Amuir obturó, uno por uno y sin incidentes, los conductos en las fauces de las serpientes. Pudisteis atravesar la sala y, al abrir las puertas dobles, os quedasteis sin aliento. Lo que visteis no podía ser otra cosa que la subciudad immaskari. Habíais accedido a un espacio abierto, como una plaza, pero el cielo seguía siendo de piedra. Pero reconocíais el estilo de los immaskari en los edificios, y eso significaba que habíais escapado del Templo las Sombras con el Cáliz de Hatharia en vuestro poder.
Aún os costó más de media hora en encontrar el camino de vuelta a la superficie, aunque fue una minucia comparada con los retos que habías enfrentado, y superado, en vuestra búsqueda. Era como si hubierais atravesado caminando el foso de serpientes venenosas que habíais visto, cada una de ellas representando vuestros miedos e inseguridades más profundos. Al principio, cada paso que dabais parecía aumentar su número, pero con el tiempo, aprendisteis a moveros con más cuidado y astucia, esquivando sus picaduras y enfrentándoos a ellas una a una. Al final, llegasteis al otro lado del foso, sintiéndoos más fuertes y seguros que nunca antes, sabiendo que habíais superado vuestro mayor desafío y que nada podía deteneros. Cuando por fin emergisteis a Majoor os encontrabais terriblemente cansados. Dirigisteis vuestros pasos al templo de Thot arrastrando los pies, como los zombis a los que habíais logrado engañar. Todas las puertas se os abrieron en cuanto mostrasteis el preciado tesoro que teníais en vuestro poder.
Lo que siguió fue, no por entendible, menos decepcionante. Karranis estaba más preocupado por empezar a utilizar el cáliz para curar a la población que en felicitaros (o recompensarons) por vuestra hazaña. Se os pidió que esperarais en una estancia del templo de Thot. Y aunque era cierto que se os proporcionó comida y bebida, y que vuestras necesidades eran atendidas por esclavos solícitos, faltaba algo más. Habíais hecho una labor muy importante, y todo el mundo parecía demasiado ocupado para darse cuenta de ello.
Y, entonces, la estancia se vio inundada de guerreros, que tomaron posiciones estratégicas por toda la habitación. Un esclavo se quedó junto a la puerta y anunció la llegada de Nepthis Hatharia, la Encarnación de Hathor. La persona más ocupada y solicitada de Mulhorand.
Se trataba de una mujer delgada y esbelta como un junco. Tenía el pelo largo y negro como el tizón, recogido en una trenza detrás de la espalda. Jotnar y Nathifa, que la habían conocido antes, apenas la reconocían. Parecía haber rejuvenecido diez años, y sus andares carecían de la rigidez del lumbago que ellos conocían. Y, sobre todo, parecía en paz consigo misma y con los demás.
Ajena a la impresión que pudierais causarle, Nepthis cruzó la estancia y se sentó con delicadeza en el único asiento libre que había en la habitación. Para sorpresa de Jotnar y Nathifa… ¡Sonrió! Nepthis nunca sonreía.
—Nathifa, Jotnar —los llamó—. ¿Haríais el favor de ocupar vuestro sitio, a mi lado?
Aquello era una obvia ruptura de protocolo. ¿Una mujer sin un par de círculos o tres tatuados en la cara, y un no humano al lado de una Encarnación? Escandaloso era una palabra que lo definiría bien, aunque a la mujer que teníais ante vosotros parecía importarle bien poco.
—Tengo entendido que habéis recuperado una reliquia importante para nuestra familia —empezó Nepthis—, y tengo aún más claro que habéis conjurado un mal del que pocos en este bendito país son conscientes. Pero yo sí, y por eso me gustaría ofreceros una recompensa acorde a vuestra aportación. Una recompensa que el Precepto de Majoor no os va a ofrecer, por cierto. Así que aprovechad y pedid, y os lo daré si está en mi mano.
