Aquella mañana habían llegado dos mujeres con los tres círculos tatuados que las identificaba como parte del clero. Por sus símbolos sagrados dedujiste que eran sacerdotisas de Hathor, por su acento, que habían venido de Gheldaneth, por su aspecto, que eran hermanas. Una de ellas había estado hablando con tu amo durante más de una hora, para asegurarse de que encontraba un acompañante adecuado a las necesidades de la otra, que había permanecido en un aburrido y exasperado silencio. Cuando te habías acercado a ellos para ofrecerles un té y unos pastelillos de hojaldre y miel, la sacerdotisa que había estado callada te miró con intensidad. Cinco minutos después, las hermanas habían llegado al acuerdo de que serías tú la encargada de hacer compañía a la silenciosa sacerdotisa.
Para haber causado tan profunda impresión te sentiste mayormente ignorada el camino hasta la posada donde se hospedaría tu acompañante. Era una mujer delgada, sin un atisbo de pechos y esbelta como un junco, aunque carecía de su flexibilidad. Tenía el pelo largo y negro como el tizón y debía tener más de cuarenta años. Las arrugas en el ceño y alrededor de los labios sugerían que la desaprobación era más frecuente en sus expresiones que la risa o el alborozo. Tras encontrar los aposentos de su agrado y despedirse de su hermana, la sacerdotisa había insistido a los criados que se retiraran. Te había dejado sola en la habitación y se había ocupado ella misma de asearse y vestirse en la estancia de al dado.
Reapareció veinte minutos más tarde, te dedicó una mirada lánguida y eligió una silla de respaldo alto en la que sentarse erguida como una vara. No se te escapó la forma rígida en la que se movía, y el gesto de dolor que hizo cuando tuvo que sentarse.
—Mi nombre es Nepthis, de la Casa Hatharia. ¿Tú cómo te llamas? —dijo con impaciencia, con una aspereza casi impropia de una sacerdotisa de la Bailarina de la Fortuna.
Aguardó tu respuesta y alargó la mano a una jarra de bronce que había sobre la mesa para servirse un vaso de agua. Era casi como si detestara estar sin hacer nada.
—Esta noche tengo que acudir a una reunión con la mayor parte del clero importante de la ciudad —dijo sin andarse con rodeos, contemplando el fondo del vaso. El tono era entre hastiado e irritado—, tu señor me ha dicho que conoces a la mayoría de las personas que es necesario conocer entre la aristocracia, cosa a la que yo no he prestado atención en toda mi vida. Mi hermana dice que soy como una roca que ni siquiera repara en las olas de la política que la baten con todo su fragor.
Nepthis resumió su opinión sobre aquello con un bufido y bebió del vaso, permitiéndote comentar lo que quisieras antes de seguir desgranando lo que se esperaba de ti.
—Tu consejo me es más valioso para mí que tus aptitudes para tañer el arpa, que no discuto que serán excepcionales. Me gustaría que me acompañaras esta noche, a no más de un par de pasos, y me ayudaras a que la velada sea un éxito. A quién debo escuchar, a quién ignorar, a qué sacerdotes lisonjear y cómo tratar con otros de difícil temperamento. ¿Podrás hacerlo?
Nathifa no era una recién llegada, y sabía de los aguijones venenosos escondidos bajo las alabanzas a los méritos. Las personas de rango podían permitirse mostrar su orgullo, pero alguien de su posición tenía que recordar que el talento sólo tenía tanto valor como utilidad tuviera para sus superiores. Un perro lo suficientemente inteligente para aprender bien los trucos que se le enseñan es una mascota apreciada. Uno que aprenda a abrir las puertas por su cuenta, librarse de las ataduras y descubrir la comida de su amo no es más que un incordio.
