Hace más de un siglo, tras la Era de los Elegidos, que el Imperio se ha mantenido en paz tras la Gran Batalla contra el Abismo. Desde aquel entonces los soberanos de cada reino de Antaviar han buscado mantenerse en neutralidad ante el temor de que los Demonios expulsados por el Caballero Eterno y sus Elegidos puedan volver a atacar el mundo conocido.
Antaviar comercia con otro de los continentes conocidos, los Reinos Bárbaros (o Nargash, como se autodenominan ellos), una isla poblada de indómitos guerreros que desafían el clima helado de su tierra. La propia Tierra de Antaviar tiene una gran variedad en su contenido cultural, desde el místico reino de Drako en oriente hasta el ultracivilizado Anarim, en occidente, con sus máquinas de Vapor, pasando por la Teocracia de Haron - arrebatada a su dios inicial Random en la Era de las Divinidades Caidas - o la Isla del Dragón Rojo con sus habitantes inhumanos y malvados. Los Reinos Fronterizos son un lugar caótico en el que las guerras entre pequeños clanes se suceden unas tras otras, aunque estos clanes siempre encuentran un punto de unión para resistir al todopoderoso Imperio de Predem.
Conforman la tierra de Antaviar: reino de Anarim, reino de Silvain, Reino de Drako, Imperio de Predem, Ducado de Vogor, Reinos Fronterizos (o Tierras Libres), Teocracia de Haron, Ducado de Vogor, Isla del Dragón Rojo (habitada por monstruos).
DIOSES DE KRILGARD
Los dioses venerados por los humanos en Krilgard, en orden de importancia y seguidores, son:
Haron, dios de la Guerra. Deidad neutral.
Gloranai, diosa de la Curación. Legal buena.
Lyriam. Diosa de la magia. neutral.
Random, dios de los aventureros y los mercaderes. Caótico bueno.
Gwanzagar, dios de la muerte. Neutral.
Vildivian. Señor de la espesura y la naturaleza, seguido por los druidas. Neutral.
Oron. Dios de los mares y ríos. Neutral.
Filse. Dios de los ladrones. Caótico Neutral.
Set. Dios de la mentira y el engaño. Caótico Maligno.
Nogul. Dios de las enfermedades y los mendigos. Caótico Maligno.
Tenéis más información sobre el panteón en Krilgard: Panteón de los dioses
EL IMPERIO DE PREDEM: AL BORDE DE LA GUERRA CIVIL
Los cuervos graznan en un campo cercano a la puerta sur de la ciudad. Hay quienes creen que cuando los cuervos se reunen en ese campo se avecinan grandes calamidades: muerte, plagas, destrucción...
El Imperio de Predem es dirigido por Taurus, el segundo hijo del difunto emperador Aveganus. El rumor es que el primogénito y legítimo heredero fue el causante de la muerte de su padre y por eso huyó desterrado.
Es mentira.
Mientras la atención del pueblo se desvía hacia una guerra con Silvain - a los que se ha acusado de proteger a la secta maligna que atacó el palacio y causó la muerte a Aveganus - Taurus ha ido reclutando un ejército cada vez mayor y en el que ha dado cabida a ogros, orcos y otras criaturas de la peor ralea. A su vez ha silenciado a quienes pudieran oponerse a él y creado a una fuerza de Inquisidores que mantengan el orden en su tiranía.
Se dice que incluso tenía a su hermano retenido en una fortaleza para ejecutarlo en algún rito impío...
Pero su hermano ha huido. Ha huido y se oculta ahora cerca de Predemia, reuniendo a aquellos que le permanecieron leales para regresar a su ciudad y reclamar el trono que le arrebataron con viles artes.
Pronto los cuervos graznarán ante el festín. Pronto se derramará la sangre del pueblo...