»Y hay muchas cosas que están en mi mano —dijo, con una caída de pestañas, a nadie en particular.
Nathifa estaba irritada incluso si, excepto para los ojos más observadores, lograba ocultarlo bajo sus bien practicados buenos modales y gracias sociales. Por supuesto que se alegraba de salvar a la población, y sabía que los sanadores estarían ocupados por el momento. Por supuesto que no quería que nadie muriese. Pero para conseguirlo había arriesgado su vida entrando en antros de criminales y ciudades subterráneas, recorrido lugares llenos de inmundicias, serpientes y fluidos corporales, y peleado con monstruos (o ayudado a otros a pelear con ellos, o permanecido por los alrededores, que también importaba) y no muertos. Había sido envenenada, golpeada, la túnica que llevaba bajo la armadura iba a tener que tirarla, no había forma de salvarla por mucho que la lavara y remendara, y su instrumento iba a necesitar afinado y cuidados después de tanto ajetreo. ¿No merecía algún reconocimiento?¿Alguna compensación mayor que unos refrescos y refrigerios después de tanto sacrificio y heroicidad? Y los otros también, por supuesto, pero lo que ellos querían no podía saberlo. Lo que sí sabía era que ella no había entrado en aquello pensando que al final conseguiría que le sirvieran unos dátiles.
Aún estaba dando vueltas a cómo mejor dirigir la situación a su favor, o al menos aprovechar en algo los resultados a largo plazo, cuando entraron los guardias, y a continuación, Nephtis.
La encarnación de Hathor estaba cambiada. Su presencia siempre había comandado respeto, pero ahora además había aprendido a llevar su autoridad y posición como lo que de forma natural le pertenecía. Y aunque sabía que lo que Nepthis había logrado, lo había hecho por ella misma, no pudo evitar una punzada de orgullo al ver a su antigua "alumna" establecida en lo alto.
Se inclinó ante ella, con los brazos sobre el pecho en señal de respeto y sin darle la espalda se dirigió al asiento que le había indicado.
-No aspiraría a mejor recompensa que saber que la población de Majoor no sufrirá con tan terrible plaga, y que el terrible mal que los amenazaba ha sido evitado. ¿Pero cómo podría negarme a los deseos de la Encarnación de Hathor, cuando me ofrece el honor de su generosidad? Y conociendo el amor por la música de la bendita Hathor, me haría feliz poder disponer de un lugar donde aquellos dotados por ella de talento para la música y las artes, puedan deleitar allí a otros con sus dones. Más feliz aún sería si la casa Hatharia diese su patrocinio y bendición.
Conocía a unos cuantos bardos que aprovecharían sin dudarlo la oportunidad de practicar sus artes con más libertad de lo que lo hacían ahora, incluida la libertad de no hacerlo en ciertos lugares o para cierta gente. Y algunos de ellos contaban con las preferencias, incluso el afecto, de ciertos miembros de la alta sociedad de Mulhorand, lo que garantizaba la presencia de ciertos patrones importantes desde el principio. Pero el tener como clientes a los ricos y poderosos también tenía ciertos riesgos. Era una cosa expulsar a un marinero o un tejedor de un lugar si se excedía con la bebida o las manos. Era otra que gente que no conocía más tierra que el polvo de sus sandalias intentase controlar a gente que podía presumir de poder andar días enteros sin salir de sus terrenos. Pero la cosa cambiaba si a quienes se estaba insultando con ese comportamiento no era a unos don nadie sin tatuajes, sino a una de las casas más importantes de Mulhorand.
Por suerte o por desgracia, Jotnar estaba acostumbrado a ser invisible para la mayoría de habitantes de Mulhorand, que trataban a los no-humanos como si no existieran así que para él, que se molestaran en darle algo de comer y de beber (que no fuera alcohol) ya era todo un logro. Aunque le resultaba muy entretenido cuando venían a encargarle algo a la Barba Insondable y descubrían que el jefe era un enano. A más de uno casi le salía humo por las orejas producto de sobrecalentamiento de neuronas ante la perspectiva de tener que hablar con él en vez de con una mujer con círculos tatuados en la frente.