-Mi nombre es Nathifa, señora. -Respondió, inclinándose grácilmente, los brazos doblados sobre el pecho*, en un gesto mil veces practicado. En su cara, la sonrisa inocua y fácil que era su máscara cuando trabajaba.-He tenido la honra de ser llamada para tocar para muchos de los que probablemente estén en ese evento, y la suerte de atenderlos tanto en eventos íntimos como en los más populosos. Lo que pedís, podría hacerse. E imagino que el consejo que recibáis, preferiréis hacerlo con discreción, y que los presentes no perciban vuestra falta de -no de talento para la política, jamás se le sugería a sus patrones que tuviesen alguna falta. Como mucho, una temporal carencia-familiaridad con la situación política local. Pero las personas que os puedan ser más útiles pueden cambiar con la situación y lo que queráis conseguir. Si me lo permitís, ¿podríais darme más detalles de las razones de este evento y por qué asistís?
*No tengo ni idea si es así como se hacía, pero por curiosidad miré un artículo sobre muestres de respeto en el antiguo Egipto, y varios textos mencionaban doblar el brazo o los brazos.
Nepthis lanzó un resignado suspiro y depositó ambas manos en el regazo. Te escudriñó unos momentos, como si tratara de discernir tu auténtica naturaleza solo con mirarte.
—Soy un oráculo, Nathifa, una profetisa sagrada de Hathor. Guiada por sus visiones he realizado el Ritual Oblaran y me he convertido en la primera Encarnación de la casa Hatharia desde hace ochocientos años, desde que mi predecesor se negara a tomar parte en una sangrante guerra civil que sacudía el país.
»Mi mera existencia supone un vuelco al panorama político actual. Todo el mundo se pregunta si reclamaré la prefectura divina que me corresponde por derecho. Hay quien me ve como un problema, una amenaza a su estatus y posición, otros como una oportunidad para medrar a mi sombra. En este evento los sacerdotes de la ciudad tratan de determinar si soy lo uno o lo otro —dijo e inclinó el cuello de cisne—. Pocos recuerdan hoy en este bendito país que los dioses no conceden milagros para servir a nuestros fines, sino a los suyos propios.
»Y casi nadie se ha molestado en preguntarme a mí qué quiero yo. Que es ayudar a la gente. A todo el mundo, si fuera posible. Incluidos los esclavos, los repudiados y los no humanos. Lo que con toda seguridad es el motivo por el que Hathor me bendijo con sus dones.
No sin esfuerzo, la Encarnación de Hathor se cruzó de piernas y se arrellanó en su asiento.
—Queda por determinar si podré ayudarlos mejor desde una prefectura o manteniéndome como siempre he estado a pie de calle, alejada de la política. Así que por ahora toca nadar y guardar la ropa. ¿He satisfecho tu curiosidad, Nathifa? ¿Tienes alguna pregunta más o podemos empezar con la instrucción?
Es habitual en Mulhorand mostrar respeto a un sacerdote que tenga los tres círculos, incluso si te lo encuentras por la calle, y es lo que se espera de ti. Lo normal es inclinar la cabeza o, como mínimo, alejarte de su camino para no importunarle. Dicho esto, me parece bien utilizar el gesto que has indicado como algo más formal.
Aquella hija de la casa Hatharia era una persona interesante. Podía ser que las buenas intenciones se desvanecieran en cuanto catara el poder durante algún tiempo. Si es que eran algo más que pretensión. Pero no pudo evitar encontrarla refrescante en el ambiente de Mulhorand. Tanto que hizo algo que no solía hacer, hablar con más franqueza de lo habitual.
-Entonces, la primera lección debería ser que la información es un arma. Y no se arma a aquellos que no estáis seguros si están en vuestro lado. Más de uno de los que asistirán esta noche pagarían una pequeña fortuna por oír lo que me habeis contado. Querrán saber lo que deseáis, vuestros talentos, vuestros apoyos. Cómo utilizaros, cómo manipularos. Y el que no lo sepan es vuestra ventaja. Esta noche podréis ser lo que queráis ser. Dejadles ver sólo la imagen que os convenga que vean. No les déis más que aquello que juegue a vuestro favor. Porque todo lo demás, será lo que usen contra vos. Y ahora, supongo que podemos hablar de quienes estarán presentes.
