Partida Rol por web

Uther estaba devastado. No encontraba salida, aquel hombre era demasiado poderoso, pero sus compañeros guardaban sorpresas, estaban llenos de recursos, en especial Jim.

Se retrasó unos pasos, acercandose a la pared de la caverna y alejandose de la amenaza de las armas. Odiaba no poder ayudar, pero con su anillo roto, no era rival para Krueger, ni siquiera ciego. Aquellas hachas mágicas lo volvían un adversario más que temible. Se quedó analizando aquellas hachas, su magia, cómo podía anularla, o al menos entorpecerla. ¿Estaban ligadas a su voz? ¿a su pensamiento? ¿a su visión? ¿las controlaba con algún otro elemento? Era en lo único que se le ocurría que podía ayudar de alguna manera. 

Se quedó atento a reaccionar como lo requiriera la situación, no iba a irse y a dejar a sus compañeros allí, pero no podía acercarse demasiado. Estaba atento a Jim o a quien lo necesitara.

-¡Que alguien me quite este maldito collar! Sonaba desesperada mientras daba pasos hacia atrás, de un momento a otro las hachas llegarían a todos y necesitaba evitarlo. La persona que de momento había demostrado mayor poder y que había logrado grandes cosas era el chiquillo, quizá el único de aquella sala capaz de contener la magia que aquel cacharro soltaría. Solo esperaba que funcionase y que le diera tiempo suficiente de ser así, de acabar con la rotación de las hachas y con Krueger. -JIM eres el más poderoso que he visto hasta ahora. ¡Por lo que más quieras intenta quitarme el collar o moriremos todos!

O morían a causa de las hachas o en una remota idea, morían a causa de su collar. Cualquiera era mala pero la segunda opción tenía al menos la posibilidad de salvación. Acabó corriendo hacia Jim casi suplicante. 

Cyriack quería hacer algo... pero todo lo que se le ocurría implicaría dejar libre a semejante monstruo, para que hiciera picadillo a placer a todos... así que se encomendó a ese trono vacío... rezando porque sus compañeros aprovecharan de uan forma u otra la situación para rematar al bárbaro...

- Haced lo que haga falta para sobrevivir a su ataque, si evitamos sus armas estará a nuestra merced... - dijo mientras observaba como las hachas oscilaban... creyendo haber encontrado una manera de esquivarlas al reconocer algún patrón... cosa difícil puesto que Krueger no parecía seguir NINGUN patrón... pero parecía que si se mantenía lo más bajo posible, podría minimizar el daño... eso sumado a que quizás Inphie y su escudo fuesen capaces de parar alguna de las moratles armas del bárbaro, los otorgaba una segunda oportunidad...

En un rápido movimiento acrobático mientras no soltaba sus manos del suelo, fue capaz de tumbarse en el suelo mientras trataba de esquivar las haches de Krueger, o como mínimo tratando de minimzar sus heridas, mientras seguía implorando a aquel trono vacío... quizás... solo quizás así el Señor de la Luz los daría fuerzas una última vez...

Lo supo.  Había cometido un terrible error que pagaría con su vida.  Las hachas de Krueger obedecían su voluntad y ésta no flaquearía mientras le quedara un soplo de vida.  El enloquecido norteño superaría sin duda el dolor y el horror que suponía la destrucción de su propio cuerpo, para lanzar una espiral de muerte y acero en su dirección que le partiría en tantos pedazos que ni siquiera invocar el Robaalientos podría salvarle. 

¿Como sería morir? ¿Sería diferente ésta vez?

Ilia gritaba algo.  Algo de su collar, ese forjado con magia desconocida,  cuyos símbolos habían sido grabados a martillazos.  Palabras de poder inscritas, comprimidas, plegadas mil veces, prisioneras de la extraña aleación.  Un poder desconocido y explosivo que circulaba por el collar y a través de su rudimentario y pequeño cierre metálico.  Destruir ese circuito era tan sencillo...