Eso sí, con los pagos no se andaba con tonterías; ya podían recompensarle por sus servicios si no querían que los agarrase a todos por las túnicas y los arrojase al agujero por el que habían entrado a la subciudad Immaskari. O sufrir la ira de Cocotilio, una de dos.
Por suerte, Nepthis pareció encargarse de ese detalle. Cuando la sierva de Hathor hizo acto de presencia y les pidió a él y a Nathifa que se sentaran a su lado, Jotnar se dirigió directamente a hacerlo sin reverencia ni pomposidad alguna. O más bien, a auparse al asiento de su lado sin reverencia ni pomposidad alguna. Estúpidos asientos para humanos.
—Querida, ¡no sabes lo que te he echado de menos!—comentó jovialmente. Y alzó un índice propositivo para añadir:—. ¿Un té negro luego cuando tengas un ratito más tarde si te dejan en paz? Y te cuento cómo fue todo. Le he traído hasta un souvenir a Amessis.
Cuando Nepthis les dijo que podían pedir algo, sin embargo, Jotnar adoptó una postura pensativa y sesuda. A fin de cuentas, era un ofrecimiento de la Encarnación de Hathor por haber salvado Mulhorand de sólo los dioses sabían qué clase de catástrofe. Carraspeó y se dispuso a pedir una recompensa acorde a la seriedad del asunto:
—Quiero un esqueje de ese sauce del desierto tan lustroso que tenéis en el templo—soltó ignorando el hecho de que cualquier persona normal probablemente hubiera pensado en primer lugar si no era sagrado—. Oh, y Cocotilio salvó nuestras vidas de un vampiro. Y su apoyo moral fue inestimable. Pide algo tu también, colega.
Sin esperar confirmación, el coquito salió de la mochila del enano, se subió a su cabeza y se puso a hacer aspavientos y gestos con sus pequeños bracitos, emitiendo una serie de sonidillos propios de una obra de teatro kabuki de Kozakura. El cómo rayos lo hacía era imposible de discernir para cualquier mortal. Mientras, Jotnar iba asintiendo de vez en cuando, atendiendo como si todo aquello tuviera un sentido rebosante de lógica.
—¡Gran idea!—dijo finalmente. Cocotilio hizo una orgullosa reverencia al respecto y simplemente se sentó de nuevo tranquilamente sobre la cabeza del enano—. Dice que quiere cuatro mangostas porque está harto de que nos encontremos con serpientes. Sinceramente, comparto la opinión.
Se encogió de hombros.
—También ha dicho algo sobre que para que sean más efectivas quiere equipar a una con algo que le de invisibilidad permanente, a otra con algo que le permita lanzar bolas de fuego, a otra con un conjuro de Piel de Piedra permanente y a otra con algo que le permita atacar a distancia... pero esa parte aun tiene que madurarla así que haz como que no la has oído.
Escena del Templo de las Sombras, post de Jotnar 23/12/2022. Si lo dice, lo hace.
Y quien haya pillado el eastern egg, tiene un chocopunto xD
La visión de la ciudad Immaskari dejó al sacerdote de Thot completamente obnubilado. Tanto conocimiento por descubrir, tanto saber por desenterrar y ahí parecía estar, al alcance de sus manos...
Sus compañeros de viaje tuvieron que darle un toque de atención para sacarle de aquel ensimismamiento y entonces volvió al presente. La razón por la que estaban allí pareció caer sobre su cabeza como un datil de una palmera. El cáliz. Debían entregar el cáliz... aparte de que sus fuerzas estaban mermadas.