En los siguientes minutos, Nathifa se dedicó a desgranar lo que sabía de los probables asistentes. Su nivel relativo de poder y sus asociados más conocidos, sus intereses y sus vicios. Cosas que quizás fueran demasiadas para absorver todas de una vez para alguien no familiarizado ya con la política en la ciudad, pero que al menos haría que Nephtis Hatharia tuviese algunas ideas sobre las personas con que se iba a encontrar.
¿Tiro conocimiento de bardo o conocimiento de nobleza y realeza o algo para ver lo que sé sobre los que asistan?
Enseñar a Nepthis las sutilidades de la corte fue como enseñar modales a un paleto de colmillo retorcido. Afortunadamente, la sacerdotisa de Hathor confiaba en ti y en el proceso y hacía todo lo que le indicabas. Aquella noche salió airosa, y el día de servicio se convirtió en una dekhana. Y la dekhana, en un mes completo. Acompañaste a la Encarnación de Hathor a numerosas recepciones, siempre dos pasos detrás de ella, susurrándole tus consejos que ella escuchaba con atención. Viajasteis a ciudades cercanas y lejanas, a veces por medios mágicos. Entre una reunión y la siguiente, a veces incluso mientras viajabais, trabajabais intensivamente en mejorar sus habilidades cortesanas.
Vuestra última visita oficial fue al Oasis de Muldoon, poco más que un campamento situado junto al Río de las Lanzas, en la ruta hacia Mishtan. Su líder, un profeta de Isis, quedó encantado con Nepthis, que era a aquellas alturas una cortesana medio decente gracias a tus desvelos. Hablaron largamente de la interpretación y significado de las profecías, y a juzgar por cómo sonreía Nepthis, también trataron otros temas mucho más mundanos en sus reuniones privadas.
Nepthis se mostró especialmente taciturna en el camino de regreso a Gheldaneth, pero habías aprendido a interpretar sus silencios como introspección y no como muestras de desprecio o indiferencia. Despachó a todos los esclavos a medio día, y te convocó a reunión nocturna en sus aposentos, a solas, como lo hizo en el primer día que contrató tus servicios.
—Llevamos un mes trabajando sin parar, estoy agotada. Me he dado cuenta de que en todo este tiempo no te he escuchado tocar el arpa ni una sola vez —dijo la Madre Favorecida, quitándose los pendientes y deshaciendo la trenza. Te observó a través del espejo mientras se cepillaba los cabellos —. ¿Podrías tocar para mí? Tu canción favorita estará bien.
¿Cual era su canción favorita? Si fuera otra persona, se limitaría a elegir alguna canción en el estilo de las que la persona que lo pedía prefería. Esa vez pensó en sus propias preferencias. Siempre le habían gustado las canciones tradicionales. Eran las primera que había aprendido a cantar, antes de empezar su aprendizaje formal, cuando aún era una niña salvaje que se divertía asustando a las grullas y haciendo figuras de barro en el río. Pero incluso ahora, se paraba cuando paseaba a escuchar cantar a los marineros, o a las madres cantar canciones de cuna a sus hijos, o los artesanos mientras trabajaban. Eran canciones del pueblo, que sus maestros habrían llamado faltas de sofisticación. Y en efecto, la canciones tradicionales solían ser más simples, con más repeticiones en su estructura. Después de todo, eran canciones que pasaban de boca en boca en la familia, entre amigos, entre amantes, y no enseñadas en una clase a músicos profesionales puestas en papel. Pero de lo que no carecían eran de belleza, de ingenio o de emoción. Simplemente que sin menos artificios. Puso sus manos sobre las cuerdas del arpa, y empezó a tocar una. No sabía si su preferida o no, no estaba segura de que tuviese una favorita, pero una que había tocado más de una vez a solas durante años y le parecía especialmente apta para aquella noche.
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-Quizás no es la que mejor demuestra mis talentos.-Dijo al terminar-Puedo tocar algunas piezas más refinadas, si lo prefiere.