Jim se giró hacia Ilia, miró el collar con fijeza un instante y se tiró a los pies de la sirena.    Un último intento para que fuese otra y no él quien recibiese la letal tormenta de acero.   La hoguera parpadeó, la luz de las antorchas se volvió fría. El enrarecido aire de la caverna se heló durante unos segundos y todos sintieron como su corazón se saltaba un latido.

Pese a que había logrado unos segundos echándole las brasas a los ojos, ninguno parecía dispuesto a seguirle.
Krueger, por lo que había visto, se movía como una persona normal, así que huir hubiera sido factible, siempre que vigilaran el vuelo de sus hachas.

Kelgar no se había alejado demasiado, de todos modos.
Era consciente de que Ilia no podía correr, de hecho apenas caminar, y en su huida iba a agarrarla para sacarla de allí.
Pero todo se precipitó; vio a los Inquisidores usando su Magia, vio brillos de luz y llamaradas, vio como Uther e Inphie salían por los aires…

Aquello no pintaba bien.
Nada bien.
La Magia de Jim lo había dejado sin visión probablemente, pero aún así seguía avanzando, haciendo girar sus hachas a una velocidad imposible de detener.

Antes de que agarrara a Ilia, esta le pidió a Jim que le quitara el collar. ¿Qué sucedería al hacerlo?
Kelgar podría intentarlo a la fuerza bruta, pero suponía que no sería sencillo y no tenían tiempo para pruebas.

Entonces pensó en algo.
Las hachas giraban a su alrededor como un escudo flotante, pero… creía que no era así encima suyo.
Buscaban aniquilar a todo lo que tuvieran delante, pero no a lo que tuvieran encima.

¡Sí, eso es!
Sin tiempo para dudar, ya que su teoría sólo se basaba en su intuición, trató de trepar hasta el techo.
Luego era cuestión de dejarse caer sobre Krueger y acabar con su existencia.

Uther recordaba un montón de historias sobre hachas voladoras, algunas animadas por la magia, otra poseídas por fantasmas. Sus largas charlas en palacio con su consejero habían ampliado sus conocimientos. Quizás, demasiado. No logró identificar la clase de armas que eran aquellas que los amenazaban ni tampoco el motor de su movimiento.

Ilia pensó que podía ayudar. El collar le pesaba. Quería pelear. Corrió hacia Jim a quien veía ahora de forma diferente. Se detuvo a dos pasos de él. Jim estaba serio, en silencio, erguido, con un dedo alzado en señal de amenaza. Fuego, pensó la muchacha. Iba a volver a hacerlo.

Kelgar pensó que podía evitar la fatalidad del ataque de Krueger subiendo a una de las columnas de roca. El ascenso no fue fácil pero encontró fisuras que asir, sus voluminosos músculos hicieron el resto del trabajo. Cuando se encontró arriba se percató de que moverse por el techo era una tarea imposible. No había lugares planos donde poder enganchar sus manos. Si tuviera algo de equipo de escalada y una cuerda, quizás, pero la empresa era impracticable. Tendría que esperar a que las hachas pasasen por debajo de él para evitar el golpe final.

Esperar, siempre esperar. Mal cuando alguien como Krueger llevaba la iniciativa.

Inphie optó por lo que conocía. Desarmada pero valiente, volvió a invocar por segunda ver el poder de su dios. Una luz blanca e intensa cubrió su piel convirtiéndola en una visión que merecía la pena ser admirada. Un momento después una se las hachas impactaba en ella, tirándola al suelo. Rodó y el milagro volvió a disiparse. Pero estaba viva.

—Tus trucos baratos no te salvarán siempre —gruñó el norteño.

El círculo se amplió, las hachas encontraron a Cyriak. Pudo haber liberado sus manos, empuñado un arma, haber escapado o haber buscado refugio. No lo hizo. Prefirió mantener el contacto con la roca, reteniendo a Krueger. Bien sabía el inquisidor que las hachas eran una amenaza terrible, pero si Krueger estuviera libre será una una tercera amenaza con la que lidiar. La peor seguramente. Así que se tumbó todo lo que pudo, esperando que la suerte le ayudase. Trató de buscar un ángulo que le evitase la muerte pero el comportamiento errático de las hachas hacía imposible predecir su movimiento. Krueger era un bárbaro, sabía usar una espada, sabía matar con una espada, pero no sabía nada de esgrima.