PREDEMIA: MANO DE HIERRO TAPANDO UN VOLCAN
El Inquisidor Paolos miró desde su torre las calles de la ciudad. Guardias armados con sus chaquetas metálicas y la maza de autoridad patrullaban de grupos de tres revisando todo aquello que les pareciera raro. Tenían la orden de dar la alarma con sus silbatos ante la más mínima sospecha sobre un problema que no pudieran contener. Si el silbato sonaba llegarían refuerzos. Si los refuerzos no eran suficientes entonces... entonces se tomarían medidas especiales. No era suficiente. Paolos miró nuevamente las calles y a aquellos haraganes armados con mazas. Sobornables, confiados, corruptos... Meros campesinos que ahora podían abasallar a sus iguales...
No eran otros campesinos armados a lo que temía Paolos. Su Orden, la Orden Insquisitorial de Predemia, había sido creada para manejar peligros más problemáticos. Aventureros de mayores capacidades reclutados por las fuerzas disidentes. Caballeros de Predemia renegados. Magos. Por el abismo negro, si incluso los druídas habían tomado parte en el asunto. Los Inquisidores eran elegidos personalmente por el Primer Lugarteniente del Emperador, Crisador, y estaban bien preparados para enfrentarse a tales amenazas. Además contaban con verdaderos soldados a su servicio. Paolos incluso tenía un hechicero y un clérigo de Gwanzagar para reforzar su patrulla. No podía quejarse. Pero a veces se llegaba demasiado tarde y el problema ya había huído dejando a su paso una ristra de cadáveres de guardias. Mero entrenamiento incluso para un Caballero de Predemia principiante.
Haber prohibido las armas no era suficiente. Paolos sabía que había más entradas a la ciudad que las evidentes. Tras un intercambio de pareceres con el gremio de ladrones habían sellado la mayoría, pero estaba seguro de que había más. Ese era el otro problema. El gremio de ladrones se había replegado en su concha y ninguno de los maestros estaba localizable. Los aprendices, abandonados a su suerte, habían huído como ratas que eran de la ciudad. ¿Un problema menos? No. Un problema más. Un gremio en las sombras, durmiente, acechante, vengativo. Algo que tarde o temprano debía ser localizado y erradicado.
Los mercenarios y las tropas regulares, acampadas en el exterior, no eran problema. Todas temían a Crisador mucho más que a cualquier amenaza de los Inquisidores. El propio Paolos no pudo reprimir un escalofrío al recordar al paladín caído... Un individuo enorme, embutido en esa armadura negra, con una voz que siseaba amenazante. Todo su cuerpo, sus movimientos, reflejaban fuerza y poder. Se decía que había sido capaz de matar a un dragón sin ayuda alguna. Y Paolos se inclinaba a creerlo. Solo lo vió combatir una vez, durante una reyerta en la frontera de Predemia - cuando Paolo solo era un hechicero de apoyo en el ejército - y le había bastado. El poder del paladín caído era considerable, y nunca lo usaba con mesura.
Un silbato sonó en algún punto de la ciudad. Alguien se había resistido a un cacheo. Paolos apretó los dientes: estaba de descanso. No debía acudir. Pero añoraba tanto un buen desafío... Cogió su túnica y se preparó para bajar de la torre.
UN EJERCITO COMANDADO POR LA VENGANZA
Nicodemo miraba inquieto a su alrededor. Sus hombres más leales, la cohorte de Sneider de los Caballeros de Predemia, realizaban un ejercicio de entrenamiento cerca de la tienda. Escuchaba el sonido de las espadas entrechocando. Ansiaban la batalla, pero todavía no era el momento. Los ojos del legítimo heredero contemplaban el ejercicio de sus soldados. A su alrededor el bosque era testigo mudo. Todavía no se había acostrumbrado a la sorprendente magia que hacía aquel lugar indetectable desde el exterior. El mago había dicho que gracias al artefacto no deberían preocuparse, pero aquel ocultamiento no satisfacía los deseos de Nicodemo. Ni de sus Caballeros. Ellos preferirían dar la cara, luchar abiertamente. Pero no era el momento. Aparte de ser un Caballero de Predemia Nicodemo era el futuro Emperador. Debía ser cauteloso, medir sus movimientos.