Finalmente alcanzaron su destino. Shem no se sintió en modo alguno decepcionado por el recibimiento de Karranis, más al contrario, entendía perfectamente sus prioridades, pues él también estaba adscrito a la misma forma de vida. La del servicio.
Por eso mismo, Shem fue uno de los más sorprendidos cuando el grupo fue visitado por la mismísima Nephtis Hatharia... de hecho, el pobre sacerdote tuvo que hacer un brusco movimiento porque su llegada había coincidido con el momento en el que se estaba sirviendo algo de agua para apagar la sed. Recomponiéndose para quitarse parte del agua de la barbilla, hizo la mejor reverencia que se le ocurrió, siguiendo el protocolo establecido.
Alzó las cejas cuando vio que la gran dama pedía la compañía de Lady Nathifa y Jotnar, pero luego sonrió porque le vino a la cabeza uno de los Dogmas de la Madre Protectora: "Ayuda a todos los que se vuelvan a ti en busca de auxilio, sean esclavos o libres, de alta cuna o bajo nacimiento, porque todos los hijos de Mulhorand son iguales a los ojos de Hathor".
Pero no sólo eso. Lady Nathifa y Jotnar habían sido enviados por la propia madre favorecida, por lo que debía existir un fuerte vínculo entre ellos. Dejando a un lado todo aquello, Shem se quedó pensativo al escuchar la generosa propuesta de Nephtis.
Cuando llegó su turno, volvió a inclinarse como indicaba la cortesía para luego decir:
-Os agradezco el honor de vuestra generosidad, pero como sacerdote de Thot, la satisfacción de cumplir la misión encomendada y ayudar a que la ciudad se libere del mal que la aqueja es más que suficiente. Además, no podía pedir mejores compañeros de viaje y mis ojos, a pesar de haber visto cosas desagradables y terribles, también han contemplado lugares y conocimientos olvidados que deberían volver a nuestra memoria. Regresaré al Arcaenum con mucho trabajo por hacer y con el premio de haber compartido estancia con vos... e incluso quizá alguna historia digna de recordar que queráis contarnos. -terminó por decir con su habitual cautela y humildad.
Amuir había sido en su juventud un muchacho orgulloso y arrogante, pero jamás se había sentido molesto o irritado si al final de su misión no recibía una recompensa. Estaba acostumbrado a jugarse el pescuezo por un propósito elevado y el único reconocimiento que recibía era el de su orden. Era un asesino, mataba a sus objetivos tras una larga investigación y el hecho de cumplir con su tarea era un reto personal. Su recompensa era su propia reputación dentro de la orden.
Sin embargo, la orden como tal ya no existía. No tenía una jerarquía que escalar, no tenía nada que demostrar, actualmente era el líder de una hermandad superviviente y nadie, salvo él mismo, podía darse una palmadita en la espalda. Y las personas bajo su cargo, sus hermanos y hermanas, tenían que comer; necesitaban armas para obtener mejores resultados y necesitaba adecentar las instalaciones para poder albergar a más reclutas. Era el responsable de una docena de almas descarriadas y tenía deudas con antiguos proveedores que debía saldar. El honor y la reputación, aunque no daba de comer, sí que abría puertas. En este caso concreto, la conclusión de esta aventura abría las puertas a la comunicación con una iglesia que hasta el momento no veía con buenos ojos su hermandad y por tanto, era sorda a sus solicitudes.
