¡¡¡OS LO DIJE!!!
Yo/nosotros les oímos antes.
¡SILENCIO! No es a nosotros a quienes buscan. No lo echéis todo a perder con vuestra impaciencia
Es imposible ocultarme ahora que están ante mí. Pero a mí no me buscan, por lo que quizás pueda salir de ahí.
Miro a la mujer con expresión lo más neutral que me es posible.
—¿Quién sois? ¿Qué buscáis? Soy Alejandro de Zucchi.
Aunque no suelto la daga, levanto ambas manos, indicando que no los voy a atacar.
La mujer hace un gesto con su mano libre y de improviso brota una renovada llama de las lámparas apagadas. Junto a ella hay un hombre anciano, con el rostro surcado de arrugas y la mirada perdida. Parece altamente concentrado en algo, y no abre la boca. La mujer te mira con curiosidad, mientras las llamas que aún mantenía en torno a su mano se extinguen repentinamente. Tus últimas palabras resuenan en la dura bóveda de piedra:
-...soy Alejandro de Zucchi.
Y como si el eco te hubiera devuelto la frase, oyes una voz a tu derecha que dice, imperativamente.
-No. YO soy Alejandro de Zucchi.
En el lugar en el que antes estaba tu sire hay ahora una figura exactamente igual a ti, sólo que ésta mira a los intrusos, si cabe, con un mayor gesto de inocencia.
¿Acaso está intentando burlarse de mí? ¿O usarme como chivo expiatorio e igualar las probabilidades de que nos dañen? No... conociéndolo, lo que querrá seguramente es confundirlos, irlos acorralando con la locura hasta el jaque mate. Si es así, tendré que intentar dominar la situación de alguna forma, trabajar con él.
—YO soy Alejandro de Zucchi.
Miro a la mujer fija y firmemente, sin retirársela, sin mostrarle un ápice de miedo.
La mujer os mira alternativamente, dubitativa. Parece bastante confundida por la argucia de tu sire.
-¿Qué... qué significa esto?
De improviso, el anciano, que había permanecido en silencio hasta ahora, eleva desde sus entrañas una voz gélida y cavernosa. Todavía tiene los ojos cerrados.
-La primera vez que nuestros caminos se cruzaron, Uberto de Ercolano, fue en los laberintos imposibles de la catacumba de Jerusalén. Durante muchas noches vagué, sin rumbo y desesperado, por ellos, gracias a ti y a tus ilusiones baratas. Como ésta.
Notas como el aire empieza a bajar con una velocidad inusitada por el agujero del altar, arremolinándose en torno al cuerpo firme del anciano.
Entonces abre los ojos.
Y un golpe de viento, certeramente dirigido, derriba a Uberto de Ercolano.
-No pienses, ni por un momento, que volverás a engañarme, Uberto.
Luego se dirige a ti, con voz imperiosa.
-No tenemos nada contra vos, Alejandro de Zucchi, así que os rogaré que nos acompañéis de buen grado.
El impacto con el que derriban a mi sire me hace abrir los ojos, sorprendido. ¿Que me vaya con ellos dejando atrás a mi sire? Aquel hombre seguramente ha de ser brujo. Me fijo en él con especial interés, mientras hablo, buscando restos de magia, sea la que sea, a su alrededor.
—Aún no me respondéis y no puedo aceptar irme así de fácilmente con quienes entran atacando de esta manera a Uberto.
No dirijo en absoluto mi mirada hacia mi mentor, no es momento. He de mirar cómo está el tablero, la ayuda ya llegaría. Y si hay que sacrificar una ficha, deberá hacerse, todo sea por la victoria y la merecida impunidad. No obstante, mi sire no deja de ser quien es, y no puedo dejarlo así. Por ello, me mantengo firme en mi sitio.
—Contestadme o no podré sino pediros que os guardéis de mí. ¿Quiénes sois?
Tirada: Per + Empatía
Resultados: 1,3,3,1
Resultado final: -2
De nuevo Per + Empatía para Auspex 2
PD: Si ya sabía yo...
Tu sire se levanta, sacudiéndose el polvo y los trozos de espejo que han quedado adherido a su traje. El golpe de viento no ha sido más que un empujón, y no parece que esté herido. Parece que el golpe ha anulado los efectos de la Ofuscación y de nuevo muestra su verdadera figura. Mira al anciano con extrañeza, como si tratara de hacer memoria, y luego sonríe, cansadamente:
-Así que al final me habéis encontrado. Sin duda, vuestro maldito padre debe estar sonriendo dentro de su sepulcro en Transilvania. Imagino... imagino que tú eres uno de los Seis -hace una pausa, antes de añadir- El único que queda con vida, supongo.
-Junto contigo. -Repone secamente el anciano. Luego os mira alternativamente y dice:
-Vamos. Hemos de ir a ver al príncipe. No me gustaría tener que obligaros a ti o a tu amigo, pero bien sabéis que podríamos hacerlo.
Uberto se encoge de hombros y te mira, como esperando que tomes tú esa decisión.
El príncipe de Nápoles es Marsilio de Castilnuovo, un Brujah mucho más aristocrático que sus compañeros de clan. Aunque nunca has tenido un trato cercano con él, sabes que tiene fama de ser un vampiro recto y honorable.
Por otra parte, tu intento de percibir con mayor nitidez las auras de los presentes sólo consigue provocarte una jaqueca tremenda.
Me llevo las manos a la cabeza por el dolor, arqueándome ante las inesperadas consecuencias de mi maniobra. Emito una mezcla entre quejido y gruñido y asiento gravemente, para mirar luego a mi sire mientras voy haciéndome al dolor y concluyo que me durará un rato. Buscar problemas no es la mejor jugada de las tantas posibles, y ver a Castilnuovo, una de las tantas caras del rey negro, me ayudará a estudiar sus maniobras más a fondo y saber cómo atacar.
—Bien, vayamos, pero exijo una explicación. Yo no tendría que estar inmiscuido en este barullo.
A pesar del dolor, me yergo en toda mi altura, recuperando el porte regio que por mi verdadera identidad y papel sobre el inmenso tablero de Malkav merezco.
Así lo ha dicho, peón, así lo ha dicho.
¿Acaso no vamos a luchar? ¿Acaso nos rendiremos como vulgares peones?
Así lo haremos, torre, así lo haremos.
Subís por la escalerilla precedidos de la mujer, a la que el anciano se ha referido como Aletheia, y seguidos de cerca por el otro de los intrusores. Tu sire parece ausente, pero no preocupado en exceso.
Reconoces en él, ese gesto. Ha ocurrido otras veces. Cuando amenazas jaque, seguro de ti mismo, sabiendo que tu sire no tiene escapatoria, él pone esa cara.
Pero sólo las veces que, en realidad, sí había escapatoria.
Vamos a terminar tu preludio en la escena Nápoles, que abriré a continuación.