Ahora aguardaban. Quedaban misterios por resolver, problemas que arreglar. Quienes lo habían liberado, los Guardianes de las Lágrimas, afirmaban que había en juego algo más que la corona de Predemia. Aquello era demasiado incluso para Nicodemo pero, aunque pensanse en hacer algo, no tenía un ejército suficientemente fuerte como para enfrentarse a las tropas de su hermano. Taurus. ¿Cuando había sucumbido a los Poderes Oscuros? ¿Cómo no pudo verlo? ¿Cuando se había decidido a matar a su padre Aveganus y, por poco, acabar con la vida del propio Nicodemo? Y sin embargo su ambición era su peor enemigo. Desdeñando la cordura de mantener su tejido de maldad en la oscuridad Taurus lo había exhibido en un alarde de fuerza. Con cada movimiento se había ganado más enemigos que, poco a poco, iban entrando en la esfera de influencia de Nicodemo.
Los Caballeros de Predemia, aunque es cierto que muchos permanecieron fieles al juramento de servicio al Emperador fuese quien fuese, se habían aliado en gran parte con Nicodemo. Eran tropas duras, fuertes, valientes, que no conocían el miedo ni se retiraban de un combate salvo que recibieran tal orden de un superior.
Las fuerzas del bosque. Repugnados por los extraños experimentos llevados en lugares recónditos de Predemia bajo los auspicios de Taurus el Hierofante de los druídas había tomado cartas en el asunto. Cierto era que no había mandado demasiadas tropas, pero un pequeño grupo de hadas y unos cuantos druídas eran mejores que un ejército de cientos de milicianos.
Milicianos que también habían acudido a la llamada de un futuro más noble donde no compartir puerta con puerta tu vida con un orco. ¡O un troll! Decían que incluso había trolls en las hordas de Taurus.
Y por último los elfos. Todavía pocos y taciturnos, poco dispuestos a obedecer las órdenes de un humano. Nicodemo no se engañaba: estaban allí por el secuestro de Lizara. La princesa elfa había caído en las garras de Crisador y ahora era retenida en alguna de las torres del castillo imperial. Lizara había comandado un grupo de asalto al castillo con la esperanza de recuperar algo que necesitaban los elfos y que, al parecer, estaba en manos de Taurus... Si la elfa moría su pueblo caería como la tormenta sobre Predemia. Pero mientras estuviese viva las tropas élficas no eran más que un apoyo cuanto menos endeble. Taurus lo sabía. Nicodemo, en ocasiones, se sorprendía deseando que le pasase algo a la elfa...
LA PLAGA HELADA
Irice contempló al joven caballero. Victor Sombralarga, rescatado por los valientes gladiadores, se estremecía atacado por la fiebre. Al contacto su cuerpo estaba frío como el hielo. Había llegado enfermo de su rescate y pese a las atenciones de los clérigos y paladines su estado iba cada vez a peor. Irice sentía una enorme lástima por el muchacho pues temía que no pasaría de un par de noches. Pero no era su único problema: había más gente afectada por la que ya era conocida como la Plaga Helada. Los soldados enfermaban, perdían fuerza y caían postrados como Victor. Se había aislado al grupo y por el momento parecía que la medida había tenido cierto éxito. La plaga había afectado a una docena de personas pero nada más. Solo los clérigos y los paladines tenían permiso para entrar en el área. Puede que aquello estuviera contenido pero ¿como salvar sus vidas?
CUANDO LOS MUERTOS NO DESCANSAN EN SUS TUMBAS
- Es prioritario,- dijo Lord Bakus - que nos encarguemos de que Taurus no siga fortaleciendo sus tropas. Algunos de nuestros mejores hombres han partido hacia el este para detener a los orcos antes de que lleguen a Predemia, pero no es bastante.