Ante la presencia de Nepthis, Amuir hincó una rodilla en tierra y así permaneció mientras hablaban, con la cabeza inclinada en señal de respeto. Estaba cansado, sí, pero pesaban más los años que la paliza que se habían dado en las ruinas. Había aceptado el trabajo porque Habib había muerto, un sencillo trabajo de escolta había escalado hasta proporciones divinas y solo sus cuchillas y su experiencia podían haber llevado a cabo esta misión. Ningún miembro de la Hermandad tenía la experiencia de Amuir, no iba a dejar que otros hicieran un trabajo para el que no estaban preparados. Se sentía bien por haber sacado a sus compañeros con vida de las ruinas, a pesar de que había muerto al menos dos veces en el transcurso de esta investigación. Nepthis, madura y aún atractiva, era una divinidad en persona de gesto duro y severo. Hathor era una dedidas protectora, evidentemente no podía ver con buenos ojos una Hermandad dedicada al asesinato. Pero si la mujer era práctica, sabría encontrar utilidad en sus servicios, o al menos proporcionarle algo de apoyo. No todos los días, una diosa te debía un favor. Observó a la sacerdotisa, quizá con más confianza de la que debería mostrar en alguien de su rango, pero no porque se sintiera relajado, sino porque quería impresionar. Se puso en pie tras las peticiones de sus compañeros. Nathifa no parecía muy contenta, la pobrecilla había sufrido mucho allá abajo; le daría ánimos más adelante y le ofrecería algún contrato. Shem habló como Amuir esperaba que lo hiciera, el discurso humilide del siervo divino. Jotnar, en cambio, hizo una petición muy personal y al asesino le pareció que había algo más entre la divinidad encarnada y el enano y su coco. Esperó la intervención del buen Madsul y finalmente, abrió la boca, pero luego lo pensó mejor y una especie de sonrisa apareció en sus labios.
-Me gustaría investigar las ruinas y que mi hermandad participe, junto con otras autoridades, en la neutralización del Templo de Set que hallamos en sus profundidades. Yo mismo lideraré a mi equipo. Si cuento con la bendición de Hathor, me gustaría hacer una petición personal -dijo, con una inclinación de cabeza y los ojos fijos en los de la diosa-. En privado.
El cruce del puente de serpientes sera una de las imagenes que apareceran en las pesadillas de Kefera hasta el ultimo dia de su vida, pero haciendo de tripas corazon con la asistencia de Amuir lograron salir del templo, recorrer la subciudad imaskari para por fin llegar al Templo.
Aun con lo agotada que se sentia se postro ante los sacerdotes mientras se les entregaba el caliz que iba a salvar a su ciudad, y una vez cumplida su mision sintio como el cansancio de todas sus experiencias caia sobre ella de golpe y solo pudo acurrucarse en una esquina de la habitacion que les habian dejado para dormir a pierna suelta.
El estrepito de la entrada la mismisima Nepthis Hatharia, la hizo despertar de su profundo letargo, mientras se pone de rodillas y con la boca al suelo esperando las indicaciones de su deidad en la tierra.
En su fuero interno Kefera se siente emocionada, está orgullosa de haber salvado a su ciudad y robado el cáliz y sabe que no lo habría logrado sin la ayuda y la guía de su diosa.
Al escuchar las generosas palabras de Nepthis, se queda como en blanco una recompensa, para nosotros, acerta a pensar mientras sus compañeros van desgranando sus peticiones
Señora Nepthis, empieza titubeante, como defensora del templo la tarea de recuperar el Caliz me ha hecho sentirme mas viva y mas conectada con nuestro Señor Thot, baja la mirada mientras intenta encontrar unas palabras, estos dias he logrado desafiar los límites de lo que creía posible.
Si bien agradezco la recompensa que me has ofrecido, me encantaría seguir trabajando con este variopinto grupo y luchar por nuestra causa. Todavia no sabemos todo lo que puede haber en esa enorme ciudad subterranea, dijo mientras miraba a sus compañeros con una sonrisa
Juntos, hemos enfrentado grandes desafíos y superado obstáculos aparentemente insuperables, y creo que nuestro trabajo aún no ha terminado.