Una de las hachas pasó por encima de la posición del inquisidor. Supieron que había muerto cuando su cabeza rodó por el suelo y los luminosos zarcillos que sujetaban al bárbaro desaparecieron. En ese momento, Jim lanzó su llamarada.

El fuego fue atroz, intenso, devorador. Recorrió el espacio que había entre Jim y el bárbaro e impactó en él como antes había impactado en Jafhar. Al notar el dolor, el bárbaro arrojó una de sus hachas contra Jim. Al momento, empezó a arder. Su piel se cubrió de ampollas, luego se ennegreció, empezó a derretirse, a consumirse. Ardió su pelo, su ropa, todo su ser, en una inmensa figura de llamas. Una figura que clavó la rodilla en el suelo, aún vivo.

El hacha arrojada contra Jim encontró su objetivo, pero no en el muchacho. Ilia había acudido a él, pidiéndole ayuda. En lugar de eso encontró la muerte. El hacha se clavó en su frágil espalda, partiendo huesos y carne. Al momento, su cabeza se desprendió como si la hubieran guillotinado. El corte era perfecto.

Krueger emitió un alarido de dolor. Aún estaba vivo. Furioso, enloquecido. No por mucho tiempo. Las hachas volaron hasta él, giraron, erráticas sobre su cabeza, y fueron lanzadas contra sus objetivos a la vez que él se lanzaba, carbonizado pero aún vigoroso, contra Inphie.

La sangre de Ilia se derramó sobre él, señalándole, culpándole.  No se vio capaz de romper el collar, no pudo reunir la voluntad necesaria, no cuando sus instintos le decían huye, agáchate.  Sin sus instintos, al fin y al cabo, no era más que un niño. Uno tan estúpido que pensó que Krueger una vez ciego estaba indefenso, que era presa fácil.   

Estaba harto de esta lucha, sucia y sangrienta.  La cabeza de la sirena rodó por el suelo, su piel pálida manchada de ceniza, sus ojos abiertos parecían querer decir: ¿Me usaste como escudo, Jim?  

Jim gritó.

Una onda de aire ultracaliente, un pulso de choque, se originó en su cuerpo, barriendo todo a su alrededor, piedras, cenizas, los cuerpos agonizantes y las cabezas cercenadas.  Derribando a los que estaban de pie y cambiando la trayectoria de lo que volaba. 

Sintió un golpe tras la Pared Negra, hecho con nudillos que podían aplastar civilizaciones.  La camisa de Jim se ennegreció debido al intenso calor, el interior de su boca se llenó de dolorosas ampollas y su cabeza de un premonitorio terror.

Vuur

El oscuro destino que presagiaba el bárbaro desde que lo conocieran se desató en una furia de sangre y muerte. Sufrían ellos lo que antes habían sufrido innumerables víctimas. Las acciones desesperadas de quienes combatían cerca de Krueger resultaban insuficientes contra la furia. Fue sólo Jim quien pudo igualar las tablas, no sin antes tener que encajar el sacrificio de sus aliados.

Illia había corrido desesperada para liberarse, probablemente tuviera algún don que sus cadenas contenían. Ya parecía ser tarde. Cyriac cayó como un héroe, sacrificándose para la posibilidad de supervivencia de los demás. Kelgar por el momento podía mantenerse al margen, y era Inphie quien recibiría la (¿última?) carga del mejor guerrero del mundo.

Pero Uther no podía pensar, sólo reaccionar, porque la muerte venía en su búsqueda, rápida e implacable, en forma de hacha. Intentó reaccionar por instinto, como lo hacía en batalla, como le había enseñado Ruthar. Trataría de desviar el lanzamiento, de adentro hacia afuera, intentando a la vez moverse de la trayectoria del proyectil y desviarlo con la espada. Rezando que el arma no lo tocase. 