- ¿Qué más podemos hacer?- dijo Nicodemo tomando un sorbo de su copa - Tenemos a nuestros enviados pactando con otros reinos, advirtiéndoles del peligro que supone Taurus para sus fronteras. Nadie se aliará con él por el temor a que se retuerza como un escorpión. Y el pueblo le teme, no luchará por él si tienen a otro a quien seguir.
- No subestimes la estupidez del pueblo,- contestó Bakus - que carece de honor y de principios. No todos pueden ser Caballeros de Predemia. E incluso los nuestros a veces se equivocan al escoger bando. No. Pero no me refiero a eso. Será mejor que escuches tú mismo la historia.
Lord Bakus se dirigió a la puerta de la tienda de campaña para abrirla y permitir el paso a un semielfo alto, con una perilla rojiza y aspecto descarado. El semielfo no parecía incómodo ante la ampulosidad de la tienda.
- Este es Tobin el Semielfo, antaño perteneciente al gremio de ladrones.- dijo Lord Bakus presentando al recién llegado - Tobin: ¿Serías tan amable de contarle a Nicodemo lo que me has contado antes a mi?
Tobin se sentó al lado de la mesa y sin pedir permiso a nadie se sirvió una copa de vino antes de contestar:
- Muertos vivientes. Un ejército. Estoy seguro de que ya sabéis que vuestro hermano tiene pactos con Caulus, el nigromante de la Isla del Dragón Rojo. Eran habladurías antes de que se iniciase la guerra, pero se decía que un ejército de muertos vivientes viene del sur para unirse a vuestro hermano. Ya sabéis que él no desdeña ninguna ayuda: demonios, ogros, trolls... muertos vivientes. Bonita y obediente tropa.
- No puedo creer que Taurus haya caído tan bajo.- se lamentó Nicodemo - Pero ¿no tenemos fuerzas aliadas al sur para cortarles el paso?
- No me dejasteis acabar excelencia,- dijo Tobin remarcando el título con cierta ironía - vuestro hermano es un tirano impaciente. Ya que los muertos tardan en llegar ha decidido fabricarse los suyos propios. Hace poco se encargó de eliminar a los nigromantes de la ciudad - no me preguntéis cual fue el motivo - pero los que han sobrevivido a la purga colaboran ansiosamente con él... El miedo es un gran pagador. En algunos puntos de la ciudad se están realizando impíos rituales para aumentar las tropas del Emperador... perdón, del Usurpador.
- ¿Donde?- inquirió Nicodemo - ¿Donde se mancilla de tal manera el honor de nuestro Imperio?
- Ah, esa es la cuestión. Estime que ya sabía lo suficiente como para dar por concluída la estancia en la ciudad. Aparte de eso últimamente los Inquisidores no han sido muy cuidadosos en sus relaciones formales con mi extinto gremio, así que pensé: mejor vivo fuera que no muerto dentro. Que ocurrencia.- se rió de su propia gracia - Pero pensé que lo querríais saber. Por si deseaseis tomar medidas, claro.
- Es suficiente,- atajó Bakus- puedes irte Tobin. Serás recompensado.
El semielfo imitó una reverencia y salió silbando de la tienda de campaña.
- ¿Cuanto es cierto de lo que cuenta?- pregunto Nicodemo. Su rostro era grave, ceniciento.
- No lo sabemos, pero debemos averiguarlo. No me extrañaría nada que todo fuera cierto. Últimamente se oyen extraños rumores de un culto a los no muertos que ha tomado gran fuerza en la ciudad.
- ¿Gwanzagar? ¿El dios de la Muerte? Pero su adoración estaba permitida en Predemia desde siempre y..
- No. No es Gwanzagar. Gwanzagar encarna la Muerte que todos encontraremos al final. Este culto encarna a la no vida que, según sus creencias, debemos optar como preferente. Es algo mucho más siniestro.
- ¿Como vamos a saber si el semielfo no miente?
- Tendremos que mandar a alguien a averiguar lo que pasa.
- ¿Y si es cierto?
- Alguien deberá atajar el problema... Creo que conozco a la gente adecuada.- concluyó Bakus sirviéndose una copa - Los mandaré llamar...