Nepthis movió el pie durante tu representación, siguiendo el compás de la música; no te hubiera sorprendido saber que no era la primera vez que escuchaba una canción campesina, pese a su origen aristocrático. No hubo un aplauso al finalizar, pero tampoco lo esperabas de alguien tan seco como la mojama. La Madre Reverenda rio por lo bajo ante tu sugerencia de tocar una pieza más refinada, el sonido era como el cloqueo de una gallina.
—Lo dices como si fuera capaz de apreciar el auténtico talento con el arpa. Hija, es mi manera de preguntarte lo mismo que a mí nunca me han preguntado: ¿qué es lo que tú quieres hacer? —dijo y se levantó para sacar un rollo de papiro del zurrón desgastado (aunque mágico) que siempre llevaba cuando iba de viaje.
Te tendió el pergamino. Lo desenrollaste y te encontraste con un documento legal cuyos detalles se te escapaban. El fondo, empero, te resultaba transparente como el cristal: Nepthis había comprado tu libertad. Al final del escrito se te instaba a comparecer lo antes posible con aquel documento en un templo de Horus-re para que te fuera tatuado el círculo que te identificaría de entonces en adelante como una ciudadana libre en Mulhorand.
—¡Aunque también puedes interpretarlo como que he aprovechado esta última ocasión de darte una orden! —rio Nepthis.
No sabía si reír o llorar de alegría. Estaba segura de que conseguiría la libertad algún día. Por los medios que fuesen. Lo que no esperaba es que ese día fuera tan pronto. Enrolló de nuevo el pergamino, intentando recomponerse, pero sin poder evitar una sonrisa.
-Ha sido un descuido mío no haber incluido la música en nuestras lecciones. Hathor, que nos dá la musica y cuida de los que la tocan, y su Oblaran no es capaz de diferenciar una tonada en el arpa del sonido de las grullas peleando. Aunque parece que en en la forma de proteger y ayudar a sus sujetos, tal y como Hathor envía esa protección, no podía haber estado mejor escogida.
Desde donde estaba sentada en el suelo con su arpa, Nathifa se inclinó hasta casi tocar el suelo con la frente.
-Tengo una deuda que no sé si podré pagar. Y nunca me ha gustado ser deudora. Si algún día puedo ser de ayuda, sea lo que fuera que se necesite, considéreme a su servicio.
Nepthis rebulló en su asiento, como siempre rígida como un palo. Miró al techo de la habitación.
—Recuerdo uno de los primeros consejos que me diste, cuando nos conocimos hace un mes. "La información es un arma, y no se arma a aquellos que no estáis seguros si están en vuestro lado" —dijo curvando sus labios en una sonrisa de esfinge—. De modo que me apliqué el cuento, y nunca te dije por qué te elegí a ti de entre todas las personas que me ofreció tu señor. Pero supongo que ahora es el mejor momento para revelar ese secreto.
»Te vi en una de mis visiones, Nathifa, hace meses. Cuando fuiste a servirnos y te reconocí pensé: ¿coincidencia o destino? —Nepthis se encogió de hombros—. A la profecía aún le quedaba tiempo, y tiempo es lo que yo no tenía para prepararme para... todos estos cambios que has visto de primera mano. Así que decidí dejarme llevar, conocerte un poco mejor y de paso averiguar más cosas sobre la profecía de la que eras protagonista. Y aquí estamos, ofreciéndome tus servicios para cualquier cosa que necesite.
Volvió a reír como una gallina clueca.
—¿Y si te pidiera que cumplieras una profecía que he tenido sobre ti? ¿Qué me dirías?
No pudo evitar sentir un cierto orgullo de ver que su alumna había aprovechado sus lecciones. Incluso si ahora las usaba contra ella. Aunque casi se sentiría decepcionada si no fuera así.