La escena sucedió casi a cámara lenta para el norteño.
Trepando para intentar llevar a cabo su plan, nada pudo hacer para evitar lo que ocurrió.
Se quedó petrificado unos segundos, casi se deja caer al suelo de la impresión de ver cómo Ilia era destrozada de aquella forma.

Esta vez no siquiera tuvo fuerzas para gritar. Se sentía en parte culpable por no haberla agarrado y haber salido de allí.
Pero ya todo daba igual; ya era tarde para lamentaciones.

Ahora… ahora sólo había tiempo para una cosa.
Venganza.

Notó cómo todo volvía a volverse rojo a su alrededor. Otra vez aquello.
Perdía el control de su ser, impulsado por el deseo de matar.
De destrozar una y otra vez a Krueger.

¡¡¡¡Wwwwwwoooaaaaaaaaaaaaaaa!!!!

Un grito similar al de una bestia salvaje precedió a su descenso al suelo y su carrera hacia el único enemigo que ahora tenía en el punto de mira.

Inphie se levantó del suelo con dificultad. A pesar de la protección de la luz, el golpe había dolido y el bárbaro parecía confiado al decir que el mismo truco no la salvaría otra vez. Inphie creyó que sería verdad. Echó un rápido vistazo a la situación y vio cómo el grupo menguaba con cada ataque del bárbaro. Su compañero y amigo yacía muerto a pocos metros de ella. No era la primera vez que Inphie perdía a alguien importante para ella a manos del enemigo, pero siempre era difícil. Sintió la tentación de tomarse un segundo para rezar por su alma, pero Krueger no le concedería ese tiempo, por lo que se dispuso para finalizar la pelea; para bien o para mal. Se agachó junto a Cyriack para recoger su espada y pensó en un plan tan rápido como pudo.

A pesar de estar medio muerto, el norteño parecía incapaz de abandonar el mundo sin reclamar las vidas de los allí presentes, puede que huir le diese el tiempo suficiente a su cuerpo para darse cuenta que ya debería estar muerto. Puede que sus compañeros sólo necesitasen eso para salir de allí con vida, tiempo. Sin embargo, no parecían dispuestos a huir sin más. Había otras formas de ganar algo de tiempo. Esperó a que Krueger iniciase su carga hacia ella y avanzó en una contracarga frontal. Cuando los dos estaban a menos de dos pasos el uno del otro, Inphie invocó un destello de luz cegadora e inmediatamente se tiró al suelo sobre sus rodillas para esquivar el ataque del bárbaro. Desde ahí trató de separar sus piernas del cuerpo con un tajo horizontal.

Krueger había sobrevivido en la caverna durante seis años, peleando a diario, matando a diario, alimentando su rabia, su ira, su instinto primordial porque, de no hacerlo, habría sucumbido. La muerte no le aterrorizaba, se acostaba con ella todas las noches sin saber si habría un mañana. Y no le importaba. La derrota era su mayor pánico. En algún momento de los últimos seis años su viejo yo se había roto, convirtiéndose en otro monstruo más, en un igual de su rival. Puede que hubiera encontrado a otros aventureros como ahora, y puede que estos hubieran corrido la misma suerte que algunos de asesinados. Krueger estaba desatado, ido. Prisionero dentro de aquella caverna y de sus instintos deformados.

Atacó. Gruñendo, porque su lengua se había vuelto carbón y gelatina. A ciegas, porque sus ojos habían explotado. El dolor en cada palmo de su piel era intenso, todos sus nervios gritaban una única palabra; sufrimiento. Y aun así era su alma quien aullaba, pues no podía aceptar la derrota.

Sus dos hachas volaron sin que él las tocase. Una se perdió entre las rocas, levantando chispas al impactar contra una roca que él creía un rival. La otra voló directa hacia Uther. El rey recordó sus lecciones. Mantuvo la calma, acompasó el ritmo de su corazón a sus intenciones. Podía desviar el arma. El golpe iba directo hacia él. Echó mano de su espada, la corta, porque la larga se la había entregado a Inphie. En comparación, parecía un juguete comparada con la resplandeciente hacha manchada de sangre.