Armandose de valor, le pide a Nepthis Si fuera posible, me gustaría pedir la bendición de mi señora para seguir todos juntos y continuar cumpliendo nuestro propósito en el mundo. Mi corazon me dice que tenemos muchos desafios por delante
Madsul permaneció casi todo el tiempo que duró aquella recepción en segundo plano. Él era un nómada, un hombre del desierto que había vivido entre los suyos cazando y recolectando, llevando una vida sencilla y carente de las complejidades del mundo civilizado. La ciudad, sus ritos, sus símbolos... todo aquello le era ajeno, extraño. Solo la desgracia de una maldición, atraída por su curiosidad innata y traidora, le había alejado de su gente y le había acercado a aquel mundo que nada le decía. Su fortuna le había hecho llegar hasta el venerable Shem, y luego hasta aquella ciudad, en la que se había visto envuelto en una batalla que, pensaba él, jugaría algún papel en su destino.
- Venerable señora Nepthis. - dijo, con gran reverencia, cuando ya todos habían intervenido y hecho sus nobles peticiones - Uno no tiene grandes cosas que pedir, pues solo es un humilde hombre del desierto. Lo que uno desea es ser liberado de la mald...
Entonces su voz se quebró, y sus ojos tomaron un color incandescente, visto ya muchas veces por sus diestros amigos. Su voz se tornó terriblemente grave, resonante, amenazante.
- ¡NO! ¡NO LO PERMITIRÉ! ¡NO AHORA! ¡AAAAAGH!
Sus dedos humearon, pero Madsul pareció luchar contra sí mismo durante unos segundos, agarrándose una mano con la otra, mientras el revuelo ocurría a su alrededor. Al final, el resplandor de su mirada se desvaneció, y el nómada quedó tendido sobre una rodilla, jadeando, agotado.
- Mi señora. - hablaba sin resuello - Uno os ruega que lo disculpéis. Pero solo desearía ser liberado de esta maldición que le aqueja, para poder volver con su gente en el desierto, allí a donde pertenece. Si tal cosa está en vuestra mano.
Dicho aquello, Madsul quedó en silencio. No hubo nuevos arrebatos. Con suerte, aquel sería el final de su largo viaje.
Nepthis tenía las piernas cruzadas, y movía ociosamente el pie arriba y abajo. Cuando se manifestó el ser oscuro que habitaba en el interior de Madsul, detuvo el balanceo del pie. Esa fue toda la reacción de la profetisa de Hathor.
—Ven a verme al templo de Thot mañana, al amanecer. Lo tendré todo dispuesto —le dijo al nómada poseído. Hizo una pausa antes de continuar:—. Es posible que pierdas tus poderes mágicos, temporal o permanentemente. Pero eso supongo que ya lo sabías.
Volvió a mecer el pie y su expresión se dulcificó apenas cuando se dirigió a los demás.
—Se me ocurren algunas ideas al respecto, Nathifa. Vas a estar muy ocupada en los próximos meses —le dijo a la arpista, antes de confesar:—, aunque aún no tengo muy claro como acomodar la petición de Cocotilio. Cuenta con el esqueje, Jotnar. Aprecio vuestra humildad, Adivino de los Misterios, y también la de vuestra guardaspaldas.
La Madre Favorecida se puso en pie, y los guerreros que la escoltaban se pusieron en marcha como uno solo.
—Os dejo con las viandas que os han preparado en el templo. Lamento no poder dedicaros más tiempo, Nathifa ya sabe que últimamente mi agenda está más apretada que las vendas de una momia. Joven —dijo llamando la atención de Amuir—, acompáñame a la salida. Así podremos discutir esa... petición privada tuya.
Nepthis ladeó levemente el cuello de cisne y enarcó una ceja. Era un gesto sutil, inquisitivo, que fingía interés y parecía dejar a la interpretación si era burlón o provocador. Alzó la mano en vuestra dirección.
—Gracias nuevamente por vuestro valor y vuestra entrega. Por haber recuperado el Cáliz de Hatharia y haber impedido que fuera utilizado con propósitos nefarios. Que Hathor os bendiga, amigos míos.
FIN