Por otro lado, no estaba muy segura del asunto de la profecía. No de que no fuera cierta. No dudaba de los dones de Nephtis. De lo que no estaba segura era de que fuera conveniente para ella. Llamar en exceso la atención de la gente más poderosa podía ser extremadamente provechoso o letalmente inconveniente. Y no infrecuentemente, ambas cosas al mismo tiempo. Se necesitaba un gran talento para manejar esas situaciones. Y no había seres más poderosos, y más impredecibles, que los dioses. Aunque confianza en su talento no era algo de lo que Nathifa careciera.
-Diría que sois en extremo generosa. No sólo me habeis proporcionado la libertad, sino que me dais la ocasión de hacerlo sin incurrir en deudas. Aunque quizás los dioses esperen de mí más de lo que mis modestas virtudes sean capaces.
—Esas son unas palabras sensatas, no muy distintas a las que pronuncié yo en su día —asintió pensativamente Nepthis. Guardó silencio unos momentos, como si tratara de evocar todos los recuerdos de la profecía—. Te vi en un mercado. Había un lammasu en él, una criatura mágica que parece un león con alas de águila. Estaba tendido de costado en el suelo, herido o enfermo. Nadie le prestaba atención a la noble criatura. Entonces unas serpientes se deslizaban por debajo las tiendas, en dirección al lammasu. Tú blandías una antorcha y mantenías a raya a las serpientes. Había un ibis sobre tu hombro, como si fuera tu consejero.
Hizo otra pausa, mientras escudriñaba en tu rostro tu reacción a la profecía. Después se encogió de hombros.
—Es normal que en las profecías que me envía Hathor aparezcan animales y bestias, que suelen representan las fuerzas en conflicto. El lammasu puede representar a Osiris, o a Horus-re. El ibis se refiere casi inequívocamente a Thot. De las serpientes no estoy segura. Sería obvio señalar a Set, pero cuando tengo una visión sobre el Padre de los Chacales se muestra como una enorme cobra, no como varias serpientes pequeñas. Podrían estar relacionadas de algún modo con él, pero podría ser otra cosa completamente distinta.
»El mercado también lo percibí con todo lujo de detalles. Olía el salitre y escuchaba a las gaviotas chillar por encima de mí. He estado contrastando lo que percibí, la forma de la plaza, los edificios que había en derredor y la posición de sol con las de los mercados de ciudades a lo largo de la costa del Mar de Alamber. El lugar en el que te vi es el Bazar de Majoor.
Nathifa no tenía el don de la profecía, y de símbolos y metáforas conocía mejor los de canciones y poemas amorosos que los de imágenes religiosas. De sueños, augurios, profecías y cómo interpretarlos, Nephtis tenía mucho más conocimiento que ella, y Nathifa no dudaba de su habilidad. Pero incluso Nephtis no podía aportar más que una interpretación aproximada del significado de su profecía. Pero después de todas los esfuerzos que había hecho para encontrar el lugar que había visto, era evidente que la consideraba importante.
Si Thot, o uno de sus ibis, se suponía que tenía que tenía que venir a guiarla, estaban llegando con un cierto retraso, y no había mucho en esa visión sobre lo que proceder. Excepto Majoor y su mercado. Ese era el único dato seguro, así que parecía que si quería hacer algo al respecto de la visión, tendría que ir allí.
No es que estuviese muy segura de nada. En parte, pensaba si quizás Nephtis no se habría equivocado de persona. Porque aunque ella no fuese tan vulgar y corriente para ser confundida con la primera persona con la que se encontrase, Nathifa jamás había prestado demasiada atención a los dioses, más allá de los ritos y ceremonias que habituales que se le debían. Y le costaba pensar en los dioses prestándole mucha atención a ella. Pero iría y vería. Fuese lo que fuese que ocurriera, decidiría qué hacer cuando estuviera allí.
-Entonces tendré que ir al mercado de Majoor, y buscar quién o qué es ese lammasu en apuros.
—Bien, y recuerda que pase lo que pase serás siempre bienvenida aquí, ahora como una mujer libre —dijo Nepthis—. Considérate como una Hija de la Casa Hatharia.