Jim, no muy lejos, con el rostro cubierto de sangre, percibía algo rascando detrás de su nuca. Emociones que no entendía, como si un siniestro personaje le estuviera susurrando palabras extrañas al otro lado de una gruesa puerta. Quería detener aquella locura. Demasiada muerte para un alma tan joven.

El hacha pasó silbando por su lado justo cuando Jim explotó. Una onda de aire caliete surgió de su cuerpo, poderosa, intensa como una deflagración de pólvora. El rey salió despedido hacia atrás mientras algunos pliegues de sus ropajes, y algunos pelillos de su bigote, se chamuscaban. El hacha recibió la onda choca, saliendo despedida contra la roca.

Jim, en pie, tenía parte de su ropa carbonizada. Algo dentro de él se había tranquilizado. De momento. El fuego siempre le aportaba paz.

Inphie pensó en rezar por el alma de su amigo caído. Recordó entonces el trono vacío. Por primera vez desde la Llamarada sintió que una parte de su corazón estaba vacío. Sin Dios, sin amigos, perdida en un mundo extraño y amenazador. Siempre había tenido una luz que le respaldaba, un bastón en el que apoyarse en los momentos de debilidad. Su credo se lo había dado todo; conocimiento, fuerza, amistad, un padre. Nada de eso existía ya. La única luz que quedaba estaba dentro de ella y estaba agotándose, consumiéndose.

Tomó la espada rota de su amigo caído. Había muerto tratando de retener a Krueger, dándoles una oportunidad a todos. Aunque Cryriak ya se había ido al tomar su espada sintió, aunque fuese durante un breve instante, que no estaba sola. Encaró a Krueger, ahora una masa de carne quemada, músculos en movimiento con el asesinato grabado como recuerdo.

Inphie encaraba la muerte por tercera vez. Lo hizo de cara, como siempre. Sin dudar. Empuñó el arma, chocó con Krueger. Un destello brillante les iluminó a ambos, cegador. Inphie quedó a un lado, al otro Krueger. Detenido al fin. Una de sus piernas quedó cercenada. Un charco de sangre se desplomó contra el suelo, luego lo hizo el saco de carne que era Krueger. Aún vivo, entre dolores, el bárbaro se arrastraba buscando a su rival. A un rival. Cualquiera.

Kelgar puso fin a su vida dejando caer su pesado espadón sobre la mofa de carne que era ahora. Había en él odio y deseo de venganza, Ilia había muerto. Había perdido por segunda vez a su hermana. También había en él un sentimiento parecido a la piedad. Krueger era un muñeco roto. Al matarle le estaba haciendo un favor, pues los hombres del norte, como él antaño, despreciaban la debilidad tanto ajena como propia. Al final Kelgar había llegado. Demasiado tarde.

Miraron los cuerpos sin vida de sus compañeros, la sangre derramada en un cruel juego del que no entendían las reglas, el aroma de la muerte y de la desesperación.

Uthrer, Jim, Kelgar e Inphie no pudieron enterrar los cuerpos, el suelo era tan duro como el mundo en el que se movían ahora. Inspeccionaron la caverna. Sin la oscuridad para confundirles descubrieron que no era muy grande. Entendieron entonces que  la oscuridad había poseído otros efectos, confundiéndoles, engañándoles. Allí solo había roca. Una tumba ahora, para monstruos, héroes y villanos.

La puerta que daba a la mazmorra no estaba, pero había una salida.

Afuera había luz, aunque no había un sol esperando. Ni siquiera había cielo para ese sol. So quedarse era una locura, salir al exterior sería algo demencial. La aventura les picaba detrás de las orejas y no podían esperar. El mismo monstruo que les había encerrado allí volvería para probarles.

Salieron, el mundo les recibió con dientes y garras afiladas, también con unos pocos aplausos. Empezaron su camino de regreso al hogar.